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2005

 

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Miramedia

Diferentes funciones del Fotógrafo y del Editor de Prensa

 

Por José Manuel de Pablos
Número 43

El papel del fotógrafo de prensa es básico para que haya fotoperiodismo. Pero no es el único. El fotógrafo capta las imágenes y después hay un proceso de selección de las copias, para su inserción en planas. La senda que transita esta foto es sencilla: la capta el fotógrafo, llega a la redacción por distintas vías, se revela y la copia llega a manos del editor. Éste será quien decida sobre su publicación o no y las condiciones de esa aparición pública de la imagen captada.

Ésta tampoco es la única vía que da pie a la inserción de fotos en prensa. En otras ocasiones, la foto no es una imagen fresca, como en el primer caso: se trata de una copia que se ha tomado en una fecha anterior, ha estado custodiada en el archivo del diario y ahora se saca para ilustrar un texto. El problema se presenta cuando ese archivo, lejos de ser tal, es un simple depósito o almacén de fotos ya publicadas, muchas de ellas inservibles y sin utilidad periodística, pero que se guardan “por si acaso”. Ese “por si acaso” muchas veces origina el error.

Fotos con orígenes diferentes
Son dos, como se aprecia, las vías de llegada de las fotos a las páginas de los periódicos:

  • En la primera, el papel del fotógrafo se limita a captar las imágenes. En muy pocas ocasiones tiene audiencia en la toma de decisión antes de publicarla. Como la foto hace poco que se ha realizado, el fotógrafo puede estar al tanto de su publicación e interesarse por el mejor trato dado a su foto. Es aconsejable que sea así y es respetuoso aceptar el criterio del autor de la imagen captada.
  • En la segunda ocasión, el fotógrafo no tiene oportunidad de conocer que su foto archivada se va a publicar y se entera de esa decisión cuando la imagen aparece publicada. Entonces, a veces, pasa lo que pasa.

En los dos casos se producen fallos serios que dañan la imagen que el fotoperiodismo tiene ante el público.

Trataremos de explicar los vicios existentes y las fórmulas posibles para evitar semejantes defectos profesionales.

Un día de viento en Barcelona, la cornisa que cayó de un edificio acabó con la vida de una persona que pasaba, una mujer. Al quedar esta persona sin vida en el suelo, el viento le levantó la falda, dejó al descubierto sus muslos y hasta las bragas. El fotógrafo de prensa que llegó al lugar sacó las imágenes que su profesionalidad le indicó que eran oportunas. Este fotógrafo ha de captar el mayor número de instantáneas, de todo tipo, limitado por detalles éticos o morales; para empezar, ha de imperar el respeto debido a la víctima, que nada puede hacer para que no la fotografíen o para que se publique una foto sin su consentimiento, foto de la que tal vez ni está enterada de su existencia.

El fotógrafo capta lo que tiene delante de sus ojos y, en principio, por hacerlo no incumple ninguna pauta deontológico, siempre que respete ese momento singular de intimidad de la persona accidentada. Él no ha montado la escena ni ha perseguido a la mujer sobre quien iba a caer un trozo de cornisa. Se limita a cumplir con su deber si se atiene a las pautas profesionales indicadas. El problema, no obstante, se podrá presentar en la mesa de edición, en las decisiones que pueda tomar el editor fotográfico, quien decida qué se publica y cómo.

Esta actuación nada tiene que ver con los paparazzi que persiguieron a Diana de Gales por las calles de París una madrugada. Son dos actuaciones radicalmente diferentes: la segunda, afectada por el amarillismo de la prensa, nada que ver con la profesión periodística, aunque así se denominen quienes ejerzan esa actividad. También se llaman periodistas quienes hacían un programa de televisión titulado ‘Tómbola’ y ya me dirán qué tenía de relación con los presentadores de un telediario o de ‘Informe Semanal’, por exponer dos ejemplos de ejercicio periodístico claro, frente a una actuación amarillista mediática.

El problema con la foto de la mujer muerta por la caída de un fragmento de cornisa no se presenta en el momento de la captura de la imagen (un instante no trascendente), sino en el momento posterior de su edición, de su inclusión en plana (el momento de su transcendencia). Quien comete la falta última de respeto no habrá sido el fotógrafo, sino quien decide publicar la imagen de la señora en el suelo con la falda levantada y su ropa interior al aire. Hablamos de dos papeles profesionales muy distintos: el fotógrafo ha de captar todo con la limitación indicada, pero su responsabilidad queda ahí, tras hacer clic con su cámara. La responsabilidad final y única será de quien elige una foto y no otra, quien estima que la foto irrespetuosa hacia la persona fallecida es la mejor para su diario, para sus lectores. Este editor gráfico es el único y último responsable de la calidad de las imágenes que se van a divulgar desde las páginas de su periódico, a partir de la serie o colección que haya captado su fotógrafo. No tiene éste mayor responsabilidad, aunque menor tendría si no hubiera tomado tal imagen, si también él hubiera sido respetuoso con la persona caída, visto que nadie le podrá exigir semejante estampa en su diario. Su misión es captar todo lo captable, sea lo que sea, sí, pero sin ir más allá de la falta primera de respeto a la persona fotografiada que nada puede hacer por evitar ser fotografiada y aunque la decisión última no sea suya, sino de quien tiene tal misión en la redacción del diario o revista.

El editor gráfico habrá atentado contra el momento último de intimidad de la víctima de ese suceso: lo ha hecho sin autorización profesional y basado en el sentimiento de sensacionalismo que afecta a algunos periodistas. El fotógrafo, por el contrario, se limitó a cumplir con su obligación y lo habrá hecho llevando a su redacción la serie más completa de lo acontecido. No obstante, habrá colaborado con la mala práctica si sus imágenes captadas vulneran el respeto que se mece todo ciudadano.

El relatado es un ejemplo de malas prácticas periodísticas, donde el fotógrafo no ha tenido responsabilidad por lo que se publica: su misión acaba con la entrega de su trabajo, si acaso, con la selección y primera edición de las copias en laboratorio, mediante la selección de las mejores o haciendo en ellas cortes pertinentes que destaquen las imágenes captadas. La responsabilidad es sólo del editor final y definitivo de las fotografías: éste habrá actuado con el espíritu de los paparazzi en episodios como el de la mujer muerta al caerla la cornisa.

El archivo, como problema
En la segunda de las formas de llegada de fotos a las páginas del diario presentada al principio de este texto, las que se encuentran en el archivo del medio, vuelve a ser el editor gráfico el responsable del desaguisado cuando hay tal. En algunos diarios, incluso autotitulados como ‘de referencia’, se presenta este problema, que suele tener una causa única: la falta de cultura visual del responsable de la edición fotográfica, anclado en el mensaje mal interpretado de la era gutenberguiana. En algunos de estos diarios, provistos de libro de estilo para evitar el desaguisado, se hace hincapié en la necesidad de cuidar, de tener mucho cuidado, con el uso de fotos de archivo. Pero no se tiene tal cuidado.

A los diarios les cuesta dinero las copias fotográficas analógicas tomadas en su momento, de ahí que en muchas ocasiones se decide archivar todo ese material, sin selección previa. Como esa selección previa implica la destrucción o desprecio de copias que han costado un dinero, pues se decide archivar todo lo existente, sin seleccionar antes de archivar. Por esa vía, algunos archivos crecen de forma desmesurada, mientras en ocasiones acaban transformados en meros almacenes de fotografías, sin mayor orden para una mejor gestión.

Lo más adecuado es realizar esa selección previa; como primera medida, no copiar todas las imágenes captadas (en el caso de que se siga trabajando con copias analógicas) y hacer una primera selección justo en el momento de hacer clic con la cámara; en segundo lugar, hacer una selección posterior en el estadio de la copia de imágenes, para acabar de hacer tal selección antes de archivar, después de haber decidido qué se publica. Aunque la foto digital se imponga día a día, los antiguos archivos fotográficos de prensa siguen siendo principalmente analógicos, de modo que los problemas derivados de tal situación se mantienen en el tiempo digital.

Como resultado de lo anterior, muchos archivos están sobresaturados y con una enorme cantidad de fotos innecesarias, que nunca se van a publicar o que se publican de forma errónea. Son archivos supuestos, más cercanos al concepto de un almacén de fotos, sin mayor idea de orden y control sobre lo que allí se custodia. Después viene la falta de cultura visual del responsable de la inserción de fotos en página, que no es un fotógrafo por lo general. Parece existir la idea de que todo vale, que cualquier fotografía por ser de archivo tiene algún valor añadido para servir de modo casi universal. Otra teoría habla de que el lector nunca se entera de los atropellos que se cometen desde las planas del diario, que no se entera de la mala práctica profesional que se hace a través de la fotografía. Hay algo de cierto en esto último o al menos no se manifiesta el malestar que la situación puede originar entre lectores tan poco críticos como meros lectores.

A partir de tales supuestos, que no son tales, se construye el edificio del mal trato dado a la imagen fotográfica en prensa cuando procede de un archivo que no respeta los principios de la archivística, referido a pertinencia entre la foto archivada y el texto al que va a complementar. Si la foto archivada no complementa un texto, deja de ser pertinente y pasa a ser un chirrido dentro de la página que la contiene. Esto sucede con demasiada frecuencia.

El problema aparece a partir de uno de los principios del diseño periodístico, que aconseja que en toda página al menos debe ir una foto en la información de mayor tamaño, que suele ser la más importante. Hay quien entiende que si no hay foto, ésta ha de aparecer donde sea y se recurre al archivo. Las fotos de archivo suelen ser de tres tipos:

  • fotos transmitidas en su día por una agencia de prensa: todas las telefotos llevan un pie de foto con una breve leyenda que incluye todos los datos de la imagen.
  • fotos que no se publicaron cuando se hicieron: suelen ir sin información detallada de lo que significan o a qué corresponden; en ocasiones, el fotógrafo hace una breve anotación al dorso.
  • fotos que se publicaron en su día y se guardan ante la posibilidad de que se vuelvan a reproducir. Lo correcto en estos casos es que al dorso se ponga la fecha y página de su publicación, más el pie de foto que levaron, recortado del diario y fijado a la foto por detrás.

En ninguno de los tres casos tendría que haber problema para la selección de la foto de archivo. Siempre hay o ha de haber una pista para evitar la confusión. Entra en juego, no obstante, la prepotencia del mal profesional que estima que nadie se va a dar cuenta de su jugarreta a la profesionalidad. No puede haber otra explicación a los descalabros que se ven con harta frecuencia. La cuestión es que parece haber una ley periodística que indica que todo lo que aparece en los medios llegará tarde o temprano al conocimiento de la persona afectada o incluida en la información de forma errónea. Aunque sea un convento de clausura perdido en una sierra lejana, si una información, gráfica o literaria, afecta a las personas recluidas entre aquellos muros, tarde o temprano la información llegará y la verdad de lo acontecido saldrá a la luz.

En cierta ocasión, el periódico El País1 publicó una noticia presentada en modo reportaje de esas que huelen a chamusquina. El titular2 hablaba de tráfico de jóvenes indias hacia... conventos de clausura. Es una de esas ‘noticias’ que cuestan creer, que manifiestan una evidente falta de credibilidad al primer vistazo. Es evidente que todo texto informativo que va acompañado de foto relacionada con el mismo muestra una manifiesta verosimilitud, porque la imagen, si es pertinente, subraya la realidad de lo que se narra. Este caso se da en esta ocasión: si hablan de algo relacionado con jóvenes indias y aparece un monja india fotografiada, la primera impresión es que esa persona de la fotografía tiene relación con el texto, que a partir de ahí empezará a ser creíble. El pie de foto se limitaba a este texto anodino: “Monjas jerónimas de clausura de Santa María de Jesús (Cáceres)”. En el texto del reportaje no aparecía mención alguna a las monjas jerónimas de Cáceres.

Lo que parece haber sucedido en la redacción es que alguien recibió el encargo de preparar un texto largo para su edición, que iba sin fotos. De acuerdo con la ley del diseño antes señalada, esa persona pensó en la necesidad de una foto y se dirigió al archivo para encontrarla. La realidad profesional de casos como éste es bastante diferente: si no hay foto, no hay foto. Si un texto no lleva foto, ese texto no tiene foto y se publica sin ella, a pesar de contravenir la aparente ley del diseño ya señalada. Lo que también ha de decir esa ley no escrita es que sí, todo texto ha de ir con foto si el texto es importante en plana, mas si no hay foto que concuerde con el mensaje, ese texto se tendrá que publicar sin foto.

En el caso que nos ocupa, hemos de ver a alguien de redacción que se presenta en el archivo y pide “la foto de una monja india”. No se explica de otra manera. A pesar de que se trataba de un texto de denuncia, esa persona no lo piensa dos veces cuando encuentra en alguna carpeta de monjas una joven con facciones indias. Con la foto en mano se maqueta la página y así sale publicada. Los lectores ven un caso de denuncia con una foto y han de entender que la imagen publicada subraya la verdad contenida en el texto. Así las cosas, poco después el periódico recibe la carta de la superiora de un convento de monjas de clausura perdido en una serranía y se lamenta por lo sucedido: la monjita que aparece fotografiada nada tiene que ver con el texto de la página. La mala práctica habida queda al descubierto, porque el defensor del lector, en este caso, se hace eco de la carta que le envía la superiora del monasterio cacereño3. Asegura esta monja que la foto fue tomada meses atrás, con motivo de un reportaje realizado por un redactor del periódico en el convento. La foto ahora publicada es una de las fotos sobrantes que no se publicó en el primer momento y se envió al archivo, ante la posibilidad de que fuera útil más adelante. Lejos de ser útil, ha servido para resolver aparentemente un problema de cierre de una plana, pero ha servido igualmente para mostrar a los lectores la mala práctica habida en este caso, reflejo de tantos otros que se repiten con más frecuencia de lo que puede soportar un diario de calidad y de referencia.


Notas:

1 El País, sábado 21 de octubre de 1995, página 20 / Sociedad.
2 El Vaticano denuncia el tráfico de jóvenes indias a conventos de clausura españoles, con el despiece: “Los monasterios me piden novicias”.
3 Perdón a las monjas jerónimas de Cáceres. Juan Arias, defensor del lector, El País, domingo 29 de octubre de 1995, página 14 / Opinión.


Dr. José Manuel de Pablos Coello
Catedrático de Periodismo, Universidad de La Laguna, España. director del Laboratorio de Tecnologías de la Información y Nuevos Análisis, LATINA

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