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CLASES POPULARES, TELEVISIÓN Y MITOLOGÍA

Por Basilio Casanova Varela
Número 63

1. Desmitologización

Es un hecho demostrado que Occidente se ha desmitologizado casi por completo. Es decir, que ha entrado en crisis, después de un largo y agónico proceso de deconstrucción, el sistema de mitos, leyendas, relatos y cuentos maravillosos que habían venido sosteniendo el universo simbólico de nuestra civilización occidental. El universo simbólico, sobre todo, de las clases populares que constituyen el grueso de esa civilización.
 
Un universo esencialmente narrativo —es decir, mitológico; incluso religioso—, constituido esencialmente por relatos, es decir, por estructuras narrativas y simbólicas que poseían la estructura de un trayecto simbólico que conducía hacia un fin, hacia un horizonte con sentido.

Datos concretos de ese paulatino pero inexorable proceso desmitologizador los hay en abundancia. Jesús González Requena ha insistido en ello:

Nosotros los occidentales, modernos, posmodernos, no creemos en mitos. Y estamos satisfechos de ello, en ello ciframos nuestra superioridad sobre todos los otros pueblos.

Ahora bien, entonces, ¿en qué creemos? Creemos en la razón, en la ciencia, en la objetividad. Es decir: no creemos en nada; pues eso no es, en rigor, creer, sino constatar; constatamos lo que hay, lo contamos, lo medimos, calculamos su valor de cambio” (González Requena, 2005: 39).

El más claro, el más sintomático es, sin duda, el sendero que han ido tomando los medios de comunicación de masas, y especialmente el medio rey: la televisión.

El televisivo constituye hoy en día el texto —en el sentido que González Requena da a la noción de texto (González Requena, 1996)— más influyente a la hora de configurar nuestra realidad. De configurarla, de construirla, pues ¿de qué otra cosa pueda estar hecha la realidad sino de aquellos textos que la configuran —y prefiguran—, que ayudan a construirla –pero también a destruirla, a aniquilarla? De aquellos textos, en definitiva, que vemos, que oímos, que consumimos.

Y quién puede dudar a estas alturas de que el texto emblemático de nuestro tiempo, el más determinante, es el televisivo. Y si un término conviene para definir este texto, éste es el de espectáculo: el espectáculo televisivo. Pues a eso esencialmente, a puro espectáculo, podría afirmarse que ha quedado reducido el que otrora fuera un texto también, además, informativo —aunque siempre haya tenido, dada la naturaleza de su dispositivo, un fuerte componente espectacular.

2. Televisión y espectáculo de masas

¿Cómo, de qué manera podríamos caracterizar esa espectacularidad de la televisión actual? Pues diciendo, en primer lugar, que nada como ella nos devuelve, como afirma González Requena, la gravedad de nuestro marasmo civilizatorio:

“millones de espectadores abocados al consumo de un espectáculo incesante en el que la pulsión visual se alimenta de las huellas brutas —y brutales— del sufrimiento humano de manera inmediata, en ausencia de toda configuración simbólica, de toda estilización representativa” (González Requena, 2006: 3).

La energía que mueve hoy a millones de telespectadores a colocarse delante del aparato televisivo es esencialmente ésta: la de un deseo —aunque mejor sería llamarlo pulsión— visual alimentado por el dolor y el sufrimiento humanos, el dolor y el sufrimiento, claro, de los otros. El deseo, pues, de consumir visualmente ese sufrimiento y de hacerlo además sin ningún tipo de mediación, de estilización, ni de representación. Porque nada del orden de una representación —y menos una de índole trágica—, del orden de un relato simbólico, sino, simple y llanamente, presencia bruta de las huellas del sufrimiento humano capturadas directamente por una cámara, constituyen el actual espectáculo televisivo.

Las consecuencias de dicho consumo parecen claras. La primera, y quizá también la más importante, la abolición misma de uno de los derechos fundamentales del hombre: el derecho a la intimidad. Pero hablar de abolición de un derecho es decir demasiado poco tratándose del espectáculo televisivo. Se trata de un proceso más devastador: un proceso que conlleva la destrucción, la aniquilación misma de toda intimidad. Porque  qué duda cabe que entrar a saco en la vida privada de las personas, mostrar esa vida es no sólo conculcar un derecho, es también destruir toda intimidad.

3. Punto de inflexión

Hace ya tiempo que las élites intelectuales descreyeron de la mitología e hicieron de la razón, del hombre como ser únicamente racional, su bandera. La Ilustración constituyó sin duda un momento decisivo de ese descrédito, pero ya antes, con Descartes, la hegemonía de la razón había empezado a consolidarse en occidente. Un peldaño más en ese reinado casi absoluto de la razón —de los hechos, de su facticidad— lo constituyó el naturalismo, a cuya cabeza podríamos situar la obra del Marqués de Sade.

Y está bien, sin duda, reivindicar la razón, siempre y cuando no olvidemos que ésta, actuando sola, puede, como bien nos recordó el romántico Francisco de Goya, engendrar monstruos. Y es que desde la pura lógica de la razón cualquier cosa es posible: es sabido que la solución final que el régimen nazi tomó de exterminar al pueblo judío, fue el resultado de un razonamiento lógico —y científico— casi perfecto. Y sin embargo cuanto sufrimiento humano no hubo de causar ese tan lógico, como inhumano, monstruoso uso de la razón.

En fin: que hemos llegado en Occidente a ese punto —que quizás lo acabe siendo de inflexión—, en el que no queda más remedio que preguntarse si el desmoronamiento del universo simbólico constituido por nuestros mitos —también el mito cristiano, socialista en el fondo—, leyendas, ritos y tradiciones en general, ha tocado fondo. Y sobre todo: sino ha sido precisamente ese desmoronamiento de lo mitológico —que es el desmoronamiento del relato en general— lo que ha permitido esa eclosión final de lo espectacular a escala de masas —ya no de clases, sino de masas—, de ese consumo masivo del sufrimiento ajeno sin ningún tipo de freno ni contención.

 En definitiva, esa llamada de los medios de comunicación de masas, de la televisión en especial, a gozar aniquilando toda intimidad.


Bibliografía:

GONZÁLEZ REQUENA, Jesús (2005). “Dios”, Trama y Fondo nº 19, Asociación cultural Trama y Fondo, Madrid.

GONZÁLEZ REQUENA, Jesús (1996). “El texto: tres registros y una dimensión”, Trama y Fondo nº 1, Madrid.

GONZÁLEZ REQUENA, Jesús (2006). Clásico, manierista, postclásico, Castilla Ediciones, Valladolid.


Basilio Casanova Varela

El autor es doctor en Filosofía desde 1999, profesor del CES Felipe II de Aranjuez (UCM) y de la Universidad Autónoma de Tamaulipas (Tampico-Madero). Autor de los libros Vida en sombras o el cine en el cine (2002) y Leyendo a Hitchcock (2007), así como de un amplio número de artículos.

 

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