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RETRATOS Y RETABLOS DE UNA SOMBRA QUE NO FUE

Por Diego Juárez
Número 62

 

A los altermundistas y a los que apuestan por el fútbol lúdico.

Delirio de insuficiencia neuronal:
 “…Bueno, yo no dije que fuéramos a... Alto, no siga,
me malinterpretó, yo nunca señalé que...
 ¡Qué le pasa! Insinúa que miento, es usted un... Yo
siempre he dicho que... No sé qué pretende,
pero no me presto a esos juegos, quiere hacerme caer en...
Ya, ya estuvo bien, lárguese,
es imposible hablar con alguien que escucha
lo contrario de lo que uno dice para hacer pasar a su
servidor como un incongruente, por eso el país está como está,
no hay derecho, váyase junto con todos los que son como usted a la...”
Periplo Ethius.

En el ámbito del infrarrealismo existencial desde siempre nos han preguntado: ¿es real lo real? La sombra o sospecha de una vida rehén de la ficción persigue las percepciones de un conjunto de mentes suspicaces interesadas en desmitificar el entorno ajeno y lejano, así como el propio y cercano; sin dejar territorio libre de duda, esto incluye el del uno mismo hasta sus zonas más profundas y lúgubres (el inconsciente).
De acuerdo con algunos intelectuales adscritos por circunstancia y voluntad al infrarrealismo, el país vive desde ha mucho, una gran ficción:
El dinero real ha sido sustituido por un dinero que no existe, que no está circulando, una especie de dinero virtual que, además consume el dinero real, el que se genera con el trabajo. Este dinero virtual, es así mismo deuda, es decir está por pagarse; tiene tal capacidad para ser prácticamente impagable, a partir de la generación de intereses, éstos incrementan la deuda ad infinitum. En principio se trata de un mecanismo devorador del trabajo y si tomamos en cuenta las condiciones del empleo (y del desempleo) en México, es una masacre sistemática para exterminar vestigios de humanidad.1
En su reflexión, denominada delirius tremends por el propio Down, la economía mexicana es una ficción sustentada en una ficción, por lo que el discurso dominante del éxito macroeconómico es, al mismo tiempo la exaltación de una neo antropofagia, donde sistemáticamente esferas micro sociales ceden y perecen en las fauces de los poderes económicos locales y trasnacionales:
Se vuelven impagables las deudas, el ánimo deviene en una frustración endémica, se deja de ser productivo, los oasis de creatividad son arrasados por el desierto. Las tarjetas de crédito con su insignificancia física se convierten en toneladas de hormigón sobre la frágil epidermis de miles de mexicanos. Esta modalidad económica de bajo circulante y amplios márgenes de ganancia para unos cuantos tiene hipotecado el futuro.2
Calificar esto como una alternativa económica irreductible, la única capaz de conducir al país por la senda de la estabilidad y el crecimiento, es una ficción insostenible. Este modelo de nulo riesgo para los inversionistas y de políticas de desempleo como medio eficaz de abaratamiento de la mano de obra, impide justo lo que pretendía lograr: el crecimiento de México.
Por los menos así nos lo vendieron los profetas, apologetas y operadores del neoliberalismo desde Miguel de la Madrid Hurtado hasta Felipe Calderón Hinojosa. Cada uno de los mandatarios en turno junto con su grupo de tecnócratas nos dijeron que alcanzaríamos la estabilidad y el crecimiento.
Cuando el resultado ha sido el estancamiento, el desempleo, la miseria y la marginación de millones de mexicanos, el dedo flamígero culpa con cinismo al entorno; a la falta de compromiso y a las bajas capacidades de los mexicanos; a la incomprensión y egoísmo de quienes piensan sólo en sí mismos y no piensan en los intereses superiores de la Nación; a los que lejos de trabajar, auto emplearse y volverse productivos, nada más se quejan, añoran mesías tropicales y esperan con pasividad soluciones mágicas para problemas complejos (a los cuales los gobernantes en su etapa de candidatos les tenían el pulso y una andanada de soluciones ad hoc envueltas siempre en una retórica de cambio).
Paradigmáticas son expresiones como ¿Yo?, ¿yo por qué? O el revire más reciente: el autodenominado presidente del empleo ahora nos sale con que el problema del desempleo es muy complejo, y por lo tanto no lo va a resolver la presidencia de la República, sino que superarlo es responsabilidad y tarea de toda lo sociedad… y esto no ocurrirá en el corto plazo ni siquiera en el mediano.
Claro, pero en la campaña construyó su plataforma política, entre otras cosas, atribuyéndose la capacidad de generar empleos en caso de gobernar al país. A casi un año de su cuestionado y accidentado triunfo electoral (¿o fraude electoral?), ahora prácticamente nos sale con que: no le entendimos o malinterpretamos sus palabras; no prometió lo que prometió, sino otra cosa que tampoco cumplirá porque tampoco la prometió.
Al parecer la ficción prolija entuertos retóricos que inventan laberintos que llevan a otros laberintos y así sucesivamente, si algún osado caminara por éstos y llegara al fin, seguramente encontraría no lugares.
Con todo este fardo a cuestas, es poco probable dejar de preguntar: ¿habrá alguna certeza? Otro enigmático infrarrealista, por cierto alumno y admirador del maestro Juan José Gurrola, ha respondido afirmativamente con una sentencia: sí; lo que es, no es; lo que no es, es.3
A esta certidumbre de la ficción sumamos con cautela otras: la incongruencia de un presidente que no sólo no reconoce sus compromisos públicos, sino nos increpa de manera cínica diciéndonos que los equivocados somos nosotros por oír lo que no dijo; y la mentira como una forma de reproducir a la derecha en el gobierno federal y a los grupos de poder real en el usufructo de los beneficios mayores de las riquezas generadas.
Somos un país de ficciones, de incongruencias y de mentiras. En esta parte, a mansalva, me incluyo a mí y a millones de mexicanos. Somos los reproductores de una cultura con estos rasgos que permite leer las cosas a conveniencia y a complacencia. No se instala una identidad/imaginario macro social sin por lo menos cierta concomitancia en las esferas cotidianas o en otros espacios fuera del político-económico.
Para no poner ácido en la herida, por comodidad, dada la evidencia pública, retomo el caso del fútbol, concretamente de Hugo Sánchez Márquez y la Selección mexicana.
Desde hace tiempo, Sánchez Márquez, delantero centro cinco veces campeón de goleo en el competitivo fútbol de España, jugando para el no menos complejo club Real Madrid, manifestó su derecho divino a dirigir al citado equipo español y a la Selección nacional. Envalentonado por los dos títulos obtenidos como director técnico de los populares Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, dejó en claro que su meta siguiente era conducir los destinos en el campo de juego de los denominados Merengues o de los Tricolores;ni más ni menos, aunque luego nos enteramos a través de la prensa de los intentos infructuosos de su promotor por colocarlo en un equipo español de segundo nivel y vimos cómo mantuvo en la parte baja de la tabla de posiciones al equipo Necaxa de Televisa.
En su campaña para ser elegido director técnico de la Selección de fútbol, empleó toda clase de estratagemas, desde guerra sucia en contra de Ricardo Antonio Lavolpe, anterior entrenador del Tri, hasta una exposición de su imagen en diversos medios donde sus promotores desplegaron toda clase de discursos panegíricos exaltando las virtudes de triunfador del llamado pentapichichi.
En el alud de frases del Hugo Sánchez fueron memorables aquellas en las que hacia referencia a Lavolpe como un perdedor, alguien que no había ganado nada, que por lo tanto iba a fracasar con la Selección; en contraste Sánchez era un tipo de mentalidad ganadora, un triunfador en todo lo que se proponía y el único capaz de cambiar la historia del fútbol mexicano de: ratones verdes, ya meritos y jugaron como nunca y perdieron como siempre.
Los argumentos del apodado Hugol se reducían a un maniqueísmo simple: Lavolpe era un peligro para el fútbol mexicano; Hugo Sánchez era el entrenador del cambio, quien llevaría al fútbol de México a ganar todas las competencias en las que participara. La desmesura no tardó en llegar: conmigo México será campeón del mundo.
La plataforma persuasiva que acompañó a Sánchez durante su campaña pretendió vender la idea de que un cambio de mentalidad era suficiente para lograr lo que hasta el momento no se ha conseguido en materia de fútbol. Quien mejor representaba ese espíritu asertivo y empoderado era justamente el ex jugador de los Pumas, Atlético de Madrid, Real Madrid, Rayo Vallecano, América, Atlante y Celaya.
Los presidentes de los clubes de fútbol llegaron a un consenso: nombrar a Sánchez Márquez como el responsable de conducir a la Selección mexicana. No se había visto en el medio, desde hace mucho tiempo, un cierre de filas en torno a un director técnico. Los periodistas, las televisoras, los dirigentes de equipos, los entrenadores, los jugadores, los patrocinadores y los aficionados hicieron explícita y/o implícitamente un pacto de no agresión, el discurso paulatinamente entro en la zona de riesgo del fervor, de la mitificación, del engaño, de la incongruencia y de la ficción: se compró la idea de un líder heroico que con su sola presencia aglutinaría a los futbolistas y generaría las sinergias de calidad, competitividad y cambio para tener un equipo fuera de serie.
La maquinaria que suele hacer de la Selección nacional un producto comercialmente rentable tenía un elemento adicional de valor agregado, Hugo Sánchez Márquez, el mejor jugador de la historia del fútbol mexicano, el único mexicano que triunfó en el fútbol mundial, el único director técnico en ganar de manera consecutiva dos torneos cortos con el equipo de la UNAM, el mejor entrenador en la historia para el mejor equipo de la historia de nuestro fútbol.
A diferencia de Felipe Calderón Hinojosa, quien no deja de ser considerado presidente ilegítimo y espurio, y quien no deja de ser acosado por grupos de personas que manifiestan su inconformidad protestando cada vez que acude a un acto público; Hugo Sánchez Márquez, además de los grupos de poder que apoyaban (y aún sostienen) a Calderón, contaba también con el espaldarazo de los aficionados. Hugo Sánchez sí tenía legitimidad y no requiere un ostentoso aparato de seguridad para realizar sus actividades.
Lo que en este momento sí tienen en común Calderón y Sánchez es la incongruencia, el cinismo y la persistencia en sostener una ficción respecto de sí mismos, del desempeño de sus equipos y de la situación del país en las materias que les competen.
En este espacio hemos comentado varias veces las de Calderón Hinojosa. Cerraremos haciendo referencia sólo a las del ex comentarista de Televisa.
Al momento de hacerse cargo de la Selección mexicana, el discurso de Hugo cambió, ya no prometía hacernos campeones del mundo, sino estar entre los seis primeros; ya no decía que con él ganaríamos la Copa América, sino que nos mantendríamos muy cerca pero debajo de Brasil y Argentina; ya no ganaríamos la Copa Confederaciones, sino que clasificaríamos a ella y seríamos semifinalistas; ya no ganaríamos todos los partidos y competencias en las que participáramos, sino que seríamos competitivos y afrontaríamos con mentalidad ganadora todos los compromisos.
Antes de la Copa de Oro, Hugo Sánchez dijo al periódico Record el 8 de mayo: “Mas que promesas, me gusta hacer compromisos y ahí está salir campeón en la Copa Oro”. El domingo 24 de junio, México perdió 2-1 contra Estados Unidos la final de la Copa Oro, pero al finalizar el partido su postura fue distinta: “Creo que en resumen cumplimos en llegar a la Final, era algo que nos habíamos trazado desde el principio…”    
A lo largo de este torneo el equipo mexicano mostró poco fútbol, hubo poca conjunción, el equipo se vio superado prácticamente por todos sus rivales, y Hugo Sánchez demostró una capacidad muy limitada para responder tácticamente con solvencia a los requerimientos de una competencia ante equipos, que sin ánimo de menospreciar, tenían carencias técnicas evidentes. Ni siquiera lo acompañó el liderazgo del que siempre, fue evidente la falta de integración de los jugadores en torno a un concepto futbolístico y nunca hubo cohesión entre la dirección técnica encabezada por él y los futbolistas.
Predominó la incoherencia, durante su campaña contra Lavolpe siempre sostuvo que el “Bofo” Bautista y Cuauhtémoc Blanco eran jugadores indispensables y marcaban diferencia; además de la sobrevaloración de las virtudes de estos dos futbolistas, cuya capacidad en el fútbol local no la han podido mostrar cuando juegan en la Selección en partidos oficiales, el mismo Hugo se contradijo cuando los utilizó poco, por supuesto no marcaron diferencia y los hizo ingresar al campo en momentos donde poco podían hacer para cambiarle el rostro a un equipo que no existe como tal.
Ante el fracaso, el discurso a propósito del desempeño y logros de Hugo se comienza a acercar al de Felipe Calderón: es prematuro para ver los resultados, debemos dar el beneficio de la duda y esperar pacientes a que pase la curva de aprendizaje, no son magos ni tienen una varita mágica.
No se discute la implicación ética: ambos hicieron un compromiso donde se asumieron como ganadores que transferirían como en una especie de ósmosis su éxito personal al país, ahora comienzan a escudarse en los pretextos, en la complejidad de las realidades que enfrentan y a la falta de unidad de los mexicanos. No cuestionan los modelos de los cuales parten y en función de los cuales interpretan y actúan, pierden sistemáticamente la perspectiva histórica, reducen el mundo a una perspectiva maniquea y simplista, sobredimensionan sus capacidades y las de su grey, apelan al voluntarismo, acomodan sus discursos a conveniencia sin asumir responsabilidades.
La pregunta con la que cerramos este afiche es: ¿Qué pasa en la cultura política y en nuestra cultura del fútbol para sostener personalidades como las descritas y proyectos donde ni los diagnósticos, las prescripciones ni los resultados son lo necesarios para construir una sociedad justa, equitativa, informada, comprometida y consistente?
En efecto una mejoría en la calidad de vida de la sociedad permite mejorar en la política, el deporte y en las diferentes esferas de la sociedad; es importante también la actitud proactiva y la autoestima alta a nivel individual y colectivo; sin embargo, no olvidemos plantear  también en nuestras tácticas y estrategias una dosis de sensibilidad, de crítica, de auto desmitificación, de reconocimiento de las implicaciones de nuestros actos y de imaginación.
Obvio que esto último no como principio o fin, sino como una posibilidad, entre otras, que nos permite poner ventanas sobre el universo desde las cuales mirar que otros mundos son posibles más allá del propio.

Más allá de las consideraciones políticas, deportivas y/o éticas, a Calderón y a Sánchez Márquez les hace falta generosidad, sensibilidad, imaginación y autocrítica; las mismas que a muchos nos hacen falta, sobre todo en estos tiempos difíciles donde los aspectos señalados parecen ser una condición para reinventarnos, para no extraviarnos, para no perecer en medio de la ignominia.

Notas:

1 Ramón Filibustero Down. Primavera de un amor que nunca fue. Ed. Cuadernillos de la cárcel mental. Borde de Xochiaca, Edo. de Méx., 2006.

2 Ramón Filibustero Down, Op. Cit. El artista plástico y escritor considera una economía de ficción aquella que no está basada en un proceso de industrialización y en el desarrollo pleno de actividades productivas que generen riqueza en vez de consumirla.

3 Nos referimos a Diógenes Yellow Submarine Austin, quien en su libro objeto titulado Incendiadas mis palabras incendiarias me queda la mirada que antecede la revolución, de la editorial Cuadernillos de la cárcel mental (Borde de Xochiaca, Edo. de Méx., 2007),  habla de la ficción como una sombra que se impone a los objetos de la que es reflejo.


Diego Juárez Chávez

D.F., junio 2007.

 

 

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