|
Por Pedro Rojo
Número 39
Introducción
Recién iniciado el
siglo XXI, las telecomunicaciones se presentan asociadas al concepto
de <<autopistas de la información>> como una
infraestructura determinante en la construcción de una nueva
sociedad más tecnificada, desarrollada e interconectada,
modificando hábitos, costumbres y formas de trabajar, disfrutar
del ocio e incluso de acceder a la formación y cultura. El
nuevo escenario en el que transcurrirá el quehacer habitual
en los próximos años está fuertemente influido
y condicionado por la evolución de las telecomunicaciones,
que han pasado de tener un papel limitado como medio de comunicación
o infraestructura física, a constituirse en la única
vía de relación personal y de desarrollo económico.
Su influencia es decisiva en el modelo de sociedad del siglo XXI.
Es evidente que, al plantear un futuro tan lleno de esperanzas y
oportunidades derivadas del uso de las nuevas tecnologías,
cobran especial trascendencia y significación las consideraciones
sociales y resulta sumamente importante garantizar el acceso universal
a esas vías de conocimiento y relación personal. El
reto de nuestro tiempo, para los servicios de telecomunicación,
no está sólo en adecuarse a la rapidez de los incesantes
cambios, sino en velar para que los sectores de la población
con necesidades específicas y más vulnerables no queden
excluidos del desarrollo social y tecnológico.
En la actualidad, en el terreno de las telecomunicaciones, se ha
llegado a una encrucijada llena de interconexiones entre superautopistas,
autopistas, carreteras secundarias y caminos rurales que se enmarcan
en una fuerte tendencia mundial hacia la liberalización y
desregulación de los sectores implicados en el <<Hipersector
de la Información>>: informática, telecomunicaciones
y medios de comunicación. Este proceso de liberalización
mundial de todos los sectores implicados se ha ejecutado de tal
forma que ha llegado a cuestionarse la misma idea de servicio público
en las sociedades occidentales.
Inmersos en un entorno tecnológico de complejidad creciente,
la sociedad se enriquece con las nuevas posibilidades que presenta
el desarrollo tecnológico a cada momento. Los servicios y
aplicaciones de las comunicaciones móviles y personales,
cual si relatos de ficción se tratasen, parecen hacerse realidad
hoy. La explosión del mercado de las telecomunicaciones viene
marcando, desde hace una década, una serie de transformaciones
a varios niveles que afectan, sin excepción, a todos los
territorios del globo. ¿Quién no conoce Internet?
La famosa (World Wide Web) teje, como su propio nombre indica, una
tela de araña mundial, de la que es difícil mantenerse
al margen.
En el caso español, la política
de regulación de las telecomunicaciones viene marcada por
el desarrollo evolutivo y por la influencia del marco regulador
de la Unión Europea, que tenía como principal objetivo
la liberalización de las telecomunicaciones antes de finalizar
el siglo XX.
La liberalización
de las telecomunicaciones como respuesta a las demandas de las industrias
culturales: imperialismo soterrado
Una de las causas
de las dos Guerras Mundiales del siglo XX fue el proteccionismo
impuesto por las naciones más poderosas a sus productos y
la conquista a cualquier precio de nuevos mercados de materias primas
para sus industrias. Por este motivo, al finalizar la Segunda Guerra
Mundial las grandes potencias propiciaron acuerdos, desde el año
1947, tendentes a liberalizar el comercio mundial. El año
1947 fue la fecha del primer intento de un Acuerdo General sobre
las Tarifas (o Aduanas) y el Comercio, que recibiría el nombre
de G.A.T.T. (General Agreement on Trade & Tariffs). Estados
Unidos fue el país que llevó la iniciativa, quien
ya abogaba por la liberalización del comercio desde la conclusión
de la Primera Guerra Mundial, solicitando la supresión de
barreras económicas y el establecimiento de condiciones comerciales
similares para todos los países. Finalizada la Segunda Guerra
Mundial, Estados Unidos convocó una reunión internacional
(Conferencia Internacional de Comercio y Empleo, que se desarrolló
durante varios meses en Cuba y finalizó en marzo de 1948).
Los acuerdos, recogidos en la Carta de La Habana no
fueron respetados, pero esta reunión contribuyó, aun
antes de que acabara, a la creación del gran acuerdo que
se denominó a partir de ese momento como G.A.T.T. (si bien
éste, como su nombre indica, es un acuerdo -entre gobiernos-
y no un organismo).
Las negociaciones del G.A.T.T. se llevarán a cabo durante
periodos de trabajo denominados conferencias o rondas, convocados
regularmente, recibiendo el nombre de la persona que promueve la
ronda (ronda Dillon) o bien del país dónde se celebra
(Ronda Uruguay). El G.A.T.T. que significó un hito para el
desarrollo y la liberalización de las telecomunicaciones
fue el del año 1992, en donde se abordó la liberalización
de las telecomunicaciones, materia, hasta ese momento, reservada
en exclusiva al ámbito del monopolio estatal.
Por primera vez, el acuerdo preveía una progresiva liberalización
del sector y el recorte en el futuro de sus subvenciones. De esta
manera se instauraba la libre competencia en un sector absolutamente
monopolizado por los respectivos gobiernos.
Pero ¿por qué era necesaria una liberalización
de las telecomunicaciones? La pluralidad en la oferta de infraestructuras
era algo que se pedía a gritos desde muchos sectores, ya
que conduciría a una bajada generalizada de las tarifas que
pagaban los abonados y repercutiría positivamente en el desarrollo
de una economía de servicios, facilitando la incorporación
de cada país a la llamada Nueva Economía, en el plano
económico y a la Sociedad de la Información, en el
plano social. Además, la pluralidad en la oferta de infraestructuras
de telecomunicación favorecía necesariamente la libre
elección personal, según las preferencias de cada
individuo. En el ámbito audiovisual, ya se estaban comenzando
a percibir los efectos beneficiosos de una progresiva liberalización
tras la caída de los monopolios estatales. La liberalización
del sector audiovisual permitía elegir no lo que el programador
decidiera, sino lo que el telespectador deseara, por lo que aumentaban
las posibilidades de elaborar una programación personalizada
y diferente para cada usuario.
La pluralidad de la oferta empuja
necesariamente a la elección personal. La televisión
poco a poco se ha ido especializando en canales temáticos,
entre los que el consumidor elige los que más le interesan.
Existen decenas de canales especializados en música, deportes,
películas, moda, jardinería, etc., lo que provoca
que el consumo de información se realice a medida de cada
persona. Este fenómeno ya está acabando con la televisión
generalista como medio de masas por excelencia, convirtiéndolo
en un instrumento más de comunicación personal e interactiva.
En teoría, la pluralidad de oferta informativa resulta imprescindible
para disipar el peligro que supone el control ideológico,
económico y cultural de los medios de comunicación
por parte de algunos grupos o del propio Estado. La pluralidad garantiza,
cuanto menos, la dificultad para que dicha lacra se generalice.
Cambio tecnológico
y contexto social
La liberalización nos adentra en una nueva era, en la Era
de la Información. Y desde luego es fascinante el enorme
abanico de posibilidades que ofrece esta etapa que va a vivir el
hombre. Pero cuidado, en esta era también se corren riesgos:
que las oportunidades no se aprovechen; que la sociedad no sepa
reaccionar en consonancia con lo que el futuro le ofrece, y que
no sepa convertir en beneficios las posibilidades que ofrecen las
nuevas tecnologías. Aunque no se pueda dar por finalizada,
esta etapa liberalizadora permitirá que los servicios de
telecomunicación de todos los países puedan funcionar
en régimen de libre competencia.
El sector de las telecomunicaciones
fue considerado históricamente uno de los ejemplos clásicos
del denominado <<monopolio natural>>. Esta consideración
sufrió la primera quiebra en el ámbito comunitario
a raíz de la publicación, en 1987, del Libro Verde
Sobre el desarrollo del Mercado Común de los Servicios y
Equipos de Telecomunicaciones, en donde se proponía
una ruptura parcial del monopolio estatal y una separación
entre los servicios de telecomunicaciones (que hasta entonces se
ofrecían asociados de manera exclusiva al servicio telefónico
y a su red). Esta separación permitió tres distinciones
básicas: entre redes, equipamientos y servicios.
En paralelo con el Libro Verde y de acuerdo con los principios recogidos
en él, se aprobó en España, en el mismo año
(1997), la Ley de ordenación de las telecomunicaciones que,
como su propio nombre indica, supone el primer marco jurídico
básico de rango legal aplicable al sector de las telecomunicaciones
y el inicio del proceso liberalizador en nuestro país. Sin
embargo, en un periodo corto de tiempo la ley quedó desfasada
debido al dinamismo del sector. Por lo tanto, se llevaron a cabo
sucesivas adaptaciones de la Ley la evolución de la tecnología
y del mercado.
La liberalización de las telecomunicaciones, por tanto, no
es fruto del azar, sino el resultado de una política conscientemente
dirigida a acabar con un estado de compartimentación de mercados.
Los órganos comunitarios, y especialmente la Comisión,
han sido los impulsores de esa política, que ha evolucionado
desde las tempranas propuestas de 1983 (tendentes a realizar un
comité de reflexión sobre la política de telecomunicaciones
y progresar en políticas comunes de normalización
o investigación) hasta el Libro Verde de 1997 en que se propone
la liberalización de las telecomunicaciones, que venían
siendo el último reducto de servicio público tras
la caída de los monopolios televisivos.
Esta liberalización no se ha hecho sin resistencias por parte
de los Estados. Casi podría decirse que ha encontrado resistencia
decidida en todos ellos. No ha sido un proceso fácil, pues
la innegable presencia de elementos de interés público
en algunos servicios ligados a los servicios de telecomunicaciones
que se pretendían liberalizar obligaba a encontrar una fórmula
que garantizase la satisfacción de esos intereses públicos
en un contexto liberalizado. Las ideas de <<servicio universal>>
y <<servicio básico>> son las respuestas tranquilizadoras
ofrecidas por los poderes públicos a los detractores del
neoliberalismo económico.
Liberalización de
las telecomunicaciones como fermento para la globalización
cultural
La Comunidad abordó
el proceso de liberalización con un ritmo pausado al principio,
que se fue haciendo cada vez más rápido y adquiriendo
mayor intensidad a medida que se aproximaba el siglo XXI y se aceleraba
la expansión de la Nueva Economía. El 1 de enero de
1998 es el punto de llegada a la última fase de la liberalización
de los mercados de las telecomunicaciones en la Unión Europea,
es decir, el final de un proceso de larga historia: el del monopolio
de las telecomunicaciones. Con anterioridad a la publicación
del Libro Verde se habían dado ya algunos pasos. El primer
gran programa de telecomunicaciones nace en 1980, es la comunicación
que la Comisión presenta al Consejo titulada: Recomendaciones
acerca de las telecomunicaciones, conteniendo un primer conjunto
de propuestas de actuaciones comunitarias.
Ya antes, en 1977, la Comisión había planteado la
creación de un grupo de trabajo para el estudio de las futuras
redes de telecomunicaciones. Pero fue a posteriori cuando se decidiría,
como líneas de actuación, poner en marcha un mercado
comunitario de terminales, esto es, poner en marcha la primera fase
de apertura de los mercados públicos, y crear un <<Comité
conjunto>> para identificar los problemas de política
industrial.
Inmediatamente se plantearían conflictos al aprobarse, en
abril de 1981, la Ley de Telecomunicaciones británica. El
<<Asunto British Telecom>> se convierte en
un hito en la jurisprudencia europea, ya que por primera vez se
condena a una compañía de telecomunicaciones por prácticas
monopolísticas. La Comisión denunció a British
Telecom por abuso de posición dominante, y el Tribunal
Europeo de Justicia, en una famosa sentencia de marzo de 1985, no
sólo daba la razón a la Comisión, sino que
establecía claramente que se debían aplicar siempre
la reglas de la competencia. Después se desarrollaría
el programa RACE de 1984, donde la política comunitaria se
orientaba en torno a cinco ejes:
1. Coordinación del futuro desarrollo y proyectos de infraestructuras
comunes (RDSI, comunicaciones digitales móviles y banda ancha).
2. Creación de un mercado comunitario de terminales y equipos.
3. Lanzamiento de un programa de I+D ( programa RACE).
4. Promoción de servicios y redes avanzadas en regiones periféricas
menos favorecidas de la Comunidad.
5. Definición de posturas comunes europeas en este sector.
Los cinco ejes definen la actividad
de la Comunidad en el campo de las telecomunicaciones, aunque no
agotan todas las acciones realizadas por la Comunidad hasta ese
momento. Pueden destacarse las directivas dirigidas a evitar la
introducción de nuevas reglamentaciones nacionales que pudieran
constituir un obstáculo al comercio intracomunitario o las
de la normalización en el campo de las tecnologías
de la información y las telecomunicaciones. Por este motivo,
podemos clasificar las directivas liberalizadoras europeas, en el
campo de las telecomunicaciones, en tres etapas:
1º. Liberalización de
los equipos terminales.
2º. Liberalización de los servicios (servicios propiamente
dichos y apertura de redes sobre las que se han de prestar los servicios
liberalizados).
3º. Ampliación sucesiva de la liberalización
a los servicios de telefonía vocal y a las Infraestructuras.
En 1986 se aprobaba el Acta Única Europea, en donde se produce
la preparación de un nuevo programa de telecomunicaciones,
que se plasma en el Libro Blanco, de 1987, Sobre el Desarrollo
del Mercado Común de los Servicios y Equipos de Telecomunicaciones.
Evidentemente, el objetivo es caminar por el proceso de liberalización
del sector, y fruto de este documento será la Comunicación
de la Comisión titulada: Puesta en práctica del
Libro Verde, en el que se marca como objetivo la apertura plena
y rápida a la competencia del mercado de terminales de comunicación
antes del 31 de diciembre de 1990.
Vendría después la Directiva de junio de 1990 y los
estudios encargados por la Comisión, con el horizonte hasta
el año 2010, que resultarían intrascendentes para
las decisiones de la Comisión y su informe. En 1992 se publican
las Consultas sobre la situación del servicio de Telecomunicaciones.
Precisamente, se contemplaba la publicación de un Libro Verde
Sobre comunicaciones móviles y personales, para
antes del 1 de enero de1994; un Libro Verde Sobre la futura
política de infraestructuras, para antes de 1 de enero
de 1995. Y asimismo, las necesarias modificaciones del marco normativo
comunitario para antes de 1996.
El Libro Blanco Sobre el Crecimiento, la Competitividad y el
Empleo, de Jacques Delors de 1993 se planteará la puesta
en marcha y el desarrollo de la Sociedad de la Información
como uno de los instrumentos esenciales del futuro desarrollo europeo.
Con tal filosofía se elaboró el famoso Informe
Bangeman: Europa y la sociedad global de la información para
el Consejo Europeo de Corfú, que recoge los principales problemas
del sector, recomendando específicamente la liberalización
de las infraestructuras de telecomunicaciones.
En 1994 se aprobaría el Libro Verde y su segunda parte en
1995, así como el calendario de actuación que contemplaría
un desarrollo hasta completar la implantación en los Estados
de las medidas de liberalización indicadas para el 1 de enero
de 1998. De esta manera, se llegaba al Programa de Telecomunicaciones
a través del cual la Comisión culminaría el
proceso de liberalización de las telecomunicaciones, terminando
dicho proceso en 1998 1. A partir de esta fecha,
el sector se encuentra plenamente sometido a las reglas de la libre
competencia y a los retos del futuro2.
Lo más significativo, probablemente, es que la liberalización
es el resultado de una decisión política de la Comunidad
que pretende combatir el programa de liberalización de las
telecomunicaciones auspiciado por la Administración norteamericana.
Los órganos de la Comunidad, y especialmente la Comisión,
habían recurrido a argumentos de corte estrictamente jurídico
en apoyo de una política en materia de telecomunicaciones
que inicialmente, como hemos visto, se basaba en una apreciación
de conjunto de los intereses de la Comunidad, en una perspectiva
fundamentalmente económica que atendía a los intereses
de la industria comunitaria y a su peso en el concierto mundial,
centrándose en el desarrollo y presencia europea en un futuro
mercado mundial de la información y tecnologías de
acompañamiento.
El proceso de liberalización nos da una idea de que las telecomunicaciones
eran y son un elemento clave de cualquier estrategia de reactivación
económica y social, y que los cambios afectan a las raíces
mismas de la sociedad, al desarrollo de las nuevas tecnologías,
al crecimiento económico, en una palabra, a la capacidad
de Europa para mantener su protagonismo en el escenario de la economía
mundial. Pero, sobre todo, lo más significativo del proceso
es que lleva consigo la caída de uno de los últimos
monopolios del Estado. Se pretende promover la industria de telecomunicaciones
con el fin de que se mantenga un gran nivel de competitividad en
un contexto que, como todos sabemos, es de rápido cambio
tecnológico. También se quiere permitir a los operadores
de telecomunicaciones europeos confrontar bajo las mejores condiciones
posibles los desafíos tecnológicos a los que tendrán
que hacer frente en los próximos años.
Por lo que respecta a la oferta y demanda se puede decir que se
quieren ofrecer oportunidades a los proveedores de servicios de
mejorar sus costes y de introducir nuevos y mejores servicios de
información, con el fin de crear una reacción en cadena,
creando nuevas infraestructuras para nuevos servicios y mercados
relacionadas con la comunicación. Por otra parte los usuarios
de las telecomunicaciones avanzadas e innovadoras podrán
disfrutar de ellas a bajo coste, con el objetivo de cimentar la
base de la economía europea, así como la creación
de empleo durante las próximas décadas.
También se pretende promover la formación de un mercado
interno comunitario de las telecomunicaciones y los servicios como
base indispensable para sostener una posición de fuerza en
el mercado mundial. Se espera lograr, con la implantación
de telecomunicaciones, un desarrollo importante de aquellas regiones
menos favorecidas dentro de la Comunidad, de manera que puedan beneficiarse
de los esfuerzos de los Estados miembros líderes en este
sector.
Estos son los objetivos que se plantearon los Estados miembros de
la Unión Europea al elaborar el programa R.A.C.E. (Research
into Advanced Comunication Technologies for Europe -Investigación
en Comunicaciones Avanzadas para Europa-), que contemplaba todos
los ámbitos de la comunicación: TV por cable, comunicaciones
por satélite, fibra óptica, etc., y no sólo
de la telefonía3.
La brecha digital y los
problemas de exclusión tecnológica
Los cambios económicos
están estrechamente vinculados a los tecnológicos
en la Nueva Economía. Éstos últimos, hacen
que la denominada <<aldea global>> además aporte
a las economías estatales una jugosa cantidad de ingresos,
ligados a la pujanza de las redes mundiales de empresas y la creación
de entidades político-económicas de asociación
entre países -cuyo paradigma podría ser la CEE-, que
hacen de las telecomunicaciones el elemento vertebrador del sistema
económico mundial.
Los poderes económicos compiten para lograr la ventaja estratégica
que otorgan las telecomunicaciones, la informática y los
medios de comunicación. Por este motivo no es de extrañar
el interés desmedido de los grandes negocios por entrar de
lleno en el hipersector de la información, mediante la explotación
directa de empresas o a través de la participación
en la propiedad de las empresas que ya se encuentran instaladas
el mercado. Se llega así a un nuevo concepto de influencia
y poder, lejano ya del aceptado hasta ahora. La riqueza de los países
y de las entidades no sólo depende de lo que sean capaces
de producir en bienes de carácter físico sino, en
forma creciente, de su eficacia para identificar y procesar la información,
que, en definitiva se traduce en una capacidad de innovación,
paralela a su posibilidad de competir con otros en la creación
de productos y servicios4. En
el año 1999, Telefónica S.A. dejaría
de ser la única empresa del sector, para que entraran otros
competidores como Retevisión o Uni-2. Además,
Telefónica S.A. podría introducirse plenamente
en el mercado de otros países europeos, e incluso, un usuario
europeo podría elegir cualquier compañía que
no estuviera en su propio país. La competencia obliga a las
empresas a mejorar constantemente y a ser más eficaces a
la hora de reportar una cantidad de beneficios al usuario. La compañía
más innovadora, la que ofrezca más prestaciones y
servicios se hará con el mayor número de clientes5.
No cabe duda de que en la Era de
la Información va a cobrar mucha importancia el desarrollo
de cuatro fenómenos sociales que ya son un serio motivo de
preocupación para los gobiernos, y causa de inquietud para
toda la sociedad: el empleo; el futuro de la democracia; la educación
y la exclusión.
No se pueden predecir exactamente las consecuencias que tendrá
la introducción de las telecomunicaciones en los sistemas
industriales, ya que se corre el riesgo de aumentar el número
de parados, en lugar de generar empleo. Por otra parte una mejora
de las conexiones daría mayor participación en la
vida pública, lo que supone una consolidación de la
democracia. Pero hay un peligro, y es que se produzcan atentados
contra la intimidad y la seguridad de las personas, en lo que respecta
al acceso y uso de datos sobre su vida privada.
Los estudiantes se pueden beneficiar de una mejora en las telecomunicaciones
ya que brindan la oportunidad de llevar una buena formación
a cualquier parte del mundo, sin límites fronterizos. Además,
la enseñanza puede ser más personalizada. Esto implica
una transición del concepto <<enseñar>>,
hasta ahora pasivo, al concepto de <<aprender>>, mucho
más activo. Pero puede suceder que una parte de la sociedad
quede excluida del proceso porque no tenga la posibilidad de acceder
a las nuevas tecnologías.
Esto nos conduce al cuarto problema, la exclusión. Existe
la posibilidad de que la Era Digital sea sólo para unos cuantos,
no para todos. Por diversas razones: porque no resulte rentable
a las empresas de telecomunicaciones que las redes lleguen a determinados
lugares; o porque la Sociedad de la Información se convierta
en una de peaje, en la que solo puedan participar aquellos que puedan
pagar; o bien porque la falta de formación en materia de
nuevas tecnologías pueda hacer que el ciudadano se pierda
en el laberinto tecnológico6.
Es incuestionable la supremacía
de Estados Unidos en la Red, que se refleja en aspectos fundamentales
como la paridad en su uso tanto por parte de hombres como de mujeres.
El 50,9% de los estadounidenses (más de 52 millones de personas)
dispone de conexión a Internet. El segundo puesto lo ocupa
el Reino Unido, a bastante distancia, con un índice de penetración
de Internet cercano al 34,4% de la población. El tercer lugar
recae sobre los alemanes con un 30,4%, un 9% más que Francia
y el doble de España, con un 15,8% de habitantes conectados
a la Red.
Otra de las claves para conocer
el desarrollo de Internet radica en la cantidad de dinero que mueve
el comercio electrónico. Los que más transacciones
realizan son los estadounidenses, con un 74,1%. Aun así,
la distancia que le separa sobre Gran Bretaña, el más
país europeo más desarrollado, es de dos décimas.
La mayoría de los sitios web en donde se realizan actividades
de comercio electrónico corresponden al sector bancario y
de ocio (música y libros). La brecha tecnológica que
ha separado a Estados Unidos y Europa se va reduciendo paulatinamente
a medida que pasan los años. Por lógica, el crecimiento
en la penetración de Internet en EEUU se ralentizará
para estancarse dentro de unos años7.
Con el término <<brecha
digital>> se tiende a medir la distancia que existe en materia
de nuevas tecnologías entre distintos países. La implantación
de Internet depende no sólo del grado de desarrollo económico
de cada país, sino también de la utilización
que hagan de esta tecnología sus habitantes o incluso de
las políticas de desarrollo emprendidas por los respectivos
gobiernos. A pesar de lo que se pueda creer, la penetración
de Internet es desigual incluso entre zonas de desarrollo económico
similar, como ciertos países de la unión Europea o
Estados pertenecientes a EE.UU.
Notas:
1
MERINO MERCHÁN, J. F.; PÉREZ-UGENA, M.: Régimen
de las telecomunicaciones, Tecnos, Madrid, 1998, p. 134.
2 BOE nº 99, de 24 de abril
de 1998: Ley General de Telecomunicaciones, 11/1998, de 24 de abril.
3 INFORMES ANUALES DE FUNDESCO:
Telecomunicaciones 1996/ Tendencias, Madrid, 1996.
4 DE LA CUADRA-SALCEDO, TOMÁS:
Liberalización de las telecomunicaciones, servicio público
y constitución económica europea, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1995.
5 MILLÁN, J. A.; PÉREZ
DEL RÍO, C.: Europa y las telecomunicaciones, Fundación
Universidad- Empresa, Madrid, 1989.
6 ROE, P.: Telecomunicaciones
para todos. Propuestas para unas comunicaciones accesibles, Los
libros de FUNDESCO, Colección Impactos, Madrid, 1996.
7 Estudio elaborado por la consultora
NetValue en enero del 2002. en él se ha tratado de cuantificar
la distancia que hay en el uso de Internet entre estas dos zonas.
Los países en los que se ha llevado a cabo el estudio son
los más desarrollados de Europa (Reino Unido, Francia, Alemania,
España) y Estados Unidos. Redacción baquia: brecha
digital, <http://www.baquia.es>.
Dr.
Pedro Antonio Rojo Villada
Depto. de información
y documentación, Facultad de comunicación y documentación.Universidad
de Murcia, España. |