|
Por José
Manuel de Pablos
Número
47
Nos
empeñamos en hablar a los estudiantes
del periodismo de investigación y hacemos
bien. Lo que no estaría tan bien es no
decirles la segunda parte: a las empresas no
les interesa esa práctica, las empresas
cercenan el periodismo de investigación.
Antes mismo de que asome la cabeza. Su práctica
las aleja del poder, de la influencia sobre los
poderes públicos… aunque las acerca
al lector. Y al Periodismo. Pero el Periodismo
no interesa a las empresas, preocupadas tan sólo
por la cuenta de resultados. Por eso, el periodismo
de investigación, que es posible, muere
antes de nacer: los editores lo abortan para
evitar encontrarse con la verdad escondida por
el poderoso. Hay, no obstante, muy pequeñas
excepciones en prensa convencional. La web tiene
grandes posibilidades para mostrar resultados
investigativos periodísticos… hasta
que ese sitio alcance notoriedad y se acerque
al capital. En ese momento, todo volvería
a ser igual.
Más allá
de esa otra realidad de que todo periodismo ha
de ser de investigación, lo cierto es
que es técnicamente posible disponer de
una parte del personal de redacción ocupado
en exclusiva de hacer pesquisas de asuntos turbios
y escondidos, esos que son tan fáciles
de oler desde una redacción, incluso desde
los despachos del piso superior, donde ni siquiera
abren las ventanas, para que ese olor a podrido
que ocultan no llegue a los redactores y se percaten
de que alguien tiene un muerto escondido en su
escritorio.
Hace pocos días
volví a la Universidad Complutense de
Madrid, para actuar en un sínodo creado
para evaluar la tesis doctoral “El periodismo
de investigación en España / Praxis:
causas y efectos de su marginación”,
del joven licenciado (25 años) Javier
Chicote Lerena, dirigido por la catedrática
María Jesús Casals Carro.
La primera de
las críticas hechas al doctorando era
que ya en el título ponía lo que
debería ser una conclusión: la
marginación del P. I. en España.
Pero, ¿cabe la posibilidad de insertar
en el mero título lo que en apariencia
ha de ser, puede ser o es una conclusión?
Parece que sí, en el caso de que lo que
se afirme sea tan llamativo que su ‘descubrimiento’
en las conclusiones fuera una obviedad.
Estamos ante
uno de estos casos: en España, en la débil
democracia española nacida de una transacción
política, que algunos tramposos de la
historia llaman ‘transición’,
la prensa convencional, de corte comercial, que
no de servicio social y ciudadano, margina esta
práctica periodística. Es obvio.
No hace falta hacer una tesis doctoral para dejarlo
patente.
Si así
no fuera, si en España hicieran periodismo
de investigación los grandes diarios (grandes,
en tirada a escala española, no haya confusión),
los tramposos que confunden al personal empleando
la voz ‘transición’ por ‘transacción’
estarían al descubierto. Si algún
diario de verdad independiente, de ideología
autónoma, si lo hubiera, y realizara esta
práctica periodística, hubiera
aclarado a los españoles la verdad escondida
del llamado ‘golpe de estado’ de
aquel 23 F: el golpe que nunca existió
y que ni Fujimori lo hubiera enmascarado mejor.
Los españoles sabrían los detalles
de aquella trama teatral tan bien urdida, monumento
de la propaganda oficial. Pero no hay investigación.
Hay poco periodismo, que todavía es peor1.
Manuel
Ciges, periodista de investigación ejemplar
Hubo tiempos anteriores en los que hubo ambas
cosas. El ya doctor Chicote Lerena nos ilustra
sobre Manuel Ciges Aparicio, periodista valenciano
asesinado por las tropas fascistas del dictador
Franco en 1936. Ciges, muy joven, fue enviado
a la isla de Cuba como carne de cañón:
los españolitos que podían, pagaban
al estado y quedan fuera del servicio militar
obligatorio. Aquello era el ensalzamiento del
caciquismo más hispano jamás pensado,
una inmoralidad histórica.
Manuel Ciges
descubrió pronto los atropellos de aquel
antecesor de Francisco Franco llamado Valeriano
Weyler (¿o se escribe Rotweiler?), a finales
del siglo IXX, capitán general de la última
colonia americana. Ciges descubrió:
Unas fortificaciones
lineales de norte a sur de la isla, que servían
para aislar a los rebeldes cubanos. Estas construcciones
provocaban en los nativos hambre, maltrato,
hacinamientos y otras penurias, hasta el punto
de que algún historiador las ha descrito
como uno de los primeros ejemplos de campos
de concentración (pp. 57-58).
Ciges, que era
sargento, pero antes periodista, contó
al mundo aquel atropello que ha hecho historia
y que sirvió de modelo a los británicos
cuando ocuparon África del Sur y tradujeron
al inglés el ‘weylerismo’,
con el nombre de ‘appartheid’.
El sargento-periodista
narró aquellas barbaridades en el periódico
francés L’Intrasigeant:
le costó ‘dos años infernales
en una prisión cubana’. En aquel
presidio caribeño, el periodista entero
que era Ciges tomó apuntes para verter
en su libro Del cautiverio (1903). En
la obra de Ciges queda patente el espíritu
indómito que ha de portar todo periodista
de investigación, para superar las dificultades
que rodean su vida profesional.
El ejemplo de
Ciges, en una de sus facetas, nos viene a decir
que la prensa da la espalda al P.I. Por eso,
los periodistas que así y todo encuentran
materia que investigar, saben muy bien que el
periódico no es su aliado, que si desean
que sus trabajos vean la luz se han de dirigir
a un soporte diferente: el libro. Y esto se permite
por la poca difusión que el libro tiene.
El periódico
(español) sólo se interesa por
el P.I. si el afectado por las investigaciones
es un enemigo político del director del
medio, de la ideología del medio. Esto
implica un P.I. sesgado y manipulado de antemano.
El caso más paradigmático es el
del diario madrileño El Mundo,
capaz de hacer un P.I. del 10 cuando el blanco
a investigar son militantes destacados del PSOE,
que es un partido que se auto titula ‘socialista’.
En otras ocasiones,
un diario, es el caso de El País madrileño,
crea un espacio que pretende hacer pasar por
P.I. Es la sección Investigación
y análisis, aparecida en 2005, donde
han publicado informes, que no investigaciones,
sobre diversas materias que encuadran con la
línea comercial del diario o que no molestan
las finanzas de su propietario. Unas veces se
refieren al dictador guineano Macías y
otras aprovechan para golpear una vez más
al presidente constitucional y democrático
de Venezuela: en ninguno de esos dos países
hace negocios el dueño del grupo, Jesús
(de) Polanco.
Otras veces,
ese lugar lo ocupa una especie de relatorio policial
con las personas y agrupaciones simpatizantes
de la revolución cubana, que para el diario
‘independiente’ es cosa del diablo.
Otras, con las reflexiones referentes a la transición
(de nuevo, la ‘transacción enmascarada’)
del príncipe Felipe hacia el trono español,
esa figura de épocas medievales. Como
se aprecia, siempre temas de ‘gran interés’
y muy ceñidos a la más rabiosa
actualidad…
El nuevo doctor
dice que no hay que llamarse a engaño
(pp. 80-81):
La filosofía
de la gran empresa periodística, entregada
al mercantilismo y a la influencia política,
es incompatible con el periodismo de investigación.
Investigación y análisis
es un maquillaje, muy atractivo, pero sin la
fuerza necesaria para desenmascarar los entresijos
del poder.
Machacar
al periodista de investigación
Javier Chicote señala varios factores
tendentes a la marginación del periodismo
de investigación en España, entre
otros, la necesidad de dedicar en exclusiva a
varias personas a las labores de investigación
y las presiones externas que va a sufrir el empresario.
Para los actuantes, su dureza y las presiones
y amenazas directas que ha de sufrir. Hay otra
más: el coste de los pleitos, de las denuncias
que podrá afrontar.
Una persona
que se siente afectado denuncia al periodista.
La empresa se lava las manos: no va con ella.
Por lo general, es así: la empresa asegura
que la defensa es cosa del denunciado. El diario
El Mundo es una de las escasas excepciones: como
hay una intencionalidad política en su
actuación, no deja abandonado al periodista-militante,
pero no es la generalidad. Si no lo hiciera así,
se acabaría el filón de redactores
dispuestos a ejercer la ‘libertad de expresión’…
que interesa a la empresa. Lo más normal
es que la empresa no quiera saber del asunto.
Puede suceder, incluso, que la denuncia llegue
cuando ya el periodista no trabaja para esa compañía,
después de un contrato-basura, de esos
que acaban con el estado del bienestar.
La denuncia
puede ser una idiotez, algo sin fundamento, que
no intranquiliza mucho al periodista. No importa.
Sirve al denunciante con segundas intenciones.
“Tengas pleitos y los ganes”, dice
un dicho gitano y verán por qué.
Aparece entonces
el estado medieval residual en la España
actual. El juez acepta la denuncia y se inicia
el proceso, incluso aunque se vea con toda claridad
que la denuncia no va a llegar a ningún
lado. Al final, el juez absuelve al denunciado…
pero no indica que las costas son por cuenta
del denunciante. De ese modo, el abogado defensor
del denunciado pasa su minuta, su factura. Ésta
es ‘móvil’, ‘maleable’:
si el denunciado pedía 100.000 euros,
la minuta es de tanto, por ejemplo, 3.000 euros;
si reclamaba 200.000 euros, la factura sube,
6.000 euros, por ejemplo, casi nada, no en razón
del mayor o menor trabajo ejercido: la minuta,
quien de verdad la establece es quien denunció…
Se pueden imaginar las trampas a que esto puede
dar lugar.
Hay más:
si el afectado entiende que el abogado ‘defensor’
se pasa, se opone a esa factura. Entonces, la
España medieval de nuevo: el juez actuante
escribe al interesado y le da un plazo breve.
Paga la factura o le ‘jura’ su cuenta
corriente. ¿Qué es eso de que le
‘jura’ su cuenta? Significa que el
juez ordena al banco que pague al abogado directamente,
sin que el propietario del dinero pueda oponerse.
¡Así da gusto ser abogado en España!:
todos ricos, sin morosos posibles.
Lo peor viene
después: la Federación Española
de Asociaciones de la Prensa nada pueda hacer,
nada hace: el periodista se ve solo, sin ayuda
posible. En la España actual, los sindicatos
de periodistas nunca han arraigado, como producto
del sentimiento de clase noble que tiene la profesión.
Los sindicatos siempre han sido cosas de la gente
de talleres… Las asociaciones de la prensa
son entidades figurativas, que envían
una cesta por navidad, en ocasiones, o que cuentan
con un brillante cuadro médico, diferente
al de los demás mortales que también
hacen el periódico. Cuestión de
clase.
¿Quién
va a hacer periodismo de investigación
en ambiente tan medieval?
En la tesis
comentada (p. 127), el autor habla con Carlos
Estévez, periodista de investigación
de la emisora televisual Antena 3. El
tema era el 23F:
A alguien influyente
no le gustó que por primera vez se apuntara
hacia el papel ambiguo que pudo desempeñar
la corona en el golpe. Las presiones no tardaron
en llegar y el espacio se arrinconó en
las horas marginales.
Este periodista
es un caso típico del ‘síndrome
Ciges’ (ib.):
Sufrí
amenazas externas e internas. El problema es
cuando amenazan a la familia. Las amenazas tienen
dos fases. Una, cuando la empresa te abandona,
te ahogan económicamente. Yo he gastado
72.000 euros (doce millones de pesetas) en mis
juicios de mi bolsillo. Después, amenazas
a mis hijas, a mi familia. A mí no me
importaba, pero no hay día hoy en el
que no vea al fondo de mi coche, en el que no
tome unas precauciones. Hubo momentos en los
que sí creí que peligraba mi vida,
con alguna de las mafias, sobre todo (Entrevista
con el autor).
El
‘negocio’ de la libertad
El problema, el gran problema, es que la información,
matrimoniada con la libertad y con la democracia
sin apellidos, es una amenaza para mucha de la
basura que inunda la sociedad actual. Y esa basura
tiene un precio muy elevado. Es mucho lo que
está en juego. Si no fuera así,
que alguien explique la razón, si la hubiera,
por la cual la editorial Plaza y Janés,
propietaria de un consorcio alemán, abonó
20 millones de pesetas (en torno a 124.000 euros)
al periodista Jesús Cacho por un libro
donde iba a hablar de tres personajes singulares:
Juan Carlos de Borbón, Felipe González
y Jesús (de) Polanco.
Al recibir la
editorial los primeros capítulos de un
libro que no reclamaba al autor, le dijo que
“tendría que sacrificar el 50 %
de los textos y me negué” (ib.,
p. 292). Cuando Cacho se negó, le dijeron
que quedaba en libertad para publicarlo con otra
editorial… sin reclamarle los 124.000 euros
dados como anticipo2.
Él lo cuenta de este modo: “Para
evitar escándalos, ellos me dieron la
propiedad del libro y me quedé con el
dinero del adelanto. Creo que fueron unos 20
kilos y la propiedad de lo escrito”.
Se pueden imaginar
‘el negocio de la libertad’ y cómo
el periodismo de investigación le puede
afectar, en tiempos en los cuales el periodismo
es ha convertido, Dan Rather, ya jubilado, dixit,
en un periodismo servil.
Notas:
1
Interesados, ver el libro 23-F: el golpe que
nunca existió, de Amadeo Martínez
Inglés (Madrid: Foca Investigación).
2 El libro,
El negocio de la libertad, se publicó
en Madrid a finales del siglo pasado por Foca
Investigación, del grupo Akal y tuvo varias
ediciones.
“Periodismo es preguntar”, artículo
anterior de esta columna, en Razón
y Palabra, agosto de 2005. (Ver números
anteriores.).
Dr.
José Manuel de Pablos Coello
Catedrático
de Periodismo, Universidad
de La Laguna, España. Director del
Laboratorio de Tecnologías de la Información
y Nuevos Análisis, LATINA.
|