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2007

 

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Adopción Excepcional de Grafía Atona

 

Por Andrés González
Número 58

El principio
En la decimonovena edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, 1970:581), se hablaba de que los vocablos “este” y “éste”, con sus femeninos y plurales y, según se sugiere, en sus distintas funciones de demostrativos o pronombres, seguían la acentuación “normal” que los diferenciaba entre sí, haciéndose caso omiso de la exclusividad de esa acentuación distinta por riesgo de anfibología, hoy preferida por la Academia: Este lápiz es el que digo; El lápiz al que me refiero es éste.

Evolución
Pero en el suplemento de la mencionada edición del Diccionario se daban también unas normas (DRAE, 1970:1424, d) para el uso de la tilde. Éstas incluían ya la diferenciación de que hablamos, sujeta, como ahora, a la posibilidad de incurrir en anfibología. Era aquélla, apenas, una carta de tímida licitud, envuelta además en algo de indecisión en cuanto a la prescindencia de la dicha tilde si no existiese la tal posibilidad anfibológica: “Los pronombres éste, ése, aquél, con sus femeninos y plurales, llevarán normalmente (la cursiva es nuestra) tilde, pero será lícito prescindir de ella cuando no exista riesgo de anfibología.” Y ejemplificaba así: “Existirá este riesgo en la oración siguiente: Los niños eligieron a su gusto, éstos pasteles, aquéllos bombones”. Y remataba así, confusionistamente: “Con tilde, éstos y aquéllos representan niños; sin tilde, estos y aquellos son determinativos de pasteles y bombones, respectivamente”. Observamos confusión aquí porque ésta era la regla tónica tradicional que comenzaba a negarse, y aun así en ese párvulo contexto de rechazo se exhibía de pronto con toda naturalidad.

Por otro lado, la prescindencia de la tilde en el adverbio “sólo”, en sustitución de “solamente”, aparece sugerida ya con cierto énfasis en la edición del Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, de la Real Academia Española: “… se hace solo patente la identidad de persona…” (Esbozo, 1973:208) En dicho sentido, la antes citada decimonovena edición del DRAE ponía el énfasis más en la prescindencia de la tilde cuando dicho vocablo fuera un adverbio (ídem, c): “La palabra solo, en función adverbial, podrá llevar acento ortográfico si con ello se ha de evitar una anfibología: le encontrarás solo en casa (en soledad, sin compañía); le encontrarás sólo en casa (solamente, únicamente).”

La vigésima edición del DRAE, de 1984, dice en su entrada este, esta, esto, estos, estas: “…las formas m. y f. (masculina y femenina) se usan como adj. (adjetivo demostrativo) y s. (sustantivo), y en este último caso se escriben con acento cuando existe riesgo de anfibología.” (DRAE, 1984:604). En las dos ediciones posteriores, así como en diversos diccionarios académicos de igual modo posteriores, se adopta este mismo criterio, en concordancia con la norma aparecida ya en la Ortografía de la lengua española (1999:49), de la propia Academia.

Sin embargo, respecto del uso adverbial del adjetivo “solo”, en la vigésima primera edición se lee así esa entrada en particular, por lo que se ve, aún no definitiva: “sólo o solo: adv. m. Únicamente, solamente.” (DRAE, 1992, t. II:1899).

Por último, en la vigésima segunda edición del DRAE (2001), la prescindencia es ya manifiesta en cuanto al mismo adverbio desde el “Preámbulo” (p. IX, renglones penúltimo y último): “… la Academia incorpora a su Diccionario no solo aquello que responde a lo que se ha llamado el genio de la lengua…”

Uno de los más recientes documentos académicos sobre nuestro idioma, el Diccionario panhispánico de dudas (2005), de la propia Academia y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, reafirma en su página 639 que “Las formas neutras de los demostrativos, es decir, las palabras esto, eso y aquello, que solo pueden funcionar como pronombres, se escriben siempre sin tilde: Eso no es cierto; No entiendo esto…” Pero, sobre los masculinos, femeninos y plurales de los vocablos que venimos viendo, el mencionado diccionario dice inmediatamente antes, en la misma página:

Sea cual sea la función que desempeñen, los demostrativos siempre son tónicos y pertenecen, por su forma, al grupo de palabras que deben escribirse sin tilde según las reglas de acentuación: todos, salvo aquel, son palabras llanas terminadas en vocal o en –s… y aquel es aguda acabada en –l… Por lo tanto, solo cuando en una oración exista riesgo de ambigüedad porque el demostrativo pueda interpretarse en una u otra de las funciones antes señaladas, el demostrativo llevará obligatoriamente tilde en su uso pronominal.

Un poco de historia
En 1535, el lingüista Juan de Valdés se refirió a la necesidad de que en nuestro idioma los vocablos se usen completos (Valdés:48). Podemos decir lo mismo ahora respecto del uso del acento ortográfico en la función diacrítica, pues excluirlo significa finalmente un reduccionismo del vocablo que a la postre lesiona a nuestra lengua y puede, incluso, motivar la desaparición de la tilde en otros o en todos los casos en que todavía se admite de modo oficial para evitar las posibles anfibologías: artículos, pronombres, adjetivos posesivos y adverbios.

En Autoridades (1726-1793, t. II:632), se lee: “Este, ta, to. Pron. demostrativo de lo que está o se tiene presente. Es tomado del latino Iste, ta, ud. Quev. Fort. (Quevedo, La fortuna con seso.) Era mui favorecido de un señor un criado suyo: este le engañaba hasta el sueño, y a este un criado que tenia, y a este criado un mozo suyo, y a este mozo un amigo, y a este amigo su amiga, y a esta el diablo.” Es decir, que en el siglo XVII aún no se hacía ninguna diferenciación ortográfica entre los adjetivos demostrativos y su función pronominal.

En la página XVI de la Ortografía se recuerda a Horacio cuando sentenció que el uso “es en cuestiones de lenguaje el árbitro definitivo”; sin embargo, respecto de la acentuación, ya en el “Discurso proemial de la ortografía”, página LXIV de Autoridades se decía que “En el uso de los acentos también se ha padecido grande equivocación, causada por la ignorancia o poca advertencia de su uso.” Para entender la frase del poeta romano, que hoy pareciera absurda, cabe recordar su tiempo, en el cual sólo se tomaba en cuenta, para arribar a esta clase de conclusiones, al reducidísimo porcentaje de la población que entonces escribía o intervenía en la escritura de alguna forma indirecta. Se presume, de tal modo, que la opinión sobre el idioma se mantenía más o menos homogénea. Era la opinión de un estrato o clase social. Hoy por hoy, luego de la culminación expresada en el verso de Maiakovsky en A Sergio Esenin (1957:42): “… al pueblo/ al creador de idioma/ se le ha muerto un sonoro cantaor/ vicemaestro”, frases así han devenido más bien demagogia, debido a la ignorancia de las normas del idioma por parte del “pueblo”, a tono con la falta de programas educativos adecuados. Es hoy, aquella clase de frases, muestra absolutista que no toma en cuenta la relativización actual del uso del idioma. Dicho sin ambages, los distintos estratos o clases sociales de nuestros países de habla hispana están condenados a ese relativismo, dada la diferencia de la calidad de la educación a la que cada uno tiene acceso.

Una solución ignorada
A este respecto, sería importante considerar la clasificación de los usos del idioma que hace el rumano Eugenio Coseriu, que ahora resumimos:

a) “Sistema”, el cual desde luego se halla a la disposición de todos los hablantes del mismo idioma, apto para al redacción de tratados que deberán estar igualmente a disposición de todos sus lectores cuando los requieran, en el país en que se encuentren; b) “Norma”, el cual está conformado por los modos regional o grupal del uso del idioma, característico, por tanto, de países, regiones, gremios o grupos sociales, siendo así el uso típico del periodismo o de los textos de una localidad, pues va dirigido a los lectores de allí mismo, y c) “Habla”, o sea el uso personal de quien habla o escribe, por lo que es el uso característico de los escritores, quienes buscan usualmente generar un “estilo propio” o dotar de él a sus personajes, al menos cuando se trata de narradores.

Según este planteamiento, la Academia, integrada por doctos, asume y hace asumir a otros doctos de responsabilidad general (internacional, digamos) el uso idiomático de los estratos sociales poco educados, con el deplorable efecto de tener que desechar normas por ella misma dictadas con anterioridad. En un lance de radicalismo, podríamos buscar aval para esto en el Ortega de La rebelión de las masas. Pero, sobre todo en obvio de tiempo, es preferible acotar el asunto dentro de márgenes lo más técnicos posible.

En la página XVIII de la ya citada Ortografía se lee que el “notable” gramático del siglo XIX Vicente Salvá se refería a algunas cuestiones ortográficas en estos términos: “el trabajo en tales negocios no está en señalar lo mejor, sino lo que es hacedero”. Al respecto, se había dicho antes (p. XVII) que se da libertad a quien escribe de “colocar el acento gráfico en hiatos y diptongos”. Es el mismo caso del acento diacrítico en el pronombre “solo” y en los demostrativos “este”, “ese”, “aquel” y sus plurales. ¿Dónde quedó la facultad académica de fijar el idioma?

Se alega un respeto al “uso” en general; pero este argumento, además de por la contradicción vista en el párrafo precedente, no convence mucho en sí misma. Por ejemplo, en un artículo de la investigadora Kathryn Cramer que comenta el II Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Valladolid, España, en 2001, se lee que el vocablo “socioeconómico” aparecía 1,800 veces en seiscientos distintos documentos del Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), y que sin embargo no estaba incluido en la entonces última edición del Diccionario de la Real Academia Española.

El futuro probable
Se vislumbra, entonces, un futuro sin acentuación diacrítica, pues el criterio académico por el cual se ha eliminado la tilde en los casos que comentamos es el de que se trata de palabras llanas, las cuales deben seguir la regla respectiva. Así, pronto podrían verse igualmente afectados los monosílabos que hoy se prestan a anfibología (los ya señalados artículos, pronombres, adjetivos posesivos y adverbios), si el riesgo de incurrir en ésta ya no existe, puesto que en general los monosílabos españoles no deben acentuarse. Y lo mismo puede ocurrir con los demás casos de acentuación diacrítica, como las diversas formas interrogativas de vocablos inacentuados, todos los cuales un día fueron resueltos con el ingenioso y sencillo “rasguito” escrito de abajo arriba y de izquierda a derecha que Quintiliano inventó con el nombre de “ápice”, al decir de Antonio de Nebrija (Libro segundo, Capítulo segundo), y que Juan de Valdés llamó “raica” (rayita) (p. 62). Y ahora la confusión medieval respecto del punto que comentamos volverá a nuestro idioma, que al fin y al cabo ocasión no le falta, dado el embate continuo de los extranjerismos, muchas veces introducidos en él precisamente con intención confuncionista. Sólo bastará con que los redactores “doctos” estructuren sus frases de modo que los referidos elementos no se presten a anfibología. Bastará con que no redacten frases casi impensables como “Sólo yo estoy solo”, sino frases sucedáneas (recurso que a todo el mundo se le ocurre de entrada) como “Nada más yo estoy solo”, por decir algo. El lector aportará de inmediato, a no dudarlo, ejemplos parecidos (y también sin duda no tan elementales) para el caso de los demostrativos “este”, “ese” y “aquel”.

El uso
Ahora bien, en el contexto de los países hispanohablantes no parece haberse adoptado la regla átona, comenzando por España. Los que siguen son algunos ejemplos (el primero es mexicano) de redacción tónica de los elementos comentados, en libros de editoriales prestigiosas durante un periodo de al menos tres lustros:

Respecto de los demostrativos como pronombres, en la edición de Porrúa de los Evangelios apócrifos se lee: “Su madre, llena de gozo, se lo llevó de nuevo a María y ésta le dijo…” (1991:74).

En la novela La sombra del viento, de Carlos Ruiz Safón, publicada en 2003, entre otros momentos, se muestra este modo de acentuar (p. 317): “—Ése lo vi en un cartel de la Plaza de las Arenas.” Este libro lleva el marbete de la editorial Grijalbo.

En De cara con la vida, la mente y el universo, de Eduardo Punset, Ediciones Destino, también entre otros momentos, se usan acentuados los pronombres “ésta”: “Está claro que ésta es la cuestión…” (2004:405) y “éste”: “Éste es uno de los principios básicos de la nanotecnología…”(2004:407).

En El genio del idioma, de Alex Grijelmo, de la editorial Taurus, libro sobre la evolución histórica del español, se lee indistintamente: “Solo podemos deducir su personalidad a través de sus actos” (2004:184), y “Sólo estamos ante un deslumbramiento…” (2004:247).

En Perdón, imposible, de José Antonio Millán, libro especializado en la puntuación de nuestro idioma, encontramos la acentuación “tradicional”: “Ésa es la forma clásica, pero…” (2005:135). Este libro es de la editorial Océano.

En la cuarta de forros de la novela Si hubiera mar…, de Lourdes Macluf, publicada por la editorial Alfaguara en el presente año de 2007, se lee: “Podría ser una actriz de teatro, una locutora de televisión, pero sólo es una novelista sin novelas…”

Estas seis referencias —que podrían ser cien, o mil—, muestran que aun los estratos más “doctos” de hispanohablantes se resisten incluso hoy en día, luego de quince años de emitida definitivamente la norma al respecto, a escribir sin acento ortográfico tanto la forma adverbial del adjetivo “solo” como los demostrativos “este” y “esta”, con sus plurales, cuando tienen función pronominal. O, en algún caso, que aún titubean al hacerlo (Grijelmo), como ejerciendo con lentitud un proceso de involución del idioma, simétrico al que antes fue de evolución. Ello se debe ostensiblemente a la utilidad de la anterior diferenciación entre unos y otros de los tópicos gramaticales aquí comentados. Es posible que la concesión de no acentuar tales vocablos en las funciones adverbial o pronominal se deba al dominio idiomático de algunos redactores en español, tal lo sugiere la siguiente observación de la Ortografía (1999:51) respecto del primero de ellos: “Cuando quien escribe perciba riesgo de ambigüedad, llevará acento ortográfico en su uso adverbial. Ejemplos: “Pasaré solo este verano aquí (‘en soledad, sin compañía’). Pasaré sólo este verano aquí (‘solamente, únicamente).” Pero las actuales estadísticas del conocimiento de nuestro idioma por parte de los hispanohablantes sitúan esta materia como una de las peor asimiladas por parte del estudiantado de nuestros países, en especial por el de México, el cual ocupa uno de los lugares más bajos en la lista de la calidad del sistema educativo de todo el mundo. Así, no hay ninguna garantía de que lo que el “docto” escriba al respecto sin dudas, sea recibido por el lector con una claridad correspondiente.

Nudo
De tal forma, fue ésta una flagrante contradicción de la Real Academia Española, al lanzar un día el Diccionario. Se refirió entonces a los autores “estudiosos y felices”, buenos redactores de la lengua incluida en el documento y a la que mucho hacía perder “el descuido o desaliño de aquellos que, no reparando en limar su estilo, abandonan el primor de engastar sus escritos en el oro finísimo de la elocuencia” (Autoridades:XI).

Comentarios finales
En la página 11 de La Unión de Morelos del 19 de mayo de 2007, el presidente de la Sociedad Mesoamericana para la Biología y la Conservación en México, Jaime Bonilla Barbosa, reclamaba un papel más activo de sus colegas: “Los científicos deben participar más en la solución de problemas ambientales.” Haciendo el obligado parangón respecto del idioma, la Real Academia Española debiera buscar que sus academias correspondientes influyesen en los programas educativos de los países hispanohablantes y así éstos quedaran de acuerdo con su propia normatividad. En el caso de México, incluso, para que hubiera continuidad en la enseñanza del español en las escuelas del país, pues al parecer en muchos casos ni siquiera se imparte ya la materia respectiva. Si en otros campos del conocimiento y la actividad humanos se considera pertinente esta clase de acciones, ¿cuál es la razón para evitarlas respecto del idioma, entidad determinante de las relaciones básicas del individuo? He aquí un ejemplo, entre muchos, que tomamos del Reglamento de la Ley Federal de Metrología y Normalización (Artículo 5) vigente en nuestro país:

Para efectos del artículo 8o. de la Ley, las autoridades a cargo del sistema educativo nacional, en los términos que señalen las leyes y atendiendo a las características propias de los tipos y niveles educativos, incluirán en sus programas de estudio la enseñanza del Sistema General de Unidades de Medida.

Claro que desde la aparición misma del DRAE, en su forma primera de Diccionario de autoridades, la Academia declaraba antivaldesianamente que la intención de dicho documento no era enseñar sino “proceder por sí” según las reglas “más proporcionadas” (justas, correctas) de sus propios autores (p. V). Claro, también allí mismo se remitía al “Tratado de Ortografía” que sigue al prólogo donde se lee lo que antes hemos citado. De algún modo, la Academia contradecía ya desde entonces una intención primordial de Antonio de Nebrija, redactor de las primeras gramáticas españolas (una para hispanohablantes, y otra para extranjeros), las cuales tenían una clara intención didáctica. O evidenciaba, la Academia misma, una doble tendencia a educar respecto del uso de nuestro idioma y a dejar que nada más los “iluminados” lo poseyeran.

Cabe señalar que asimismo Juan de Valdés se contradijo en su momento por cuanto su voluntad didáctica manifiesta (Diálogo:4) se vería anulada por esta declaración que Miguel Ángel Aijón Oliva cita, afortunadamente inocua en el contexto: “el castellano, a diferencia del latín, se aprende ‘por el uso común de hablar’ y no ‘por arte y libros.’”

Se reconoce a menudo el idioma como un organismo vivo, y sujeto por ello a cambios inevitables. Esto es obvio, al menos desde que Edward Sapir lo enunció en 1921 con estas palabras: “El lenguaje va avanzando a lo largo del tiempo, a través de una corriente que él mismo se crea (p. 172)... Fluye y se transforma sin cesar… No hay nada que sea totalmente estático. Cada palabra, cada elemento gramatical, cada locución, cada sonido y cada acento (aquí el subrayado es nuestro, aunque Sapir se refiere sólo al tono en que se habla) son configuraciones que van cambiando poco a poco (p. 196)…” Por su parte, ya el propio Juan de Valdés había incluido en su Diálogo algunos “factores situacionales” del uso lingüístico que el ya mencionado Aijón Oliva descubre y engloba en un concepto propio y por demás esclarecedor: el de “variación diafásica”.

Lo que se olvida ahora es que el idioma, también como organismo vivo, es susceptible de enfermarse, y en tal sentido ya no son muchos los estudiosos dispuestos a hacer el esfuerzo de detectar cuáles serían simples y lógicos “cambios” del idioma, y cuáles verdaderas “enfermedades”, ni a entender la causa de las enfermedades, cuando lo fueren. Ni mucho menos a aplicarle al enfermo los correctivos susceptibles de sanarlo de ellas.

Ante las contradicciones mostradas por la Academia respecto del tema que nos ocupa, y ante la evidencia de desatención del mismo por parte de usuarios importantes del idioma, no queda sino aplicar un criterio propio llegada la circunstancia, tal y como el IMTA actuó recientemente respecto de la elaboración del libro Agua y Educación. Guía General para Docentes de las Américas y el Caribe, pero sin seguir por fuerza en otras oportunidades ni el panhispánico ni ningún otro documento académico.* La referencia a ellos será casuística, según que avalen o no el criterio propio del redactor institucional. Cuando se trate manifiestamente de un “criterio”, por supuesto.

* En el caso mismo del presente artículo se sigue la acentuación tónica de los demostrativos en función de pronombres y del sustantivo “solo” en función adverbial, contrariamente a lo que en el Diccionario panhispánico de dudas se estipula en seguimiento de la Ortografía de la Academia.


Referencias:

Aijón Oliva, Miguel Ángel, Sobre indicaciones diafásicas en el Diálogo de la lengua de Valdés, Universidad de Salamanca, (http://home.pages.at/resdi/Numeros/Numero2/Parte1_Art0.pdf)
Coseriu, Eugenio, Teoría del lenguaje y lingüística general, Ed. Gredos, “Biblioteca Románica Hispánica”, Núm. 61, 2ª. reimpresión de la tercera edición, Madrid, 1982.
Diccionario de Autoridades, Edición facsimilar de la de 1726-1793, “Biblioteca Románica Hispánica”, V. Diccionarios, III. T., Editorial Gredos, Madrid, 1979.
Grijelmo, Álex, El genio del idioma, Taurus, “Pensamiento”, México, 2005.
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)-Programa Hidrológico Internacional (PHI)-Proyecto WET Educación Hídrica para Docentes, Agua y Educación, Guía General para Docentes de las Américas y el Caribe, México, 2006.
Maiakovski, Vladimiro, “A Sergio Esenin”, Obras Escogidas, trad. de Lila Guerrero, Editorial Platina, Buenos Aires, 1957
Millán, José Antonio, Perdón, imposible. Guía para una puntuación más rica y consciente, Océano, Barcelona, 2005.
Nebrija, Antonio de, Gramática de la lengua castellana, Asociación Cultural Antonio de Nebrija, (http://www.antoniodenebrija.org/libro2.html)
Punset, Eduardo, Cara a cara con la vida, la mente y el universo. Conversaciones con los grandes científicos de nuestro tiempo, Ediciones Destino, S. A., Barcelona, 2006.
Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, vigésima edición, II. T., Editorial Espasa Calpe, S. A., Madrid, 1984.
-------------------------, Diccionario de la lengua española, vigésima primera edición, II. T., Editorial Espasa Calpe, S. A., Madrid, 1992.
-------------------------, Diccionario de la lengua española, vigésima segunda edición, II. T., Editorial Espasa Calpe, S. A., Madrid, 2001.
-------------------------, Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, Espasa-Calpe (sic), S. A., Madrid, 1973.
-------------------------, Ortografía de la lengua española. Edición revisada por las Academias de la Lengua Española, Editorial Espasa Calpe, S. A., Madrid, 1999.
Reglamento de la Ley Federal de Metrología y Normalización, Emitido por el Presidente de la República, Ernesto Zedillo Ponce de León, en la Residencia del Poder Ejecutivo Federal, México, D. F., 13 de enero de 1999.
Rops, Daniel (intr.), Evangelios apócrifos, Editorial Porrúa, Col. “Sepan cuantos”…, Núm. 602, México, 1998.
Ruiz Zafón, Carlos, La sombra del viento, Planeta, Barcelona, 2002.
Sapir, Edward, El lenguaje. Introducción al estudio del habla (trad. Margit y Antonio Alatorre), Fondo de Cultura Económica, Colección “Breviarios”, Núm. 96, 3ª edición en español, México, 1966.
Valdés, Juan de, Diálogo de la lengua, Ed. Porrúa, Colección “…Sepan cuantos…”, Núm. 52, México, 1966.


Andrés González Pagés
Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, México.