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Miramedia

Terrorismo y Medios: Juego de Intereses Dobles

 

Por José Manuel de Pablos
Número 37

La voz 'terrorismo' es una de esas palabras que se ve íntimamente afectada por el color del cristal con que se mira... Lo que para unos –ciudadanos comunes o afectados– son terroristas, para otros –simpatizantes o paisanos del actor– son patriotas o guerrilleros. Los que para unos son héroes, para otros son meros terroristas. Lo que para unos son acciones militares o estrategias de estado, para otros no es sino terrorismo que siega vidas a voleo, para ocasionar terror entre la siempre dolorida sociedad civil. Lo que para iraquíes hartos son partisanos en acción, para cómodos occidentales –doloridos, si afectados– son terroristas o bandoleros. Y así.

No es el término terrorismo una de esas palabras definida con exactitud indiscutible, con un solo y único significado, de esas voces a las que no se les pueda dar la vuelta, porque no tienen haz y envés. Son voces que para alterarlas habrá que añadirles un calificativo, que las desvirtúa por su simple presencia. Democracia y libertad son dos de estas palabras de significado único que se alteran cuando se les aplica un apellido que no necesitan: democracia orgánica, democracia popular, democracia monárquica (también le dicen 'monarquía parlamentaria': es lo mismo) o libertad condicionada, libertad vigilada, libertad provisional..

Para las tropas británicas, los judíos que luchaban contra su presencia en lo que más tarde fue Israel no podía ser considerado de manera diferente que fuerzas terroristas. Para los futuros israelíes, por el contrario, se trataba de patriotas que luchaban por la independencia de su tierra, pisada por la bota extranjera. Siempre suele ocurrir de ese modo. Cuando uno de aquellos activistas llega al gobierno, tal fue el caso del general Dayán, entonces nadie en la prensa británica lo sigue llamando terrorista y mal que les pese lo consideran como lo que siempre fue, un combatiente con las armas de que disponía contra las fuerzas extranjeras establecidas en su suelo. Con los palestinos atropellados y perseguidos pasa exactamente igual. La historia, repetida.

Casos semejantes al de Dayán son fáciles de encontrar en cualquier tipo de conflicto donde aparece una fuerza más débil que se enfrenta a un ejército regular. Éste siempre tiene el apoyo de la prensa de su país, con la salvedad histórica de periódicos socialistas o anarquistas, como sucedió cuando la guerra en el Caribe entre realistas españoles y republicanos cubanos. Para las tropas nazis de ocupación francesa (o italiana), los paisanos que formaban la resistencia eran terroristas, pero la ciudadanía los consideraba patriotas. Todo dependía del punto de vista. Al contrario sucedía durante la ocupación francesa en la España peninsular, cuando para los franceses invasores los guerrilleros eran bandoleros, antes de que se acuñara la voz ‘terrorista', que seguramente se hubiera aplicado a los madrileños fusilados el 2 de mayo, tan bien recogido en un lienzo por Goya. Casos como el de Dayán los ha habido siempre. Bolívar –preso en La Carraca, Cádiz– o el líder palestino Yasir Arafat son otros dos ejemplos de militares alzados o guerrilleros, sin duda considerados de otra manera por la fuerza hegemónica en cada caso. El color del cristal establece las reacciones y consideraciones que rodean el fenómeno.

O sea, como sucede hoy con el volcán vasco: para muchos, nacionalismo (ese error circunstancial) es sinónimo de terrorismo y hay que demonizar a los líderes políticos, culpados por otro tipo de nacionalismo de sostenedores del terrorismo. Muchos no aceptan que si todos los terroristas son nacionalistas, todos los nacionalistas no son terroristas. La historia se repite. ¿Sólo hay una historia, acaso?

Las salidas de tono más allá de cualquier convención internacional, de la mano y las armas de fuerzas regulares, no van a ser calificadas de terroristas por la prensa del país donde se ha programado el atropello cometido. En esos momentos tan delicados siempre aparece el 'conmigo o contra mí' y se presenta la prudencia, que hace callar a muchos temerosos. Pasar por las armas a toda la tripulación del buque gringo Virginius , en 1873, tras haber sido capturado en aguas internacionales por la marina española, sospechoso de contrabando de armas, hoy se lee que fueron "lamentables ejecuciones"1, pero la prensa yanqui de entonces y los familiares de las 53 personas que perdieron la vida en aquel lance es muy probable que no fueron tan condescendientes.

Con lo manifestado hasta aquí parece clara la idea de que el concepto terrorismo y terrorista se aplica en ocasiones de forma parcial y sesgada, de acuerdo con las simpatías o repulsa que cada cual tenga con los sujetos a quienes se les aplica el concepto. Es una situación sin remedio, sin cambio posible.

Luego está la rentabilidad política de los efectos del terrorismo en la sociedad determinada que lo padece, a pesar de que no es un fenómeno mundial, como la explotación, el hambre o la pobreza, los accidentes de circulación o las epidemias producidas por la actual forma de vida en tantos lugares.

Partamos de la idea básica de que toda muerte violenta provocada de modo no accidental sino premeditada e indiscriminada por terceros siempre es condenable, lamentable y rechazable. Aquí incluimos la ejecución al amparo de cualquier decisión judicial en estados donde la pena de muerte está legalizada, para vergüenza de la humanidad: legal, pero no ética. Sólo hay dos tipos de muerte ‘aceptable': por enfermedad / vejez o por accidente imprevisible. Natural, una; fatalidad, la otra.

Las muertes por causas del terrorismo originan un mayor rechazo social y siempre dejan un pozo de no-resignación, porque la injusticia del hecho queda patente en todo momento. En un país que sufra el fenómeno terrorista indiscriminado y sin razón –una actividad, cobarde siempre, que nada tiene que ver con el concepto ‘política'–, tal vez sea superior el número de víctimas en la carretera o por violencia doméstica, pero en tales casos hay resignación social, no hay rentabilidad partidista –tal vez porque existe en los dos procesos inequívoca responsabilidad política– y las culpas siempre son individuales, no hay ninguna organización criminal responsable de los accidentes de tránsito o de la violencia de género ni tales episodios se han programado... con destino a los medios de comunicación y su divulgación posterior. Éstas son diferencias sustanciales. Todo lo anterior implica resignación, acogida a la fatalidad, y desactiva a la sociedad ante sendos fenómenos mortales y dolorosos, que se presentan como inevitables, esperables y aceptables, sin ser nada de eso.

* * *

A partir de aquí vamos a reflexionar acerca del binomio terrorismo - agenda mediática. Lo primero que hay que entender es que a los medios les interesa o afecta el terrorismo como elemento informativo. No significa esto que lo apoyen, que estén con los terroristas... Resulta curioso ver cómo se defienden algunos responsables que se niegan en redondo a dejar de dar noticia del atentado terrorista del momento. Se remiten a la libertad de expresión y a esas bellas normas que tan poco se cumplen en medios donde no se informa de todo lo importante que sucede, sino de aquello que se decide en su redacción. La idea superior de libertad de información y de expresión es una bandera que, en ocasiones, se levanta cuando viene bien a los intereses personales de quien hace uso de ella.

Éstos dicen que su misión es informar. Por eso no dejan de ocupar sus planas con muertos, entre charcos de sangre, cada vez que hay un atentado terrorista. Diferente es el caso cuando se trata de los terroristas de estado, alimentados con fondos de reptiles o planificadores desde despachos oficiales. Hay que saber diferenciar. A veces, a estas actividades la llaman 'guerra sucia', como si alguna guerra fuera limpia. Una diferencia entre ambos casos es que en el segundo no se persigue la aparición en los medios, sino la eliminación de quien molesta. Nos referiremos, por tanto, al primer caso.

Cuando se presenta el atentado del terrorista hay que informar, todo ello basado en los principios de la libertad de información. Eso dicen. Aseguran que ha aparecido una noticia y su misión es divulgarla. Parece una buena medida, profesional y digna. Sólo hay dos pequeños detalles que, aparentemente, la desmontan:

- Selección. – La misión de todo periódico, en efecto, es dar a conocer las noticias que aparecen. No hay nada que objetar a ese principio, si no fuera porque la realidad en todo periódico indica que lo suyo no es tanto publicar las noticias que aparecen o ha localizado sino seleccionar qué noticias se publican. Ha de espigar en la enorme cantidad de nuevas que asaltan a diario cada periódico. Éste no es capaz física ni profesionalmente de cubrirlas todas ni tampoco sus lectores de interesarse por todas ellas. La selección de noticias, por tanto, legitima que unas aparezcan y otras nunca se encuentren con los lectores.

- Producción. – Una de las condiciones elementales de toda (buena) noticia es su generación o aparición como fruto de una eventualidad, que llega a las redacciones de forma más o menos espontanea o a través de la pesquisa de su personal. Éstas son las noticias buenas, noticias en puridad noticias, frente a las noticias producidas con el mero objeto de que encuentren cabida en los media. Las noticias producidas o ideadas para acceder al medio son una noticia siempre bastarda, fraudulenta, frente a las cuales el diario no tiene mayor compromiso... si no hay un compromiso mayor –ajeno a los intereses informativos, claro está–, que obligue a su publicación. Esto no tiene mucha relación con el Periodismo.

Cuando una persona, grupo o entidad –del tipo que sea– decide producir una noticia para su emisión o publicación y la noticia realmente aparece difundida, el ánimo dentro del emisor se enardece. Tal cosa sucederá en un sindicato, un partido político, un gobierno, una asociación de vecinos... o un ente armado, terrorista o no. Quienes en un grupo terrorista estaban en contra de la acción, de la actividad propagada, quedan postergados: ganan los que propusieron la acción pro-informativa, también fuera de la ley2. La noticia producida no es tal, sino propaganda. Mendaz es que alguien decida quitar una vida para acceder con esa “noticia” a los medios, para hacerse propaganda. Irracional, antinatural. Peor, si cabe, que la matanza se haga indiscriminada, sin decidir a la víctima, haciendo uso sólo de la mayor facilidad que una persona ofrece en un momento.

Cuando la noticia ideada es algo sin mayor trascendencia, la responsabilidad del medio es mínima, si la hubiera. Cuando, por el contrario, la acción producida origina muertos y además se acciona todo el mecanismo terrorista en el momento oportuno, a tiempo para llegar a los telediarios del mediodía, a los boletines radiofónicos de mayor audiencia y a las páginas del periódico, entonces hay responsabilidad del medio: es grande sobre todo en el siguiente atentado, el atentado en proyecto, que adquiere fuerza a partir de la difusión mediática del anterior. Ese segundo atentado estará animado, fortalecido, por la divulgación del anterior. Un atentado sigue a otro.

Si el medio no da cabida al atentado en sus páginas se habrá producido un atentado contra la libertad de expresión, estiman algunos. Al menos este “atentado” es sin muertos. Habría que sopesar cuál de los dos atentados es mejor recibido por los fruidores de la información..., cual no deja sangre en su recorrido. Esta idea podría ensayarse con la supresión de las siglas de las páginas del diario: cada vez que aparece la sigla terrorista en un párrafo es un punto a favor de los que quitan vidas y siembran dolor, sin hacer política, honrar ideas ni hacer algo por la paz. Y los medios colaboran en ello, aún sin percatarse.

Esto, que es muy grave, no es secreto alguno. Se sabe, a ciencia cierta, en todos los medios, que suben sus tiradas cuando hay grandes sucesos o atentados terroristas, más cuando más próximos. El negocio es el negocio. El mercado también manda en el binomio apuntado. Por eso, nada va a cambiar y los lectores seguirán recibiendo una lluvia que calienta sus ánimos, derechizando todavía más a las sociedades. Quien gana siempre es el mercado.


Notas:

1
"Yo pondré la guerra" (W.R. Hearst) / Cuba 1898: la primera guerra que se inventó la prensa, de Manuel Leguineche, El País Aguilar, Madrid, 1998, p.117.
2
Ver el concepto “efecto I” (José Manuel de Pablos Coello: El Periodismo, herido., Madrid: Foca, 2001).


Dr. José Manuel de Pablos Coello
Catedrático de Periodismo, Universidad de La Laguna, España.

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