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Por Fernando Mendoza
Número 37
En
este sexenio primero fue el Pemexgate, luego el Amigosgate.
En ambos caso no hubo ruinas: el PRI, sin embargo, persevera; Amigos
de Fox fue exonerado. En ningún caso ocurrió el final
vaticinado por el neologismo que intentó predecir su sino
trágico. En octubre pasado, tras los disturbios en la conmemoración
del 2 de octubre y el sonado caso del Paraje San Juan, los medios
de difusión masiva pretendieron encontrar, ahora sí,
el ...gate, propio de Andrés Manuel López
Obrador. La búsqueda continuó tras verificar que salió
indemne.
La
oportunidad apareció favorable en la segunda quincena de
enero, cuando la prensa develó que el chofer del Jefe de
Gobierno del Distrito Federal ganaba casi igual que un subsecretario
de gobierno. El Nicogate había llegado. ¿
Por qué esa proclividad de los medios por encontrar el asunto,
momento o coyuntura que marque el fin de la carrera política
de un personaje – tal fue el paradigmático watergate
para Richard Nixon? ¿Por qué la falta de análisis
e información seria que analice el caso y lo ponga en perspectiva?
Los
medios hicieron algo más que informar la mancha en el impoluto
historial de López Obrador, lo crucificaron, unánimamente.
Do the media seek truth or Power?, pregunta la
edición electrónica de Open Democracy (OP) del 5 de
febrero <http://
www.openDemocracy.net>. La pregunta apunta hacia una
trascendente reflexión sobre el papel de los medios de difusión
masiva.
En
muchos analistas del quiebre del 2000 es común encontrar
la afirmación sobre el papel de los medios en el avance democrático
del país. ¿Pero contribuyen al desarrollo de una cultura
democrática? No, en especial en sus búsquedas de x-gates,
que insisten en hacer del medio – reportero o empresa –
el protagonista de la historia, haciendo a un lado el interés
público. Hablando de la prensa inglesa, John Lloyd (Media
power: telling truths to ourselves, en el citado número
de OP) afirma que los medios han abandonado la información
“obsesionados con ganar poder”. La persecución
de x-gates convierte la actividad de los medios en una
variante de “periodismo guiado por láser” que,
seguimos con Lloyd, “va directo a lo que concibe como el corazón
de la oscuridad y permanece ahí, demandando una explicación
de la oscuridad en sus propios términos”. Al hacerlo,
dotan de absoluta importancia al hecho o personalidad “oscuros”
iluminados por su láser.
A veces parece
que los medios se deleitan como perros de ataque. Lloyd recuerda
que Larry Sabato, describe tres etapas en el periodismo estadounidense
antes y después de Watergate: pasó de perro faldero
(1941-66) a vigilante (1966-84) y luego a perro de ataque (de 1984
en adelante). Es decir, hay un periodismo obediente, el del boletín;
otro, que comprende y describe el poder cuestionándolo y
uno más movido por destruir el poder y reemplazarlo, golpeándolo
o desligitimándolo. Recuérdese, tras la violenta muerte
de Paco Stanley, los regaños y llamados a hacer justicia
por mano propia de Ricardo Salinas, con la complacencia de Ernesto
Zedillo, incapaz de hacer cumplir la ley que rige a los concesionarios
de medios electrónicos, un servicio de interés público.
Incapaces, sin
embargo, de seguir historias – a menudo importa más
el golpe dado – los medios reemplazan rápidamente a
las personalidades señaladas con su láser, por otras,
para desgracia del previamente iluminado, que ve desvanecer su protagonismo.
El
Nicogate, asumido así por el propio Andrés
Manuel López Obrador, siguió un derrotero extraño.
Resultó atractiva la perseverancia del Jefe de Gobierno por
mantener casi dos semanas el tema en sus conferencias matutinas,
pese a que los medios hacia días se habían olvidado
de ellas. Habían llegado a ellos nuevas oscuridades, las
travesuras dispendiosas de Carlos Flores, el embajador dormimundo
y luego el asunto sobre el tráfico de influencias de Vamos
México, la omnipresente fundación de Marta Sahagún.
Las similitudes
entre Sahagún y López Obrador bien merecen otra mirada.
Que así sea.
Fernando
Mendoza Vázquez |