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cuentos

Por Violeta Berna
Número 62

EL TALON DE AQUILES

Venía los martes, siempre a las 16.45, puntual. no fallaba ninguno, y si algún martes era festivo lo trasladaba al lunes, nunca al miércoles.
Conocía su cuerpo como el propio, cada lunar, cada pliegue, las partes con vello, todo, un erial para recorrer, empezaba por sus pies, siempre fríos, y descargaba el pedio, ahí empezaba su entrega, iba canalizando, recolocando el peroneo, solo escuchaba su respiración, mis manos resbalaban, penetrando en él, restringiendo su tensión, nunca hablábamos, pero mis manos le contaban todo, y creo que su piel lo sabía. En los gemelos le deleitaba con profundo tacto, y seguía subiendo, y sus muslos eran montes por donde mis manos ascendían, buscando su talón, sabía que encerrado en ese cuerpo de hombre de hielo, yacía un guerrero incansable. Su espalda era un gran llano, donde deleitarse entre rotadores, grandes, amplios, fibrosos, todo un placer para mis manos, que vaciaban sobre su columna todo lo que guardaban mis yemas desde la última vez. Pero este martes estaba dispuesta a encontrarle débil, a derrumbar sus puertas, a derretir su escarcha, a quemarle con mis palmas. Y seguí buscando en sus llanuras, de piel bañada en aceites, buscando el talón por donde el frió escaparía, y mis dedos llegaron al pectíneo y de repente toda su piel se erizo, tembló, sencillamente se derritió. Había encontrado su talón.
Nunca más volvió, dejó mis martes huérfanos, Aquiles se asustó de saber que tenía localizado su talón, y que no estaba en el lugar adecuado ni preciso. Y siento que no se llevara mi cuerpo, para recolocarlo. Mis dedos siguen latiendo.

 

EL PILAR DE MI VIDA

Hubo un gesto que cambió mis días, tu mano en mi cintura, el pilar de mi vida, me sentí adherida a tus brazos que son ramas, abrazada y envuelta, enraizada con tus dedos, alimentada con tu savia, mi cintura se derritió, y tus dedos se fundieron en la curva del paseo.
A partir de entonces, soñolienta cada noche vago entre tus gestos, añorando sentir, el que te hizo libre de quedarte en mi cintura, o recorrerme toda entera.
Desde ese día no hay cruce de callejas, donde piense en un instante que no es justo ni valiente, que tus manos tan de hombre, se quedaran en mi ombligo, despojando toda idea de perderse en mis pilares.
Hubo un día solo uno, y bastó que fuera uno, generoso me miraste, y colgada de tus ojos, me sentí sólida y segura, dubitativa y justa, calida y brillante, y ante todo, libre de quererte, como si yo fuera también el pilar de tu vida
 

 

EL PAN DE TARTINI
 
Tengo el pan en el horno, he de estar pendiente que no se queme, su olor subirá por las escaleras, pero aún así he de estar pendiente, la pregunta de esta tarde me tiene cavilante, desazonada, intranquila. No se porque ha tenido que contarme esa historia, no se porque ha tenido que preguntarme, que le pediría al diablo si se sentara a los pie de mi cama. El músico escucho la bella sonata y pidió poder emocionarse desbocadamente, como lo había hecho al escuchar al diablo en sueños. No entiendo porqué me pregunta a mi, cuando solo quiero que se siente él mismo a los pies de mi cama, y que me abrace esponjosa como si fuera su pan, su hogaza y su sustento, si solo quiero sentirme blanda y pegajosa entre sus dedos, como aceite que resbala y como harina que embadurna. ¿Porque ha querido saber mis deseos?, cuando a estas alturas debía saber que no necesito esperas ni levaduras, que subo con su gas, que solo él es mi Pan, mi dios de las brisas, del amanecer y el atardecer, y que quiero correr a su encuentro como si de una fértil ninfa se tratara, calida como un buen pan, y decirle que cuando se producen simultáneamente dos notas y se mantienen durante un tiempo, se percibe una tercera nota, el tercer sonido, el sonido de Tartini.
 
 
SERIAS CAPAZ CON ESA MIRADA.
 
Me miras, liquida, tu mirada es liquida, transparente, inquietante, y mientras me miras, imagino mundos cuestionablemente ciertos, mundos donde tu mirada corre entre mis venas. Liquida me mira tu pupila, cuartea mi piel, escuadriña mis entrañas, y siento miedo, miedo a volverme agua, tengo miedo a beberte y ensoñarte, mientras me miras, nada es lo que parece, tiemblan mis piernas como dos columnas malheridas; liquida, asombras a las yemas de mis dedos, que buscan cerrar tus parpados, porque lo único que siento es, que serias capaz con esa mirada de derretir la totalidad de los hielos de la Antártida. Y siento miedo, miedo a que toda el agua del mundo este contenida en tu mirada.


Violeta Berna Cres

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