Razón y Palabra

 

México

Inicio

POR EL BULEVAR DESOLACIÓN CON MÚSICA DE SATIE

Por Diego Juárez
Número 62

                                                           

Vine, me fui, volví y otra vez. Un poco más, otro poquito nada más.
Ya casi, ya casi todo está lánguido, a punto de desaparecer.
La nube entra lentamente en mi mente
y mi cuerpo entra lentamente en la jeringa.
Wild Lennox.

 

A mí las satisfacciones más grandes no me las producen los aplausos, sino el hecho de ver a los demás felices –comentaba el presidente del Gobierno de España al escritor Juan José Millas-.

Un hombre en el poder no es un hombre en su destino. Lo que importa es el destino del país al que sirve. En esto consiste la visión republicana de la vida –proseguía José Luis Rodríguez Zapatero en su diálogo con el escritor-.

La norma es muy sencilla: austeridad con uno mismo y generosidad con los demás –señalaba el presidente antes de reflexionar, junto con Millas, respecto de que el origen de la izquierda se encuentra en los valores de la Revolución Francesa-.

Este diálogo transcurrió el domingo 4 de junio de 2006 durante un viaje a Lleida en Cataluña, en el AVE de Cascos, un tren de alta velocidad. Donde la charla contempló una breve referencia a propósito de los medios de comunicación y la ciudadanía:

Los medios son una forma de hacer política desde el poder, porque quieren poder, pero no quieren transformar la sociedad. ¿Tienen los medios alguna vocación transformadora, de cambio? Tiene muchos más afán de cambio la ciudadanía. Por eso, yo trabajo cada día más pensando en los ciudadanos que en los periodistas, tanto en mi forma de actuar como en la de comunicar. Y esto constituye un acto de fe democrática.

Culmina esta referencia a la fe democrática con la revelación de un principio que da identidad al estilo personal de gobernar de Rodríguez Zapatero. Este es el punto a partir del cual tejeremos una modesta consideración respecto de la situación de México, de allí que, con el permiso del amable lector, nos hayamos extendido un poco:

La fe en la democracia informa cada acto de mi vida. La idea es que mandan los ciudadanos. En mi campaña electoral dije varias veces que me proponía quitar poder a los poderosos y entregárselo a los ciudadanos, y a eso es a lo que me dedico.

En México hemos escuchado en infinidad de ocasiones críticas a la izquierda respecto de su incapacidad para representar una opción moderna de gobierno. El parámetro que suele utilizarse es el caso de España y concretamente el del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). La referencia sistemática a este ejemplo ha sido ambigua, porque prefieren comentar en primera instancia los grandes avances económicos y luego, con menos vigor, algunos de los logros sociales de España.

El acento se pone en un argumento que habla de la capacidad de la izquierda para admitir la importancia del mercado, el carácter irreversible del capitalismo, una fe ciega en el ejercicio econométrico y una certeza de que, en función de estos considerandos, no tiene por qué no ser una oportunidad la globalización.

Respetemos esta aspiración, pero demos sustancia al ejercicio. Los mismos expertos y analistas que defienden con fervor la idea de que nuestra izquierda debe evolucionar a este destino manifiesto olvidan, casi siempre, iluminar lo suficiente como ver los matices que, por ejemplo, miramos mejor gracias a la plática de Millas con Rodríguez Zapatero.

Preguntamos motivados por ese diálogo: en una situación imaginaria -como solemos hacer en este espacio y a la que los lectores quizás ya se estén habituando- ¿Cómo tomarían los grupos de poder fáctico, los medios de comunicación, los intelectuales, los periodistas, un discurso como el citado del jefe de Gobierno español? Más concretos, ¿qué reacciones observaríamos en estos sectores si, en efecto, un presidente de la República plantea y lleva a cabo estrategias y acciones para quitar poder a los poderosos y entregarlo a los ciudadanos?

No, para nada. Te digo que no estalló en llanto. Sólo hizo falta una lágrima para echarme de su mirada. Estaba frente a ella y ella frente a mí. Ya no me vi en ella. Ya no me vi en mí. Desaparecí.  

El filósofo de kermés y poeta de alcantarilla, como se autodefinió Wild Lennox, afirmó que en su pueblo solían darse dos tipos de linchamientos. Uno ocurría cuando una muchedumbre desmitificaba a un ídolo en quien había depositado su fe y después descubría lo absurdo de esa fe y las imperfecciones humanas de su prohombre (dios); entonces, como no podía – ni debía- lincharse a sí misma por su culpa, lo hacia con el ex-objeto-sujeto de culto y culpable. Y otro, en el que a las personas disidentes que: se salían de los cauces estipulados por los poderes espurios, ponían en entredicho a estos poderes o peleaban por reivindicaciones de los perjudicados por ellos; eran linchados en una especie de sacrificio público para emblematizar lo que pasaría a cualquiera que quisiera seguir los malos pasos del subversor.

El mismo Lennox advirtió que esto pasaba en el lugar donde nací y transcurrió la infancia de mi senilidad, pero no creo, sinceramente, que pase o pueda pasar, en una sociedad moderna como la mexicana, por la sencilla razón que esos linchamientos son resabios psíquico-antropológicos de un primitivismo previo a la civilidad democrática.

Si seguimos en la línea de optimismo-escéptico más o menos constante del escritor virtual, podemos establecer la siguiente hipótesis: el grado de desarrollo de la democracia española es tal que, permite más allá de las elecciones, constituir una vida centrada en el bienestar que pasa por acotar el poder de minorías privilegiadas y trasladarlo a una ciudadanía que da prioridad a valores e intereses distintos, en efecto más republicanos.

Es decir, la democracia en España no es un fenómeno electoral o exclusivamente político, tiene dimensiones sociales y culturales: participación efectiva de los ciudadanos en las decisiones que tienen un beneficio común y éstos introducen en la agenda pública, al momento de definir programas y acciones, aspectos como la sustentabilidad vista desde una lógica incluyente.

Me parece que esto coincide con la idea de democracia sustantiva expresada por el sociólogo Pablo González Casanova en su libro La Democracia en México, que el historiador Lorenzo Meyer trajo otra vez a la discusión pública en su texto Claves publicado el 24 de agosto en el diario Reforma: La definición más simple de democracia, aquella que se centra y se queda en la formalidad de elecciones libres, equitativas y justas, sirve hoy de poco. Si se quiere avanzar en la comprensión de la crisis actual, lo mejor es optar por una definición de más calado, con indicadores más adecuados a nuestra propia historia, como es la que González Casanova propuso en la obra ya citada: "la democracia se mide por la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder, y todo lo demás es folklore democrático o retórica" (p. 224).

Este concepto, no olvidemos, lo formuló el Dr. González Casanova en 1965, hoy en pleno auge del discurso pro-institucional que defiende la democracia, las elecciones, el IFE y el TRIFE, y previo al sexto informe de gobierno de Vicente Fox, ¿cuál es estado de nuestra democracia? ¿Sí estamos en un grado de desarrollo como para afirmar que la actitud republicana de Rodríguez Zapatero es similar a la de nuestro presidente o a la del candidato de la derecha, Calderón Hinojosa? Y cito a éstos, porque los medios de comunicación ya han concluido que la izquierda mexicano no es así, entonces busco en la sección más civilizada, decente y progresista de nuestra clase política estos atributos.

Al mismo tiempo respetuosamente hago tres preguntas a los lectores:

¿Nuestra experiencia con un presidente que casi todos estos días de julio y agosto ha aprovechado cuanta reunión de trabajo se presenta para alardear de la calidad de nuestras instituciones, del valor de nuestra vida democrática y de los resultados sociales y económicos de su administración, es similar a la de España, que tanto citan como modelo?

¿Qué resultados se imaginan que daría la sociedad y el gobierno español en caso de aplicar como criterio de desarrollo de la democracia el que se desprende del concepto de González Casanova, que pone adjetivos que hasta el momento Enrique Krauze ha preferido obviar? A mi juicio (y prejuicio) ya hace falta que escriba Por un democracia con adjetivos.

¿Felipe Calderón Hinojosa, quien de manera legítima critica a los caudillos que vienen a iluminarnos y a resolver todos los problemas, cuando somos los ciudadanos quienes debemos de tomar cartas en la definición y conducción de nuestro futuro; es un republicano? ¿En qué modalidad de comportamiento político podemos ubicar su cerrazón a contar voto por voto, casilla por casilla, para transparentar la elección? ¿Es Calderón un representante de la norma sencilla: austeridad con uno mismo y generosidad con los demás?

Cuando me quise quedar, me fui. Cuando me quise ir, me quedé. Hoy ya no estoy. Los ojos de los otros no me verán más. Yo no me miraré más a través de los otros. He desaparecido. No estoy. Sólo vago solo por el bulevar oscuro donde los autos pasan con las luces encendidas sin detenerse. Allí no hay diferencias, se confunden los cadáveres de los perros y de los hombres atropellados.

Una aproximación. Lo pongo así porque nadie tiene la verdad absoluta. Por lo tanto, el juicio siguiente podría estar equivocado. Parece estar prejuiciado por un pesimismo endémico.

Mi perspectiva de lo que ocurre en México me lleva a diferir de los implícitos del maese Lennox y del Dr. Lorenzo Meyer. Todavía en nuestro país no es una realidad plena la democracia asentada en la formalidad de elecciones libres, equitativas y justas. Coincido con Lorenzo Meyer que, dadas las condiciones actuales, esto serviría de muy poco, pero creo también, a diferencia de él, que ni siquiera es un hecho que ya tengamos elecciones como las citadas. Entonces, ni ese magro consuelo de la democracia formal (o sin adjetivos) nos permitimos. Uno de los obstáculos son los grupos de poder formal e informal que siguen administrando el cambio para no cambiar o para hacer de los privilegios el patrimonio de unos cuantos. Esta postura posee una lógica y una forma de actuar que no coincide ni va aceptar la idea de que mandan los ciudadanos.

Perdón, pero considero también que por medios lícitos e ilícitos los grupos señalados harán todo lo posible por que un republicano con fe democrática no llegue al gobierno. Es improbable en estos momentos que nuestro presidente vaya a ser alguien como Rodríguez Zapatero. Es probable que tengamos una España en los sueños y un Calderón Hinojosa en los hechos.

A mi en lo personal Lennox me parece no un intelectual, sino un personaje que merodea en los límites de un delirio positivo, creo que es un cronista sugerente, pero en su diagnóstico político respecto de la democracia en México nos coloca en una estatus similar al de España, cuando en realidad estamos como en ese su pueblo que nos describe: en un mar de linchamientos mediáticos expresión de una catacumba psíquico-antropológica casi tribal en plena era post-industrial –con todo respeto a lo tribal y a lo post-industrial-.

Acompaño mi opinión a propósito del buen deseo de Lennox con un par de datos duros que presenta el Dr. Meyer en el texto citado: la Tercera Encuesta Nacional sobre Cultura Política y prácticas ciudadanas de la Secretaría de Gobernación nos dice que en el 2005 apenas el 31 por ciento de los ciudadanos calificó a México como una democracia, sólo el 26 por ciento se declaró satisfecho o muy satisfecho con ella y menos de la mitad (41 por ciento) consideró que los ciudadanos influyan mucho en el proceso político.

Uno puede suponer razones diversas, pero si preguntamos cómo se distribuye la riqueza y cuántas personas son pobres; o indagamos respecto del grado de escolaridad promedio, cuáles son los grados de escolaridad por deciles de población, cómo está el equipamiento y la infraestructura de las escuelas a las que tienen acceso eso grupos de población; o si nos cuestionamos respecto de la cercanía real del gobierno con la gente y el poder efectivo de ésta para corregir o cambiar a sus representantes, o la influencia en la definición del contenido y sentido de las políticas, estrategias, programas y acciones de gobierno; entonces podemos dar sustancia al carácter antidemocrático de las diversas esferas de la vida en México.

Una referencia adicional. El autodenominado presidente electo de México, Felipe Calderón, durante su campaña, daba prioridad en sus giras al contacto con los grupos de poder locales. Esto nos puede dar una idea de la sensibilidad republicana y de la fe democrática de quien se propone ser el presidente de todos los mexicanos.

Propongo algunos retos a Felipe Calderón, en caso de que el TRIFE califique la elección y lo nombre oficialmente presidente electo. Los retomo de una situación que enfrentó José Luis Rodríguez Zapatero y que menciona a Juan José Millas:

Fíjate, por ejemplo, en el asunto de las pensiones. Yo llevo 20 años oyendo que no se pueden subir las pensiones porque el sistema no aguanta. Pues las hemos subido y no sólo aguanta, sino que mejora. Si se hubieran cumplido las profecías de los agoreros, el sistema de pensiones habría saltado a mediados de los noventa.

Que retome el problema de la seguridad social y tome decisiones inmediatas para que, junto con las instancias correspondientes, lleguen a un acuerdo nacional que se traduzca en una estrategia para mejorarla significativamente en su cobertura y en la calidad del servicio. Que tengamos un sistema de seguridad social en concomitancia con la clase de instituciones democráticas que nos dicen Fox, Calderón, el PAN y el Consejo Coordinador Empresarial, que existen en el país.

Nada me gustaría más que verme desmentido por el peso de la realidad de los hechos de Calderón. Espero que la prioridad de su gobierno sean, como viene expresando los últimos días, los pobres, excluidos y marginados. Y que incluyese en su proyecto de gobierno el significado y sentido del cambio que diversos sectores sociales críticos a él están demandando, aunque eso lo lleve a enfrentar a los grupos de poder que curiosamente, por otro lado, no han realizado, hasta el momento, ninguna crítica a sus propuestas ni a su actitud.

Que se comprometa a que al final de su administración la participación efectiva del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder, será tal que se convertirá en el indicador de una normalidad democrática, de un gobierno republicano y, como expresa Lorenzo Meyer, de una ciudadanía social, que habrá dejado atrás la retórica y el folklore democrático.

Que pueda salir a la calle sin la escolta tan onerosa y ostentosa que actualmente lo acompaña. Y que tengamos la sensación en su sexto informe de gobierno, de que fue un tipo generoso que antes de preocuparse por los aplausos, se ocupó de ver a los demás felices. Que sean sensible como, en caso de que esta ciencia-ficción ocurriese, tuviera la calidad humana de reconocer que aplicó como principio político, ético y moral: por el bien de todos… primero los pobres. No olvidemos que éstos son la mayoría de este país. ¿Será?

Por el bulevar de la desolación con música de Satie –iniciaba el texto de Lennox-. Y yo terminaba el mío con la misma frase. Él, si mal no recuerdo, lo escribió en la puerta de un baño público. Yo lo escribí en mi abdomen con una guillete. Él sigue delirando en los bares de mala muerte del rumbo de la Merced. Yo deambulo sin mí por el bulevar. Ambos somos autocomplacientes. 

El sociólogo alemán Niklas Luhmann, señaló en su libro Observaciones de la Modernidad que: En las sociedades antiguas se consideraba orden natural la diferencia entre dominadores y dominados, y se aceptaba porque la naturaleza no permite lo discrecional, porque excluye la pura arbitrariedad. O se creía que el dominador había sido instituido por Dios y en los casos graves se podía rezar alzando los ojos al cielo. Hoy, en cambio, la ocupación de todos los cargos, incluidos los máximos, es una cuestión de decisión. Y esto convierte en riesgo el peligro del abuso de poder o de las decisiones políticas equivocadas.

Cuando los grupos de poder real acordaron hacer todo lo posible para evitar que Andrés Manuel López Obrador llegará a ser presidente de los mexicanos el argumento central fue justamente el riesgo que representaba para el país: es un peligro para México.

La preocupación de estos grupos era el abuso de poder o las decisiones equivocadas en las que podía incurrir el tabasqueño. En otras palabras, siguiendo a Luhmann, la cruzada emprendida no sólo representó evitar los riesgos, incidió en la decisión. No actuaron en el marco de una sociedad democrática, es decir moderna, sino en el contexto de un modelo tradicional, antimoderno, donde se asumió una diferencia entre dominadores y dominados, en la que los primeros deciden no asumir riesgos: deciden que no decidan todos los que puedan elegir.

La pregunta que ahora pongo a la consideración de los lectores es: ¿Los grupos de poder actuaron distinto o de la misma forma en la elección de 2000? ¿La toma de posición de éstos a favor de Fox fue, como lo es hoy en el caso de Calderón, porque él no representaba un peligro para México, o porque se aceptó el hecho de que era una cuestión que decidiría la mayoría, es decir, se asumió el riesgo de que pudiese ocurrir un abuso de poder o que se tomaran decisiones políticas equivocadas?

A unas horas de su último informe y con las evidencias suficientes para mirar en retrospectiva su administración, todo parece indicar que Fox incurrió en abuso de poder (su actitud en el caso de los hijos de Marta Sahagún, su esposa, el desafuero y su proselitismo a favor del candidato de su partido) y en decisiones equivocadas (la falta de negociación política para avanzar en la Reforma del Estado o el manejo de la política exterior). El saldo que como ciudadanos debemos asumir, dado que decidimos (votáramos o no por Fox), y al decidir asumimos los riesgos, es: nos equivocamos.

Pero si resulta que quienes decidieron por Fox fue porque también decidieron no decidir, entonces deben estar satisfechos con los resultados de su gestión, dado que pese a los errores, estos no representaron un peligro para el país ni pusieron en riesgo los intereses particulares de los grupos privilegiados.

Ahora bien, y regreso a un razonamiento estrictamente formal, una sociedad democrática es una sociedad moderna, ¿no? Y una sociedad moderna es una sociedad del riesgo, del riesgo de la arbitrariedad, del riesgo de que se decida decidir. Si una sociedad democrática, es como la española, y la característica de esta sociedad es, como vimos, que el pueblo participaen el ingreso, la cultura y el poder; entonces esas sociedad donde el pueblo tiene este tipo de participación son aquellas en las se decide decidir, son sociedades de riesgo. Pueden optar por una opción conservadora, por ejemplo, el PP, o pueden optar por una alternativa progresista como el PSOE. ¿México sí fue una sociedad de riesgo en el 2000 y en el 2006 lo dejó de ser, o no lo fue en aquel momento ni lo es ahora?

Esta pregunta puede significar lo siguiente: ¿En el 2000 el pueblo participaba en el ingreso, la cultura y el poder; y ahora, en el 2006, el pueblo dejó de participar en éstos; es decir, fuimos una democracia formal y sustantiva, y ahora no somos ni lo uno ni lo otro?

Tomo postura que, como siempre advierto al lector, es arbitraria, sesgada, intuitiva y por lo tanto, relativa y discutible.
 
En el 2000 los grupos de poder real, formal e informal, nacionales y trasnacionales, sí apoyaron abierta y encubiertamente a Fox. Representaba y todavía es, la opción congruente con la idea de decidir no decidir. Este gobierno connota el no peligro para México, porque las decisiones equivocadas o el abuso de poder no pusieron en riesgo los intereses de esos grupos. Los errores que se presentaron son al final de bajo costo. Fox es expresión de una sociedad que no es democrática, que no es moderna, en la que el pueblo presenta los siguientes rasgos generales (estos datos  provienen del INEGI y del Banco Mundial, respectivamente, y los cita del Dr. Lorenzo Meyer en su texto):

El 50% de las familias mexicanas menos favorecidas viven con apenas el 19.3% del ingreso disponible en tanto que la otra mitad, la afortunada, se queda con el 80.7%.

El 50% de los mexicanos menos afortunados tenían un promedio de educación formal de 5.4 años en tanto que la otra mitad lo tenía de 9.2 años y si el contraste es entre el 10% más pobre y el más rico, la diferencia es la que hay entre 3.7 y 12.6 años.

¿Qué indican éstos? El pueblo no participa ni en el ingreso ni en la cultura. No somos una democracia sustantiva. Fox y Calderón son el resultado de una sociedad que decide no decidir. Ambos representan las opciones de no riesgo.

¿Los partidos que tenemos son expresión de este tipo de sociedad? Sí, pero, ¿cuál la probabilidad de que en una sociedad de este tipo gane la izquierda? Me parece que baja, porque es la que puede parecer como la de más riesgo. El abuso de poder y las decisiones políticas equivocadas de la izquierda probablemente serían un riesgo mayúsculo, sobre todo si se empeñara en volver acción la idea de que mandan los ciudadanos y de quitar poder a los poderosos y entregárselo a los ciudadanos.

Tienen razón los intelectuales y los periodistas que argumentan que nuestra izquierda no se parece a la de España. Si México fuera un país democrático como España, nos daríamos cuenta todos los ciudadanos que, como bien dice Rodríguez Zapatero: Los medios son una forma de hacer política desde el poder, porque quieren poder, pero no quieren transformar la sociedad. Y entonces la izquierda sí tendría probabilidades de ser gobierno federal y, quizás, habría un acto de fe democrática que hiciera posible que el gobierno trabaje cada día más pensando en los ciudadanos que: en los periodistas,en los demás grupos de poder (minorías privilegiadas) o en su propia imagen.

Acto de fe democrática que llevara la austeridad republicana de una buena intención y de una convicción personal, a ser el signo distintivo de una cultura política de respeto al ciudadano, y de respeto de éste a la política y a los políticos.

Este texto lo cierro con una dedicatoria: a quienes piensan que es mejor perder con la cara al sol, que con la cabeza y el cuerpo como avestruz; reciban un abrazo solidario desde aquí a donde quiera que estén.


Diego Juárez Chávez

D.F., agosto 2006.

 

 

© Derechos Reservados 1996- 2010
Razón y Palabra es una publicación electrónica editada por el
Proyecto Internet del ITESM Campus Estado de México.