Razón y Palabra

 

México

Inicio

CRÓNICAS DE SUEÑOS Y URNAS

Por Diego Juárez
Número 62

 

A Zaira, Isaac, Tania, Mirelle, Emiliano, Valeria y Oma;
el futuro no existe, los sueños sí.

A Amelia y Ruth; la democracia está también en las calles.

A don Mariano (Lucho) y doña Emma; la democracia está también en la casa.

A don Rafael; los sueños existen, las pesadillas también. 

 

Mediodía. Domingo 30 de julio. Paseo de la Reforma, Ciudad de México. A unos pasos de la glorieta del, en estos días de remodelaciones, Ángel Ausente, una pareja de jóvenes sostiene un cartel con una consigna irrefutable: “Nuestros sueños no caben en sus urnas”.

Seguro, alguno de los más de dos millones de personas que acudieron a la convocatoria de la tercera asamblea informativa de López Obrador, leyeron esta inteligente y humanista expresión de inconformidad.

Cito la instantánea por dos razones. Primero, como una muestra de la imaginación y de la creatividad de los ciudadanos que participaron en este ejercicio cívico. Por cierto, no fueron 180 mil los asistentes, como de manera oficial señaló la Policía Federal Preventiva. Si su método de cálculo es una evidencia de la precisión con la que trabaja esta dependencia, ahora entendemos el porqué de su ineficacia para combatir al crimen organizado, particularmente el narcotráfico.

Segundo, como un índice cualitativo de un indicador existencial que quiero compartir con los lectores: el desfase y desencuentro entre las creencias, intereses, necesidades, expectativas y prácticas cotidianas de la gente; y la representación y posición de un sector respetable de la opinión pública, que, entre otras atribuciones, tiene la audacia de hablar en nombre del orden institucional.

Previo a la exposición, me parece pertinente, en función de un compromiso mínimo, hacer una aclaración y plantear lo relativo y reiterativo de mi postura.

El indicador señalado no es nuevo. Una genealogía simplista permitiría, quizás, ubicar el origen en uno de los procesos de diferenciación estructural de la sociedad que llevaron a la constitución de una esfera pública donde aparecen líderes de opinión, con determinada posición social y con capitales culturales particulares, quienes toman posición como defensores de principios ilustrados de civilidad.

¿Ante qué entidades o ante quiénes asumen estos líderes el papel de defensores de las instituciones? Parece claro: ante las instancias de poder -por ejemplo, la esfera política- susceptibles de caer en excesos.

La actuación de estos actores sociales está marcada por condiciones, digamos, ontológicas:

  • Ser, de facto, contrapeso del poder.
  • Actuar con responsabilidad respecto de grupos más o menos amplios de personas a los que representan simbólicamente.
  • Obtener legitimidad de este hecho, y de la capacidad para que a través de ellos expresen, discutan y, en ocasiones, consensuen sus intereses los diversos sectores sociales.
  • Ser los depositarios de una atribución cuasi pedagógica: formar opinión alimentando con información objetiva, pertinente, oportuna, racional y completa, al espacio público para que la comunicación, y todo lo que de ésta se desprenda, redunde en una especie de bienestar común.  

 

Una inferencia elemental: de lo expuesto se desprenden muchas interpretaciones, una, en efecto, es la idea de que las funciones que desempeñan los líderes de opinión son una inversión/apuesta de la sociedad al orden; otra, que varios sectores de esa sociedad no apuestan necesariamente a ese orden o, en todo caso, esto ocurre sólo cuando conviene a sus intereses.

La pretensión/expectativa depositada en los líderes de opinión se sostiene en una especie de modelo de credibilidad: el líder es prototípico; es neutral, guarda una distancia respecto del poder y respecto de las masas de población, no toma partido por alguno de ellos, en todo caso su causa es la convivencia pacífica, el encuentro; es un mediador, es decir, un agente social que usa la comunicación para que los otros (grupos de poder y masa) se pongan en relación, los acerca a través de la información y actúa, en la medida de sus posibilidades, para que se entiendan.

Hasta aquí una desordenada aclaración respecto de un posible origen (¿crónica de un sueño?), no del desencuentro, sino de, lo que sostenemos (ésta es nuestra postura) es la improbabilidad del encuentro. Éste es más improbable en la medida que se vuelve más compleja la sociedad, por tanto más diferenciada.

Para ser claro. En el estadio de desarrollo de la sociedad mexicana en esta primera década del siglo XXI, la probabilidad es baja de que se dé una relación armónica, estrecha y coincidente, entre líderes de opinión y los diversos grupos de la sociedad. No es posible que ocurra un encuentro en los términos en los que alguna vez existió o se pretendió que se diera. La constante será el desfase. 

Exploramos los rasgos más sencillos del desencuentro y, posteriormente comentamos las implicaciones y consideraciones.

Dios, con tu permiso, pero ya vine de la muerte.

El lunes 31 de julio, el conocido analista, Jesús Silva-Hérzog Márquez, expuso, en el Programa de televisión Entre tres, un razonamiento revelador: la idea que sostiene el 30% de la población de que hubo fraude en la elección de 2006, y de que la actuación del IFE fue incorrecta, no es un hecho real que se sostenga por sí mismo, sino que es un fenómeno de percepción.

Este punto de vista, respetable sin duda, coincide, en términos generales, con el discurso expuesto en diversos espacios públicos, por otros intelectuales y periodistas, como Leo Zuckerman, Raymundo Riva Palacio, Sergio Sarmiento, José Cárdenas, Ciro Gómez Leyva, Enrique Krauze y Joaquín López Dóriga, por mencionar algunos.

Quiero dejar claro que, aunque existe entre ellos una eventual coincidencia en este punto particular, esto no significa que se trate de un bloque homogéneo de líderes de opinión. A los matices respecto de diversos temas, subyacen diferencias sutiles y significativas en sus argumentaciones.

La idea de Silva-Hérzog la retomamos, porque en principio nos parece ilustrativa, de lo que piensan algunos sectores de población que usan este argumento para defender el aparente triunfo de Calderón; que por cierto, no necesariamente es el caso de todos los líderes señalados.

Desde este punto de vista “el fraude no es cierto, ya que no es un hecho objetivo”; “la actuación del IFE fue impecable, profesional y eficaz”. Pensar lo contrario es una representación imprecisa, una estimación apasionada; una forma subjetiva, sesgada e incorrecta de ver el proceso electoral y el resultado del mismo: “porque querían que ganara López Obrador, y creían que ganaría, y no aceptan que perdió, por muy poco, pero perdió, por eso piensan que la elección fue fraudulenta”.

Se esgrime, en un afán de concesión excesiva: “sí pudo haber algún error humano de aritmética, pero por un caso no puedes deslegitimar toda la elección”. El remate es contundente: “ni puedes decir que el IFE manipuló todas las casillas para que perdiera López”.

Desde una fenomenología de banqueta y con base en una hermenéutica de ocasión, que tienen también su legitimidad como herramientas conceptuales de análisis, consideramos que es incorrecto comparar los puntos de vista de esos líderes de opinión con los de la gente, estableciendo una diferencia a favor de los primeros con base en que, mientras a unos los asiste la razón de los hechos, otros se guían por intuiciones y sensaciones, y por lo tanto, llegan a conclusiones irreales, fantásticas e inverosímiles: errores en 50 mil casillas; manipulación cibernética de los sistemas de conteo; trato desigual a los candidatos por parte del Consejo General del IFE; sobreestimación de la influencia de Vicente Fox, Elba Esther Gordillo y del Consejo Coordinador Empresarial; desviación de recursos de la Sedesol a la campaña de Calderón, con la complicidad de Josefina Vázquez Mota, ex secretaria de esa dependencia, y Ana Teresa Aranda, actual titular de la misma. ¿Ciencia ficción? 

Ubicamos los dos planteamientos como percepciones diferentes de un mismo fenómeno. Ambas son legítimas por dos razones: expresan una experiencia concreta respecto de la elección, ¿cómo se vivió, qué estaba puesto en juego y qué se espera de ella?; y son manifestaciones del lugar social desde el cual se mira el mundo. Ambas son arbitrarias, por igual número de razones: expresan un punto de vista parcial que no es compartido por todos; y dejan de ver cosas que no pueden percibirse ya que, el lugar en donde están ubicados los actores sociales, no lo permite.

Así por ejemplo, donde unos ven parcialidad del IFE, otros observan neutralidad. Lo que para algunos es un signo de fraude, como es el hecho de que en varias casillas exista un número mayor de votos respecto del número de votantes; para otros es un error de sumas y restas, que no cambia el resultado (“se equivocaron para los dos lados”, dicen ufanos).

Nos parece importante señalar que, en los términos en los que exponen su percepción los líderes de opinión, no sigue por contraste a sus ideas, la necesaria y automática deslegitimidad del punto de vista del resto de la gente que no piensa igual.

Y en este caso, las variables información, liderazgo o ilustración, tampoco tiene peso, porque no está hablando la racionalidad contra la insensatez. Se están manifestando con nitidez dos posiciones sociales diferentes, irreductibles entre sí. Cada una con su propia racionalidad, cada una con sus prejuicios inherentes.

En estos momentos, la postura de los analistas y periodistas no tiene autoridad moral ni es representativa de la mayoría de la gente (menos de toda la población), tiene el valor de dar cuenta de manera parcial de intereses personales o institucionales. Su ética es, en este caso, no la de una prescripción del deber ser, sino la de una congruencia mínima entre la postura explícita y los argumentos que sustentan dicho punto de vista.

En la calle la gente piensa y siente otra cosa. Posee un código práctico. Si un ciudadano tuvo la experiencia de una casilla que no funcionó bien y se reúne con otro que comparte una experiencia similar, y si además ambos votaron por el mismo candidato, lo menos probable es que den su voto de confianza al IFE o que desestimen la posibilidad de un fraude.

Si los líderes de opinión hablan a favor de un orden institucional que en los hechos no tiene nada que ver con la violencia cotidiana que experimentan sectores pobres, marginados y excluidos, es difícil que éstos acepten como prioridad su defensa. En la agenda existencial de otras personas (¿40 millones?) lo importante se resuelve en el intersticio de la indigencia y la contingencia, de allí procede otra lógica que construye sentidos diferentes no sólo de la elección, también del país, e inclusive de la vida en general.

En suma, el desencuentro entre la perspectiva que sostiene la defensa del orden institucional (y el respeto al resultado de la elección tal y como fue sancionado por el IFE, y el exhorto a abandonar cualquier actitud belicosa) y la que piensa que la lucha continúa (porque las irregularidades estuvieron presentes antes, durante y después de la elección, y que ven como necesidad las acciones de resistencia civil, e invitan a la defensa de la democracia), es una diferencia de percepciones, de intereses, de lugares sociales y de formas de construir la realidad.

La realidad también se inventa. No nos inquietemos por este aserto que da cuenta de un hecho naturalmente social. Mejor reubiquemos las posturas descritas en el mapa de posiciones respecto de la realidad, en el que se convierte también la sociedad.
 
Imaginemos cuáles son las posibilidades que tenemos de conciliar a la lógica que apuesta por cambiar para conservar con el razonamiento a propósito de que es necesario conservar para cambiar. Pero antes, propongo que miremos con optimismo los saldos del desencuentro.

Ahora, gracias a todo lo que ha pasado, hay cosas visibles que nos dan certezas respecto de quiénes son y cómo son esos líderes, y su importancia en el espacio público.

Si tú inventas a Dios, yo invento al Diablo, pero, anda, dime, ¿quién inventó a los inventores?
 
No sé hasta qué punto los líderes de opinión son conscientes de que uno de los grandes saldos de la elección de 2006, y fundamentalmente de la mayor diferenciación funcional del sistema social, es que sus ideas y argumentos ocupan (por fortuna para ellos y nosotros) un lugar cada vez más relativo en el entramado público.

Obvio, no se pretende subestimar su papel. Su aporte es fundamental: ayuda a completar el rompecabezas que nos permite entender un poco más los acontecimientos, complementa las visiones parciales que poseemos, permite ponderar alcances de los hechos, reafirma nuestra vocación crítica. Cabe considerar, sin temor a equivocarnos, que los líderes de opinión incentivan la búsqueda de otras explicaciones, de visiones más originales o realistas del mundo.

Son un componente significativo del desarrollo intelectual del país. Por fortuna, emerge una tendencia a discutir con ellos en los, aún reducidos espacios de réplica. Cada vez más nos dan cuenta de su posición, de sus intereses y de su falibilidad -más todavía de manera inconsciente que voluntaria-.

En la mayoría de los casos predomina la opacidad en su posición profesional respecto de la postura institucional de los medios en los que trabajan. Que por cierto no se resuelve cuando dicen con orgullo: “en este medio no me han censurado, he podido decir todo lo que he querido”. No son dados a hacer una crítica a la actuación de las instituciones para las que trabajan, acuerdo que rompen en cuanto salen de ese espacio y migran a otro.

Así mismo, adoptan los usos y costumbres que definen su identidad como líderes, a partir un ejercicio moral de la opinión para calificar o descalificar de manera sutil a actores sociales o acontecimientos, al amparo de una neutralidad u objetividad, que es como su cédula de impunidad.  

Reflexionan poco a propósito de los principios y alcances de la comunicación en el espacio público y de su papel como productores-emisores de información o formadores de opinión.
  
Suelen decir, a veces de manera más figurativa que sustantiva, que la sociedad está más informada, que la gente opina cada vez más, que expresa con mayor vigor sus puntos de vista, que no se deja engañar. Particularmente si coinciden con ellos en los diagnósticos y las prescripciones. En caso contrario, transitan a una indulgencia a través de la que perciben a su público como menor de edad o como discapacitado intelectual o, en casos extremos, enjuician o juzgan con violencia simbólica a los que denominan detractores o terroristas del orden público.

No puede dejarse de lado, en este recuento de lo que se vuelve evidente o más nítido de los líderes de opinión, en el marco de la actual coyuntura político-electoral, una referencia psíquica acerca de su narcisismo (idealización de sí mismos) o egocentrismo (idealización desde sí mismos). A la que podríamos adicionar el centrismo socio-cultural, desde el cual se cree que las cosas son como son y no pueden ser de otra forma, o son como son y sólo pueden ser de otra forma; que deja de lado los claroscuros, los matices, los universos infinitos de posibilidades que están entre uno y otro extremo.

Si algo parece evidente en este intersticio político, social, económico y cultural, que va más allá de lo electoral, que tiene referencias y repercusiones en los ámbitos comunicacionales, informativos, en la opinión y espacio público, es, justamente, que la sociedad mexicana vive un desencuentro profundo y demanda, un nuevo modelo de convivencia basado en la coexistencia pacífica de singularidades plurales.

Se rompe la paz de muchas maneras, un caso frecuente en los medios de comunicación, en estos días aciagos: cuando deslegitimamos las razones del otro, les conferimos estatus de percepciones equivocadas, las acusamos de ser anti-institucionales o las confinamos al olvido.

¿Qué pasa si esas razones son sueños y, si en efecto, no caben en las urnas?

Caballero, con todo respeto, aquí se fabrican razones, no sueños; vaya al edificio que está cruzando la calle. Allí hay un pabellón confortable para usted.

Reconozco que la estructura discursiva de este texto puede dar la idea de un enfoque maniqueísta o dicotómico, líderes de opinión versus grupos sociales. No, no es así. Es cierto que nos llama la atención el contraste que existe respecto de los puntos de vista, pero, como indicábamos arriba, las dos posiciones tienen un margen de arbitrariedad, de verdad y de validez, son en algún aspecto complementarios, y, en efecto, no dejan de ser diferentes. Proyectan formas de vivir distintas y expresan dos sensibilidades que guardan cierta distancia.

Las dos tienen legitimidad y, lo que pretendemos, es reconocer a ambas en el marco de un mismo mapa imaginario de posiciones, donde, incluso, no son las únicas posturas.

¿Tienen un elemento central que las pueda conciliar? Sí. En ambos discursos persiste una referencia a la democracia. El problema es cuando unos abrogan el derecho de los otros a amparar sus razones y acciones bajo el techo de los mismos principios democráticos. Como si la democracia no fuera patrimonio de todos, y sí en cambio, fuera propiedad de los iluminados. No es cierto que esos líderes de opinión, que defienden en abstracto las instituciones, tengan más verdad que los grupos sociales que piensan que, con su defensa del voto por voto, casilla por casilla, están defendiendo el futuro de la democracia.

Si el punto nodal es en serio la democracia, entonces puede haber puntos de acuerdo, que no excluyen a unos u otros: contar voto por voto y casilla por casilla, da certidumbre, transparencia, credibilidad, objetividad al proceso electoral; pondrá cimientos de legitimidad a quien resulte con el mayor número de votos; dará un margen mínimo pero formal de gobernabilidad; nos permitirá ratificar o rectificar el resultado preliminar. ¿A quién no conviene esto? A quienes no tengan vocación democrática. En principio sí sirve a los fines e intereses de Calderón y de López Obrador, y de los grupos que los apoyan, porque estos actores han manifestado públicamente su convicción por la democracia, ¿no?

Esto aplica a lo inmediato, pero, ¿qué procede? El reencuentro en una franja común: la motivación por mejorar la cultura democrática y los instrumentos de ésta para elegir de manera informada, racional y apasionada las opciones correctas de gobierno. La tarea compartida que viene es revisar de manera crítica y constructiva todo el andamiaje institucional e imaginarnos que éste tiene sentido si sirve a todos, por lo que todos debemos ser considerados a participar en su diseño, instrumentación y evaluación.

No percibo un afán de guerra en alguno de los sectores del país con fervor democrático. Pero cuidemos los discursos y hagamos de éstos herramientas para el diálogo, la discusión intensa, el entendimiento y el consenso.

Esto no borra las diferencias, al contrario las reafirma, pero encuadra también los puntos donde puede haber acuerdos; sitúa los espacios en los que nuestras conveniencias pueden coexistir con más equidad, formal y factual, en un espacio compartido.

El reto en estos tiempos duros, es la apuesta por una probabilidad siempre improbable: la convivencia comprensiva. Es un sueño grande, demasiado, está más bien en la dimensión de las viejas utopías. No cabe en las urnas electorales, pero si imaginamos a la imaginación como una urna, allí podemos depositar ése y otros sueños. La imaginación también es un hacer.

No tenemos una confianza desmedida en esto, pero sí una aferrada convicción de que ciertas acciones apuntan a algo distinto, quizás mejor: una mujer de la tercera edad, viuda, se turna con su hija discapacitada desempleada, para vigilar la oficina de su distrito electoral; no son perredistas pero sí son de izquierda por cosas del corazón, creen que ganó AMLO y lloraron amargamente cuando se enteraron de los resultados preliminares; nunca habían participado con tanta pasión en una elección, pero ahora lo hicieron y, en principio depositaron su confianza en este instrumento de la democracia.

Por la democracia, si en efecto no ganó su candidato, debemos demostrarlo, es una responsabilidad política y ética. Pablo González Casanova apunta con sensibilidad lo siguiente: “En la conciencia pública existe la idea generalizada de fraude electoral, y por esta razón la exigencia de que se recuenten los votos es perfectamente razonable”.

A estos sectores les dolerá la derrota –si es el caso-, superarán la frustración –con persistencia, paciencia y resistencia-, y es probable que lo vuelvan a intentar en la siguiente elección –la espiral de las ilusiones-. No obstante, lo que habrán ganado de capital cultural respecto de la democracia será invaluable para el país. Sus sentimientos no pueden ser tirados en el cesto donde se arrojan para el olvido las percepciones escépticas a propósito del funcionamiento del país. El optimismo y las buenas noticias no son todavía patrimonio de todos. 

Concluyo. Para mí son tan respetables y legítimos los sueños de esas ciudadanas, como los de José Woldenberg o los de Héctor Aguilar Camín. Por cierto, los sueños de éstos intelectuales tampoco caben en las urnas. 


Diego Juárez Chávez

Tlalnepantal, julio 2006.

 

 

© Derechos Reservados 1996- 2010
Razón y Palabra es una publicación electrónica editada por el
Proyecto Internet del ITESM Campus Estado de México.