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Por Clara Alvarez
Número
56
La
sabiduría popular de “Lo que mal
empieza, mal termina” está sucediendo
con el Acuerdo de Convergencia de telecomunicaciones
publicado con bombo y platillo en el ocaso de
la administración foxista. El Acuerdo
de Convergencia es el típico ejemplo de
preferir un acto con alto impacto mediático
aun cuando no remedie el problema, en vez de
optar por una solución interna silenciosa,
pero con el defecto (o más bien, la virtud)
de que no atrae los reflectores. El Gobierno
Federal invirtió muchos recursos humanos
y materiales para “lograr” el Acuerdo.
En cuanto nació a la vida jurídica,
se inició la crónica de una muerte
anunciada.
La convergencia es producto
de la evolución tecnológica. Tradicionalmente,
las redes de telecomunicaciones técnicamente
sólo podían prestar un servicio
y el Gobierno Federal otorgaba concesiones para
un servicio en particular (p. ej., televisión
por cable). La evolución tecnológica
avanza a pasos agigantados y una misma red puede
hoy día prestar servicios de triple play
que constan de voz (teléfono), datos (Internet)
y video (televisión), a esto es a lo que
se le llama convergencia. Sin embargo, la práctica
administrativa no supo adaptarse al cambio y
continuó con su modo de operar otorgando
concesiones por servicio. Ello generó
barreras y retrasos a la entrada de competidores
en el mercado. Así, los concesionarios
de televisión de paga no podían
prestar servicios de voz al carecer de dicha
autorización, y aquellos de telefonía
tampoco podrían prestar televisión.
En ese contexto, lo que
se requería era un cambio en la práctica
administrativa y un rediseño de procesos.
Contrario a ello, se optó por expedir
un Acuerdo de Convergencia para “facilitar
la convergencia de redes y servicios de telecomunicaciones,
así como establecer procedimientos simplificados
y expeditos” para permitir que los concesionarios
de televisión de paga pudieran prestar
telefonía, y los concesionarios de telefonía
pudieran prestar televisión. El Acuerdo,
lejos de facilitar la convergencia y la sana
competencia, en realidad reforzó un régimen
administrativo contrario a la simplificación
y a la convergencia. Adicionalmente y lo que
ha sido muy cuestionado por autoridades y particulares,
estableció un camino para que Telmex pudiera
modificar su título de concesión
para prestar televisión de paga sin que
se le pudieran imponer condiciones especiales
para evitar que, al dominar el mercado de acceso
a los usuarios finales, elimine a los concesionarios
de televisión por cable.
Los amparos de los supuestos
“beneficiarios” no esperaron y algunos
obtuvieron la suspensión del Acuerdo.
La Cámara Nacional de la Industria de
la Televisión por Cable (Canitec) en la
Expo-Canitec la semana pasada solicitaron directamente
al Presidente Calderón que se abrogara
el Acuerdo, en tanto que diversas autoridades
como la Comisión Federal de Competencia
y la Comisión Federal de Telecomunicaciones
se han sumado a dicha propuesta porque el Acuerdo
nunca funcionó y, agrego, difícilmente
lo podría haber hecho. Ni los concesionarios
han sido autorizados para prestar nuevos servicios,
ni Telmex ha logrado que se le modifique su título,
y lo que sí ha pasado es que la Cofetel
no puede avanzar en temas relacionados por los
litigios contra el Acuerdo.
Si se pudiera
regresar el tiempo, lo oportuno hubiera sido
simplemente agilizar los procesos internos de
la autoridad y hacer realidad la convergencia
a nivel legal autorizando los servicios adicionales
a los concesionarios existentes. “Necesitamos
tanto echar las culpas a algo lejano, cuando
valor nos falta para enfrentar lo que tenemos
adelante” dirá José Saramago
en El Hombre Duplicado. Suele pasar
que para cubrir un expediente las autoridades
se embarcan en un laberinto sin fin, cuando sería
más honesto y productivo rectificar el
camino. Desde su origen el Acuerdo tenía
deficiencias que se han traducido en situaciones
negativas y parálisis, ¿hasta cuándo
seguirá vigente?
Clara
Luz Alvarez González de Castilla
México |