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JUEGO DE OJOS
juaristas en junio
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Fecha de publicación: 16 de junio de 2012
En los días de la República que corren, ahítos e indigestos de episodios electorales, se atomiza y deslava todo tema que no tenga que ver con la inmediatez del cambio de poderes. Incluso hechos de sangrienta brutalidad que testimonian la extendida descomposición social y política de nuestra vida nacional, como el hallazgo de 14 cadáveres más en una carretera en el norte de Veracruz, pasan a segundo plano.
Como suele suceder, los extremos se tocan: frente a una gran efervescencia política que alcanza a disparar los puntos del rating televisivo durante el debate entre los candidatos presidenciales, están la apatía y el olvido de hechos que han marcado nuestro rumbo político y como sociedad. Los medios masivos de comunicación nos enlazan, sí, pero también nos acostumbran a consumir sólo el tema del momento. La importancia y el interés de un asunto social hoy dura lo que permanece vigente un tuit. Lo dijo Obama: hay políticos cuya ideología cabe en 140 caracteres… ¡y sobra espacio!
Me detengo en esto a contrapelo de los habitantes de las columnas políticas para llamar la atención de mi magra comunidad de lectores que el mes de junio debería ser de remembranzas históricas que, ¡helas!, ni en las escuelas tienen ya cabida. Hace 156 años que se promulgó la Ley Lerdo, nombre breve de la “Ley de Desamortización de las Fincas Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y Religiosas de México”. Acciones legislativas como ésta fueron las que comenzaron a construir no sólo el Estado laico del que ahora gozamos y que parece tener la necesidad de ser defendido recurrentemente, sino el Estado mismo.
Hombres visionarios como Miguel Lerdo de Tejada no tuvieron duda de que la construcción de un Estado en esta parte del mundo que hoy llamamos México sólo era posible si éste se desvinculaba del corporativismo religioso, si se subordinaba el apetito político personal al interés superior de una sociedad que nacía… es decir, si la estatura del estadista se imponía a la pequeñez del político.
En 1856 apenas habían transcurrido 46 años de que la Iglesia sufriera con el movimiento de Independencia, que disminuyó su poder e influencia. Era lógico que la reacción de rechazo a una nueva embestida civil no se hiciera esperar y diera lugar un año más tarde al inicio de la Guerra de Reforma. Esta separación es uno de los hitos en la construcción del Estado mexicano, por la cual había abogado tanto José María Luis Mora y de la que ya no pudo ser testigo porque murió en 1850.
Hace pocos días también, el martes 12, conmemoramos 147 años de la muerte de Manuel Doblado, otro personaje al que se le recuerda poco o nada por la nefanda visión de un sistema educativo que privilegia la memorización -con fuerte dosis de idealización- de sólo algunos nombres de los forjadores de nuestra historia y esto frecuentemente fuera de contexto (nuestra historia maniquea de buenos y malos, en donde el Benemérito goza de vida eterna en el Paraíso mientras que el Dictador arde a fuego lento en el Infierno). Manuel Doblado fue otro de los ideólogos de la Reforma y participante de la Guerra del mismo nombre. El general Doblado fue maestro y abogado, colaborador de Juárez, quien fue, sí, el gran defensor y de algún modo creador del Estado mexicano moderno, pero gracias a la colaboración de una pléyade de estadistas que le acompañaron y que compartían su ideario.
Manuel Doblado se opuso con bravura e inteligencia al Tratado Guadalupe-Hidalgo, por el que México cedió a Estados Unidos más de la mitad de su territorio. El nombre formal de ese acuerdo fue “Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América”, y lo bueno es que fue amistoso, pues de otra manera nos hubiéramos quedado sin país y todos, al igual que en Filipinas, seríamos angloparlantes con nombres hispanos. La figura y peso político de Santa Anna contenían las inconformidades, pero en el caso del general Manuel Doblado éste mantuvo su oposición y fue promotor del Plan de Ayutla, cuyo propósito era precisamente desconocer al xalapeño once veces Presidente de México cuyo extravagante nombre completo era Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón. Más tarde, Doblado formaría parte del gabinete de Benito Juárez, a quien acompañó en su salida del país.
A inicios de este mes de junio también se cumplieron 151 años de la muerte de Melchor Ocampo, otro juarista destacado, asesinado en Tepeji del Río por las fuerzas conservadoras del general Leonardo Márquez. Melchor Ocampo fue ministro de Gobernación de Benito Juárez y coautor de las Leyes de Reforma. De un modo injusto se le recuerda poco gratamente por la epístola que durante muchos años fue leída a las parejas que contraían matrimonio y que a la luz de la perspectiva de género se considera denigrante para las mujeres. Ciertamente la famosa epístola tenía un enfoque machista propio de la mentalidad prevaleciente hacia finales del siglo XIX. Pero la “Ley de Matrimonio Civil”, en cuyo capítulo 15 se incluye tal homilía, formaba parte de una nueva forma de concebir al Estado durante la administración juarista, que daba certeza jurídica a la población en los actos primordiales de la vida, como el nacimiento, la muerte y el matrimonio.
Con la instauración del Registro Civil se desplazó a la Iglesia de la tarea de celebrar (y de cobrar) los actos de unción como el bautizo, el matrimonio y la extremaunción y se inauguró la ciudadanía. Cada persona fue reconocida formalmente por una institución cuando nacía, cuando moría, cuando decidía contraer matrimonio o deshacer este vínculo. Así, la epístola, tan vilipendiada en sus últimos años, fue un hecho innovador cuando fue concebida.
Estos hombres del juarismo fueron constructores del país que hoy disfrutamos, pero, lo digo con dolor, muchos mexicanos sólo identifican con nombres de calles, avenidas y colonias y no con los enormes espíritus, desprendidos, generosos y visionarios que fueron. Gracias a ellos hoy tenemos un país, pero los hemos olvidado.
Quienes hoy buscan con afán colocarse en la conducción de la nación harían bien en proponer un acto de justicia histórica que los recupere de la desmemoria en que los hemos arrinconado.
Miguel Ángel Sanchez de Armas
Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, Maestro por la UPAEP, maestro por la U. de Sevilla y Doctor por la U. de Sevilla.
twitter@sanchezdearmas
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