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EN MEDIO DE LA NADA CON MÚSICA DE CAGE

Por Diego Juárez
Número 62

                                                           

A Cosme Juárez Chávez, nómada; a donde quiera que vague, gracias
por la izquierda involuntaria y hasta cierto punto perdida.

El nuevo pensamiento político no podrá renunciar
a lo que he llamado “la otra voz”, la voz de la imaginación poética.
La vuelta de los tiempos será el tiempo de la reconquista
de aquello que es irreductible a los sistemas y las burocracias:
el hombre, sus pasiones, sus visiones.
Octavio Paz.

 

Pido permiso al lector para citar un fragmento completo de la crónica En medio de la noche… la nada, escrita por el irredento e irredimible Wild Lennox, en su libro objeto New left; sobra decir que se trata de un texto de culto en el ambiente underground de Edimburgo: 

Déjeme le cuento. Con esto del mercado negro de los órganos, primero vendí mi corazón. El dinero se acaba rápido y las necesidades crecen geométricamente, así que luego negocié mis riñones. Más tarde, una verdadera catástrofe me orilló a dejar mi hígado en prenda a cambio de unos billetes. No sé si usted ha reflexionado respecto de por qué a los pobres perecen sernos tan consustanciales las calamidades, una me llevó a desprenderme de mis córneas; otra a dejar en manos del menos peor de los postores mis pulmones, dizque para ser estudiados; luego vino una que me hizo tomar la determinación de deshacerme de mi aparato digestivo, me parece que querían alimentar a unas ratas de alcantarilla hambrientas que usarían para invadir una ciudad (¿Manchester?) secuestrada por la guerrilla; y así seguí, con mis extremidades hicieron –me parece-  alimento para perros. Ya no le cuento más, lo último fue mi cerebro, lo tuve que mercadear, de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda encontré a un comerciante de Belfast que me ofreció una buena lana, por supuesto en cash; creo que andaba en un proyecto de hacer un Frankenstein o algo así, ya no me acuerdo, el caso es que lo pensaba mezclar con el cerebro de un cerdo. ¿Mi alma? Pues lo puede ver, ¿no? Es lo único que me queda, no la cambio por dineros ni por nada. Ya vio. Sí, sí hay muchas aquí, llega usted a tiempo. Hoy todas las almas nos reunimos aquí, sólo esperamos la señal para empezar a incendiar la calle.

El escritor escocés avecindado en Seattle, que suele pasar algunas temporadas de exilio en los hoteluchos de los barrios cercanos al Faro de Oriente, describió la situación anterior hace apenas una década, justo cuando a América Latina la invadía un optimismo convertido en fervor neoliberal. Tengo la impresión que se trata de una metáfora a contracorriente de esa algarabía.   

Ese momento optimista lo recrea recientemente el intelectual mexicano, Jorge. G. Castañeda en su texto Viraje a la izquierda:

Hace apenas una década, América Latina parecía destinada a iniciar un ciclo de progreso económico y mejores mandatos democráticos, dominada por un creciente número de gobiernos tecnócratas de centro. Invitados por el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, los líderes latinoamericanos se preparaban entonces para reunirse en Miami en la Cumbre de las Américas, como señal de una convergencia sin precedentes entre las mitades sur y norte del hemisferio occidental.
Este recuerdo del ex Secretario de Relaciones Exteriores, del gobierno de Fox, me parece sentimentalmente contrariado por una combinación de melancolía y de preocupación.
Encuentro cierta nostalgia por un estilo de vida cercano al estadounidense que no se ha alcanzado en Latinoamérica, e incluso, en algunas partes agudizaron las diferencias y las distancias. Cuando me refiero a estilo de vida no lo reduzco a los aspectos del consumismo o de una cultura massmediática (que en efecto sí se han consolidado). Sino a una nueva versión ilustrada del sueño americano: economía neoliberal, política democrática electoral (con concesiones sociales asistencialistas) y una filosofía pragmático-utilitaria referida al empoderamiento del capital humano para superar el aldeanismo en algunas costumbres y prácticas cotidianas.
Percibo una preocupación del autor de libro La utopía desarmada: la izquierda latinoamericana luego de la guerra fría, respecto del riesgo de que a los países latinoamericanos los gobiernen presidentes provenientes de partidos políticos con ideología de izquierda. Particularmente por una izquierda que no tiene la certificación de buena conducta de Washington: Evo Morales en Bolivia, Chávez en Venezuela o Kirchner en Argentina, por citar casos.
El paradigma de gobierno de izquierda deseable es el de Chile, primero Ricardo Lagos y ahora Michelle Bachelet; y en menor medida el de Uruguay de Tabaré Vázquez.
En el caso de México, Jorge G. Castañeda no desperdició espacio ni momento para advertir el peligro que representaba Andrés Manuel López Obrador. Es obvió que lo colocaba en el segmento de gobernantes intolerables. En vista de lo que recién acaba de fallar el TRIFE, tal parece que nos libramos de ese fardo. Surtieron efecto las arengas del ahora profesor de la Universidad de Nueva York y de todos los intelectuales preocupados por que al país lo gobernara el reducto populista.
Estos hombres y mujeres de bien y de letras estarán satisfechos, y aun contentos, con el triunfo de Calderón, quien seguramente sí representa a la democracia social cristiana, moderna y pujante. Nada que ver con la derecha yunquista. ¿En la mente de éstos habrá algún criterio para diferenciar a la derecha tolerable de la que no lo es?
La neta, yo sí quiero rebasar a la izquierda por la izquierda, pero no me late rebasar a la derecha por la derecha –dice el jinete. El problema es que este jinete, por decisión propia, va otra vez sin rumbo fijo. Reitero y agrego: por decisión propia… y por decisión del mismo caballo… del caballo mismo.
El doctor Castañeda señala: Qué gran diferencia pueden hacer 10 años. Si bien la región acaba de gozar sus mejores dos años de crecimiento económico en mucho tiempo y las amenazas reales para la democracia son pocas y lejanas, el escenario hoy se ha transformado. América Latina está virando bruscamente hacia la izquierda y el retroceso va en camino contra las tendencias predominantes de los últimos 15 años: reformas de libre mercado, acuerdos con los Estados Unidos en numerosos asuntos y la consolidación de la democracia representativa.
Retomo exclusivamente el caso de México. Con todo respeto creo que ésta es una observación en parte irreal. Fuera de la ficción oficial, el país no crece, la deuda pública interna crece en relación inversamente proporcional al decremento de la externa, nuestra economía sigue dependiendo del petróleo, no se generan empleos, el campo está prácticamente desmantelado, no tenemos una clase empresarial y el sistema financiero vive muy cómodamente de cobrar intereses sin apoyar los proyectos productivos.
La democracia es, por decir lo menos, incipiente. Su componente electoral, que había sido aprobado en el 2000, a partir del 2 de julio de 2006 es puesto en entredicho con severidad. El 37% de la población duda que la elección haya sido equitativa, transparente y libre de fraude. En números redondos, de 71 millones de empadronados votaron 42 millones, es decir, 29 millones no acudieron a las casillas.  
¿Dónde está la democracia representativa y el crecimiento económico al que alude Castañeda? ¿Quién ha gobernado a México en los últimos diez años que no sólo no ha acertado en los puntos señalados, sino que ha deteriorado nuestra relación con E.U. y con el resto de América Latina? Si tiene razón el ex canciller, ¿de quién es la responsabilidad del retroceso que va en camino?
Una salida recurrente en la última administración fue culpar a la oposición de que no hubiera cambios o por lo menos la base para detonarlos: las reformas estructurales.
Desde mi punto de vista el problema es otro. Aventuro una hipótesis. Ha terminado en México el sueño de los neoliberales mexicanos que abarca desde el gobierno de Miguel de la Madrid, quien con su Programa Inmediato de Reordenación Económica prácticamente inauguró de manera formal un conjunto de medidas de ajuste que los sucesivos gobiernos de Salinas y de Zedillo, con su matices, fueron perfeccionando, y que Fox se encargó de preservar y Calderón intentará culminar.
Me refiero a que pese a los esfuerzos de Calderón por consolidar y capitalizar los aparentes éxitos del modelo neoliberal, este paradigma ya está agotado, dio de sí lo más que podía ofrecer. La efervescencia social que hemos visto (neozapatismo y lópezobradorismo) y seguirá ocurriendo en el país, no ha sido leída correctamente por lo grupos de poder que se niegan a aceptar esta realidad. De allí su apuesta a más de lo mismo pero con menos frivolidad.
Calderón podrá viajar en helicóptero para recibir su constancia de presidente electo en el TRIFE y para evitar en lo sucesivo todas las inconformidades que lo seguirán, pero no podrá detener la inconformidad creciente que tiene que ver con él como un presidente legal pero ilegítimo, y que más allá de él, tienen que ver fundamentalmente con la indignación y el rechazo (consciente e inconsciente) a seis aspectos:
1. Al modelo enfocado a mantener, a toda costa, la inflación en tasas bajas y a priorizar el cumplimiento de los compromisos externos.
2. A que los excedentes internos se utilicen para el servicio de la deuda, con costos altos en cuanto a desempleo y a bajos ingresos de la población.
3. Al objetivo de administrar la pobreza para hacer de la miseria una de las ventajas comparativas con el fin de atraer inversiones o para que los productos tengan un precio competitivo en los mercados.
4. A la dependencia recurrente en la definición del modelo de crecimiento y desarrollo del país, de los diagnósticos y prescripciones elaborados por los organismos internacionales, por los grupos de poder fácticos locales y externos, y por los analistas y tecnócratas al servicio de los sectores privilegiados; que al final arroja un saldo agraviante económica, social, ética y moralmente: la concentración de la riqueza.
5. A la desmesura de transformar todo lo que había sido un patrimonio en servicio, particularmente la seguridad social y la educación.
6. A la política de saquear las riquezas y bienes de la nación haciendo pasar esto por modernización en beneficio del consumidor.
Lo que Castañeda no puede o quiere ver es que existen contradicciones irreductibles: entre una visión tecnocrática de las políticas públicas y la construcción de un Estado preocupado por el bienestar. Entre una perspectiva neoliberal de la política y la conformación de una democracia sustantiva. Entre una cultura modernizada y la cultura de la modernidad: la primera es excluyente de todos aquellos grupos o sectores sociales que no puedan insertarse a un marco de prácticas y valores considerados como avanzados y civilizados; la segunda es incluyente y plantea la necesidad de reconocer e integrar en un marco de convivencia y respeto, la diversidad cultural, el carácter pluriétnico del espacio social y la singularidad psicosocial de las distintas identidades que integran el mapa humano del país.
Estas contraposiciones ya no tienen forma de abordarse de manera productiva en el marco del neoliberalismo. Se requiere otro paradigma. Es cierto que el poder de los grupos privilegiados permite prolongar la agonía de aquél, es más, sus grietas las hace pasar como consecuencias de deficiencias en los estilos personales de gobernar o de la resistencia y obstáculos de los sectores sociales inconformes a quienes se califica como tradicionalistas, atrasados, tribales, globalifóbicos, populistas o inmaduros porque todavía esperan la llegada de un mesías o un caudillo que los ilumine.
En México desde hace mucho tiempo, para algunos de manera particular en el gobierno de Manuel Ávila Camacho, para otros a partir del citado Miguel de la Madrid, el enfoque ideológico-político que ha dominado es la derecha, por su puesto con matices. Es cierto que esta tesis es discutible, requeriría un análisis profundo, pero no deja de tener sentido. Para no ir más atrás, la historia reciente, de 1982 a la fecha, y con el triunfo de Calderón se extenderá por lo menos 6 años más, sí confirma que el poder político y económico, con sus fuerzas nacionales y foráneas, ha estado en manos de la derecha, y ahora ésta cosmovisión del quehacer del gobierno y del Estado, es el principal obstáculo para avanzar en un sentido progresista, liberal, democrático y moderno.
La razón es que estos grupos enquistados en los puestos clave de la política desde hace 24 años no tienen independencia como para posicionar un Estado que establezca límites a los intereses y acciones de los grupos privilegiados ni legitimidad interna como establecer una política económica independiente de las presiones internacionales, ni los arrestos como para repensar con un profundo enfoque social y en un sentido dialéctico aspectos como soberanía, nación, patria, historia y justicia.   
Para acallar la inconformidad y para dar salida al ruido del lópezobradorismo, ahora afirman que rebasarán a la izquierda por la izquierda, esto no deja de ser otra fantasía neoliberal, porque este eslogan puede ser real sólo si comienzan a construir una alternativa que lleve a un Estado moderno y fuerte con responsabilidad social. En otras palabras, y para no desestimar la racionalidad del autor de la famosa expresión (y, por cierto, fallida en los hechos) vamos por la enchilada completa: un viraje hacia la social democracia. Es decir, lo contrario a lo que representa Calderón: cambio de jinete, de caballo y… de destino. O sea, lo opuesto a lo que ha representado y establecido el modelo de las nostalgias del Dr. Castañeda. Ese paradigma que mira con suspicacia y entre la paranoia y la esquizofrenia a la izquierda, y a todo aquello que, como expresa Octavio Paz, es irreductible a los sistemas y las burocracias: el hombre, sus pasiones, sus visiones.
Dejé mi corazón empeñado en un bar de la zona de tolerancia. Abandoné en un puerto mi memoria. Mis ojos se quedaron en alta mar. Mi piel la desgarraron las aves de rapiña en algún desierto de cuyo nombre prefiero no acordarme. Mi alma la aposté a una causa perdida: la Revolución. Pero si les interesa saber, la vida me mereció… y yo, casi la merecí. Eso es todo o, casi todo.
El sociólogo inglés Anthony Giddens, en su libro Política, sociología y teoría social, al realizar un examen rápido de la concepción del poder y de la historia sin un sujeto trascendental de Foucault, expone: Desarrollé la teoría de la estructuración precisamente para contrarrestar esta concepción. En la teoría de la estructuración, los seres humanos se consideran siempre y en todas las circunstancias como agentes con conocimiento, aunque actúen dentro de los límites históricamente específicos de las condiciones no reconocidas y de las consecuencias no intencionadas de sus actos.
El lópezobradorismo concita el desprecio de algunos sectores, que independientemente del sesgo racista o clasista que utilizan, lo consideran también una masa rudimentaria que se mueve al dictado de un líder carismático autoritario. Lo perciben en términos de agentes sin conocimiento. Ésta es una forma de deslegitimación de un movimiento, es como decir que están impedidos psíquica y socialmente de ser sujetos de la historia y que si actúan como lo hacen en las calles es como sujetos hipnotizados o como reverberos de los delirios de un loco.
¿Cuál es la implicación de esto? La falta de libertad. Entonces, estos lópezobradoristas son incapaces de verse a sí mismos como una fuerza de cambio de su destino y, desde esta lógica, están impedidos de decidir el destino del país.
Giddens en la obra citada apunta algo que no debemos olvidar: Tanto la libertad de contratar como la libertad de organización política han contribuido a generar el desarrollo de los movimientos obreros que han desafiado los órdenes político y económico del capitalismo y han constituido una poderosa fuerza de cambio en su seno.
Aquí preguntamos algo muy simple. ¿Existiría el lópezobradorismo sin estos agentes sin conocimiento? ¿El lópezobradorismo se reduce exclusivamente al Sr. López? ¿Este movimiento incipiente y aún incomprendido no será un encuentro de libertades en búsqueda de un destino distinto dentro de los límites históricamente específicos de las condiciones no reconocidas y de las consecuencias no intencionadas de sus actos?
Creo que las lecturas de lo que es y representa este movimiento social requieren un enfoque comprensivo. Hace falta una interpretación sensible e inteligente. La sola idea de una convención nacional democrática no es, contra lo que pudiera pensarse, una nimiedad o un absurdo, podría ser el germen de una enculturación que haga pasar, como dice el Dr. Rafael Serrano Partida, a un sector de habitantes del país a una condición de ciudadanos de hecho. En el frotamiento de esas libertades esos ciudadanos de hecho están haciendo su propio derecho a decidir su destino.
Tengamos respeto y cuidado, no creo que sea momento de burlas, porque no me parece que forme parte del discurso de gente sin libertad la expresión esgrimida por damas y caballeros de la tercera edad que con plena convicción gritan en las calles de la Ciudad de México: Dejar de luchar es empezar a morir.
Esta idea tiene toda la fuerza moral de agentes con conocimiento más si la ponemos en contexto. ¿Qué nos han querido decir estos agentes cuando con vehemencia primero pedían el recuento voto por voto, casilla por casilla? ¿Qué nos han manifestado cuando señalan sufragio efectivo no imposición? ¿Qué connotan con la idea de suyo formal y sugerente El objetivo de nuestro movimiento es salvar la democracia y hacer valer la Constitución Política Mexicana? ¿A qué se refieren cuando comparten con su líder la idea de transparentar la elección y dejar que surja la verdad como único veredicto legal posible? ¿Hacia dónde intentan ir, en el sentido de destino, cuando convocan a inventarse un gobierno alterno o un gobierno de la resistencia civil pacífica? En realidad dónde están: ¿Fuera del orden institucional o dentro, muy adentro?
Me parece que simbólicamente todos estos manifiestos predicativos señalan algo ya considerado de manera impecable por Giddens: El poder no posee una primacía lógica sobre la verdad. Así mismo nos recuerdan que: los significados y las normas no pueden ser considerados únicamente como poder coagulado o mistificado –para seguir al sociólogo inglés.
Estirando el argumento un poco más allá: primero proponemos a la democracia como método para hacernos un mejor destino y luego, cuando la empiezan a habitar los que quizás antes la veían como una fachada, les decimos que el significado de esta es tan sólo formalista, leguleyo, elitista, electoral y asunto de agentes con conocimiento. No obstante, lo que en principio nos demandan esos agentes sin conocimiento es el respeto al orden institucional, pero no falta mucho para que nos demanden de manera enérgica abandonar la hipocresía. Entonces, inexorablemente desnudarán la doble moral que envuelve a quienes hablamos de democracia en términos de ficción no en un sentido existencial.
La diferencia no es poca cosa. Mientras la clase intelectual y la clase política está dispuesta a defender los ideales de la democracia en papers, en discursos legitimadores y deslegitimadores en congresos o tribunas triple A, en el restaurante delante de un menú francés bañado con vino, y en programas de radio y televisión con comunicadores condescendientes. Otros (quizás todavía no son muchos, pero con pocos basta) están dispuestos a rifársela porque la democracia en efecto sea una forma de hacer algo para resolver las extremas inequidad, pobreza y concentración de riqueza, y la falta de ingresos y de oportunidades.
Ojo, éstos no dudarán en romperse la madre si es necesario para que la democracia haga lo que hasta el momento, como apunta Jorge G. Castañeda, la democracia de plano no hizo, erradicar las plagas de la región: corrupción, gobiernos ineficientes y concentración del poder en manos de unos pocos.
Me parece que en el primer caso descrito la democracia echó de su seno a quienes podían hacer posible sus aspiraciones (los otros agentes con conocimiento). En el segundo caso no puede cerrarle las puertas a quienes quieren hacer de ella un método radical para enfrentar eso que es una asignatura pendiente, como bien dice el ex canciller: la pobreza, la desigualdad, el alto desempleo, la falta de competitividad y la pobre infraestructura. Quizás sería exagerado decir que es su última oportunidad, pero la democracia ahora está frente al inmejorable reto de liquidar la base política que la está convirtiendo en fetiche: el neoliberalismo.
Creo que la democracia no puede ser más el concepto de un gobierno cercano pero lejano a la gente, debe ser, entre otras cosas, la forma en la que gobiernan los ciudadanos sus decisiones y acciones para hacerse un destino generoso con todos (como recuerda Giddens citando a Carlos Marx: los seres humanos hacen la historia pero en condiciones que ellos no escogen).
En el subterráneo de Nueva York abandoné mis recuerdos justo cuando un tenor ebrio cantaba algo de Paul Simon. En la Varsovia de Kieslowski y Lupita, me traicionaron los miedos y los tuve que apuñalar. En la zona roja de Amberes dejé mis pulsiones. En el Sena me desprendí de mis estados de ánimo. En la Praga de Kundera me robaron lo poco que quedaba de mi ser. En Buenos Aires mi motivación se consumió con un poro en un boliche al ritmo de una canción de Spineta. En el Madrid de Sabina y Bunny murieron sin nacer mis últimos gritos y mis primeros llantos. Pero en el eje Zócalo-Madero-Juárez-Reforma-Glorieta de Petróleos, deposito, como en un ritual de fe, mi esperanza, enciendo una veladora por todo lo que no fui y corto mi corazón con el puñal de obsidiana, lo elevo al sol y lo deposito en el olvido, para alimentar a los fantasmas de lo que no seré.  
Flash back: 5 de septiembre de 2006. Hoy no fue un buen día para la democracia. En el trayecto de San Antonio Abad a Allende escuchó a una mujer de unos 75 años comentar a su hijo de no más de 25: El TRIFE no estuvo a la altura de la historia de este país. El hijo afirma con la cabeza. La noche cae fulminante junto con la lluvia. Le gente se envuelve en los hules amarillos. ¿Melancolía? ¿Desánimo? ¿Tristeza? Algunas lágrimas de confunden con la lluvia. Otras lágrimas que no se atreven a salir se depositan cerca del corazón. Pese a todo existe un ambiente de compañía, casi nadie habla, invade la expectación. Llueve con más furia. El licenciado sale e inyecta ánimo, invita a no decaer, recuerda la apuesta a la Convención Nacional Democrática. Un anciano rememora quedito, casi inaudible: muchas veces yo vine a gritarle que no estaba solo, ahora él me dice lo mismo a mí, estamos juntos en esto hasta el final, no nos ganaron ni nos ganarán esos hijos de puta. Miro al resto y no me queda duda, están por convicción, a estas alturas quién puede acarrearlos. Gritan desaforados Obrador es mi presidente, Obrador es mi presidente. Les creo. Como también sé que de ahora en adelante el presidente del TRIFI-IFE-Fox-Sahagún-Empresarios-Medios de comunicación-más de 14 millones de habitantes-PAN-PRI-Dr. Simi, es Calderón. Cantan el himno nacional como si fuera un himno de José Alfredo Jiménez, incluso unos chavos más bien hiphoperos. Camino un tramo sobre Madero, en medio de los campamentos, hay una fiesta. En efecto no perdieron. La lluvia sigue, abordo en Allende, justo cuando camino por el andén entra un grupito de amarillos que gritan Obrador, Obrador, Obrador. Están alegres. No puedo dejar de cuestionarme: ¿Quién perdió?
Bajo en Chapultepec, previo trasbordo en Hidalgo y conexión en Balderas. ¿Emerjo o me expulsan del subway? Estoy otra vez en medio de la lluvia, de la noche, pero no de la nada. Las imágenes de la noche borraron un poquito la mañana del presidente electo. Encuentro a Luz, coincidimos, ambos hemos tomado partido desde hace varios siglos, parafraseamos al inefable Serrat: puestos a escoger preferimos a los demócratas de la calle, con sus defectos y sus virtudes, imperfectos, porque si faltan ellos, no habrá milagro.


Diego Juárez Chávez

D.F., septiembre 2006.

 

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