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Por Mariela Pérez
Número
58
En
el mundo global en el que nos encontramos inmersos,
los asuntos relacionados con el tema de la ética
se han convertido en una preocupación
insoslayable. La ética es indispensable
para convivir en el mundo moderno. Tanto los
individuos como las organizaciones requerimos
de ella a fin de vivir en armonía.
Las organizaciones,
como entidades sociales que se nutren y prosperan
en sociedad, requieren de la ética para
sobrevivir en el largo plazo, porque una empresa
que no se preocupa por el crecimiento personal
de sus miembros, o descuida gravemente su entorno,
a la larga recibirá sanciones sociales
y desaparecerá. Por lo tanto, la ética
es una presencia constante. Su influencia todo
lo toca y de alguna manera es un factor inspirador
de innovación, de trabajo en equipo, de
alta participación, de alto desempeño,
de respeto, entre otras conductas, las cuales
sin duda están asentadas en los valores
organizacionales.
Pero, ¿qué
es la ética? ¿Qué significa
que una organización sea ética?
¿Existe la comunicación ética?
¿Cómo se comunica la ética
en una organización? El principal objetivo
de este capítulo es explorar el tema desde
la perspectiva de la comunicación organizacional
y en particular, la comunicación interna.
Como el panorama es sumamente vasto, revisaremos
la relación entre comunicación
y ética en al menos tres aspectos: (1)
prácticas y dilemas asociados con el hecho
de ser ético al comunicarse con los demás;
(2) cómo propiciar una comunicación
ética en la organización, y (3)
formas de comunicación de la ética
en una organización, a través de
narraciones, códigos y entrenamientos.
Como punto de
partida para los temas que presentamos aquí,
primero haremos un breve recorrido conceptual
a fin de precisar en qué consiste el fenómeno
de la ética; luego revisaremos algunos
antecedentes respecto a investigaciones en el
campo de la ética y la comunicación
organizacional, y finalmente analizaremos las
vinculaciones entre estos dos temas considerando
los tres aspectos mencionados en el párrafo
anterior. El abordaje se dará con base
en fundamentos teóricos combinados con
ejemplos.
Ética,
¿Qué Es?
La ética proviene de la palabra griega
ethos que en su acepción original significaba
“morada”. De acuerdo con el diccionario
de la Real Academia Española, la ética
es una parte de la filosofía que trata
de la moral y de las obligaciones del hombre.
A su vez la moral es definida como un adjetivo
que califica o se aplica para todo aquello que
no concierne al orden jurídico sino al
fuero interno: “ciencia que trata del bien
en general, y de las acciones humanas en orden
a su bondad o malicia. Conjunto de facultades
del espíritu, por contraposición
a lo físico”.
Ciertamente
la ética tiene una íntima relación
con la moral, en tanto que ésta alude
a principios y normas de conducta de un grupo
para establecer una conducta socialmente aceptada;
y la primera, aunque no parece prescribir directamente
tales normas o determinados comportamientos,
aparece como un contexto o marco referencial
que permite al individuo tomar decisiones.
Maturana y Sima
(1997) nos ayudan con la distinción al
precisar lo siguiente: “Ética y
moral no son lo mismo; así como la ética
tiene su fundamento en el amor, la moral tiene
el suyo en la exigencia del cumplimiento de valores
cuando hay ruptura de las coherencias en él
o los modos de ser aceptados en una comunidad”.
(p. 53) Esta idea de la ética es una concepción
basada en el respeto por el otro, de ahí
que se fundamente en el amor, como lo veremos
más adelante.
Bottorff (2000)
por su parte señala que la ética
es el “conjunto de principios o estándares
de conducta humana que definen, marcan y establecen
el comportamiento de los individuos y los grupos.”
Para él se trata de algo más que
una colección de valores, ya que la ética
constituye el fundamento del proceso racional
al momento de tomar decisiones.
Conforme a su
pensamiento, la ética real de las organizaciones
es un proceso racional para explorar todos los
posibles comportamientos y elegir la mejor opción
al momento de tener que decidir. Sin embargo,
la dificultad de valorar cuál es la mejor
opción y según quién, convierte
a la ética en un fenómeno sumamente
complejo, como de arenas movedizas.
Tomemos por
ejemplo el caso de la lealtad. Un empleado debe
ser leal a la empresa, a su jefe, a sus compañeros
de trabajo, a sus amigos, en fin; la lealtad
no tiene vuelta. Se es leal o no, pero, ¿cómo
debe actuar ese empleado cuando descubre que
un compañero lleva a cabo pequeños
robos a la empresa para la cual trabaja? ¿Debe
denunciarlo o es mejor callar? ¿Qué
lealtad debe prevalecer?
Lo más
común es que el empleado ignore el hecho
para evitar problemas, pero al ignorarlo, de
alguna manera lo consiente y se convierte en
cómplice. No estamos justificando ninguna
clase de robo por pequeño que éste
sea, sino ejemplificando cómo la ética
no es un proceso racional tan obvio o tan simple
como la suma de dos más dos.
En contraposición
a esta idea, Maturana (1997) dice que la ética
y la espiritualidad (que van juntas para él)
no tienen qué ver con la razón,
sino con la emoción. “La ética
tiene que ver con la preocupación por
las consecuencias de las propias acciones sobre
otro”. (p. 53). Al cual es necesario reconocer
como un legítimo otro en convivencia conmigo,
porque de otra manera no me preocupará
lo que le suceda. (Ética basada en el
amor)
Además,
señala este investigador, la razón
niega u obscurece las emociones y con ello nos
hace valorar nuestras conductas como si estuviésemos
fuera de aquéllas. Desde su perspectiva,
no podemos ni debemos ignorar las consecuencias
que nuestras conductas van a tener sobre los
demás. Si no somos capaces de ver que
somos parte de un todo interconectado, nos convertiremos
en seres egoístas y con poca o nula capacidad
ética.
En esta misma
dirección Guardini (1999) expresa que
la conducta ética abarca todo lo humano:
“empieza por la orientación de la
decisión interior y llega hasta la acción
exterior” (p. 112). Claro, esto sólo
es posible si hay libertad y responsabilidad.
La libertad se relaciona con el elegir, con las
alternativas, con las opciones, mientras que
la responsabilidad sólo se da en un clima
de libertad.
Como puede advertirse,
son nuestras percepciones y nuestra manera de
ver las cosas las que nos ayudarán a comprender
mejor el fenómeno de la ética en
las organizaciones. Por una parte prevalece la
visión de una ética teleológica;
(Maturana y Guardini) basada en las consecuencias
de las acciones. Es decir, un hecho es bueno
o malo en función de la bondad o maldad
de su resultado. Por ejemplo, Chucho el Roto
que robaba a los ricos para darles a los pobres
¿es un héroe o un villano?, ¿el
fin justifica los medios?
En contraposición
está la ética deontológica,
basada en normas, en principios universales y
absolutos. El inconveniente de este enfoque es
que en el conjunto de normas siempre hay excepciones.
Por ejemplo, matar es un delito, pero si se trata
de un guardia de seguridad cuyo trabajo es proteger
la vida de otros, ¿puede aplicarse por
igual la norma?
No es el propósito
de este trabajo plantear una discusión
profunda acerca de este fenómeno tan complejo
y mucho menos abundar en consideraciones filosóficas.
La intención es brindar un acercamiento
para establecer un punto de referencia al momento
de trasladar el tema al ámbito la comunicación
interna en las organizaciones.
Entre tanto,
es importante advertir que conceptuar la ética
exige una visión integradora del propio
fenómeno ético, ya que éste
involucra al menos consideraciones desde dos
dimensiones diferentes: 1) una dimensión
axiológica, que contempla a los valores
como eje de la conducta humana, así como
un planteamiento comprometido y responsable ante
los demás; y 2) una dimensión a
la que yo llamaría racional, prescriptiva
y por tanto normativa, que señala el deber
ser de las personas y las organizaciones en general.
El cometido
no es fácil y en ello estriba la complejidad
del fenómeno ético. Marinoff (2000)
nos brinda una guía simple, pero nada
desdeñable: “Cuando evalúe
una línea de acción, pregúntese:
¿Me gustaría que todos los demás,
si se encontraran en mi situación, hicieran
lo mismo? Si la respuesta es sí, va por
buen camino. Si es no, absténgase de hacer
lo que tenía pensado” (p. 95).
Algunos
antecedentes sobre investigaciones en el campo
de la Ética y la Comunicación Organizacional
Hoy en día el tema de la ética
en los negocios es y ha sido objeto de innumerables
estudios, como lo evidencia la literatura. Sin
embargo, de acuerdo con Redding (citado por Seeger,
2001), específicamente las investigaciones
de la comunicación organizacional son
muy recientes. Comenzaron a aparecer profusamente
a partir de la última década del
siglo XX. El surgimiento de graves crisis de
contaminación ambiental (ejemplo: caso
Exxon-Valdez, y en México las compañías
que contaminan el ambiente con plomo y otras
sustancias nocivas), más las crisis financieras,
entre otros asuntos con implicaciones éticas,
propiciaron la abundancia de trabajos desde esta
disciplina.
Al parecer,
los investigadores habían relegado los
estudios relacionados con la ética debido
principalmente a la preocupación por temas
que tradicionalmente fueron considerados de mayor
relevancia para la comunicación y las
organizaciones. Tal es el caso de la eficiencia,
la productividad, la identidad, el flujo de mensajes
y otros asuntos similares. Además, otra
posible causa de la escasez de investigaciones
podría encontrarse en la falsa creencia
de que lo ético no se relacionaba con
eficiencia y productividad (Seeger, 2001), cuando
actualmente sabemos bien que es todo lo contrario.
Pero a juicio
de expertos como Seeger (2001), las razones de
no considerar a la ética todavía
son más profundas. En su opinión
las organizaciones eluden el tema en forma directa,
o difícilmente hacen explícitas
las discusiones concernientes al mismo porque
se trata de un asunto tan delicado, que los directivos
prefieren no hablar de ello abiertamente porque
no saben cómo hacerlo; es decir, no están
capacitados para ello.
Por otra parte,
durante mucho tiempo los estudios sobre comunicación
organizacional se enfocaron sobre todo a analizar
los mensajes entre emisores y receptores, dentro
de fronteras claramente definidas por los límites
físicos de la organización, pero
sin consideraciones de tipo ético. Los
análisis se concentraron especialmente
en las interacciones correspondientes al ámbito
de la comunicación interpersonal, formal
o informal. (Pérez, 1997)
Actualmente,
como esos límites se han vuelto más
difusos cada vez, los investigadores se han dado
cuenta que los conceptos de comunicación
“externa” e “interna”,
ya no son ámbitos separados en la práctica.
Los mensajes diseñados para crear y mantener
la identidad de la organización y por
supuesto, la imagen, conllevan muchos componentes
éticos, como por ejemplo: la integridad
de la fuente que emite el mensaje, la legitimidad
de dicho mensaje, su impacto entre las diferentes
audiencias y por supuesto, la responsabilidad
compartida, entre otros aspectos. (Cheney y Christensen,
2001)
Así,
los mensajes acerca de la identidad en los cuales
se plantea lo que la organización es o
lo que quiere ser para sus diferentes públicos,
están íntimamente relacionados
con asuntos éticos. De igual manera, los
valores y los comportamientos que una organización
manifiesta para buscar una reputación
y una determinada imagen también llevan
implicaciones éticas.
Pensemos por
ejemplo en las certificaciones o calificaciones
que una empresa recibe. En estos documentos se
afirma que la compañía en cuestión
es “buena”, “sana”, “no
contaminante” o cumplidora de determinados
estándares de calidad. En general si se
le ve despacio, cualquier clase de evaluación
como las anteriores implica por parte de la organización
una estricta conducta ética, porque tales
calificaciones impactan en imagen y con ello
en más inversiones, en apoyos, así
como en recursos humanos mejor calificados, entre
otros beneficios.
Por otra parte,
los estudios acerca de la cultura organizacional
y la comunicación también han contribuido
a darle a la ética la importancia que
merece hoy en día. Las relaciones entre
ética y cultura son difíciles de
delimitar porque ambas en muchos sentidos son
una y la misma cosa (Pepper, 1995). Los parámetros
éticos, los valores éticos y los
temas éticos son mediados o mediatizados
por la cultura, y ésta, a su vez se sostiene
en una concepción ética.
Es innegable
que los valores tienen un efecto directo en la
toma de decisiones y en las acciones en general
de una organización. Además, la
ética al igual que la cultura permea toda
la organización y por lo tanto no es un
componente aislado, sino que está en todas
partes. En consecuencia, la ética puede
considerarse por su esencia como un asunto en
íntima vinculación con la comunicación.
Dentro y fuera
de la organización, los mensajes que ésta
envía a las diferentes audiencias contienen
implicaciones éticas y como se sabe, la
comunicación no es una actividad opcional.
Uno se comunica hasta cuando no se comunica;
por lo tanto, la legitimidad de una organización
se obtiene con un comportamiento ético
sostenido en valores reales; valores que van
más allá de ser un discurso y que
son la pauta de acciones concretas, tal es el
caso de la filantropía, el cuidado al
medio ambiente, el trato justo a los empleados,
la calidad de la producción y los servicios,
en general. Por consiguiente, hoy más
que nunca las investigaciones sobre comunicación
deben abordar los aspectos éticos.
Además,
las nuevas teorías de la comunicación
en las que se ve a las organizaciones como lugares
simbólicos y determinados por el lenguaje,
donde los significados son construidos y compartidos
por los miembros que la integran, permiten la
emergencia de investigaciones relacionadas con
la vivencia, interpretación, asimilación
y transmisión de valores (Pérez,
1997; Trujillo, 1986; Smircich 1983) y por consecuencia
con la ética también.
Ética
y Comunicación Interna (comunicación
ética)
Una
de las funciones críticas en donde aplica
el marco de valores que dice tener una organización
es sin duda la comunicación (Harshman
y Harshman, 1999), porque la dimensión
ética es inherente a la relación
de la organización con sus públicos
y por ende, esta dimensión afecta el contenido
y el tipo de mensajes formales e informales emitidos.
Ciertamente
hay muchas clases de organizaciones y distintas
concepciones de éstas. Para revisar la
interrelación de la ética y la
comunicación, el enfoque sistémico
junto con la perspectiva simbólica-interpretativa
de la comunicación parecen ofrecer el
mejor abordaje para estudiar este asunto. Según
lo refiere la literatura, las investigaciones
toman como base estos enfoques. (Conrad, 1993;
Seeger, 1997; Cheney, G. & Ferneette, G.
1993; Cheney, G. & Christensen, L.T. 2001).
Por una parte
la concepción sistémica ve la relación
entre la organización, los subsistemas
y el ambiente. Esto permite tener una visión
dinámica para pensar acerca de la ética
como un todo. Y por otro lado, la visión
simbólica -interpretativa considera a
las organizaciones como construcciones sociales
simbólicamente constituidas y reproducida
a través de interacciones (Smircich, 1985).
O como realidades simbólicas construidas
colectivamente gracias a la comunicación,
como lo señala Bantz (1993). A su vez,
la comunicación se entiende como la red
o el medio por el cual los individuos construyen
esa realidad simbólica (Geertz, 1987;
Bantz,1993).
Como entidades
sociales, a medida que las organizaciones se
vuelven más complejas se produce mayor
emisión de mensajes porque se incrementa
la necesidad de comunicación para establecer
compromisos, para definir acciones, así
como para la integración, la participación
y sobre todo para el intercambio de significados
entre los miembros de esa colectividad.
Entre más
abierta, fluida y congruente resulte la comunicación
es más probable que los significados en
torno a las conductas éticas sean más
consistentes. Sin embargo, como la comunicación
es de por sí un fenómeno complejo,
no siempre es fácil generar un clima que
propicie el intercambio adecuado para compartir
conductas éticas. Algunas prácticas
de comunicación interna afectan este proceso,
como revisaremos a continuación. Pero
antes de mencionar tales prácticas es
conveniente aclarar que si bien la noción
de comunicación interna y externa se emplea
para fines académicos o funcionales, en
la realidad no existe tal división porque
el personal de una organización sólo
permanece una parte de su tiempo en el interior,
pero forma parte de la sociedad. Por consiguiente,
aunque las llamadas prácticas de comunicación
interna se circunscriben a un ámbito específico,
sus efectos repercuten dentro y fuera de la organización.
Ética
y Prácticas de Comunicación Interna
Para que se genere la confianza y la credibilidad
dentro de una organización es necesario
que la comunicación sea íntegra
y se perciba como tal. (Harshman y Harshman,1999).
Decirlo es fácil, pero lograrlo implica
que los patrones de comunicación, los
contenidos de los mensajes y los comportamientos
sean un reflejo coherente de los valores institucionales.
Es decir, el respeto, la confianza, la honestidad,
o la puntualidad -por mencionar algunos valores-
necesariamente tienen que demostrarse y palparse
en la manera como se comunican los miembros de
una organización; en la manera como se
comportan entre sí, pero también
en la forma como la organización se comporta
con los empleados y con la comunidad a la que
pertenece.
Algunas prácticas
de comunicación interna son decisivas
para generar, o por el contrario para dañar
la credibilidad y la confianza. (Harshman y Harshman,1999;
Seeger, 2001; Echeverría 2000). De ahí
que pueda hablarse de comportamientos éticos
o no éticos al comunicarse internamente
en las organizaciones. Sin ser exhaustivos, revisemos
algunos ejemplos:
1. Asumir que
las personas no están interesadas en explicaciones
acerca de la toma de decisiones. Esta práctica
es bastante común en muchos lugares. A
los empleados se les informa oficialmente sólo
lo que los administradores deciden que es conveniente
dar a conocer, o en última instancia lo
que desean hacer público. Sin embargo,
por lo general en los canales informales circulan
los mensajes ocultos (falsos o verdaderos) que
podrían afectar la “salud”
organizacional al lesionar la credibilidad.
Lo más
grave, dice Seeger (2001) es que en muchos casos
los directivos no dan explicaciones porque el
marco ético para la toma de decisiones
no siempre es explícito y claro para ellos,
o a veces, aunque lo sea, tampoco se recurre
a él. La realidad es que al parecer las
decisiones se basan más en cuestiones
económicas, legales, de poder, o personales,
antes que en un contexto ético bien definido
y acordado. Ejemplos abundan: cambios de mobiliario,
compras de equipo, edificaciones, remodelaciones
de oficinas, permisos, nuevos contratos, ceses,
entre otros.
Es verdad que
sería demasiado complejo dar explicaciones
acerca de todos y cada uno de los cambios, pero
cuando tales cambios tienen demasiadas implicaciones,
afectan a los empleados y conllevan giros bruscos
al “estatus quo organizacional”,
las explicaciones son insoslayables a fin de
mantener una clima de comunicación ético.
2. Dar información
limitada. Esta es una práctica bastante
común entre los directivos, porque quien
toma las decisiones supone falsamente que los
subordinados no necesitan saber más para
desempeñar su trabajo, o bien, porque
prevalece la idea de que el dinero no debe gastarse
en comunicación excesiva.
Igualmente podría
analizarse esta práctica en el flujo de
comunicación que va desde los niveles
bajos hacia los altos. No se comunica lo que
es necesario o importante porque no existe una
cultura que promueva esto, o simplemente porque
no hay interés ni compromiso por parte
de los empleados.
3. Creer que
los empleados sólo deben enterarse de
las buenas noticias o especialmente de las cosas
positivas. Erróneamente se asume que informar
malas noticias puede ser riesgoso para la organización
porque los empleados no están preparados
y puede afectarse el clima interno. Esta actitud
paternalista y poco ética lo único
que produce a la larga es mayor desconfianza,
poca participación y bajo compromiso por
parte de los empleados. Además contribuye
a generar mayores problemas de credibilidad.
4. Utilizar
inadecuadamente las herramientas de comunicación
disponibles en la organización. Esto aplica
tanto para los medios electrónicos como
para los tradicionales. En el primer caso, el
uso inadecuado se refiere a usos distintos para
los que se asignaron. (Internet para enviar chismes,
chistes, cadenas, etc) En el segundo caso, los
medios como las revistas internas o los boletines
informativos presentan un contenido con un alto
porcentaje de noticias referentes a asuntos de
índole social, deportivo, premios, reconocimientos
y distinciones, pero con muy escasa información
acerca del desempeño real de la organización.
5. Impedir o
limitar la creación de espacios y herramientas
de comunicación. Existe una tendencia
a suponer que lo que se tiene en materia de comunicación
es suficiente para las necesidades de la organización.
Y sobre todo, parece prevalecer la idea de que
cualquier inversión en recursos que en
apariencia no añaden valor a los productos
o servicios que produce la organización,
es un gasto y no una verdadera inversión.
Como resultado
de las prácticas anteriores se crean patrones
de comunicación y mensajes que lejos de
promover intercambios honestos y congruentes,
propician la desconfianza. No pueden vivirse
valores como el respeto por los demás
en un ambiente donde la comunicación no
fluye libremente y donde, por consecuencia, no
parece prevalecer el respeto.
Por otro lado
no podemos olvidar los dilemas éticos
de comunicación que viven los empleados.
Es decir, las conductas éticas y no éticas
que deben afrontar al desempeñarse como
miembros de una organización. Entre estos
dilemas podemos mencionar, por ejemplo:
1. Decir la
verdad o callar cuando está en riesgo
el empleo o la relación amistosa con algún
colega o colegas. Esta situación provoca
verdaderos conflictos personales, porque la lealtad
es un valor que pesa al momento de tomar la decisión
de hablar o callar
2. Denunciar robos, engaños o comportamientos
inadecuados de compañeros, o entre compañeros.
Nuevamente surge otro conflicto de intereses
para el empleado
3. Evitar el hablar de más fuera de la
empresa. A veces sucede en reuniones informales
donde se comentan asuntos que pueden afectar
a terceros en la organización
4. Divulgar información confidencial.
Igual que el punto anterior esto también
puede ocasionar conflictos entre empleados, sobre
todo cuando alguno se entera o que un compañero
lo ha hecho.
5. Reportar hostigamientos, conductas abusivas
o uso de drogas.
6. Recibir o no “recompensas” y /o
regalos de parte de clientes o jefes, por trabajos
que son los esperados o los que el empleado debe
hacer.
7. Recibir ofrecimientos de externos para hacer
negocios aprovechando cierta influencia personal
que el empleado pueda tener.
Obviamente no
se trata de ser exhaustivos al listar los dilemas.
Ya se sabe que éstos son inevitables,
pero un clima de comunicación abierto
y de respeto contribuye a ventilar asuntos como
estos que lesionan los intereses de la organización
y sus integrantes. Las implicaciones emocionales
y personales son inherentes a los dilemas y por
lo mismo, podrían empañar la conducta
de los empleados.
En consecuencia, generar una comunicación
efectiva (logra su cometido de comunicar) e íntegra
(demuestra los valores promulgados) que permita
construir confianza y credibilidad entre las
personas (directivos, empleados, proveedores,
etc.), necesariamente nos remite a reflexionar
acerca de la cultura organizacional; es decir
acerca del “corazón ideológico”
de las organizaciones que es el fundamento de
la ética, pero también el eje donde
se asientan las prácticas de comunicación
y los principios esenciales de ésta. La
clave aquí es buscar alinear las prácticas
con los discursos; buscar la congruencia entre
el corazón y las acciones.
Normas, Valores
y Creencias: Ética y Cultura Organizacional
No obstante las diferencias conceptuales entre
estos términos, los tres tienen una relación
causa-efecto con el comportamiento personal y
organizacional. Los tres son detonadores de acción
para las personas y a su vez actúan como
justificantes, ante ellos mismos y los demás,
de tales acciones. Las normas aluden
a pautas deseables de conducta o comportamientos
aceptados; los valores expresan todo aquello
a lo que le damos importancia y además
conforman la base que nos permite distinguir
lo bueno de lo malo, y finalmente las creencias
se refieren a concepciones o ideas de todo tipo
reconocidas como verdaderas por los miembros
de una comunidad.
Sustentar las
prácticas de comunicación y los
comportamientos en normas es –sin duda-
establecer “las reglas del juego”,
pero hay reglas que estimulan la confianza y
otras no, dice Echeverría (2000). “Las
normas de comportamiento no sólo determinan
los juegos o las prácticas sociales básicas
en las que los miembros de un sistema se verán
comprometidos; también definen (o deberían
hacerlo), [paréntesis mío], los
comportamientos obligatorios, prohibidos y permitidos”.
(Echeverría, 2000, p. 125). Además,
agrega Schall (1983), las normas son la clave
para el entendimiento social y la construcción
de la cultura, así como para el intercambio
de significados organizacionales que propician
el desarrollo de lo que esta investigadora llama
el colectivo “nosotros”, que confiere
identidad.
Si un determinado
sistema cuenta con un cuerpo de normas que son
conocidas, claras, simples, legítimas
y respetadas, sus miembros sabrán a qué
atenerse: sabrán lo que tienen que hacer
y lo que no tienen qué hacer; sabrán
lo que posiblemente harán o no harán
los demás (Echeverría, 2000, p.
125).
Por el contrario,
si las normas no son transparentes, o no son
claras y simples; si son impugnadas, si no se
respetan o hay corrupción en el sistema
que las administra, ello afectará el nivel
de confianza de los miembros de ese sistema social.
Las normas
nos llevan a pensar en los códigos de
ética o códigos de conducta, que
son documentos orientados a definir los comportamientos
“correctos” en las organizaciones
así como en las asociaciones de profesionistas,
entre otros grupos. Estos códigos describen
valores y por lo tanto su función es generar
un compromiso entre los integrantes de la organización,
ya que se espera que actúen o vivan conforme
a esos valores. Sin embargo, no debemos olvidar
que el compromiso no se da por decreto. Más
adelante abundaremos acerca de estos escritos
y sus usos. Por ahora sólo diremos que
forman parte esencial de la cultura organizacional
y están entretejidos con los valores.
Hacerlos realidad y practicarlos con apego es
el principal reto para quienes deben regirse
por tales códigos.
Los otros dos
componentes de esta trilogía esencial
para las organizaciones, -valores y creencias-
se entrelazan con las normas y definen los modos
de interacción de los individuos y por
supuesto, la comunicación. Desde mi punto
de vista, no es fácil distinguir con precisión
los valores y las creencias1.
A pesar de ello, para mí los primeros
merecen un tratamiento especial pues a juicio
de expertos como Hofstede (1991), son el eje
de los otros componentes y por lo tanto también
de todas las formas de interacción.
Cheney (2001)
por su parte señala que son muchos los
“usos “ o significados que las organizaciones
les dan a los valores. Él reporta al menos
21 categorías, entre ellas:
1. Defensa de
valores específicos, (como servicio al
cliente, seguridad, puntualidad, etc).
2. Valores como mimesis o imitación de
lo que tiene otras organizaciones. (Si los demás
tienen excelencia, ¡nosotros también!)
3. Valores como símbolo o puntos de referencia.
(eficacia, puntualidad)
4. Valores como representación de tradiciones.
(tradición, clase, prestigio, madurez)
5. Valores como modas ( ¡somos diferentes!...eslogan
de Apple´s bee)
La lista podría
incluir más usos, pero para efectos de
definir las acciones de los miembros de la organización
y fundamentar la toma de decisiones, la clave
radica en que los valores necesitan ser interiorizados,
independientemente de los “usos”
que la organización les dé. Su
potencial es enorme, porque contribuyen además
a predecir reacciones y comportamientos, pero
dicho potencial es directamente proporcional
al grado de conocimiento que las personas tengan
de tales valores
No es suficiente
con comunicar valores, ni con tener códigos
o reglamentos. Los valores y las conductas esperadas
deben modelarse para incorporarlas a la vida
cotidiana y es gracias a las interacciones que
los miembros de la organización van construyendo
el significado de lo que se espera de ellos.
Los conceptos son intransferibles, dice Ochoa
(2002). No se transmiten en forma directa en
la mente de las personas. Los conceptos se construyen
a través de procesos de interacción,
lo que contribuye a la formación de los
significados (Teoría de la convergencia
simbólica de Bormann, 1983).
Si revisamos
con cuidado lo anterior veremos cómo es
imprescindible la ética, pues no habrá
otro modo de comunicar tales valores en la organización
y en cualquier otro ámbito, sino mediante
conductas éticas que los reflejen. Por
tanto, la única manera de generara credibilidad
y confianza es mediante la coherencia entre lo
que se comunica y lo que se hace. Hay que “vivir
la ética” dicen los expertos, y
Weil (1992) nos complementa con esta idea: la
comunicación global en las organizaciones
no es solamente la coherencia de los discursos,
es la coherencia de los discursos con los actos.
Expresa la lógica entre el “decir”
y el “hacer” de la empresa, puesto
que los dos constituyen su Imagen. Es una cuestión
tanto de ética como de eficacia.
Cómo propiciar una comunicación
ética en la organización (Principios
que sustentan una conducta comunicativa ética)
Ya hemos discutido los obstáculos que
impiden o afectan la comunicación ética
en las organizaciones. Veamos ahora de qué
forma se puede desarrollar un sistema de comunicación
interno que sea un verdadero soporte para la
confianza y la credibilidad.
Como punto de
partida se sabe que el proceso de comunicación
es complejo y no tiene principio ni fin. La intención
del emisor de comunicar una determinado mensaje
no siempre se logra. La comprensión del
mensaje por parte del receptor no siempre coincide
con la intención del emisor, y todo comunica,
incluso el silencio. Por lo tanto, el reto de
la comunicación en las organizaciones
no radica sólo en manejar con eficacia
los medios y los mensajes, sino que reside en
la congruencia, porque discurso y conducta producen
un efecto en la percepción que de la organización
se forman los públicos internos y externos
(Costa 1999).
“Hay dos
modos y sólo dos por los que la comunicación
se manifiesta y se realiza: por medio de mensajes
y por medio de actos. Estos modos son
indisociables...” (Costa, 1999, p. 82)
Los actos significan y por lo tanto comunican,
(coherencia entre el decir y el hacer), por ello
para desarrollar un sistema de comunicación
consistente es fundamental establecer algunos
principios básicos que determinen tanto
el contenido, como los procesos y las prácticas.
Además de especificar valores y normas
para la comunicación.
Antes de enlistar
esos principios no está de más
recordar lo siguiente acerca de la comunicación
en las organizaciones:
• La comunicación
nunca es lineal, sino un continuo; no es intermitente,
sino permanente.
• Es un proceso dinámico de dos
vías por donde debe fluir la retroalimentación
• Es transversal a la organización.
Atraviesa todos los procesos que la empresa realiza
y al mismo tiempo los interrelaciona.
• La comunicación va más
allá de sólo informar. También
tiene otras funciones como: explicar, informar,
persuadir, educar acerca del negocio, entre otras
más, y debe ser útil, entendible,
accesible y oportuna.
En cuanto a
los principios, a continuación enlisto
10. De éstos, unos están basados
en Harshman y Harshman, (1999) y otros son mis
aportaciones personales.
1. La comunicación
es central para el negocio y para su buen desempeño.
2. Es fundamental asegurarse que todos conozcan
y entiendan el negocio. (Sobre todo los empleados,
pero también los proveedores, y en la
medida de lo posible el público en general).
3. Es vital comunicar razones para las acciones;
así como detalles y estrategias a seguir.
(Tanto interna como externamente).
4. Es necesario diseminar inmediatamente información
crítica, reconocer los problemas y anunciar
las acciones a seguir, así como las medidas
tomadas. Esto evitará rumores y cualquier
tipo de crisis.
5. Es importante reconocer, establecer y promover
el “derecho a saber”, más
que la necesidad de saber o de mantenerse informado.
Hacerlo favorece la credibilidad y la confianza
pues el empleado percibe mayor compromiso hacia
él de parte de la empresa.
6. Cuando no se les pueda decir algo a los empleados,
es imprescindible dar razones de porqué
no puede darse a conocer determinada información.
7. La información negativa debe usarse
para mejorar, no para reprimir o castigar.
8. Siempre di lo que hiciste y haz lo que dices
que harás.
9. Todos participan de la comunicación.
Todos hacen la comunicación. Ésta
es un proceso colaborativo que permite mayor
flujo de información.
10. La comunicación abierta y congruente
es siempre una ventaja competitiva para las organizaciones.
Estos principios
dan un fundamento sólido para crear un
sistema de comunicación confiable y creíble,
pero sobre todo congruente. Además, la
comunicación ética necesita recurrir
al uso de un lenguaje llano y directo para clarificar
lo mejor posible lo que se quiere y lo que se
espera de las personas.
Mientras mejor
definido esté un asunto o una conducta,
menos posibilidades habrá de ambigüedades
o malas interpretaciones. Valores como “honestidad”,
“integridad” y “calidad”,
o frases como “añadir valor”,
“pasión por el servicio” y
tantas otras que abundan en las organizaciones,
en ocasiones resultan demasiado vagas o muy ambiciosas
en los códigos de conducta, y lejos de
contribuir a establecer comportamientos aceptados,
crean confusión. Al final terminan por
no ser útiles para nadie y quedan como
palabras vacías, frases hechas y huecas.
Todo trabajo
de conceptos implica primero saber comunicar
emociones, dice Ochoa (2002) y esto aplica precisamente
para los valores éticos. Primero es menester
que los valores sean conceptualizados entre los
miembros de una organización, y una vez
que se hayan apropiado de los conceptos se podrán
llevar a otros planos de aplicación. Por
eso es fundamental que en las organizaciones
exista preocupación por clarificar valores,
creencias, normas y en general todos los conceptos
que soportan la misión.
Una condición
ideal que pocas veces sucede sería que
todos los empleados participaran en la creación
de significado para los temas y palabras clave
de la organización. Como dice Costa (1999),
de hecho, lo que la empresa debe gestionar no
son los mensajes ni los medios, sino los significados
que propagan y los valores que conllevan.
Esto sería –para mi gusto- una conciencia
ética acerca de la comunicación
y al mismo tiempo una forma de comunicación
ética.
Por otra parte,
Flores (1989), Echeverría (2000), Maturana
(1997) e Isaccs (1999), entre otros estudiosos
de la comunicación en las organizaciones
dicen que las empresas han puesto mayor énfasis
en mejorar el desempeño y obtener resultados,
pero han descuidado la habilidad de pensar y
hablar juntos, particularmente en momentos críticos.
La ética es sin duda una poderosa “herramienta”
o contexto que nos ayuda a sortear los momentos
difíciles. El famoso caso del medicamento
Tylenol de Johnson y Johnson es una prueba real
de esto. En contrate están los recientes
casos de Enron y otras compañías
involucradas en fraudes.
¿Cómo
se comunica la ética?
A lo largo de este capítulo hemos discutido
ya diferentes tópicos en torno a la comunicación
y la ética. Toca el turno ahora a uno
de los aspectos más sensibles y difíciles
de todo lo expuesto: cómo comunicar la
ética. No hay para ello una fórmula
o receta única. No obstante, se sabe que
la mejor manera de hacerlo es con el ejemplo.
Con la práctica constante, con la conducta,
con el vivir los valores y por ende, la ética,
como ya lo hemos subrayado.
Sánchez
(2002) nos ofrece al respecto el modelo aplicado
por Femsa Coca-Cola, que consiste en 4 premisas
básicas:
• Predicar
con el ejemplo;
• Gestionar con apego a los valores y principios
de la cultura de la empresa;
• Reforzar el comportamiento de los colaboradores
apegado a esos valores y principios; y,
• Hablar de los valores y principios, referirse
a ellos.
Para U. Sander2
(comunicación personal, 12 de julio de
2002) la transmisión de la ética
es una de las muchas funciones y uno de los muchos
temas que tiene como tarea un departamento de
comunicación. Sin embargo reconoce que
el proceso es a largo plazo, (4 a 10 años),
porque se trata de asuntos intangibles, complejos
e íntimos. Él sugiere que para
comunicar tomemos en cuenta: (a) comunicar el
menos en dos vías (desde el punto de vista
del individuo y de la organización), y
(b) dosificar muy bien el proceso. Su propuesta
incluye:
1. Fijarse metas
realistas antes de iniciar un programa de este
tipo.
2. Focalizar. Es tan amplio lo campo de la ética
que no puede comunicarse todo, por lo tanto hay
que elegir ciertos temas. (3 ó 4 valores)
y posponer el resto.
3. Elegir el enfoque. Desde el punto de vista
de las personas o de la organización.
4. Agregar valor a la información. Esto
significa que es necesario recolectar y mostrar
evidencias para reforzar lo que se comunica con
hechos y así modificar conductas. En otras
palabras esto implica ilustrar la información
difundida.
5. Redundar. Repetir y repetir lo mismo con cientos
o con miles de ejemplos, para que los empleados
encuentren que los casos son reales y esto genere
credibilidad.
6. Medir avances. La medición se puede
traducir a índices de ausentismo, de rotación,
de devolución a los clientes, de reclamos
o lo que se haya elegido como índice.
Esto es fundamental -dice Sander- para entender
si la asignación de tiempo y recursos
son suficientes para mantener la velocidad de
cambio de conductas esperadas, de acuerdo con
las metas iniciales.
Otras formas de difusión de la ética
se dan a través de:(a) narraciones e historias,
(b) códigos de conducta o códigos
de ética, y (c) capacitación o
entrenamiento. Revisemos su impacto.
(a) Narraciones
e historias
De acuerdo con los supuestos del paradigma interpretativo,
la realidad organizacional se construye a través
de un proceso de interacción en el que
se ligan estrechamente la cultura y la comunicación.
Esa relación permite que después
de un tiempo y luego de compartir experiencias,
los miembros de un grupo desarrollen ciertos
significados comunes que les facilita interpretar
los acontecimientos, las decisiones, los cambios
y todo aquello que concierne a la vida dentro
de las organizaciones.
Una de las formas
que mejor reflejan ese nexo entre cultura y comunicación
son las historias o narraciones organizacionales,
en las que por medio del lenguaje y con el empleo
de algunos símbolos particulares, los
individuos expresan sentimientos y creencias
en torno a su empresa o departamento (Harrison
y Beyer, 1993).
Para investigadores
como Yiannis (1991) y Abravanel (1982), historias,
leyendas, narraciones y mitos pertenecen a la
misma categoría de manifestaciones verbales
que reflejan la mitología organizacional,
la cual, al igual que la mitología clásica
cumple la función de soportar el universo
de significados y valores con los que los individuos
se integran a su comunidad y le dan sentido y
guía a su vida.
Las historias
presentan hechos importantes narrados en forma
sencilla, de manera que resultan fáciles
de asimilar y retener; además, permiten
a quienes no vivieron los acontecimientos, conocer,
relacionar y hasta interpretar esos eventos clave
que al mezclarse con la experiencia actual de
la organización pueden magnificar su impacto
(Brown, 1986).
Entre otras
funciones atribuidas por los investigadores a
esta clase de manifestaciones verbales destacan,
por ejemplo, que influyen en las decisiones y
percepciones comunes, pueden servir de guía
para resolver problemas, explicar causalidades
e identificar valores esenciales (Abravanel,
1982). También se dice que son formas
para entender actitudes y valores en las organizaciones,
pueden servir de catarsis, dar coherencia y orden,
legitimar el poder, generar compromisos, motivar
y brindar explicaciones racionales para diferentes
eventos (Brown, 1986). Por supuesto, también
contribuyen en la socialización de los
nuevos empleados porque son fuente de información
acerca de lo que es la empresa.
Los eventos
cotidianos de la vida organizacional constituyen
la materia prima de las historias, pero sin duda
uno de los temas centrales se refiere a los líderes,
porque ellos personifican el buen camino o el
camino correcto para alcanzar lo que dentro de
ese grupo se considera exitoso. Como se trata
de personalidades que han influido en las transformaciones
y cambios de la empresa, sus acciones tienen
un fuerte impacto en la conducta de los demás
miembros del grupo.
Un caso muy
conocido en el norte de México es el del
empresario Eugenio Garza Sada en el Tecnológico
de Monterrey. De Don Eugenio, como se le conoce
al fundador de esta institución, se dice
que era un hombre generoso. Prefería escuchar
a hablar él mismo. Escogía la acción
en vez de las palabras. Era tenaz, entusiasta,
inteligente y trabajador, y ese carácter
le imprimió a la institución. Muchas
historias se cuentan de él, pero destacan
las referidas a su respeto por las normas y valores
que hoy en día integran la misión
del Tec, así como los cimientos del código
de ética.
Los empleados
también pueden ser protagonistas de estas
historias, sobre todo cuando se trata de relatos
de acciones positivas que contribuyen a difundir
los comportamientos éticos esperados de
los miembros de la organización. Así,
por ejemplo, la honradez de un empleado que devolvió
una cartera o que corrigió un cargo indebido
en una tarjeta de crédito son ejemplos
que deben darse a conocer para reforzar las conductas
congruentes con los valores organizacionales.
Sólo que esa difusión si bien puede
darse a través de algún medio interno
(en formato de noticia), es importante que sea
narrada y repetida de boca en boca para que forme
parte de la mitología organizacional.
Por ello, no es extraño observar que cuando
los responsables de comunicación en una
organización son conscientes del potencial
de las historias para difundir los valores éticos,
recurren a ellas como estrategia de comunicación.
Pero como lo afirma Sander (2002) es fundamental
hacerlo con información veraz, con hechos
verificables, para darle coherencia y reafirmar
la confianza y la credibilidad.
Así,
con el relato de estas historias puede lograrse
integración de las personas, cohesión
y continuidad en la organización, por
ello es factible considerarlas herramientas valiosas
para comunicar toda clase de acontecimientos
importantes en el desarrollo de la organización
y por supuesto para difundir los valores éticos.
Las historias reflejan una particular representación
de la realidad y ayudan a transmitir una visión
del mundo, que al compartirse colectivamente
generan significados comunes y vinculan a los
miembros de la organización en una misma
dirección.
(b) Códigos
de Ética
Ante la oleada de fraudes y situaciones ambiguas
que lesionan la confianza en las organizaciones
y las personas, hoy en día los códigos
de ética parecen haber cobrado una importancia
singular que tal vez no tuvieron antes. Estos
documentos pueden definirse como el conjunto
de los estándares de comportamiento que
una organización adopta como patrón
esperado de conducta para sí misma y para
sus miembros. Su propósito central se
desprende de las reglas morales de sentido común,
como por ejemplo: respetar a los demás,
no dañar a los otros, no mentir, obedecer
la ley, y más.
Los códigos
reflejan los ideales en los que cree la gente,
son parte de la cultura y deben estar entretejidos
en la organización. Tampoco pueden ser
impuestos a un grupo que no acepta los valores
de la cultura, porque compartir valores es decisivo
para el comportamiento y también para
la manera de percibir los problemas así
como para la toma de decisiones. Compartir los
mimos valores le dará cohesión
ética al sistema, dice Echeverría
(2000). Por consiguiente, los códigos
deben articular y reflejar esos valores.
Sin embargo,
como lo señalan investigadores como Stevens
(1999), si bien los códigos contribuyen
a regular las conductas, definitivamente no son
la panacea para resolver el problema de la ética
en las organizaciones. Las expectativas éticas,
al igual que normas y valores, deben ser comunicadas
claramente y exigen modelarse. Los códigos
son una buena ayuda, pero no pueden existir aislados.
Se necesita hacer más para crear una organización
ética.
Stevens (1999),
llevó a cabo un estudio para indagar qué
quiere decir ser ético en la organización
y qué fuentes y canales son los más
efectivos para comunicar la ética. El
estudio se llevó a cabo con empleados
de dos hoteles. En su investigación, ella
analiza cómo los canales (formas como
los mensajes son recibidos/enviados) y las fuentes
(personas) afectan la manera como los empleados
aprenden sobre la ética. La pregunta central
que guió la investigación fue:
¿cómo pueden comunicarse los valores
éticos, lo más efectivamente posible?
Los canales
tomados en cuenta fueron orales y escritos. Los
primeros se referían a comunicación
cara a cara, discusiones y exploración
de situaciones hipotéticas éticas.
Los escritos esencialmente consideraron dos medios:
memos acerca de algún caso particular
y códigos de ética.
Entre los resultados más sobresalientes
la investigadora encontró:
1. La principal
fuente de aprendizaje ético para los empleados
eran los programas de entrenamiento. Sobre todo
porque ellos aprendían las expectativas
de los administradores y así se daban
cuenta de qué querían o qué
era ético.
2. En segundo lugar mencionaron el “couching”
o el enseñar a otro. Enseñar es
aprender doblemente. Una persona dijo: si yo
debo enseñar a alguien, necesito estar
seguro que estoy en lo correcto.
3. Leer códigos de ética resultó
como la tercera fuente importante. (Nótese
que se refiere a leer y no a vivenciar las normas
contenidas en esos códigos).
4. Finalmente, ver el comportamiento de los administradores
y observar a otros empleados quedó en
cuarto lugar. Esto es lógico si se toma
en cuenta que un buena parte de la cultura se
aprende a través de la conducta que el
nuevo empleado observa en los compañeros.
La investigadora
propone además que el diálogo constante
con los empleados acerca de los valores éticos
abre la puerta a mejorar la comunicación
en este sentido. Así como se discute acerca
del sexo y la droga con los hijos, lo mismo debe
hacerse entre administradores y empleados, de
manera que queden muy claras las expectativas.
Los códigos
deben revisarse y comunicarse lo más claramente
posible, tanto al interior como al exterior de
la organización. Por ejemplo, dice Stevens
(1999) recientemente General Motors revisó
su política de compensaciones y determinó
que para hacer negocios en GM no es aceptable
el recibir regalos caros ni “sobornos”
y esto lo dio a conocer a todo el mundo. El código
de Motorola es otro buen ejemplo de comunicación
clara de conductas. Puede verse en la página
electrónica: (http://www.motorola.com).
En él se establece la conducta esperada
para los “motorolanos” así
como la de la empresa en general con respecto
a públicos concretos, como: clientes y
consumidores, socios, accionistas, comunidad
en general, gobierno y proveedores. También
definen lo que es un conflicto de intereses para
la empresa y los empleados, e indican cómo
obtener ayuda a través de la “Ethics
line”
Por otro lado,
contar con un código no basta, como lo
señala esta Stevens (1999). Muchas organizaciones
y agrupaciones lo tienen, pero son “letra
muerta”, documentos imprácticos
que no le sirven a nadie, que nadie utiliza y
que se tienen por tener. Algunos son obsoletos,
irreales o fuera de contexto, por eso, desde
mi punto de vista el mayor reto de los códigos
es:
a) Desarrollarlos
con base en los valores de la organización
y contando con la participación de todos
los miembros de la organización. (Esto
asegura el compromiso). También convendría
invitar a los externos (clientes, proveedores
y otros públicos de interés) a
participar en algunos componentes del código.
¿Cómo? Mediante sencillas preguntas,
como: ¿Qué espera de nosotros?
b) Difundirlos dentro y fuera
c) Emplearlos para darle consistencia a las acciones
y las decisiones y asegurar un comportamiento
congruente.
d) Crear otras instancias de apoyo, como páginas
web y comités internos. (Ethics line)
e) Evaluar su puesta en práctica
No se trata
de que obligar a la gente a que practique cada
norma de conducta, sino de educarla e informarla,
de darle elementos en qué basar sus decisiones
y sus acciones de acuerdo con los valores de
la organización. Para que el código
tenga sentido es importante además desarrollar
un programa de comunicación para asegurar
que las personas que por alguna razón
no participaron en la creación del mismo,
no sólo conozcan su existencia, sino que
lo comprendan y lo asimilen. Otra forma de darle
“vida” a los códigos es mediante
la creación de otras instancias de apoyo
que permitan a los empleados verificar o aclarar
sus dudas, como por ejemplo páginas web
donde los empleados pueden aclarar dudas, como
es el caso de la página antes citada de
Motorola.
Sin embargo,
la realidad que viven muchas organizaciones es
que si bien les va sólo alcanzan a desarrollar
el código (proviene de la alta jerarquía
y se impone por “mandato”), pero
no se acompaña con un amplio programa
de comunicación. Tampoco sancionan o abren
un expediente disciplinario a quien viola alguna
de las normas del código. En resumidas
cuentas, los códigos se pierden por no
llevarse a la práctica, por aplicarse
a medias, o sólo en ciertos casos.
(c) Capacitación
o Entrenamiento
Aunque podría parecer difícil o
irreal pensar en capacitar o entrenar a las personas
para comunicar valores éticos, como ya
lo demostró Stevens (1999), ésta
es una de las mejores maneras de desarrollar
el sentido ético que la organización
espera de sus integrantes. Por su parte Seeger
(2001) agrega que la ética es un problema
en las organizaciones porque los directivos no
están preparados para hablar de estos
asuntos. Desconocen cómo abordarlos y
sólo lo hacen cuando ya no hay más
remedio.
Pero, ¿cómo
entrenar a las personas?, ¿cómo
darles capacitación? No es ésta
una tarea sencilla, pero como ya hemos dicho
antes, la ética se comunica través
de las acciones. Tus acciones hablan por ti:
“hecho son amores...” Tú le
puedes decir a los demás que eres muy
ético, que tienes esos procedimientos
en tu empresa, pero el comportamiento ético,
como el amor, hay que demostrarlo para poder
creerlo. Y si una organización espera
comportamiento ético, debe también
asumir su responsabilidad en ello.
Así,
comunicar la ética requiere entonces invertir
en programas de entrenamiento que para muchas
empresas resultan costosos y los eluden. Desgraciadamente
la ética no se ve, no arroja en apariencia
resultados tangibles a la organización
y se produce entonces una contradicción
entre buscar una ética y pagar el precio
por ella. No hay congruencia al final.
Stevens (1999)
con su estudio apoya le importancia del aprendizaje
participativo y habla de desarrollar un Manual
de Ética, que debe desprenderse de los
códigos de ética. La finalidad
de estos manuales sería apoyar el “modelaje”
y la capacitación en torno a los asuntos
éticos.
Otra forma de
entrenamiento sería mediante sesiones
en las que los empleados resuelvan problemas
éticos reales o muy cercanos a la práctica
de cada organización. Es importante advertir
que no ayuda mucho recurrir a los programas estándar
o prefabricados con casos ajenos. Lo ideal sería
que cada organización identifique sus
necesidades y que diseñe y desarrolle
programas adecuados para cada caso particular.
Un ejemplo muy
cercano del cual puedo dar testimonio es el del
Tecnológico de Monterrey, donde se han
puesto en práctica varios programas de
capacitación en ética, para los
profesores y el personal que ahí trabaja.
Entre estos programas destacan los ofrecidos
desde el verano 2002 para más de 100 profesores
de esta institución en la Universidad
Loyola, en Chicago. También está
el Programa de Educación en Valores, y
más recientemente el Programa de capacitación
para “todo el personal que labora en el
instituto. Su nombre es: “Orden, Respeto
y Disciplina”, el cual tiene como objetivo
"que todos los que formamos parte de Tec
de Monterrey conozcamos las normas dentro de
estos conceptos y las acciones generales y personales
que se llevarán a cabo para integrarlas
a nuestras funciones y contribuir al fortalecimiento
de la Misión” (Ver página
electrónica: http://www.itesm.mx/seminariosertec).
A la fecha hay muchos otros programas.
Finalmente,
a manera de cierre hay que subrayar que la comunicación
de los valores éticos en un tema muy importante
y serio para las organizaciones. Independientemente
de él o los mecanismos usados para este
propósito, la ética debe imbuirse
en todo lo que la organización hace; en
sus productos, en su publicidad, en sus servicios,
en la contratación o despido de empleados,
etc. La ética no está separada
de la organización o del negocio, la ética
lo toca todo.
Y para implantar
cualquier programa de estos debe haber compromiso
fuerte de la dirección; un programa coherente
soportado en la planeación estratégica.
Debe planearse estratégicamente la ética
y acompañarse de un plan de comunicación
con un monitoreo de resultados.
Además, de los programas de capacitación,
insisto en que deben desarrollarse simultáneamente
mecanismos seguros de retroalimentación
para los empleados, de manera que sin poner en
riesgo lealtades o trabajo, ellos puedan “denunciar”
comportamientos no éticos de compañeros,
jefes o directivos. Si la cultura organizacional
promueve honradez y lealtad, ella debe ser la
primera en ofrecer estos mecanismos, como por
ejemplo: ciertos correos electrónicos
que garanticen anonimato, o sitios en la red;
también buzones de sugerencias y “hotlines”.
Igualmente,
la evaluación de directivos y empleados
no sólo debería basarse en alcances
financieros o estándares de resultados,
sino también en su comportamiento ético
y su nivel de compromiso por difundir los valores
éticos. Ciertamente falta mucho para llegar
a esto, pero sí es posible afirmar que
la ética es hoy en día una ventaja
competitiva para las empresas que son congruentes
con sus valores y hacen un esfuerzo por mantenerse
en esa línea. Las personas cambian y comunicar
la ética es una tarea constante, es un
celoso programa de mejora continua que merece
una profunda y continua reflexión a fin
de considerar nuestras limitaciones en este sentido
para superarlas.
Conclusiones
Como
se ha evidenciado, la ética es hoy en
día una prioridad para las organizaciones
y las personas. Las condiciones actuales en las
que vivimos, en una economía dura, fría,
casi salvaje, donde parece prevalecer sólo
la ley del más fuerte, ameritan como nunca
pensar seriamente en la importancia de la ética.
Sobre todo, considerando –a la manera de
Maturana- las consecuencias que nuestras conductas
van a tener en los demás.
El recorrido mostrado para analizar los vínculos
entre ética y comunicación revelaron
que la única manera de desarrollar una
organización ética es a través
de sistemas de comunicación basados en
normas, principios y valores, pero sobre todo
en la congruencia entre lo que se dice y lo que
se hace; en mantener alineadas las prácticas
y las conductas con el corazón ideológico.
Si bien no es
fácil construir la integridad ni mucho
menos es barato porque requiere invertir en programas
de comunicación, en códigos y en
capacitación, entre otros elementos; a
larga considero que cualquier inversión
en ética y en reforzar los sistemas de
comunicación basados en respeto, redituará
a todos.
Cada vez más la ética será
la constante, pero también será
un imán para atraer y retener inversiones
y los mejores recursos humanos. Asimismo la reputación
será más importante que nunca para
diferenciar una compañía de otra
y se asociará a factores como la congruencia,
la integridad y lo que la empresa comunica de
sí misma con sus acciones, dentro y fuera
de la organización.
El reto es grande para todos porque la ética
y la comunicación son temas complejos
y llenos de aristas, pero es impostergable darle
a la ética el lugar que merece en las
organizaciones. Asimismo, es fundamental desarrollar
más investigación en torno a este
asunto que cada vez nos impacta más, porque
toda la comunicación que la organización
genera conlleva siempre implicaciones éticas.
Notas:
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3
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5
6
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8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
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Mtra.
Mariela Pérez Chavarría
Profesora Titular. Departamento de Comunicación
y Periodismo. Tecnológico
de Monterrey Campus Monterrey, NL, México. |