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insurrecciÓn y resurrección

Por Diego Juárez
Número 62

 

A Luz, mi ecosistema antropobiocósmico.

A la fraternidad invisible: los Juárez Chávez, los Juárez Díaz, los Arellano González, los González
Franco, los Rebollo González, los Pérez  Hernández, los Quiroz Reyes, Mike, Moisés, Armando, Sofía, Pavel, Moni, Robert y Michi.

 

Ciro Gómez Leyva, quien a mi juicio es uno de los principales líderes de opinión del país, regresó de sus vacaciones el lunes 7 de agosto para amplificar en el espacio público una expresión con la que se viene etiquetando, cada vez con más frecuencia, al movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador: insurrección.

La referencia no deja de ser llana en el caso del comunicador. Y particularmente es un subterfugio expresivo en  los sectores sociales que han usado esta etiqueta con la finalidad de que el Gobierno de la Ciudad de México o alguna dependencia federal, la desarticulen mediante la intervención de algún aparato represivo.

Los que piensan de esta manera perciben dicho movimiento por analogía al suscitado en San Salvador Atenco y prescriben la misma receta: la violencia institucional del Estado. Con el paso de los días y pese al tímido despliegue informativo para investigar con profundidad lo que pasó realmente en ese municipio del Estado de México, podemos inferir que se trató de una medida desafortunada que llevó a la violación de los derechos humanos.

Tengo interés como ciudadano en exponer algunas ideas respecto del significado de la insurrección argumentando nuestro punto de vista con referencias del sentido común. Una pretensión es que, en la medida que la exposición avance, haya elementos suficientes para diferenciarlo del caso Atenco y razones para evitar una represión con costos históricos que lamentaríamos siempre.

Ya estaba viviendo en el porvenir cuando la realidad me hizo soñar en reversa.

La insurrección, en acepción de diccionario Larousse, es la sublevación o la rebelión de un pueblo o de una nación. Si seguimos por esta línea discursiva, sublevarse es un desacato violento de la ley o contra la autoridad constituida; rebelarse además de referirse a un alzamiento contra la autoridad, admite también otra posibilidad semántica: negarse a obedecer, protestar, oponer resistencia. 

De entrada, ¿en qué espectro de la insurrección podemos situar el movimiento social en que se han convertido las denuncias de fraude electoral del 2006 y la demanda de un grupo de ciudadanos del recuento voto por voto, casilla por casilla?

El seguimiento que he podido dar al proceso electoral, la observación relativamente sistemática del comportamiento de los grupos inconformes, las visitas esporádicas y fugaces a los campamentos, la asistencia a las marchas, y a algunas asambleas informativas; me permiten deducir que, hasta el momento, se trata de un movimiento caracterizado por la protesta y la resistencia. Técnicamente, en efecto, es correcto referirse a éste como una insurrección.

Es insoslayable la evolución que con el transcurso de los acontecimientos va teniendo la protesta-resistencia. Un signo visible: se pasa de la demanda del recuento de votos a expresiones respecto de que no se permitirá “que siga triunfando el dinero sobre la moral y la dignidad de nuestro pueblo… Vamos a purificar la vida pública. Vamos a llevar a cabo una transformación tajante de México”.

Además de lo anterior, López Obrador expresó, en  la asamblea informativa del lunes 7 de agosto, efectuada frente al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), algo que puede ser entendido perfectamente como un objetivo que va más allá de la protesta por el fraude electoral: “Vamos a la transformación de las instituciones y de nuestro país, y eso se va a dar de una manera o de otra”.

Las voces recelosas que con cierto azoro y una dosis de alarma se han manifestado en contra de estos planteamientos, reaccionan calificando a la insurrección como un alzamiento contra: la autoridad, el orden institucional, la paz, la estabilidad y la sociedad. No toda la gente de esta postura pide la movilización de la fuerza pública, pero las tentaciones represivas no pueden pasar desapercibidas bajo ninguna circunstancia por minoritarias que resulten.

No me sorprende que la protesta-insurrección encabezada por López Obrador esté ampliando sus miras y alcances, al contrario, me parece que se estaba tardando en dejar atrás los objetivos electorales. No quiero decir que haya renunciado a éstos, me parece que la insurrección comienza a ser permeable a finalidades sociales y económicas con un significado y sentido más profundo en el mediano y largo plazos. Éstas le permitirán, en caso de conservar su sensibilidad y cercanía con grupos de población, definir una identidad y garantizar su permanencia como movimiento social legítimo.

Cabe aclarar. No es que los contenidos de la propuesta político-electoral del lópezobradorismo hubieran dejado de lado las preocupaciones sociales y económicas, nada más alejado de la realidad. Lo que sí es cierto, es que faltaba una perspectiva que rompiera con las condicionantes de la competencia electoral. Ni la crítica al modelo económico era completa y profunda, ni los diagnósticos ni las prescripciones socioeconómicos resultaban con la amplitud de miras necesarias. La impresión no deja de ser escéptica del todo: le falta izquierda a la izquierda. Pero se aspira a que todo lo que viene ocurriendo termine por darle una mayor consistencia política, social, ideológica y cultural a la insurrección.

Oiga camarada che, ahora que las revoluciones están tan devaluadas pensemos en que la conservación es también una forma de cambiar.

Apuntamos algunas consideraciones que a nuestro juicio debe tomar en cuenta la izquierda para situar su proyecto.

Un repaso panorámico (remitimos al lector, para una disertación profunda, a investigadores como John Saxe-Fernández, Octavio Rodríguez Araujo, Julio Boltvinik, Luis Javier Garrido, Pablo González Casanova y José Luis Calva), nos permite señalar que, en estos momentos, en algunas partes del mundo se están viviendo confrontaciones cada vez más constantes de la sociedad civil, políticos de oposición y movimientos sociales organizados con los políticos neoliberales. Es alta la probabilidad de que esto continúe y lo que ocurre en estos momentos en México, no tiene por que leerse al margen de estos cauces que tendrán un valor histórico: la caída del neoliberalismo.

Recordemos que el neoliberalismo surge como un modelo político de repercusiones económicas, sociales y culturales; desde mi punto de vista, contra lo que piensan muchos analistas, el origen del neoliberalismo no se da con el denominado Consenso de Washington, entre 1985 y 1987. Sino que surge a finales de la década de los 60 y tiene su primera aplicación en Latinoamérica en 1973, a partir del golpe de Estado en Chile.

El Consenso de Washington marca la consolidación internacional de las administraciones monetaristas. Se hace creer que el neoliberalismo es un paradigma universal. Los principios de este Consenso que dan forma a las políticas públicas de muchos países, incluido México a partir del gobierno de Miguel de la Madrid, son:

  • La reducción del gasto público para eliminar el abultado déficit fiscal.
  • La orientación del gasto público hacia los sectores de infraestructura, educación y salud.
  • El establecimiento de una amplia base tributaria con tasas moderadas.
  • La determinación de las tasas de interés por mecanismos de mercado, preferentemente a un nivel positivo pero moderado.
  • El mantenimiento de un tipo de cambio competitivo, capaz de promover las exportaciones y lograr balanzas financiables en cuenta corriente.
  • La promoción de las exportaciones, especialmente las no tradicionales y la liberalización de las importaciones.
  • La promoción de la inversión extranjera directa (IED) que proporcione capital, calificación laboral y tecnológica.
  • La venta de empresas públicas (privatización), tanto para reducir la demanda de subsidios como porque se cree que la propiedad privada es más eficiente.
  • La desregulación para aumentar la competencia y facilitar la incursión del sector privado en las actividades económicas.
  • La estimulación de la inversión privada nacional y extranjera por medio de la garantía de los derechos de propiedad.

 

No debe perderse de vista que el objetivo de estas políticas era lograr la expansión ordenada de la globalización. Ésta no es otra cosa que la fase de desarrollo del capitalismo dentro del imperialismo, consistente en una mundialización (en el sentido señalado por Mattelart) de la economía que tiende a disolver, sobre todo en países subdesarrollados como el nuestro, la unidad constitutiva del Estado y del capital nacional, y subordinarlos a las corporaciones multinacionales.

En este sentido coincidimos con quienes señalan que la globalización es una forma de dominación y apropiación en términos político-militares, financiero-tecnológicos y socioculturales de estados/mercados y sociedades/pueblos.

¿Son irreversibles el neoliberalismo y la globalización? Ésta última no, pero sí la forma de enfrentarla. Es decir, es posible generar alternativas políticas, económicas, sociales y culturales para percibir y actuar de manera distinta en el mundo global; es posible construir un modelo político diferente al neoliberal que permita fortalecer lo local.

Un caso particular que vale citar como punto de inflexión y de la búsqueda de alternativas al neoliberalismo, es el cuestionamiento de la eficacia en América Latina de las recomendaciones de ajuste y estabilización de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Organización Mundial del Comercio.

Se cuestiona la eficacia real de las políticas de ajuste estructural en contraste con sus consecuencias en materia de justicia social: desmantelamiento de los sistemas de seguridad social, eliminación de las leyes que protegen al trabajo, espirales de salarios descendentes, desempleo creciente, crecimiento de la economía informal y mayor empobrecimiento de la población.

En diversos sectores internacionales comienza a surgir una pregunta que al mismo tiempo revela la condición de rehén en la que viven algunos países: ¿Es posible un nuevo modelo político-económico en medio de la amenaza constante de la fuga de capitales, de la reducción de las inversiones y de la reducción de los flujos financieros externos?

La disyuntiva para la izquierda política mexicana, en el marco del proceso electoral de 2006, se ha resuelto al optar por una postura medianamente crítica respecto del neoliberalismo debido a las concesiones a cierto sector del electorado que aún ve en la reproducción ortodoxa de ese modelo la condición de la estabilidad económico-financiera del país.

Liberada de este compromiso determinado por el pragmatismo, el reto es diseñar, estructurar y poner en marcha un proyecto alternativo socioeconómico y político, que tenga alcance nacional, que reconozca y de una respuesta correcta e incluyente, entre otras cosas a (por cierto, todo lo que tiende a marginar o posponer el neoliberalismo por cuestiones de rentabilidad): la diversidad cultural, las distintas vocaciones locales y regionales, los desiguales estadios de desarrollo, los recursos naturales tan importantes y frágiles a la vez, la sustentabilidad, los derechos humanos, el legal orden institucional pero distante en legitimidad y justicia, el desmantelamiento y deterioro del sistema educativo público (para recuperarlo como patrimonio y dejar atrás la idea tecnocrática de que se trata de un servicio más), el replanteamiento de la seguridad social, el desempleo creciente, la implosión del tejido social, el resquebrajamiento psíquico, etc.   

En este marco consideramos que la insurrección tiene sentido si es un medio de protesta, resistencia, comprensión y crítica -digamos también autocrítica y auto transformación-. Un mecanismo a partir del cual la experiencia acumulada de las luchas históricas de la izquierda (en sus diversas modalidades, densidades y liderazgos) y su capital intelectual (liberal, progresista, dialéctico, genealógico, desmitificador, científico, laico, hermenéutico, humanista, dialógico y revolucionario –no entiendo por qué debe persistir una especie de cuidado excesivo en el empleo de este término, que casi lo proscribe, como si estuviéramos ante un tabú/culpa-), se puedan por fin encontrar para imaginar, agendar y crear, de manera sistemática, consistente y sensible, un proyecto verdaderamente alternativo de nación.

Me gustaría, camarada che, que si Octavio Paz viviera, suscribiera esto que está inspirado en él, que es un fusil de sus imágenes, que es una traición a él, que es una referencia nítida de lo que soy: soy un intersticio entre lo absoluto y lo relativo, entre la cuna y la tumba, entre la fraternidad y la libertad, entre el silencio y el pensamiento, entre el ser y la nada. Soy incógnita, duda… niebla.

El escritor mexicano Octavio Paz leyó el texto  La democracia: lo absoluto y lo relativo, el 27 de noviembre de 1991, en el marco del Pabellón Español de la feria de Sevilla. Dicho texto dio principio al ciclo de conferencias “El Porvenir de la democracia”, organizado por dos publicaciones españolas, Claves y Revista de Occidente.

En este inteligente ejercicio de ética y estética, Paz escribió una reflexión que cito textualmente por su valor y trascendencia: El arte y la literatura del pasado inmediato fueron rebeldes; debemos recobrar la capacidad de decir no, reanudar la crítica de nuestras sociedades satisfechas y adormecidas, despertar a las conciencias anestesiadas por la publicidad. Los poetas, los novelistas y los pensadores no son profetas ni conocen la figura del porvenir pero muchos de ellos han descendido al fondo del hombre. Allí en ese fondo está el secreto de la resurrección. Hay que desenterrarlo.
                                                                                                                  
Una insurrección tiene su secreto, es de algún modo un regreso  después de haber descendido al abismo o no, más bien es provenir de ese lugar desolado (¿lúgubre?) donde las esperanzas nunca alcanzan a despegar, y cuando apenas levantan un poco caen contra las baldosas y estallan en mil pedazos. O bien, la imagen puede ser tomada del universo de Paz y en efecto, ser el fondo del hombre.

Me parece que, en este caso, con todo lo burdo o grotesco que pueda parecer a las miradas exquisitas: la insurrección es una resurrección. Signos: la imaginación, la ilusión, la carencia, la imperfección y el pacifismo.

Es una insurrección que primero se ampara en la democracia y luego, en la posibilidad que ofrece ésta, como medio, de hacer un país más justo, equitativo e incluyente (dadas las condiciones, ¿habría en estos momentos una ilusión mayor? Me sincero con mis lectores, creo que yo soy más escéptico respecto de la democracia sin adjetivos). Muchos, la mayoría de los que sostienen este incipiente movimiento social no son los dirigentes o cabezas visibles, sino la gente que ha vivido de manera cotidiana las diversas formas que cobra la violencia (institucional, física, simbólica, económica, jurídica…), generalmente como la parte agraviada.

Si lo vemos bien, es casi milagroso que no cobren las cuentas pendientes reproduciendo en la misma magnitud la violencia contra los afrentosos. Si así fuera no habría unas cuantas calles secuestradas, buen humor y dentro de lo que cabe, una civilidad básica (no es un pacifismo arquetípico, mas sigue siendo una expresión de paz, aunque insolente e irreverente –“disculpen las molestias que el movimiento les causa”-). Tendríamos una guerra civil y una beligerancia que ya habría costado vidas. Es un rasgo de imaginación superior buscar formas significativas para ser visibles (porque resulta que para algunos no existen a menos que sean estadística) en vez de causar un daño o perjuicio mayor. Y conste que, no es momento de hipocresía, varios de los que forman parte del movimiento insurreccional ya sufrieron bajas en otras batallas donde el orden institucional poco pudo hacer por ellos (el silencio cómplice fue los más que ofreció).

No estamos haciendo una apología de la insurrección, reconocemos que es imperfecta y que tiene carencias (todavía no es claro que transite hacia el cambio de modelo económico o que tenga una propuesta clara y concreta que transforme el orden institucional), que está hecha por seres humanos paradójicos y contradictorios. Al contrario, sostenemos que sería mejor no llegar a esto que no es un extremo, mas tampoco es la indolencia, la indiferencia o la resignación. Sí hay que decir que cuesta, pero hay que señalar que podría costar más si calculamos con base en parámetros confiables el grado de olvido y abandono al que hemos sometido a una parte importante de la sociedad.

Para ilustrar esto descendamos al fondo del hombre y tomemos como muestra el caso de la pobreza que, además de caracterizarse por una falta de desarrollo de la fuerza productiva, tiene un componente fuerte de exclusión social, cultural y de discriminación racial –justo en esta elección tuvimos muestras palpables de éstas como señalamos en otra entrega-. En la actualidad la pobreza está determinada por un modelo económico enfocado a mantener, a toda costa, la inflación en tasas bajas y a priorizar el cumplimiento de los compromisos externos. No olvidemos que los excedentes internos se utilizan para el servicio de la deuda, con un costo alto en cuanto a desempleo y a bajos ingresos de la población.

En esta línea, me atrevo a decir, con el riesgo a las críticas que me pueda acarrear mi juicio arbitrario y poco científico: el modelo neoliberal aplicado en México, ha operado una estrategia deliberada para la administración de la pobreza (el asistencialismo mitiga no hace que la gente abandone su condición de pobre), ya que, a fin de cuentas, la miseria se convierte en una de las ventajas comparativas con el fin de atraer inversiones o para que los productos tengan un precio competitivo en el mercado.

Después de la improbabilidad o ante la imposibilidad, tener ánimo para una insurrección pacífica, es, con todo respeto, una verdadera resurrección.

Querido maestro, ¡bienvenido a insurrecionlandia! Sólo le pedimos que cierre los ojos para que pueda mirar mejor.

En el texto que citamos de Octavio Paz, éste hace una referencia reveladora: a las democracias modernas les falta el otro, los otros.

Tiene razón, esos otros que faltaban a nuestra imperfecta democracia, primero pidieron permiso, no los dejamos entrar, ahora con su insurrección nos presionan para entrar. Nos hacen falta, apliquemos un principio humanista de la modernidad que el mismo Paz señala en el texto referido en nuestra interpretación/comprensión del significado y sentido de su movimiento: La modernidad es, a un tiempo, indulgente y rigurosa: tolera toda clase de ideas, temperamentos y aun vicios pero exige tolerancia.

Si la insurrección nos revela algo en términos éticos y morales, es precisamente lo insalvable: el intersticio entre libertad y fraternidad. Me temo que nuestra resurrección como país sólo puede ser posible si apostamos a lo improbable: el perdón, la reconciliación y la coexistencia.

Tenemos que recuperar para nosotros la noción de una patria en el sentido de matrias y para ello tenemos que convencernos con urgencia de lo imprescindible que resulta ser razonable. La base de esto y, al mismo tiempo su sentido, es -como expresó Paz de manera magistral en el texto que tomamos como referencia-: el sentirse y saberse parte de un grupo con creencias, tradiciones y esperanzas comunes. El hombre se ha sentido siempre inmerso en una realidad más vasta que es, simultáneamente, su cuna y su tumba.


Diego Juárez Chávez

D.F., agosto 2006.

 

 

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