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EL ALBANENE
Por Hildegard Albrecht
Nadie se escapaba de recibir un apodo al ingresar como empleado al equipo de trabajo de la antigua imprenta - con su característico olor a tinta, el particular ruido del traca traca de su máquina vieja y rudimentaria, y el espíritu de camaradería que se da cuando se trabaja en equipo y bajo presión de tiempo.
En cuanto entró José García, joven, notablemente bonachón y prematuramente calvo, de inmediato - aunque no de frente – le pusieron el apodo de “El Rodillo” por la reluciente testa que emergía de un negro anillo de chinos más bien crespos y tan negros como su misma piel. Por estos mismos chinos algunos pretendían llamarle “ el Garcí Crespo”.
Pero estos dos apodos iniciales no prosperaron ya que pronto, en buena lid, José se ganó el respeto de todos por su talento y gran disposición para resolver todo tipo de conflictos ,de los que nunca faltan entre los compañeros de trabajo. Era de esperarse. Le pusieron “ El Componedor”
Tiempo después ingresó al equipo de la imprenta una hermosa joven: alegre, sensual, inteligente y bien morena. solía cantar mientras trabajaba. Por supuesto, pronto sería conocida como “Tinta… La Negra”.
Con el tiempo, por necesidades emocionales, por afinidades anímicas, y por buena química “ Tinta la negra” y “El componedor” se unieron en pareja, con beneplácito de todos. También con el tiempo llegaron los hijos, todos morenitos, sanos y bonitos.
Como suele suceder con los años, poco a poco, al matrimonio como que… se le acabó la tinta…y el erotismo inicial voló por la ventana. Sin embargo el lazo de cariño- aunque ya algo borroso - sobrevivió y ya entrados ambos en años, en carnes y en hijos, para sorpresa de los dos arribó ¡un nuevo vástago! Éste, de pies a cabeza, ¡totalmente güero! A pesar de lo incómodo de su color, fue recibido por la pareja con entusiasmo, alegría y cariño.
Por supuesto hubo murmuraciones. Se habló un poco del viejo, pícaro y incoloro proveedor de papel “couche”, papel que le tocaba a “tinta la Negra” recibir en la pequeña bodega de atrás con sus grandes anaqueles y un viejo y solitario sofá . También se especulaba sobre el joven y consentido sobrino del dueño - Petulante guerito de ideas modernas y con coche último modelo. Sólo “la tinta” con su natural calidez ya más maternal que sensual lo toleraba. Los demás lo evitaban y a sus espaldas, por sus pretensiones extranjerizantes y su deseo de renovar la imprenta le decían “El Chandlers” o, a veces, por lo inquieto y por las vueltas que daba, “el Rotativo”.
En fin. El secreto del particular “genoma” del nuevo vástago de la pareja sólo constaba a uno de los dos y ninguno de los dos quería que degenerara su agradable y cómodo matrimonio en Denigrante sospecha o desgastante reproche. El secreto del genoma – si es que lo hubo - no levantó olas.
¿Sería por el don de bonhomía del “Componedor”, o gracias a la inteligencia y prudencia de “Tinta la Negra”? Sepa.
Lo que si se sabe es que pese a lo incómodo de su color, el niño fue criado con cariño por la pareja y, por supuesto, por común acuerdo (que caracterizaba siempre sus tomas de decisiones realmente importantes) muy pronto - aun antes del bautizo- le pusieron un cariñoso apodo para el resto de sus días (¡hasta la edad adulta!) el nuevo nene portaría con orgullo su propio mote de “el nene albanene”.
Hildegard Albrecht
Escritora Mexicana. |