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Por Andrés González
Número
58
El
principio
En la decimonovena
edición del Diccionario de la Real Academia
Española (DRAE, 1970:581), se hablaba
de que los vocablos “este” y “éste”,
con sus femeninos y plurales y, según
se sugiere, en sus distintas funciones de demostrativos
o pronombres, seguían la acentuación
“normal” que los diferenciaba entre
sí, haciéndose caso omiso de la
exclusividad de esa acentuación distinta
por riesgo de anfibología, hoy preferida
por la Academia: Este lápiz es el
que digo; El lápiz al que me
refiero es éste.
Evolución
Pero
en el suplemento de la mencionada edición
del Diccionario se daban también unas
normas (DRAE, 1970:1424, d) para el uso de la
tilde. Éstas incluían ya la diferenciación
de que hablamos, sujeta, como ahora, a la posibilidad
de incurrir en anfibología. Era aquélla,
apenas, una carta de tímida licitud, envuelta
además en algo de indecisión en
cuanto a la prescindencia de la dicha tilde si
no existiese la tal posibilidad anfibológica:
“Los pronombres éste,
ése, aquél, con sus
femeninos y plurales, llevarán normalmente
(la cursiva es nuestra) tilde, pero será
lícito prescindir de ella cuando no exista
riesgo de anfibología.” Y ejemplificaba
así: “Existirá este riesgo
en la oración siguiente: Los niños
eligieron a su gusto, éstos pasteles,
aquéllos bombones”. Y remataba
así, confusionistamente: “Con tilde,
éstos y aquéllos representan
niños; sin tilde, estos y aquellos son
determinativos de pasteles y bombones,
respectivamente”. Observamos confusión
aquí porque ésta era la regla tónica
tradicional que comenzaba a negarse, y aun así
en ese párvulo contexto de rechazo se
exhibía de pronto con toda naturalidad.
Por otro lado,
la prescindencia de la tilde en el adverbio “sólo”,
en sustitución de “solamente”,
aparece sugerida ya con cierto énfasis
en la edición del Esbozo de una nueva
gramática de la lengua española,
de la Real Academia Española: “…
se hace solo patente la identidad de persona…”
(Esbozo, 1973:208) En dicho sentido, la antes
citada decimonovena edición del DRAE ponía
el énfasis más en la prescindencia
de la tilde cuando dicho vocablo fuera un adverbio
(ídem, c): “La palabra solo, en
función adverbial, podrá llevar
acento ortográfico si con ello se ha de
evitar una anfibología: le encontrarás
solo en casa (en soledad, sin compañía);
le encontrarás sólo en casa (solamente,
únicamente).”
La vigésima
edición del DRAE, de 1984, dice en su
entrada este, esta, esto, estos, estas: “…las
formas m. y f. (masculina y femenina) se usan
como adj. (adjetivo demostrativo) y s. (sustantivo),
y en este último caso se escriben con
acento cuando existe riesgo de anfibología.”
(DRAE, 1984:604). En las dos ediciones posteriores,
así como en diversos diccionarios académicos
de igual modo posteriores, se adopta este mismo
criterio, en concordancia con la norma aparecida
ya en la Ortografía de la lengua española
(1999:49), de la propia Academia.
Sin embargo,
respecto del uso adverbial del adjetivo “solo”,
en la vigésima primera edición
se lee así esa entrada en particular,
por lo que se ve, aún no definitiva: “sólo
o solo: adv. m. Únicamente, solamente.”
(DRAE, 1992, t. II:1899).
Por último,
en la vigésima segunda edición
del DRAE (2001), la prescindencia es ya manifiesta
en cuanto al mismo adverbio desde el “Preámbulo”
(p. IX, renglones penúltimo y último):
“… la Academia incorpora a su Diccionario
no solo aquello que responde a lo que se ha llamado
el genio de la lengua…”
Uno de los más
recientes documentos académicos sobre
nuestro idioma, el Diccionario panhispánico
de dudas (2005), de la propia Academia y
de la Asociación de Academias de la Lengua
Española, reafirma en su página
639 que “Las formas neutras de los demostrativos,
es decir, las palabras esto, eso
y aquello, que solo pueden funcionar
como pronombres, se escriben siempre sin tilde:
Eso no es cierto; No entiendo esto…”
Pero, sobre los masculinos, femeninos y plurales
de los vocablos que venimos viendo, el mencionado
diccionario dice inmediatamente antes, en la
misma página:
Sea cual sea
la función que desempeñen, los
demostrativos siempre son tónicos y pertenecen,
por su forma, al grupo de palabras que deben
escribirse sin tilde según las reglas
de acentuación: todos, salvo aquel, son
palabras llanas terminadas en vocal o en –s…
y aquel es aguda acabada en –l…
Por lo tanto, solo cuando en una oración
exista riesgo de ambigüedad porque el demostrativo
pueda interpretarse en una u otra de las funciones
antes señaladas, el demostrativo llevará
obligatoriamente tilde en su uso pronominal.
Un poco
de historia
En
1535, el lingüista Juan de Valdés
se refirió a la necesidad de que en nuestro
idioma los vocablos se usen completos (Valdés:48).
Podemos decir lo mismo ahora respecto del uso
del acento ortográfico en la función
diacrítica, pues excluirlo significa finalmente
un reduccionismo del vocablo que a la postre
lesiona a nuestra lengua y puede, incluso, motivar
la desaparición de la tilde en otros o
en todos los casos en que todavía se admite
de modo oficial para evitar las posibles anfibologías:
artículos, pronombres, adjetivos posesivos
y adverbios.
En Autoridades
(1726-1793, t. II:632), se lee: “Este,
ta, to. Pron. demostrativo de lo que está
o se tiene presente. Es tomado del latino Iste,
ta, ud. Quev. Fort.
(Quevedo, La fortuna con seso.) Era
mui favorecido de un señor un criado suyo:
este le engañaba hasta el sueño,
y a este un criado que tenia, y a este criado
un mozo suyo, y a este mozo un amigo, y a este
amigo su amiga, y a esta el diablo.” Es
decir, que en el siglo XVII aún no se
hacía ninguna diferenciación ortográfica
entre los adjetivos demostrativos y su función
pronominal.
En la página
XVI de la Ortografía se recuerda
a Horacio cuando sentenció que el uso
“es en cuestiones de lenguaje el árbitro
definitivo”; sin embargo, respecto de la
acentuación, ya en el “Discurso
proemial de la ortografía”, página
LXIV de Autoridades se decía que “En
el uso de los acentos también se ha padecido
grande equivocación, causada por la ignorancia
o poca advertencia de su uso.” Para entender
la frase del poeta romano, que hoy pareciera
absurda, cabe recordar su tiempo, en el cual
sólo se tomaba en cuenta, para arribar
a esta clase de conclusiones, al reducidísimo
porcentaje de la población que entonces
escribía o intervenía en la escritura
de alguna forma indirecta. Se presume, de tal
modo, que la opinión sobre el idioma se
mantenía más o menos homogénea.
Era la opinión de un estrato o clase social.
Hoy por hoy, luego de la culminación expresada
en el verso de Maiakovsky en A Sergio Esenin
(1957:42): “… al pueblo/ al
creador de idioma/ se le ha muerto un sonoro
cantaor/ vicemaestro”, frases así
han devenido más bien demagogia, debido
a la ignorancia de las normas del idioma por
parte del “pueblo”, a tono con la
falta de programas educativos adecuados. Es hoy,
aquella clase de frases, muestra absolutista
que no toma en cuenta la relativización
actual del uso del idioma. Dicho sin ambages,
los distintos estratos o clases sociales de nuestros
países de habla hispana están condenados
a ese relativismo, dada la diferencia de la calidad
de la educación a la que cada uno tiene
acceso.
Una
solución ignorada
A
este respecto, sería importante considerar
la clasificación de los usos del idioma
que hace el rumano Eugenio Coseriu, que ahora
resumimos:
a) “Sistema”,
el cual desde luego se halla a la disposición
de todos los hablantes del mismo idioma, apto
para al redacción de tratados que deberán
estar igualmente a disposición de todos
sus lectores cuando los requieran, en el país
en que se encuentren; b) “Norma”,
el cual está conformado por los modos
regional o grupal del uso del idioma, característico,
por tanto, de países, regiones, gremios
o grupos sociales, siendo así el uso
típico del periodismo o de los textos
de una localidad, pues va dirigido a los lectores
de allí mismo, y c) “Habla”,
o sea el uso personal de quien habla o escribe,
por lo que es el uso característico de
los escritores, quienes buscan usualmente generar
un “estilo propio” o dotar de él
a sus personajes, al menos cuando se trata de
narradores.
Según
este planteamiento, la Academia, integrada por
doctos, asume y hace asumir a otros doctos de
responsabilidad general (internacional, digamos)
el uso idiomático de los estratos sociales
poco educados, con el deplorable efecto de tener
que desechar normas por ella misma dictadas con
anterioridad. En un lance de radicalismo, podríamos
buscar aval para esto en el Ortega de La
rebelión de las masas. Pero, sobre
todo en obvio de tiempo, es preferible acotar
el asunto dentro de márgenes lo más
técnicos posible.
En la página
XVIII de la ya citada Ortografía
se lee que el “notable” gramático
del siglo XIX Vicente Salvá se refería
a algunas cuestiones ortográficas en estos
términos: “el trabajo en tales negocios
no está en señalar lo mejor, sino
lo que es hacedero”. Al respecto, se había
dicho antes (p. XVII) que se da libertad a quien
escribe de “colocar el acento gráfico
en hiatos y diptongos”. Es el mismo caso
del acento diacrítico en el pronombre
“solo” y en los demostrativos “este”,
“ese”, “aquel” y sus
plurales. ¿Dónde quedó la
facultad académica de fijar el idioma?
Se alega un
respeto al “uso” en general; pero
este argumento, además de por la contradicción
vista en el párrafo precedente, no convence
mucho en sí misma. Por ejemplo, en un
artículo de la investigadora Kathryn Cramer
que comenta el II Congreso Internacional de la
Lengua Española, celebrado en Valladolid,
España, en 2001, se lee que el vocablo
“socioeconómico” aparecía
1,800 veces en seiscientos distintos documentos
del Corpus de Referencia del Español Actual
(CREA), y que sin embargo no estaba incluido
en la entonces última edición del
Diccionario de la Real Academia Española.
El futuro
probable
Se vislumbra,
entonces, un futuro sin acentuación diacrítica,
pues el criterio académico por el cual
se ha eliminado la tilde en los casos que comentamos
es el de que se trata de palabras llanas, las
cuales deben seguir la regla respectiva. Así,
pronto podrían verse igualmente afectados
los monosílabos que hoy se prestan a anfibología
(los ya señalados artículos, pronombres,
adjetivos posesivos y adverbios), si el riesgo
de incurrir en ésta ya no existe, puesto
que en general los monosílabos españoles
no deben acentuarse. Y lo mismo puede ocurrir
con los demás casos de acentuación
diacrítica, como las diversas formas interrogativas
de vocablos inacentuados, todos los cuales un
día fueron resueltos con el ingenioso
y sencillo “rasguito” escrito de
abajo arriba y de izquierda a derecha que Quintiliano
inventó con el nombre de “ápice”,
al decir de Antonio de Nebrija (Libro segundo,
Capítulo segundo), y que Juan de Valdés
llamó “raica” (rayita) (p.
62). Y ahora la confusión medieval respecto
del punto que comentamos volverá a nuestro
idioma, que al fin y al cabo ocasión no
le falta, dado el embate continuo de los extranjerismos,
muchas veces introducidos en él precisamente
con intención confuncionista. Sólo
bastará con que los redactores “doctos”
estructuren sus frases de modo que los referidos
elementos no se presten a anfibología.
Bastará con que no redacten frases casi
impensables como “Sólo yo estoy
solo”, sino frases sucedáneas (recurso
que a todo el mundo se le ocurre de entrada)
como “Nada más yo estoy solo”,
por decir algo. El lector aportará de
inmediato, a no dudarlo, ejemplos parecidos (y
también sin duda no tan elementales) para
el caso de los demostrativos “este”,
“ese” y “aquel”.
El uso
Ahora
bien, en el contexto de los países hispanohablantes
no parece haberse adoptado la regla átona,
comenzando por España. Los que siguen
son algunos ejemplos (el primero es mexicano)
de redacción tónica de los elementos
comentados, en libros de editoriales prestigiosas
durante un periodo de al menos tres lustros:
Respecto de
los demostrativos como pronombres, en la edición
de Porrúa de los Evangelios apócrifos
se lee: “Su madre, llena de gozo,
se lo llevó de nuevo a María y
ésta le dijo…” (1991:74).
En la novela
La sombra del viento, de Carlos Ruiz
Safón, publicada en 2003, entre otros
momentos, se muestra este modo de acentuar (p.
317): “—Ése lo vi en un cartel
de la Plaza de las Arenas.” Este libro
lleva el marbete de la editorial Grijalbo.
En De cara
con la vida, la mente y el universo, de
Eduardo Punset, Ediciones Destino, también
entre otros momentos, se usan acentuados los
pronombres “ésta”: “Está
claro que ésta es la cuestión…”
(2004:405) y “éste”: “Éste
es uno de los principios básicos de la
nanotecnología…”(2004:407).
En El genio
del idioma, de Alex Grijelmo, de la editorial
Taurus, libro sobre la evolución histórica
del español, se lee indistintamente: “Solo
podemos deducir su personalidad a través
de sus actos” (2004:184), y “Sólo
estamos ante un deslumbramiento…”
(2004:247).
En Perdón,
imposible, de José Antonio Millán,
libro especializado en la puntuación de
nuestro idioma, encontramos la acentuación
“tradicional”: “Ésa
es la forma clásica, pero…”
(2005:135). Este libro es de la editorial Océano.
En la cuarta
de forros de la novela Si hubiera mar…,
de Lourdes Macluf, publicada por la editorial
Alfaguara en el presente año de 2007,
se lee: “Podría ser una actriz de
teatro, una locutora de televisión, pero
sólo es una novelista sin novelas…”
Estas seis referencias
—que podrían ser cien, o mil—,
muestran que aun los estratos más “doctos”
de hispanohablantes se resisten incluso hoy en
día, luego de quince años de emitida
definitivamente la norma al respecto, a escribir
sin acento ortográfico tanto la forma
adverbial del adjetivo “solo” como
los demostrativos “este” y “esta”,
con sus plurales, cuando tienen función
pronominal. O, en algún caso, que aún
titubean al hacerlo (Grijelmo), como ejerciendo
con lentitud un proceso de involución
del idioma, simétrico al que antes fue
de evolución. Ello se debe ostensiblemente
a la utilidad de la anterior diferenciación
entre unos y otros de los tópicos gramaticales
aquí comentados. Es posible que la concesión
de no acentuar tales vocablos en las funciones
adverbial o pronominal se deba al dominio idiomático
de algunos redactores en español, tal
lo sugiere la siguiente observación de
la Ortografía (1999:51) respecto
del primero de ellos: “Cuando quien escribe
perciba riesgo de ambigüedad, llevará
acento ortográfico en su uso adverbial.
Ejemplos: “Pasaré solo este
verano aquí (‘en soledad, sin
compañía’). Pasaré
sólo este verano aquí (‘solamente,
únicamente).” Pero las actuales
estadísticas del conocimiento de nuestro
idioma por parte de los hispanohablantes sitúan
esta materia como una de las peor asimiladas
por parte del estudiantado de nuestros países,
en especial por el de México, el cual
ocupa uno de los lugares más bajos en
la lista de la calidad del sistema educativo
de todo el mundo. Así, no hay ninguna
garantía de que lo que el “docto”
escriba al respecto sin dudas, sea recibido por
el lector con una claridad correspondiente.
Nudo
De
tal forma, fue ésta una flagrante contradicción
de la Real Academia Española, al lanzar
un día el Diccionario. Se refirió
entonces a los autores “estudiosos y felices”,
buenos redactores de la lengua incluida en el
documento y a la que mucho hacía perder
“el descuido o desaliño de aquellos
que, no reparando en limar su estilo, abandonan
el primor de engastar sus escritos en el oro
finísimo de la elocuencia” (Autoridades:XI).
Comentarios
finales
En la página
11 de La Unión de Morelos del
19 de mayo de 2007, el presidente de la Sociedad
Mesoamericana para la Biología y la Conservación
en México, Jaime Bonilla Barbosa, reclamaba
un papel más activo de sus colegas: “Los
científicos deben participar más
en la solución de problemas ambientales.”
Haciendo el obligado parangón respecto
del idioma, la Real Academia Española
debiera buscar que sus academias correspondientes
influyesen en los programas educativos de los
países hispanohablantes y así éstos
quedaran de acuerdo con su propia normatividad.
En el caso de México, incluso, para que
hubiera continuidad en la enseñanza del
español en las escuelas del país,
pues al parecer en muchos casos ni siquiera se
imparte ya la materia respectiva. Si en otros
campos del conocimiento y la actividad humanos
se considera pertinente esta clase de acciones,
¿cuál es la razón para evitarlas
respecto del idioma, entidad determinante de
las relaciones básicas del individuo?
He aquí un ejemplo, entre muchos, que
tomamos del Reglamento de la Ley Federal de Metrología
y Normalización (Artículo 5) vigente
en nuestro país:
Para efectos
del artículo 8o. de la Ley, las autoridades
a cargo del sistema educativo nacional, en los
términos que señalen las leyes
y atendiendo a las características propias
de los tipos y niveles educativos, incluirán
en sus programas de estudio la enseñanza
del Sistema General de Unidades de Medida.
Claro que desde
la aparición misma del DRAE, en su forma
primera de Diccionario de autoridades, la Academia
declaraba antivaldesianamente que la intención
de dicho documento no era enseñar sino
“proceder por sí” según
las reglas “más proporcionadas”
(justas, correctas) de sus propios autores (p.
V). Claro, también allí mismo se
remitía al “Tratado de Ortografía”
que sigue al prólogo donde se lee lo que
antes hemos citado. De algún modo, la
Academia contradecía ya desde entonces
una intención primordial de Antonio de
Nebrija, redactor de las primeras gramáticas
españolas (una para hispanohablantes,
y otra para extranjeros), las cuales tenían
una clara intención didáctica.
O evidenciaba, la Academia misma, una doble tendencia
a educar respecto del uso de nuestro idioma y
a dejar que nada más los “iluminados”
lo poseyeran.
Cabe señalar
que asimismo Juan de Valdés se contradijo
en su momento por cuanto su voluntad didáctica
manifiesta (Diálogo:4) se vería
anulada por esta declaración que Miguel
Ángel Aijón Oliva cita, afortunadamente
inocua en el contexto: “el castellano,
a diferencia del latín, se aprende ‘por
el uso común de hablar’ y no ‘por
arte y libros.’”
Se reconoce
a menudo el idioma como un organismo vivo, y
sujeto por ello a cambios inevitables. Esto es
obvio, al menos desde que Edward Sapir lo enunció
en 1921 con estas palabras: “El lenguaje
va avanzando a lo largo del tiempo, a través
de una corriente que él mismo se crea
(p. 172)... Fluye y se transforma sin cesar…
No hay nada que sea totalmente estático.
Cada palabra, cada elemento gramatical, cada
locución, cada sonido y cada acento (aquí
el subrayado es nuestro, aunque Sapir se refiere
sólo al tono en que se habla) son configuraciones
que van cambiando poco a poco (p. 196)…”
Por su parte, ya el propio Juan de Valdés
había incluido en su Diálogo
algunos “factores situacionales”
del uso lingüístico que el ya mencionado
Aijón Oliva descubre y engloba en un concepto
propio y por demás esclarecedor: el de
“variación diafásica”.
Lo que se olvida
ahora es que el idioma, también como organismo
vivo, es susceptible de enfermarse, y en tal
sentido ya no son muchos los estudiosos dispuestos
a hacer el esfuerzo de detectar cuáles
serían simples y lógicos “cambios”
del idioma, y cuáles verdaderas “enfermedades”,
ni a entender la causa de las enfermedades, cuando
lo fueren. Ni mucho menos a aplicarle al enfermo
los correctivos susceptibles de sanarlo de ellas.
Ante las contradicciones
mostradas por la Academia respecto del tema que
nos ocupa, y ante la evidencia de desatención
del mismo por parte de usuarios importantes del
idioma, no queda sino aplicar un criterio propio
llegada la circunstancia, tal y como el IMTA
actuó recientemente respecto de la elaboración
del libro Agua y Educación. Guía
General para Docentes de las Américas
y el Caribe, pero sin seguir por fuerza
en otras oportunidades ni el panhispánico
ni ningún otro documento académico.*
La referencia a ellos será casuística,
según que avalen o no el criterio propio
del redactor institucional. Cuando se trate manifiestamente
de un “criterio”, por supuesto.
* En el caso
mismo del presente artículo se sigue la
acentuación tónica de los demostrativos
en función de pronombres y del sustantivo
“solo” en función adverbial,
contrariamente a lo que en el Diccionario
panhispánico de dudas se estipula
en seguimiento de la Ortografía
de la Academia.
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diafásicas en el Diálogo de la
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