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Por Miguel
Angel Sánchez de Armas
Número
46
Cuando yo era
pequeño, una de las leyendas en la casa
de mi abuela materna era que el niño Fidencio
había curado a mi bisabuelo, y en el altar
familiar una fotografía de ese personaje
era venerada con la misma devoción que
San Martín de Porres y San Felipe Neri.
Era un rostro
fuerte de ojos hundidos y mirada atemperada por
un mechón de cabellos negros y tiesos,
con una boca grande de labios entreabiertos que
disimulaban dos hileras de dientes torcidos y
afilados. En aquel entonces ya habían
transcurrido casi veinte años desde su
muerte, pero era como si viviera aún y
en casa cada marzo se organizaba un peregrinaje
a Espinazo, en un lugar lejanísimo llamado
Nuevo León, para que la abuela remojara
sus males en “el charquito” al lado
de la tumba del hombre santo, al cuidado de los
“cajitas”.
Hoy recuerdo,
entre divertido e incrédulo, cómo
en el caso de una enfermedad primero se ponía
una veladora al niño Fidencio antes que
llamar al doctor. ¡Una noche que me empaché
me tuvieron dando vueltas a la mesa y rezando
padrenuestros con invocaciones al niño
hasta que un vómito me alivió!
Ese era el tamaño de la fe en una familia
pobre del campo.
José Fidencio Constantino Cíntora,
el niño Fidencio, fue uno de 25 hijos
de un ranchero de Irámuco, Guanajuato.
Murió hace 67 años, a los 40 de
edad, el 19 de octubre de 1938, y en vida fue
adorado como un elegido de Dios e iluminado,
acusado de charlatán y denunciado como
emisario del demonio.
Si el niño Fidencio fue santo o si poseía
poderes sobrenaturales son preguntas espinosas.
Hay testimonios de personas a quienes la ciencia
médica había desahuciado y que
fueron curadas por este hombre de voz tipluda,
lampiño, que se vestía como infante,
tenía una personalidad juguetona y lloraba
con frecuencia.
En el museo
de Mina, poblado al norte de Monterrey, hay en
estos días una exposición fotográfica
que registra algunas de sus curaciones. De entre
muchas, una dice, en tosca letra sobre la impresión,
“La sra Florencia Puente . 21 años.
Sufrio de un tumor canseroso en la espalda. La
opero el niño Fidencio y en 4 dias esta
aliviada. Esp. N.L. 10/1/24”. El niño
está a la izquierda de la foto, tocado
con un gorro blanco y con la mano derecha apunta
un bisturí a una espalda femenina en donde
se aprecia una enorme herida suturada. Varios
curiosos rodean al curandero y a la paciente.
En otra, el joven opera las cataratas a un anciano
a mitad de un patio entre una muchedumbre, en
el calor y polvo del mediodía.
No se sabe bien
a bien cómo fue que llegó a Espinazo,
hoy en día centro de un culto que cada
año convoca a miles de peregrinos. Dicen
las crónicas que apareció en la
región hacia 1921. Por esas fechas, el
rico hacendado Teodoro von Wernich, quien sufría
de várices y estaba desahuciado por los
médicos, hizo caso de los rumores que
hablaban de un joven de la hacienda que realizaba
sanaciones milagrosas, y para su sorpresa, el
muchacho lo curó.
La fama del
niño Fidencio se extendió como
lumbre en pradera seca. De todo el país
y del extranjero llegaban a Espinazo mujeres
y hombres en busca de alivio. El curandero lo
mismo drenaba forúnculos como el que durante
cuatro años sufrió en el brazo
derecho don Ramón Sánchez, que
extraía muelas sin que los pacientes sufrieran
dolor alguno. El 8 de febrero de 1928 el presidente
Plutarco Elías Calles fue a Espinazo,
se puso una túnica y consultó al
hombre santo. Bonito espectáculo habra
sido aquel: El Turco arrodillado ante un indígena
con poderes divinos.
Hoy en día
el “fidencismo” es un creciente movimiento
religioso en el norte del país y el sur
de los Estados Unidos. Sus seguidores se llaman
a sí mismos “cajitas”, pues
se dicen receptores de la gracia del sanador,
y las videntes que hacen contacto con su espíritu
se llaman “materia”. El lema del
niño Fidencio sigue siendo el mismo: “No
son pobres los pobres. No son ricos los ricos.
Sólo son pobres los que sufren de dolor”.
Si la fe puede mover montañas, este debe
ser un testimonio más de ello.
Lic.
Miguel Angel Sánchez de Armas
Escritor
y periodista. |