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EL FLAUTISTA EN LOS UMBRALES DEL AMANECER

Por Diego Juárez
Número 62

 

A Syd Barret, por Pink y por Floyd.

Valga el bosquejo de las siguientes coordenadas sólo para situar el momento electoral en el que nos encontramos.

¿Terminaron ya las elecciones? ¿Existe un ganador oficial? No, mientras el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF  o TRIFE) no formule la declaración de validez del presidente electo, como estipula el artículo 99 constitucional.
 
La fracción II de este artículo establece que la Sala Superior del Tribunal “realizará el cómputo final de la elección de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, una vez resueltas, en su caso, las impugnaciones que se hubieren interpuesto sobre la misma, procediendo a formular la declaración de validez de la elección y la de Presidente Electo respecto del candidato que hubiese obtenido el mayor número de votos”. 

El litigio iniciado con las impugnaciones presentadas por los partidos y coaliciones puede extenderse hasta  el 6 de septiembre, fecha límite para que el TRIFE califique la elección.  

El IFE dio a conocer de manera paulatina, a partir de las 20:00 Hrs. del 2 de julio, los resultados del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP). El día 5 de julio inició, en los 300 Consejos Distritales, el cómputo de la votación de cada una de las casillas para las elecciones de Presidente, Diputados y Senadores.

El jueves 6 de julio, el IFE informó la suma total de los votos de los candidatos a la Presidencia de la República. Sabemos, por el momento, que los resultados arrojan una ventaja de alrededor de medio punto porcentual (aproximadamente 240 mil votos), a favor de Felipe Calderón, candidato del PAN, sobre el candidato de la coalición Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador.

No obstante, por poner un ejemplo, faltan estimar y desahogar los casi 225 juicios de inconformidad que la coalición integrada por el PRD, PT y Convergencia, ha presentado al TRIFE.    

Hasta aquí las coordenadas elementales de lo que sostenemos es una perspectiva extensiva de las elecciones. Ésta incluye el momento en el que los electores sufragan, todos los aspectos previos de pre-campañas y campañas, así como lo que concierne al trabajo del IFE durante y después de los sufragios, y la intervención final del TEPJF.

La etapa post-electoral culminará un ciclo electoral accidentado. Un examen de los saldos nos permitirá comprender mejor este diagnóstico y señalar algunas implicaciones.
 
Se está haciendo tarde mañana.

El proceso previo al 2 de julio, desde temprana hora fue convertido por los actores políticos y no políticos involucrados (candidatos, partidos, distintos poderes y órdenes de gobierno, medios de comunicación, empresarios), en una contienda encarnizada.  

En ésta se pusieron en juego las artes, ciencias y técnicas más avanzadas o de punta, en combinación con otras que pensábamos confinadas a objeto de estudio de la paleontología.

La “sofisticación” de la mercadotecnia electoral se combinó con un neocorporativismo vía los padrones de Sagarpa y Sedesol. Los indicios de la manipulación cibernética, algoritmo de por medio, de los sistemas de conteo, coexistieron con la entrega de sacos de cemento a cambio del voto a favor de determinada fuerza política o candidato.

No dejó de ser contrastante la intervención abierta y pública de Vicente Fox, a favor de un candidato y en contra de otro, mientras algunos analistas y comentaristas políticos apelaban a los argumentos más modernos para convencernos de que la vía electoral, las instituciones que la sostienen y los instrumentos disponibles garantizaban la equidad, la transparencia y la certidumbre, que como ciudadanos necesitábamos para elegir de manera responsable el proyecto de país más conveniente.

Es cierto, que buena parte de estos intelectuales nos advirtieron con oportunidad respecto de la pobreza de los proyectos presentados por los candidatos. A pesar de la intención didáctica y de los afanes loables para entrar en razón, en ciertos grupos pesó más el encono. Elegir consistió en darle cauce a los fervores y animadversiones.

Quizás los días previos al 2 de julio, muchos no lo vivieron como la preparación de una fiesta cívica, sino como la espera apasionada del momento en el cual detendrían a un contrincante non grato. Por miedo, desinformación, prejuicio o malestar también se votó. El ánimo no era el mejor después de los escarnios esgrimidos y de los agravios acumulados.

Alimentaron este clima emocional las actitudes desmesuradas de los candidatos, la pretensión reproductiva y ambiciosa de la burocracia de los partidos políticos, la falta de un presidente del país con la estatura de estadista que los tiempos demandaban, el protagonismo irresponsable de comunicadores y medios, la desempeño vacilante del Consejero Presidente del IFE, y la incapacidad de este instituto para legitimar en los hechos previos a la elección su papel como árbitro de la contienda.

La conjugación de estos aspectos ha permitido vislumbrar una parte del México profundo que, para decir verdad, no fue causado por las campañas del miedo o por la denominada guerra sucia de los spots, pero a la cual éstas sí invocaron de manera inconsciente: la neurosis social provocada por los estamentos de premodernidad de genealogía histórica que subyacen al funambulismo prácticado en las denominadas vida pública y privada. Los ejes axiales de este entramado son la polarización de clases, el racismo latente, la marginación, modalidades de fundamentalismo y el autoritarismo institucional.

Hoy nos veremos ayer.
 
Las cifras indican que sufragaron cerca de 42 millones de mexicanos de un padrón de 71 millones, en una elección calificada muy rápido, quizás demasiado pronto, de ejemplar.

Periodistas, analistas, actores políticos y el propio IFE, definieron la jornada electoral como la fiesta de la democracia. El parte de esa jornada establecía que la gente había acudido a las casillas de manera libre y pacífica, todo transcurría sin incidentes y no faltaron elogios para presentar la elección como un ejercicio de transparencia.

No pasó mucho tiempo para que esa andanada eufórica alcanzara también al IFE. Institución que en efecto nos ha costado mucho crear y mantener, que ha suscitado orgullo y representa un símbolo del avance democrático de México. Pero que nunca como ahora, había sido sometida a prueba.

Es cierto que la estatura intelectual, profesional y humana de José Woldenberg no puede equipararse a la de Luis Carlos Ugalde. No existe parangón entre los consejeros de aquel mítico IFE y los del actual. Quizás la reflexión no tenga sentido, pero creemos que es necesario formularla de cualquier manera: ¿Cómo hubiera respondido ese IFE prototípico ante un proceso electoral como el que estamos viviendo que quizás pase a la historia como una contienda paradigmática?

Una suposición temeraria. La ecuación personal habría estado por encima de la capacidad técnico-instrumental, mas no hay elementos para pensar que el instituto no enfrentase las mismas dificultades, con saldos similares, a propósito del conteo rápido, del PREP y del cómputo de los Consejos Distritales.

Y, ¿por qué no creerlo?, quizás la elección también se hubiera hecho acreedora a impugnaciones con un litigio resuelto al final por el TEPJF.

Pese a las simpatías o antipatías que despierte en nosotros el IFE, no podemos cerrar los ojos a las evidencias. En esta elección la variable personal fue tan ineficaz e ineficiente como los componentes técnico-instrumentales y administrativos. Un botón de muestra: el Consejero Presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, sustentando su dicho en la suma de los cómputos distritales, declaró que en la democracia gana quien obtiene más votos, aludiendo en este caso a Felipe Calderón. Incurrió en un error lamentable, ya que la Constitución señala que el cómputo general, el que establece en todo caso quien gana una elección, es atribución del TEPJF, no del Consejo General del IFE.  

Un deslinde elemental. Es claro que con la tesis de la variable personal no nos referimos al millón de mexicanos, elegidos al azar, que contaron los votos en las poco más de 130 mil casillas que se instalaron; ni estamos desestimando el papel de los más de un millón de representantes de partidos que vigilaron la emisión y el conteo de votos; tampoco menospreciamos a los casi 26 mil observadores nacionales y extranjeros que fueron testigos de la elección más concurrida y cerrada de la historia de nuestro país. Por supuesto reconocemos la importancia de que la gente votara en la forma en la que lo hizo y estimamos el valor que tiene esto en la cultura política del país.

No obstante, sostenemos que, independientemente de cuál sea el resultado final de la elección y de cómo culmine el proceso, es necesario someter a un examen riguroso al IFE por un observatorio ciudadano. No olvidemos que se ha constituido y funciona con recursos públicos, por lo que debe entregar cuentas a la sociedad.

Me parece que una auditoría completa y meticulosa, beneficiaría al propio instituto. Es necesario convertir la elección de los consejeros no en un asunto privado de partidos, sino de interés público, en el que los ciudadanos se manifiesten también a través de un órgano de representación directa (¿Consejo Ciudadano?).

No es momento de defender al IFE sobrevaluando su trabajo ni creo que sea tiempo de deslegitimar su valor institucional. Es evidente que cometió errores.

Evitemos las trampas que colocan a la democracia per se como sinónimo de contar con un presidente electo. Quizás nos convenga más percibir la experiencia de esta elección que todavía no concluye, como un signo que nos indica que la sociedad mexicana pasa de la diferenciación estructural a una mayor complejidad funcional. De lo cual se desprenden lecturas respecto de la sociedad, de la responsabilidad pedagógica del Estado, del valor de la democracia y del perfil del nuevo presidente.

Mañana vi los umbrales del amanecer.

Propongo un punto de partida arbitrario para poner en contexto las lecturas que enumeramos: intersticio.

Desde una semántica personal, casi introspectiva, un intersticio es un resquicio o una grieta entre dos tiempos o dos lugares.

Sirva este concepto frágil a un propósito especulativo. Las elecciones que acabamos de vivir, en un sentido más que literal, y cuyo desenlace es todavía imprevisible, tienen de suyo el valor de hacer visible el interstitium, donde se pueden ver con nitidez inmejorable algunas de las contradicciones sociales, económicas y políticas del país.

Un ejemplo como muestra. México es un país multicultural que tiene una franja muy amplia de habitantes, tanto de sectores urbanos como rurales, de diversa condición socioeconómica, de diversas edades, que tienen en común, como hemos visto, predisposiciones hacia la exclusión, la intolerancia, el autoritarismo y la violencia simbólica contra los que son ajenos, diferentes y, paradójicamente, son un complemento en la configuración de la identidad propia.

La elección nos ha permitido hacer visible estas actitudes soterradas y nos pone en el reto de invertir, como Estado, como sociedad y como país, en una cultura de la democracia sustentada en principios y valores como la convivencia, el respeto, la tolerancia, la cooperación. La constitución de un espacio social de bienestar es fundamental para hacer efectivos esos principios y valores en la vida cotidiana.

La política puede desempeñar un papel estratégico en este reto si, deja de ser fin en sí. Si abandona la perversidad que la lleva a concitar, más que a convertirse en un medio para convocar y conmover acciones individuales y colectivas, públicas y privadas, nacionalistas y globalizadas, de los pobres y de los ricos. Acciones enfocadas a emprender una profunda tarea civilizatoria respecto de los derechos humanos de tercera generación, por medio de la educación laica, científica y humanista. 

De otra forma, defender principios, valores o instituciones, en abstracto y pasando por alto toda consideración humana, no deja de ser un ejercicio dogmático, estéril y contra la historia.

La experiencia de esta elección puede leerse, lo mismo por la derecha que por la izquierda, como un llamado de atención: es urgente resolver los problemas sociales que de persistir nos pondrían en la víspera de un estallido. Cuando señalamos resolver, esto incluye modificar la política económica de carácter restrictivo que por un lado genera pobreza y, por otra parte, diseña estrategias asistencialistas para mitigarla.

Es importante rescatar a la democracia y a las elecciones mismas como ejercicio cívico, antes de que se conviertan en referentes desprovistos de sentido cotidiano. Quizás la gente que ahora se expresa en la calle, ve con angustia la disolución de las incipientes esperanzas puestas en ellas.

Un escenario recomendable: aceptar las fallas de origen del proceso electoral, revisar con sentido autocrítico las instituciones, los instrumentos y el desempeño de los responsables; además de poner como valor superior lo que la gente haya decidido realmente en las urnas, al margen de los intereses particulares.

En este sentido, es cierto lo que señala Mauricio Merino, exconsejero electoral del IFE, “requerimos una verdadera obra maestra del TEPJF para devolver certeza a los resultados”. Coincidimos con él respecto de que el TRIFE puede hacer todas las diligencias que considere pertinentes para alcanzar dicho objetivo (incluso contar voto por voto, casilla por casilla); jurídicamente es posible, socialmente es deseable.

Podríamos dar un paso cívico de indudable valor histórico, si no jugamos con los sentimientos de la gente, si respetamos la pasión puesta en sus candidatos, y en el ejercicio de sufragar y de esperar que su voto cuente. Si, aunque parece improbable, todos los poderes formales e informales del país apuestan a un pacto social de reconciliación y unidad.

Es importante dejar constancia a quien resulte electo Presidente de la República que la sensatez y la sensibilidad serán cualidades indispensables en los umbrales del amanecer, donde la historia que viene estará de parte de los estadistas que mandarán obedeciendo.


Diego Juárez Chávez

Tlalnepantla, julio 2006.

 

 

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