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Por Salvador Leetoy
Número 31
Televisa, en su afán mercantil,
hace uso nuevamente de fórmulas importadas ante una crisis
total de innovación y creatividad, pues las ganancias bien
lo valen: Big Brother dejó 70 millones de dólares
en su primera etapa (Villamil, J., 3 de marzo de 2002). Durante
el primer paso del Big Brother por la televisión mexicana
fue claro que el manejo de las situaciones que se desencadenaban
en la Casa del Gran Hermano eran prefabricadas y que los guionistas
dejaban de lado la discusión de temas críticos, tal
como lo son argumentos sobre política y economía,
para centrarse en temas vacuos y triviales que poco o nada de impacto
tendrían en la agenda nacional.
Lucía es una adolescente
vivaracha de 17 años. Está pendiente de los estrenos
en las carteleras de los cines "comerciales", es decir,
de aquellos dedicados casi exclusivamente a producciones hollywoodenses.
También le gusta vestir con ropa de "marca" de
la que sus amigos constantemente hablan y presumen: DKNY, Zara,
Mango o cualquier prenda que se pueda conseguir en Bebe, aunque
para ser sinceros, no existe el mínimo cargo de conciencia
si consiguen algo pirata que dé el "gatazo" (en
lugar de un "Bebe" un "Nene"), ya que el dinero
es escaso y restringido por unos demodé padres que poco o
nada saben -según sus adolescentes hijos- de haute couture.
En cuestión de música,
Lucía está convencida de que la "onda" para
bailar es la electrónica y qué mejor si se escucha
en un "rave", aunque el "antro" de moda puede
ser también un buen lugar, siempre y cuando conozcan al "gorila"
de la entrada, al cual se llega a definir como un "naco"
con poder, definición que nada tiene que ver con el naco
desde la perspectiva de Bonfil Batalla. Para beber no hay nada mejor
que los herederos de aquellos muy famosos smart drinks de
los albores de los noventa: el muy comercializado Red Bull con
vodka, ron o ginebra.
A Lucía no le gusta leer
los periódicos; estos provocan la infelicidad. Cuando se
le aconseja que lo debe de hacer para conocer mejor su realidad
contesta: "¿Y yo porqué?". Pero la televisión,
la muy estudiada y controversial televisión, esta es punto
y aparte. El copycat de Seinfield, Adal Ramones, es una delicia
para Lucía, aunque ha llegado a reconocer que prefiere ver
a "Furcio", copia también del programa Bloopers
de la televisión estadounidense. Pero quien se llevó
la atención completa de nuestra "chica in" sujeto
de estudio fue el programa también importado por Televisa,
que la compañía holandesa Endemol capitanea: Big
Brother, el que en México no experimentó la traducción
de su nombre. No existió intento alguno por castellanizar
su denominación de origen; el título que al "Gran
Hermano" sí se le concedió en España.
Lucía lo siguió, como puberta en celo, de principio
a fin.
Lucía fue también
una de las tantas personas que previa emisión del primer
Big Brother recibió un volante. Se podía leer a la
vieja usanza de la publicidad anti-tabaco, algo así como:
"Ver Big Broher es nocivo para la salud de los mexicanos".
Respecto al tabaco, se descubrió que es causa de cáncer
y enfisema pulmonar, y que fumar durante el embarazo aumenta el
riesgo de parto prematuro y de bajo peso en el recién nacido.
El panfleto que llegó a las manos de Lucía no explicaba
con argumentos sólidos el porqué el exponerse a la
emisión resultaba dañino y podía causar un
cáncer en las personas. No dejaba claro qué se definía
como nocivo para los valores y la moralidad mexicana. A Lucía
poco le preocupó esta información y decidió
"fumarse" el programa. Su interés se centró
sobretodo en los resúmenes semanales; aunque durante la primera
emisión había ocasiones en que le aburría hasta
el hastío.
Hoy en día, Lucía
reconoce el formato como reality show, estructura que se
define por no tener más libreto que la improvisación.
Lo que ella desconoce es que éste no es otra cosa que un
mero programa de concurso donde, al igual que sus paralelos en Alemania
y España, por mencionar algunos casos, existe un guión
bien estructurado (Bañuelos, 4 de marzo de 2002). Las personalidades
de los participantes se ven manipuladas y formalizadas para hacer
un drama telenovelesco: actores baratos, muchos patrocinadores
y pocos gastos de producción, haciendo un negocio redondo.
Incluso, Lucía desconoce que a los participantes se les hace
firmar un contrato a perpetuidad para el uso exclusivo de su imagen
(Bañuelos, 28 de diciembre de 2002) a cambio de ofrecerles
una efímera fama: hay que estar a tono con el totalitarismo
del Gran Hermano "orwelliano". Todo sea por el bendito
rating.
Ahora el Big Brother 2 se
estrena en marzo de 2003. La publicidad en Televisa, a través
de todos sus tentáculos mediáticos -que van desde
prensa, radio, TV e Internet- es extensa y habla de una participación
de poco más de trescientas mil personas que están
en busca de ser elegidos en un supuesto casting azaroso y exhaustivo.
Esta poderosa televisora busca repetir aquellos impresionantes ratings
en los momentos cumbre de la primera emisión, que no fueron
todos ni muchos, y desea olvidar el paso sin gloria que dio su reality
show musical "Operación Triunfo" con la humillante
derrota sufrida ante su similar "La Academia" que su competidora
TV Azteca transmitió con tal éxito que aseguró
la difusión inmediata de una segunda parte.
Televisa, en su afán mercantil,
hace uso nuevamente de fórmulas importadas ante una crisis
total de innovación y creatividad, pues las ganancias bien
lo valen: Big Brother dejó 70 millones de dólares
en su primera etapa (Villamil, J., 3 de marzo de 2002). Durante
el primer paso del Big Brother por la televisión mexicana
fue claro que el manejo de las situaciones que se desencadenaban
en la Casa del Gran Hermano eran prefabricadas y que los guionistas
dejaban de lado la discusión de temas críticos, tal
como lo son argumentos sobre política y economía,
para centrarse en temas vacuos y triviales que poco o nada de impacto
tendrían en la agenda nacional. Las conversaciones iban desde
la atracción que sentían algunos de ellos hacia otros
participantes, problemas personales, sentimentalismos y enamoramientos
pasados, deportes que practicaban, reflexiones existencialistas
superficiales, la riqueza o la pobreza en la que vivían,
su futuro artístico, etc. Pero nunca se tocó ningún
tema que promoviera una visión más plural, crítica
o analítica en torno al establishment. Más allá
de que si los concursantes hubieran tenido o no la capacidad intelectual
de abordar temas coyunturales, lo que se observó fue que
los participantes tocaron tópicos que se ajustaban a un mínimo
común denominador intelectual, es decir, tópico inocuos
y vacuos que -por medio de un lenguaje popular y semánticamente
pobre- serían fácilmente entendidos por la mayor población
posible. Las personalidades moldeadas de los habitantes de la casa
del Big Brother tácitamente aparecían: desde
el niño rico y desenfadado, hasta la mujer promiscua y provocativa,
y el gay en el closet, pasando por la otra niña rica y mimada,
el flojo y mediocre crónico, así como los cizañosos
y vengativos...toda una gama nutrida de personalidades para este
género de ficción.
Así como Lucía, miles
de jóvenes están a la expectativa nuevamente dado
a lo sugerente de la publicidad que Televisa utiliza, donde establece
que habrá más cámaras y las reglas serán
otras (las cuales no han llegado a abordar), jugando con el morbo
que ello pueda causar. Sin embargo, el problema no reside en ver
ese tipo de programación, ya que estaríamos cayendo
en lo mismo que hace el conservadurismo rancio: criticar la pluralidad
y la libertad de elección. El problema reside en estar pendientes
de que existan las mediaciones necesarias que permitan filtrar la
información, es decir, conformar un fuerte compromiso de
una sociedad que no debe estar ajena a estos procesos de recepción,
una sociedad que debe rechazar los panópticos foucaultianos
que todo lo observan y vigilan, una sociedad comprometida con
la educación para la recepción que es tan necesaria
en su seno. Una sociedad exigente con los contenidos mediáticos
que exija pluralidad de temas, no sólo donde prevalezcan
los de entretenimiento. Pero ahí el problema no parte sólo
de los medios, ello parte de una sociedad que debe dejar de lado
un comportamiento exclusivamente posmoderno donde la imagen predomine
sobre el texto incrementando con ello el número de rumiantes
cognitivos que sólo se alimentan informativamente de lo digerido
previamente. Una visión más plural es importante.
Tampoco es cuestión de pensar
que prevalecerá la imagen fatalista que George Orwell magistralmente
alerta en su trilogía conformada por "La Rebelión
en la Granja", "Homenaje a Cataluña" y "1984":
la conformación de un ser manipulable, superficial y sumiso
que se mantiene adoctrinado por el dogma absolutista del Gran Hermano,
cuya filosofía la engloba Orwell en los tres principios del
Ministerio de la Verdad: La guerra es la paz, la libertad es la
esclavitud, la ignorancia es la fuerza. Propaganda al puro estilo
de las nomenklaturas estalinistas. Franco lo sabía muy bien,
los Bush la manejan como maestros, y a Escrivá de Balaguer
le valió la santidad. La despolitización social puede
ser un factor que aparezca, aunque de acuerdo con Fiske (1987, p.
309), es demasiado arriesgado pensar que la sociedad está
compuesta sólo por idiotas culturales, ya que la carga
ideológica o la no atención a hechos de coyuntura,
cualquiera que sea, puede ser amortiguada por una recepción
más responsable y crítica. Hay que recordar que la
base fundamental del pensamiento escéptico, aquel que le
da sentido a la ciencia, es dudar siempre, dudar de todo antes de
no tener una evidencia lógica y racional, una duda que no
rechaza ni acepta hasta que se presente la evidencia. Desgraciadamente
para el establishment ello resulta peligroso pues no hay nada más
incómodo para los grupos dominantes que alguien que cuestiona
el status quo. En términos del poder, es mejor despolitizar
con el Gran Hermano que cuestionar las acciones de gobierno. La
lucha constante entre los llamados círculos rojos y círculos
verdes, que como ya se comentó anteriormente, no son temáticas
que se abordan en la emisión del Big Brother.
Académicos, estudiantes,
padres de familia, políticos, periodistas, empresarios, etc.,
todos tienen ese compromiso. Una sociedad despolitizada y acrítica,
es una sociedad sin criterio. Las industrias culturales crean productos
como el Big Brother o cualquier tipo de programas de entretenimiento
con la finalidad de ganar dinero. Eso no es reprobable ni reprochable,
pues es su negocio y modus vivendi. Es más, la creación
de tendencias, modas o comportamientos tampoco es un hecho reprobable.
El problema aquí viene precisamente de aquella parte de la
sociedad que sólo se expone a estos mensajes sin analizar
la riqueza informativa a la que puede acceder a través de
lo que llamo criterio multimedia: la evaluación de todo tipo
de medios para crear un criterio más amplio, plural y diverso
de un mismo fenómeno. Esto es, estamos inmersos en la sociedad
de la información. La información fluye por doquier.
El Internet ha permitido que estemos atentos a diversos enfoques
alrededor del mundo, pero el hecho de que exista la información
no garantiza su análisis, ya que este viene a partir de la
observación de todos los elementos que conforman un fenómeno
para tener una percepción más amplia y cercana de
la realidad. El Big Brother será inocuo en los términos
que se deseé lo sea, ello dependerá de las distintas
mediaciones y la pluralidad informativa a la que se esté
sujetos. En este sentido Lucía tiene la batuta y la opción,
pero para que ello suceda, también deben existir contenidos
que la orienten y estimulen su pensamiento crítico, ya que,
por lo menos en esta primera emisión, Televisa optó
por dorar la píldora y curarse en salud, evitando el cuestionamiento
y promoviendo el dogma...el síndrome de Homero y Lisa Simpson
les resultó redituable: sé estúpido, mediocre
y pasivo, y el sistema te recompensará con una vida más
o menos tranquila y sin sobresaltos. De lo contrario, si cuestionas,
reflexionas y criticas, serás expulsado y marcado como freak
intelectual que a todos incomoda y que es mejor aplastar.
Referencias:
Bañuelos, J. (28 de diciembre
de 2002). Big Brother 2: Esclavos a perpetuidad. Revista Proceso,
1365. Disponible en: <http://www.proceso.com.mx>
Bañuelos, J. (4 de marzo de 2002). El gran engaño.
Revista Proceso, 1322. Disponible en: <http://www.proceso.com.mx>
Fiske, J. (1987) Television
Culture. Methuen: New York.
Villamil, J. (3 de marzo de
2002). Del Big Brother a la Rebelión en la Granja. La
Jornada. Disponible en: <http://www.jornada.unam.mx>
Para la publicación
de escritos en La seducción de la imagen, comunicarse
con Claudia Quintero cquintero@itesm.mx.
Mtro.
Salvador Leetoy
Profesor del Departamento de
Comunicación y Humanidades del ITESM,
Campus Guadalajara, Jal., México |