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JUEGO DE OJOS
DON RUMA Y LA NUEVA ESTRELLA DE ORIENTE
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Bien dijo Marc Bloch, el notable historiador francés fusilado en 1944 por los alemanes, que “antes que el deseo de conocimiento, el simple gusto; antes que la obra científica plenamente consciente de sus fines, el instinto que conduce a ella”.
En la introducción a ese texto singular que es El taller del historiador, Bloch inicia con frescura que ojalá salpicara a ciertos engreídos “analistas políticos” contemporáneos: “‘Papá explícame para qué sirve la historia’, pedía hace algunos años a su padre, que era historiador, un muchachito allegado mío. Conservaré como epígrafe, esta pregunta. Algunos pensarán, sin duda, que es una fórmula ingenua, pero me parece del todo pertinente. Ya tenemos, pues, al historiador obligado a rendir cuentas. Pero no se aventurará a hacerlo sin sentir un ligero temblor interior. ¿Qué artesano, envejecido en su oficio, no se ha preguntado alguna vez, con un ligero estremecimiento, si ha empleado juiciosamente su vida?”
Quien haya leído a don Luis González y González o a Bárbara Tuchman reconocerá en tal “ingenuidad” una semilla de sabiduría pedagógica. Cuando don Luis habla de los “niños zancudos y ventrudos” del campo mexicano en los treinta del siglo pasado, no necesita recurrir ni a la micro ni a la macroeconomía para explicar las atroces condiciones sociales del país… que en mucho persisten. Cuando la Tuchman refiere cómo el general encargado del suministro de pertrechos para el ejército nacionalista se ocupaba de cuidar que varios Rolls Royce “expropiados” en Shanghai fueran acomodados debidamente en la bodega de su barco mientras las tropas de Chiang Kai-shek retrocedían ante el ejército rojo de Mao Tse-tung en 1949, no necesita entrar en temas de estrategia militar para que sus lectores comprendan por qué sucedió lo que sucedió.
Todo este fárrago historiográfico me sirve para recordar que hace unos años en un encuentro académico en San Cristóbal de las Casas se demostró sin lugar a dudas y dentro del más riguroso marco científico que el periodismo no es el pariente pobre de la historia y que los periodistas, en ocasiones sin querer y en otras a pesar nuestro, tenemos un papel importante para el estudio de las sociedades.
El papel de las mujeres en la prensa, los empresarios y editores, la caricatura, los medios en las regiones, los personajes de la redacción y el contexto cultural, económico y social del periodismo, fueron algunos de los temas abordados con no poca dosis de pasión en un encuentro organizado por los doctores Celia del Palacio y Sarelly Martínez, de las universidades Veracruzana y de Chiapas, respectivamente.
De casi cien trabajos a cual más sugerente -entre ellos el postulado de Benito Juárez para “hacer la guerra con la pluma” o la convicción de Ángel Pola de que el periodista es un “obrero de la historia” hoy rescato para mis lectores la nunca antes conocida y no por increíble menos verídica historia del sin lugar a dudas más extraordinario y singular de los periodistas mexicanos: Romualdo Moguel Orantes, conocido en su natal Chiapas como don Ruma, recuperada para nuestra generación por mi amigo y colega Sarelly Martínez. Este relato habla de la sicología del periodista sin recurrir a la teoría del conocimiento, a la semiología o al abultado portafolio de la sociología de la comunicación.
De 1920 a 1956, don Ruma escribió, editó y distribuyó su propio periódico, La Nueva Estrella de Oriente, mejor conocido como La Estrellita. En esto, aquel periodista no se diferenció de muchos otros que decidieron echarse a espaldas todo el ciclo de producción cuando las circunstancias económicas, y particularmente las políticas, inhibían el libre ejercicio de la profesión. Y en esto vaya que don Ruma tuvo éxito. Al día de hoy su nombre se recuerda en certámenes, engalana a clubes de la pluma y es sinónimo de valentía y honradez. “Es el paladín de los periodistas chiapanecos”, dice en su trabajo Sarelly Martínez.
¿Qué lo distinguió entonces de otros aguerridos y comprometidos informadores? Ni más ni menos que durante 36 años don Ruma circuló con regularidad entre los lectores chiapanecos… ¡el único periódico manuscrito de que se tenga noticia! (Ese es compromiso y no fregaderas, digo yo). El doctor Martínez lo describe con propiedad: “Su actividad, llevada a cabo con constancia, obsesión y mucho de locura, fue apreciada en su tiempo” y hoy una asociación de poetas lleva su nombre. “Si se revisan sus textos, sin embargo, nos encontramos con párrafos ilegibles, con desconocimiento de la gramática y la ortografía. Sus defensores señalan que don Ruma construía esos párrafos para mostrar su rebeldía al sistema político mexicano”.
Romualdo Moguel nació en Chintalapa y a los 20 años emigró a la ciudad de México, en donde fundó su propio periódico, Diario de un Tuxtleco, en 1911. Fue huésped de La Castañeda. Regresó a Chiapas y emprendió varios negocios. En 1921 contendió por la Presidencia Municipal de Tuxtla y es entonces cuando establece, como órgano de campaña, La Estrellita. Pierde la elección. Persiste y, con su propio partido, el “Filosófico político”, disputa la senaduría, aunque también sin éxito. “Después de su derrota […] decide dedicar su vida a exhibir a los políticos corruptos”, y esto lo lleva a cabo con la edición manuscrita de su periódico, ya que no tenía los recursos para costear la impresión. “Aunque se dedicó al periodismo con fervor, le confesó a Marcelina Galindo Arce que lo que en realidad quería ser era Presidente de la República”, pues se consideraba un hombre honrado.
Continúa Sarelly Martínez:
“La Nueva Estrella de Oriente era impresa en el papel que tuviera a la mano su editor: podía ser papel periódico, estraza, bond, de china, pero el que prefería don Ruma era el cebolla. Sus dimensiones y el número de sus columnas también eran muy variables. Eso dependía del tino de don Ruma para recortar el papel y su humor para dividir el pliego en columnas. Hay ejemplares de diez columnas y otros de una sola. Sus páginas, eso sí, no rebasaban la primera plana. En eso era ortodoxo. El tiraje era variable: de 15 a 100 ejemplares. Sus ediciones también: cuando sentía que así lo ameritaban los acontecimientos y sus pensamientos, sacaba números extraordinarios: al mediodía y por la tarde […]. La distribución la llevaba a cabo el propio editor. Iba al Palacio de Gobierno, Presidencia Municipal, Alameda, hoteles, refresquerías y casas particulares. Sus destinatarios eran reacios a aceptar La Estrellita. Por eso, con comedimiento tiraba la hoja manuscrita a los pies del potencial lector al tiempo que gritaba: ‘¡La calavera!’ De 1922 a 1950, La Nueva Estrella de Oriente se repartió gratuitamente. Después impuso el precio de cinco centavos, con el agregado de que el editor lo leía a los compradores.”
No faltó entonces quien comparara a don Ruma con un Quijote chiapaneco, pues como el de La Mancha, éste había perdido la razón. Mas igual que aquél, llamó la atención de sus contemporáneos. Enrique Aguilera Gómez, Santiago Serrano, Héctor Cortés Mandujano, Rosario Castellanos y Carlos Ruiseñor Esquinca, escribieron sobre el personaje.
Yo, por mi parte, creo que la carrera de Romualdo Moguel confirma que de médico, periodista y loco todos tenemos un poco. Y que más vale ser un orate limpio y luchador, que un cuerdo facineroso. Creo que Sarelly Martínez coincidiría en esto conmigo. Le voy a preguntar.
Miguel Ángel Sanchez de Armas
Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla.
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