Número 10, Año 3, Abril-Junio 1998

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 La Voluntad de Tejer: Análisis Cultural, Frentes Culturales y Redes de Futuro.

Por: Jorge González S.
 

“Yequene cenca quimiztlacahuia yn Diablo
ynaquique conmatiznequi yn tleyn ychtacachioalo
anoço ychtaca nemiliztli anoço yn tleyn tepanchioaz” (1)
                                                                                                            Fray Andrés de Olmos, 1553
 
“En los juegos infinitos, el juego se trata
no de ganar, sino de crear las condiciones
para poder seguir jugando”
                                                                                                                John P. Carse
 

Los análisis de la cultura de América Latina tienen un variado y múltiple origen, así como también un desarrollo plural y desigual.  En casi todos los países se han desarrollado en mayor o menor medida esfuerzos sobre estas cuestiones, sin embargo, para este trabajo me sería imposible dar cuenta al menos aproximada del desarrollo de estos estudios en el área.  Y no me es posible conocer en detalle la situación por tres cuestiones que están en el centro de toda mi reflexión: la falta de información, la falta de difusión y la falta de conexión. Sólo vemos una pequeña punta del iceberg, pero ¿hay algo así como un “iceberg” ?  El mundo académico conoce una pequeñísima parte de los esfuerzos que se hacen en esta región del mundo por volver inteligible nuestras sociedades, sus procesos, sus cambios y permanencias desde el punto de vista de la cultura (González, 1994). Sin embargo, las carencias atrás mencionadas forman parte sustantiva de la estructura de estos estudios y uno de los obstáculos más importantes para revertir la situación.

Este trabajo tiene tres partes. La primera tratará de esbozar una panorámica de las condiciones de construcción de los conocimientos no “sobre” sino desde la perspectiva de la cultura (González, 1996). La segunda parte presenta de manera autocrítica el desarrollo de la línea de trabajo de los Frentes Culturales, que iniciada desde 1976, ha tenido diversos frutos y tropiezos.  Por último, presentaré algunas de las características y efectos de la perspectiva anterior que actualmente se desarrollan en todo el país e inicia en colaboración con otras partes de América Latina.  Por estas razones la visión que presentaré es necesariamente parcial e incompleta, pero creo que servirá para ilustrar la problemática que queremos abordar en este seminario.
 

"Presencia III"
Fernando García Ponce, 1973
 

1) Las condiciones de construcción de los conocimientos

Existe una cultura de base, un discurso social compartido de nuestras sociedades que desde la vida cotidiana y el sentido común, continúa como forma de relación con la realidad incluso dentro del campo del pensamiento que se quiere científico.  Por los efectos de una colonización larga y generalizada, tendemos a mirarnos como quisieran vernos los colonizadores: despreciamos lo propio y admiramos lo ajeno, desarrollamos una muy baja autoestima, tenemos poca disciplina, mucha imitación, y más peligrosamente, poca imaginación.  Así podemos revisar, por ejemplo, los trabajos y las tesis que sobre el tema se han hecho en México en por lo menos la segunda mitad de este siglo y veremos casi siempre el predominio y la importación muchas veces acrítica de autores, de teorías, de métodos y técnicas, que como principal valor tienen en común ser “extranjeros”.  Los desfiles de referencias, planteamientos y “análisis” de acuerdo a las modas que se dicten en las capitales del pensamiento en turno —Europa primero, es decir, España, Francia, Gran Bretaña, Italia—; los Estados Unidos después —Chicago, New York, Berkeley—y así diciendo, están a la orden del día.

El punto no está desde luego en rechazar toda aportación “extranjera” con un chovinismo vestido de charro con aspiraciones científicas autóctonas, sino en el modo en que los sistemas de creación de conocimientos entre América Latina y el resto del mundo se han acoplado, en el tipo de estructuras locales y regionales que han generado y las dinámicas que dentro de ellas se verifican.

Sucede que existimos dentro del mapamundi del conocimiento precisamente en sus orillas, en los suburbios (2), lo cual no es tan extraño y quizás tampoco muy problemático, pero el verdadero problema me parece que reside en la importación acrítica de las preguntas que nos podemos hacer sobre nuestras complejas y plurales realidades. Por efecto de esta inercia colonial, a fines del siglo XX muchas veces nos seguimos mirando con los ojos de los de afuera y esa situación objetiva nos ha llevado a serias consecuencias, en la medida en que la importación se ha extendido de las bibliografías a los marcos epistémicos (Piaget y García, 1982; González, 1994: 338).  Nos ha costado mucho esfuerzo tratar de generar las preguntas pertinentes para el desciframiento e interpretación densa de nuestras realidades y el consecuente desarrollo de una perspectiva que nos permita desarrollarnos dentro de las peculiares características del acoplamiento estructural (Maturana y Varela, 1990; Varela, Thompson y Rosch, 1993) que nuestros incipientes sistemas científicos en América Latina mantienen con el exterior.
 

A) La Pirámide Azteca de los tuertos

“En tierra de ciegos, el tuerto es rey”, dice un conocido refrán y esa es prácticamente la única salida que nos permitimos: los primeros en leer y traducir a los “de afuera” se convierten por ese mismo hecho en los sucedáneos y legítimos representantes de los verdaderos pensadores.  El público académico (todavía escaso, poco informado, no cosmopolita, desconectado) de inmediato les otorga un capital de reconocimiento y a partir de ahí, su permanencia y supervivencia dentro del campo local estará fundada en llegar primero al nuevo libro de moda o en aplicar las novedades a situaciones locales.  Su labor de divulgación será indiscutible. A veces esto se mezcla con críticas interesantes, pero a veces también sólo se les cambia el nombre a los conceptos.  Las condiciones objetivas de este fenómeno, residen principalmente en una estructura vertical, piramidal a imagen y semejanza de los sistemas europeos y anglosajones, en los que, sin embargo, sí existe (al menos relativamente) un “mercado” para el desarrollo y uso social de estos estudios. Doy algunas cifras para delinear el perfil de ese “mercado” en el que somos productores.

En nuestras sociedades, es el sector público el que apoya cerca del 90% de la investigación que se hace. El sector privado más atento a los movimientos del Dow Jones, simplemente no invierte en este rubro. Tenemos desde 1968 una crisis profunda política y económica que con la situación descrita podremos, sin dificultad, imaginar los “ajustes” y el peso social que el sector ha sufrido.

Así, en México (y me parece que en buena parte de América Latina) ese “mercado” interno es sumamente débil, aleatorio, tiene poca consolidación institucional y graves problemas de coordinación, de circulación, de mantenimiento y desde luego de reproducción. Al mismo tiempo, los estudios y sus publicaciones tienen de hecho poca resonancia dentro de los sistemas educativos. En México, menos del 3% de la población total llega a los estudios superiores y eso representa sólo el 15% del total de la población entre 20 y 24 años (1.36 de un total de 91 millones: el 1.5% de la población)
 
B) La formación de productores y público potencial:

Un aspecto estructural de la pirámide está precisamente en la población que se encuentra en el sistema de educación superior del país. La Figura 1 nos da una clara relación de las proporciones: sólo el 0.004% de los mexicanos se entrena de manera formal en la producción general de conocimientos.

Figura 1

 
                            * Licenciatura
                            Fuente: ANUIES, 1995.

Por lo que toca a los productores “efectivos”, el perfil de la pirámide se percibe en el Cuadro 1
 

 
 Cuadro 1.
 
Investigadores (“productores”)
 Total
 %
 % National Population
Todas las áreas científicas
5, 879
100
0.006% 
Ciencias sociales y humanidades
1, 545
26
0.001%
Fuente: Conacyt, 1995
 

Y además, del total de los investigadores reconocidos, sólo el 14% está fuera de la Ciudad de México y tan sólo una institución, la Universidad Nacional, concentra el 32% del total del país.  La reproducción fractal (Gleick, 1990; Hall, 1992) del modelo de concentración vertical y descendente de la sociedad hace que la pirámide de los investigadores se superponga a la pirámide de las ciudades.

La cantidad de personas que compra libros o consulta bibliotecas con regularidad es muy baja; la mitad de los mexicanos no compró ni un sólo libro en un año y las ediciones de mayor demanda tienen cuando mucho dos mil ejemplares y una circulación muy restringida (González y Chávez, 1996). Las revistas reconocidas por la comunidad científica mexicana para las ciencias sociales y humanidades son 18 y de ellas sólo dos tratan sistemáticamente la problemática de la cultura (3).

Dentro de este marco también se puede comprender mejor la necesidad de los investigadores de vincularse al extranjero para, correlativa y progresivamente, desvincularse de los movimientos y flujos de las configuraciones culturales que se entretejen en su propia sociedad.(4)   Es también conocido el descuido de los académicos respecto a múltiples procesos culturales que no han sido legitimados por “alguien” fuerte en el campo internacional (5) . La situación externa no es mejor. Una comparación con los Estados Unidos de América resulta patética (De los Santos, 1995).  Estamos completamente fuera del “mercado” cuando en las compilaciones internacionales sólo 3.8% de 1200 referencias y uno sobre 43 autores son de origen (o al menos su apellido) latinoamericano (Grossberg et al., 1992)

C) Fragmentos de un manojo de pobrezas en busca de paradigma...

En fin, nuestra práctica científica está llena de prejuicios y múltiples pobrezas.

A) Primeramente dentro de las propias comunidades de investigadores padecemos un prejuicio “cientificista” respecto del carácter de la ciencia y de los científicos. Conviene aclarar el alcance del término. Sólo la ciencia “dura” es “ciencia” y el estudio de la cultura pertenece —según esta visión— por su carácter paradójico, móvil, discontinuo, al terreno de la especulación, en la medida en que no se ejecuta bajo el rigor del método científico.  Bien o mal, este prejuicio cada vez se erosiona más y deja atrás los estudios que optaban por el rigor (esta vez, mortis) del análisis sobre información generalmente cuantitativa. El bando contrario clama por la libertad hermenéutica, que fluye sin más desde la sensibilidad y experiencia del autor que navega a placer por mares especulativos de información cualitativa.

B) Pobreza teórica: a fuerza de la importación acrítica de ideas interesantes, se genera un panorama incompleto. Esas ideas indigestas resultan parciales y validadas sólo por la moda y, desafortunadamente, una vez pasada la euforia, se deja la presa y se cambia de objeto.

C) Pobreza estratégica:  De manera congruente con la actitud teórica anterior, el nivel estratégico de la metodología se suele confundir con la mera aplicación de los métodos y a veces incluso con las técnicas, por lo que se producen aproximaciones planas y muchas veces unidimensionales. Al renunciar de manera implícita (por estilo personal, por elegancia, por omisión o por excesiva modestia) o bien explícita (porque no es necesario) a este nivel, se renuncia sin más al efectivo ejercicio del oficio de hacer inteligible el mundo dentro de las convenciones de una comunidad y al también desarrollo mismo del oficio.

D) Pobreza táctica: La revisión de los arsenales técnicos de los estudiosos de las ciencias sociales en México (y de entre ellos los dedicados al estudio de la cultura), muestra una enorme y estereotipada pobreza que sin duda está ligada a dicha renuncia. Desfiles interminables de estudios por encuestas que hacen un uso superficial de la estadística, variadas etnografías ricas en descripción y pobres en perspectiva, decenas de estudios semiológicos cruelmente semi-lógicos, algunos usos de pruebas proyectivas, pero el panorama general muestra una imaginación acorazada en la costumbre.  Pocos, muy pocos estudios que intenten una aproximación compleja, digna precisamente de la complejidad que se pretende describir, analizar, interpretar.

E) Pobreza informativa . Por supuesto, todo ello nos aporta datos de segunda o tercera mano, poco elaborados y menos analizados.  Al mismo tiempo, esta pobreza se liga con la pobre información “oficial” sobre procesos culturales.  Saben más las agencias de publicidad y de mercadotecnia que las instituciones especializadas en el conocimiento.  Nadamos dentro de una gran incultura de la información: no somos capaces de generarla ni de usarla y, por lo mismo, tampoco de valorarla.

F) Pobreza crítica: poca o nula crítica sistemática, muchas “glosas” y referencias cruzadas (“te cito, me citas; te invito, me invitas”).  Si algo no convence, la vía no es criticar para crecer, sino más bien ignorar para no comprometerse (no citar, no invitar, no reconocer, etc.). Característica de espacios sociales con sociedades domésticas, carentes de una sólida esfera pública, todavía nos falta practicar en América Latina un ejercicio sano de distinción entre la crítica a un trabajo y la crítica ad hominem.

G) Pobreza epistemológica: Nuestra débil tradición, sin un desarrollo teórico suficiente y fundado en nuestros propios procesos, ávido de imaginación estratégica, atascado en tácticas estereotipadas, acostumbrado al dato fácil de segunda mano, seducido por la glosa en vez de la crítica, no puede tampoco volver sus instrumentos de objetivación para objetivarse a sí misma. Al importar nada menos que las preguntas preguntables, nos condenamos a una ceguera perniciosa de marcos epistémicos y nos alejamos de toda posibilidad de reflexión de segundo orden, conocer el conocer (Maturana y Varela, 1990).

Excelente escenario para el hara-kiri de cualquier desarrollo autónomo y efectivamente aportador de las interpretaciones y explicaciones que necesitamos para comprender nuestros procesos culturales y nuestro propio lugar en el sistema mundial de producción cultural (Fossaert, 1991).

H) Pobreza política: Como una consecuencia de todo lo anterior, nuestros análisis de la sociedad desde la cultura, padecen incapacidad de tocar con la sociedad y sus procesos. Es como si se tratara de un síndrome de esquizofrenia que impide conectar con las realidades y con los actores plurales de nuestro entorno. Cerrada en ideolectos sólo para insiders, al fomentar la competencia entre élites de iniciados, nuestro campo se dedica a una especie de reproducción de las cúpulas, pero su ejercicio, su composición y trayectoria no ha aumentado significativamente la masa crítica de productores ni demandantes de la información.

En suma, además de las constricciones estructurales mencionadas, hemos estado confrontando objetos complejos, con herramientas claramente insuficientes.  Los estudios más conocidos y difundidos tienen un excesivo énfasis en la descripción de los fenómenos (Giménez, 1994), y aunque dan pistas interesantes para seguir, carecen de una teorización que permita no solo tejer elegantemente, sino de manera más sutil.

En términos estrictamente cognoscitivos, tenemos muchas descripciones sugerentes, pero un débil nivel de explicación que se encaja en una carencia de metodología explícita, compartible y validable.
Dentro de estas condiciones, podemos con justeza preguntar: ¿vale la pena analizarnos como sociedades complejas desde la perspectiva de nuestras culturas? ¿Podremos hacerlo? ¿Cómo salir del cerco?
 

"Autorretrato"
Fernando García Ponce, 1984
 

2) Frentes Culturales: una perspectiva autocrítica

Cómplice y participante en varias maneras del panorama trazado, un breve repaso sobre mi propia experiencia nos puede dar quizás alguna luz sobre el tema. Desde 1976 en la Universidad Iberoamericana comencé a estudiar la sociedad mexicana haciéndole preguntas desde la cultura, primero en comunidades campesinas y su relación cultural con la sociedad mayor (González, 1978 y 1980) y luego en el estudio de la formación y caracterización de su cultura de la sierra como habitus (González, 1981).  En medio de estos dos primeros estudios en la Universidad Metropolitana-Xochimilco y dentro de la carrera de comunicación, junto con un grupo de colegas, abrimos en 1980 un espacio especialmente dedicado a este tipo de análisis: el área de investigación en “Comunicación, hegemonía y culturas subalternas” que subsistió en plena actividad durante más de diez años.

No fueron los intercambios científicos, es decir la propia dinámica del campo, sino una perturbación externa, —la represión militar en América del Sur— que mediante redes de amigos y conocidos, nos puso en contacto directo con colegas de sólida formación que vinieron a refrescar el ya de por si viciado ambiente del campo científico mexicano de mediados de los setentas, pleno de certezas de corte positivista o bien de corte que se llamaba “crítico”.  Con ellos llegaron a México otras bibliografías, autores, perspectivas y problemáticas que influyeron definitivamente en la reorientación de los temas de investigación y, a su vez, fueron influidos por las diversas tradiciones y corrientes que se desarrollaban en México.

Fué precisamente en 1982 cuando al revisar críticamente los análisis anteriores, me di cuenta de que las categorías que había utilizado desde 1976, especialmente en la perspectiva de Gramsci, de Cirese, de Bourdieu y de Fossaert (hegemonía, subalternidad, desniveles internos de cultura, habitus de clase, lógicas de producción) si bien habían colocado mucho más precisamente la cuestión del análisis cultural al tratar de pensar las especificidades de la sociedad mexicana, mostraban varias lagunas, sobre todo de orden metodológico (6).  De aquí proviene la propuesta de trabajo de los Frentes Culturales en la que desde 1982 me planteé para trabajar de modo inicial con algunos procesos de religiosidad en santuarios, las ferias urbanas y la vasta experiencia cultural mexicana con el melodrama en los medios de difusión (7).   Todos estos fenómenos tienen una el carácter marcadamente transclasista (8) .

La categoría de los Frentes Culturales sirve como herramienta metodológica y teórica para ayudarnos a pensar y a investigar empíricamente los modos históricos, estructurales y cotidianos en los que se construye una urdimbre de relaciones de hegemonía en una sociedad determinada. El término deliberadamente polisémico de “frentes” se utiliza con un doble sentido.

a) Como zonas fronterizas (fronteras porosas y móviles) entre culturas de clases y grupos socialmente diferentes; y

b) como frentes de batallas, arenas de luchas culturales entre contendientes con recursos y contingentes desnivelados. En cuanto a su especificidad, los frentes nos describen haces de relaciones sociales no necesariamente especializadas en las que desde el punto de vista de la construcción cotidiana de los sentidos de la vida y del mundo, se elaboran las formas de lo evidente, lo necesario, los valores y las identidades plurales. Justo lo que nos puede unir a “todos”.

En tanto que zonas fronterizas, la perspectiva de los Frentes Culturales normalmente nos deja observar formas simbólicas y prácticas sociales que por efecto de múltiples operaciones (económicas, políticas y especialmente culturales) se han convertido con el tiempo en obvias, comunes y compartibles entre agentes socialmente muy distintos.  Por aquí, esta perspectiva nos hace poner el acento contrario a las interpretaciones de la cultura como creación exclusiva de distinciones.  No se puede estudiar la hegemonía sólo a partir de las diferencias. Para que se pueda dar una relación social de articulación compleja del consenso y la autoridad, se tiene necesariamente que fundar sobre al menos algunos elementos comunes.  La historia de la subordinación y dominación del pensamiento mágico en Inglaterra (Thomas, 1984) de la alfabetización de Europa (Muchembleud, 1976) y la de la colonización del nuevo mundo (Gruzinski, 1988), nos da ejemplos estimulantes sobre la emergencia de estos procesos como luchas estratégicas y a veces encarnizadas (y no sólo simbólicas) por el establecimiento de una dirección “intelectual y moral” de la sociedad conseguido por un bloque de agentes sociales más o menos sólidamente aliados.

En ese proceso de la destrucción de ciertas formas preexistentes y emergentes se vio entrelazado con la delimitación simbólica de “zonas francas” en las que las formas comunes tuvieron que amalgamarse a base de un trabajo específicamente cultural, sígnico, cognitivo y por supuesto, colectivo.

En tanto que frentes de lucha, la categoría nos empuja a tratar de hacer observables las múltiples escaramuzas y “combates” propiamente simbólicos que se han tenido que librar (y se libran) entre contingentes desiguales en cuanto a poder y a recursos para ser capaces de componer y recomponer los sentidos compartidos de lo “necesario” para vivir, de lo que “vale” en la vida y del “quiénes somos” en este mundo.  Ahí donde encontramos techos (roofs) de significantes compartidos entre agentes sociales diferenciados, subyace un proceso histórico de múltiples luchas simbólicas, que al hacerse observables mediante una estrategia metodológica compleja (Morin, 1990) , nos indican de qué está hecha y cómo ha sido negociada (ciertamente en desiguales circunstancias) la relación social que llamamos hegemonía. Por ello, el análisis de la cultura desde los frentes culturales nos obliga a una polifonía metodológica que nos proporcione:

a) descripciones densas del estado actual de esas zonas de entrecruzamiento e interpenetración, a todo título fractales y de los agentes sociales involucrados y presentes en ellas (9).

b) Una reconstrucción histórica de las trayectorias que han desembocado en este fenómeno, en las que ocupan un destacado lugar las resitencias, las “rendiciones”, las negociaciones y las escaramuzas específicamente simbólicas y culturales de los contendientes.

c) Una caracterización de los procesos de cambio, transmisión y reconstitución de los propios contendientes.

d) Una descripción semiótica de la especificidad de dichos procesos.

Todo esto es impensable si se usa una sóla técnica o una aproximación metodológica rígida, prefijada. Pero también es inviable sin una base de información documental, cartográfica, oral, antropológica, censal, etc. que nos pueda dar al menos algunas pistas sobre los derroteros de las trayectorias que queremos hacer observables. Asimismo se percibe que esta tarea enfrentada de manera individual o aislada, es simplemente un despropósito. El panorama en este caso era bastante deprimente pues tales configuraciones y bancos de información no existen, no están disponibles o están dispersos e inconexos (10).   Como país colonizado, uno de nuestros rasgos sigue siendo el descuido y el desprecio de los “súbditos” (o sea, casi todos) por la información.  En los diferentes estudios empíricos realizados en aquella década (1982-1991) esta necesidad científica se fue uniendo cada vez más a la necesidad estratégica de trabajar en redes horizontales para poder aumentar la masa crítica de generadores y usuarios de información sobre las dinámicas culturales del México contemporáneo. Frente a una cultura profunda y capilarmente autoritaria concordante con lo que Galindo (1996) llama acertadamente sociedad de información que favorece y premia la concentración y las relaciones de autoridad de pocos sobre los muchos, ésta nos pareció una salida plausible. Ese es el sentido del Programa Cultura y del más reciente trabajo de investigación que como comunidad de investigación nos ha ocupado: La formación de las ofertas culturales y sus públicos en México, siglo XX (cartografías, genealogías y prácticas culturales), que llamamos el proyecto FOCYP (11) .
 

Un antecedente: el Programa Cultura

Para mediados de los años ochentas, con un grupo de colegas que también estaban terminando la formación doctoral, fundamos en la Universidad de Colima el Programa Cultura, como espacio de documentación y análisis permanente de las dinámicas de la cultura en el país (12).

Concentrados inicialmente en tres áreas (industrias culturales, cultura urbana y frentes culturales) los estudios sobre religión y comunicación popular, las identidades culturales de barrio, las ferias y rituales, la memoria colectiva y cultura urbana y finalmente el melodrama televisivo (González, 1994a; Galindo, 1995), ocuparon nuestra atención durante cerca de diez años, pero la apuesta no sólo se hacía por la producción de conocimientos. En esa década, también se quiso apostar por la transformación de algunas de las condiciones de producción de esos conocimientos. Pero eso lleva más tiempo.

En las condiciones campales y extra campales de México que apuntan y consagran un esquema de altísima concentración de los equipamientos, los fondos, y las habilidades para estudiar la cultura, la estrategia fue el descentramiento (distanciarse de las catedrales —individuales e institucionales— del saber) y la obstinada necedad de tejer redes horizontales, en el punto en el que nuestra historia cultural sólo dejaba espacio para las vías convencionales, para la rígida verticalidad de las instituciones: enorme inversión de energía para quedar bien hacia arriba y al mismo tiempo, vigilar hacia abajo para hacer lo que la institución quiere (13).  Del mismo modo que en las fábricas, donde no sólo se le expropian los medios de producción al trabajador, sino la propiedad de sus condiciones de trabajo y de vida, los perfiles del campo científico guardan una especie de homología estructural con las factorias (14).

Frente a cientos de casos de gente trabajando en instituciones que debido a problemas de política e intereses internos, o bien porque “nunca hay fondos”, pasan años languideciendo, debilitándose, enmoheciéndose sin hacer y sin dejar hacer, la perspectiva horizontal y lateral del pensamiento y la organización en red, no sólo permite la generación de conocimientos, sino además contribuye a inyectar energía creadora a las propias instituciones. En buena parte, el “FOCYP” (González, 1994b) ha sido desde 1993 una aventura para formar equipos transdisciplinares de investigación, para aumentar la “cultura de la información” y para recuperar la memoria de este siglo del desarrollo de la cultura en México (15).
 

3) El proyecto FOCYP

Nuestro proyecto tiene tres áreas de trabajo que giran al rededor de ocho campos culturales que han sido determinantes en el desarrollo cultural de México en el presente siglo: la religión, la educación, la salud, el arte, la edición (los “medios”), y el ocio (16).   Completan la lista la cultura alimentaria y la cultura del consumo de mercancías, que si bien no tienen el mismo grado de especialización que los anteriores, sin embargo son vitales para comprender los procesos de cambio de la sociedad mexicana. Estos ocho “campos”, forman la columna vertebral de la investigación en sus tres áreas.

a) Los equipamientos culturales

La primera de ellas, se pregunta por la formación de los equipamientos y ofertas culturales de esos ocho campos.  Los campos culturales son definibles como sistemas dinámicos de posiciones y fuerzas. Una manera de volver visible su dinámica es precisamente a través de su presencia relativa por la via de los equipamientos e instituciones en los que se forman sus especialistas (sacerdotes, médicos, editores, artistas, maestros, etc.), en los que se atiende y se inculcan sus modulaciones especializadas del sentido y en los que se legitima (o no) la práctica de las “clientelas” (fieles, enfermos, lectores, alumnos, aficionados, etc.), y mediante los que se ponen en circulación una serie de productos culturales especializados.

Suponemos que la consolidación y expansión (o retracción) de un campo particular y su presencia diferencial en el tejido urbano a través de instalaciones y productos especializados se relacionan. Por ello estamos construyendo cartografías culturales para observar las trayectorias e interrelaciones de los equipamientos culturales durante cuatro períodos del siglo en un conjunto de ciudades de todas las regiones del país (González, 1995b) (Ver Figura 2).

b) Los públicos de la cultura

La segunda área se centra en la formación de los públicos y clientelas de estos campos. Aquí suponemos que cualquier agente se convierte en público de determinado campo cultural, sólo si ha incorporado (embodied) las disposiciones que le permiten percibir, distinguir, evaluar y “preferir” los productos culturales específicos de tal campo. Los públicos de la cultura no “nacen”, pero se “hacen”. Suponemos que esas trayectorias también son orientadas desde la educación familiar básica y se van modulando y modelando en el curso de las interacciones con las instituciones de los campos y con las redes ideológicas de convivencia.  Por ello, en esta parte, la investigación ha generado, mediante el método de la historia oral, historias de familias, en las que observamos las diferentes trayectorias sociales (ocupacionales, espaciales, conyugales y educativas) a través de por lo menos tres generaciones (Ver Figura 3). Con esta técnica, y a través de cada red familiar, podemos objetivar decenas de trayectorias “exitosas” y “fracasadas” (siempre con respecto a diferentes campos) de cada familia (González, 1995a) y de manera complementaria, con la técnica de historias de vida, podemos profundizar en la reflexividad de los actores frente a su propia trayectoria individual y familiar (Galindo, 1994) (17).
 

 Figura 2: Trayectorias de equipamientos

 
 

Figura 3: Trayectorias de los públicos
 

 
c) Los públicos frente a las ofertas y equipamientos: sus prácticas y hábitos culturales

Nuestra tercer área del proyecto opera con una encuesta sobre hábitos y prácticas culturales, en la que mediante un cuestionario aplicado a una muestra con validez nacional y regional obtuvimos una visión descriptiva, cuantitativa y extensa del modo en que actualmente los mexicanos se relacionan con los ocho campos referidos. Ello equivaldría a una descripción de las intersecciones de ambas trayectorias referidas.  Es decir, tratar de observar la forma en que las estructuras objetivantes de la cultura se hacen cuerpo, lo exterior se hace interioridad y cómo esa matriz de disposiciones incorporadas es la que está detrás de la lógica de concertación de todas las prácticas.  A pesar de procesar en ella información de tres generaciones y tener una batería compleja de reactivos, con esta encuesta sólo podemos aspirar a describir algunas tendencias y a agrupar o desagrupar algunas informaciones que nos son de gran utilidad para el conocimiento del terreno y del patrón de relación de los públicos con las ocho ofertas culturales elegidas (González y Chávez, 1996).

Los primeros resultados tienen un corte “clásico” en la medida en que sólo nos propusimos una serie de configuraciones de información descriptiva. En los siguientes análisis nos aplicamos a un tratamiento heurístico y abductivo (Ford, 1995) de la misma información. La tarea es precisamente explorar múltiples conjeturas y posibilidades con no demasiadas certezas, en vez de deducir o forzar acomodos “prescritos” y previsibles de la información, o declarar elegantes conclusiones (18).
 

Redes: pensar lateral y organizar horizontal

Estos avances sólo fueron posibles al trabajarse en una red en la que más que grandes investigadores, reconocidos y formados, participan muchos buscadores con distintas formaciones, edades, géneros y habilidades. Uno de los principales resultados del trabajo ha sido el aumento de la autoestima de las comunidades emergentes de investigación, que comienzan a construir un respeto por esta actividad al mismo tiempo que son los agentes generadores y responsables de su propia información (19) .  La estructura en red, permite que cada comunidad emergente tenga acceso no sólo a su propia información, sino a la totalidad de datos que el estudio vaya generando. Sin embargo, la situación no es idílica.
También nos enfrentamos obviamente a la desigual distribución de las habilidades y los recursos para poder disfrutar (analizar, divulgar, compartir, etc.) de la información.  Los disposiciones que subyacen a las habilidades científicas, por supuesto —nuestro propio estudio lo muestra con toda claridad— que están repartidas de manera desbalanceada. Frente a ello, la organización en red contrapone un proceso de formación reticular en el que se comparten talleres y seminarios permanentes y lo largo y ancho de toda la red, que tienden a fomentar la apropiación de esas habilidades y la generación de nuevas. Con múltiples carencias, frente a la falta de presupuestos oficiales, nos decidimos por sumar pequeñas miserias. La experiencia continúa y no son pocas las instituciones que ya se han refrescado con la energía de estas pequeñas comunidades emergentes de investigación.

En este sentido, todos los análisis concretos desde la perspectiva de los frentes culturales y de la composición de la cultura nacional y regional de México, comienzan a adquirir mucho más sentido.  No sólo para escribir libros y aparecer citado en el Hit Parade del mundo académico, sino para ejercer a todo título la función de reflexividad sobre la vida social cotidiana, que el oficio de investigar entraña.

Analizar la cultura en México (y creo que el panorama es similar al que tenemos en América Latina) se ha vuelto, entonces, una cuestión tan estratégica, como pagar una deuda externa que ya se volvió eterna, ensanchar la vida democrática de un país que no acaba de pasar de una cultura oral a una cultura selectiva de medios de difusión colectiva, y que flota en una cultura cotidianamente autoritaria, que se descompone entre las mentiras y la corrupción, entre la violencia y la rapiña (20).  Enfrentamos la posibilidad de convertirnos en ciudadanos para dejar de ser súbditos, con todos los riesgos de incertidumbre y azar que ello implica.Se trata de ganar terreno en reflexividad individual, colectiva, social, en la que por ahora nuestra experiencia nos dicta obediencia, acatamiento, dependencia y sumisión. Si el análisis de la cultura no puede darnos herramientas para deconstruir este escenario y otros aun más terroríficos que ya se nos anuncian con el advenimiento del cuarto sistema-mundo capitalista (Fossaert, 1991), que excluye en mi país, de un sólo corte, a más de 40 millones de pobres extremos y en el mundo a muchos más, y no somos capaces no sólo de analizar elegantemente, como si estuviéramos en alguna de las capitales del saber mundial, sino de darnos a la tarea de transformar desde abajo y hacia los lados las formas de organización del saber especializado, de incrementar nuestra cultura de la información, tal y como pasó con los dinosaurios, vamos a desaparecer. Vamos a desaprovechar la primera (y quizás única) oportunidad de utilizar la tecnología que genera el primer medio de comunicación inteligente en la historia de la humanidad; la infraestructura que puede terminar con el emisor único y los millones de receptores callados; la primera vez que se crea una tecnología de participación horizontal: el mundo interconectado del internet y la red de redes (Landow, 1995; Negroponte, 1996; Piscitelli, 1996) que, del mismo modo que los medios electrónicos convencionales, acarrea transformaciones cognitivas que por ahora sólo son proyecto, conjetura, indicio, pero que sólo con la acción estratégica social y colectiva pueden ser orientadas en una dirección verdaderamente horizontal.
 
 
 
 
 

He expuesto algunos perfiles de la estructura de construcción de los conocimientos de México en la actualidad. El cuadro parece repetirse en toda América Latina. Altísima concentración de los recursos y los equipamientos.  A ello debe agregarse la actitud acrítica con la que el campo de estudios se reproduce.  Hice alusión a una serie de pobrezas características de la situación que desembocan finalmente en la importación de los marcos epistémicos que a su vez “permiten” los temas y los modos de abordaje que tienen “factibilidad” en nuestro débil mercado.  Además, el acoplamiento de las estructuras locales de generación de conocimientos con las del mercado internacional nos muestra una existencia marginal y episódica.  Las razones obviamente no son ni incapacidad “tropical” ni perspectivas raciales o de tipo “racional”. Las propiedades que presenta nuestro sistema de conocimientos no son naturales, sino debidas a su posición y a su deriva en el tiempo.  Así nos tocó entrar en el juego.  Las reglas marcan hoy en día una relación desfavorable en el conjunto.  Dentro de los países de América Latina, esas mismas reglas asumidas de manera acrítica (lo que supone su conocimiento cínico y no clínico), conducen a la sacralización de personalidades que con trabajos logran entrar en el elenco de las figuras: el idioma, la manera de escribir, la bibliografía y su modo de ser referida, operan una especie de filtro selectivo.  Sólo los mejor colocados dentro de nuestros países lograrán “destacar” en el escenario mundial.  Sin embargo, ello no necesariamente trae consigo un crecimiento significativo de la masa crítica de generadores y usuarios críticos de información sobre los procesos que nos constituyen como identidades móviles, puntiformes, desplazadas.  El trabajo propone una perspectiva de organización horizontal de comunidades emergentes de investigación que desde hace diez años aparece como una de las vías que pueden permitir un desarrollo “sustentable” de los estudios y análisis de la cultura.  La perspectiva analítica de los Frentes culturales que tras un largo recorrido ha desembocado en la propuesta de un sistema de información cultural (en el cuál la propuesta de organizarnos para generar generosamente que implica el proyecto FOCYP tiene un papel muy importante) con sentido público, abierto y participativo, se desplaza hacia el conocimiento de las propias formas y estructuras de construcción de los análisis sobre la cultura en América Latina y en especial en México. Así, aquellos que no son capaces de controlar las condiciones de utilización del conocimiento que generan, tampoco son capaces de controlar las condiciones cognitivas de su propio conocimiento.

Los sistemas de conocimientos de América Latina y México podrán aspirar a un futuro más abierto, sólo si nos ocupamos efectivamente en abrirlo. La formación de tejedores de redes parece ser la vía.

Los verdaderos retos apenas se dejan mirar y como dicen los mexicanos, “no somos machos, pero somos muchos” (y cada día somos más).  La moneda está en el aire, el partido ya comenzó y las comunidades emergentes de investigación se debaten entre el figurar en el escenario mundial, aprender a pertenecer dignamente a la academia internacional o bien inventarse en una práctica riesgosa el oficio artesanal de tejedores de redes.

El futuro hace rato que ya comenzó.
 
 
 
 
 
 

Notas al Pie
 
(1) “Por fin mucho engaña el Diablo a aquellos que quieren saber cómo están hechas las cosas secretas, o aun conocer acaso el secreto de la vida, o acaso las cosas que ocurrirán más tarde”.
Fray Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios 1553, Ed. de Georges Baudet, México, UNAM, 1990, pp.18 y19
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 (2)  Y como en los mismos suburbios de las capitales de América Latina faltan los servivios de drenaje, pavimento, electricidad, limpieza, etc. la comparación entre los servicios y equipamientos del campo académico (bibliotecas, talentos, instituciones, financiamientos, investigadores, becas, etc.) ha seguido un desarrollo al menos paralelo.
Regreso.

(3)   Me refiero en especial a Estudios sobre las culturas contemporáneas y a Comunicación y sociedad, ambas, no por casualidad, realizadas fuera de la Ciudad de México.
Regreso.

(4) Los criterios para entrar en el ranking de los investigadores reconocidos, exigen tener difusión en el extranjero y apariciones constantes en el Citation Index. Sin embargo, ello logra hacer aun más pequeña la punta de la pirámide, porque ello no depende solamente de la calidad de los trabajos, sino de las relaciones o capital social de los científicos con las comunidades internacionales
Regreso.

(5)  Este es, por ejemplo, el caso del estudio de la relación de la sociedad mexicana con las telenovelas, que después de casi 40 años de producción y construcción de un público, no había prácticamente merecido ni un solo estudio documentado.  Véase “La cofradía de las emociones (in)terminables...” y los demás textos sobre telenovelas en González, 1994.
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(6)   Es sin duda a Gilberto Giménez a quien hay que reconocerle la difusión pionera en México de los estudios y pensamiento de estos autores y su influencia en la formación de investigadores en México sobre estos temas (Giménez, 1976, 1977 y 1980).
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 (7) El texto Más(+) Cultura(s) publicado en 1994 contiene el recorrido de diez años de los estudios sobre esta concepción.
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(8)  El término viene de Cirese, quien al confrontar la visión de Gramsci con la de Croce sobre lo popular, enriquece la perspectiva vertical y clasista gramsciana, con una perspectiva de cortes transversales que abre la posibilidad teórica de pensar la subjetividad y de no reducir a “intereses de clase”, procesos como el arte, las perspectivas de género, los movimientos ecologistas, etc. (Cirese, 1983 y 1986).
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(9)   En este apartado me está siendo de gran utilidad el diálogo fecundo con la perspectiva antropológica llamada EoE,  Ethnography of Empowerment, que más centrada en procesos educativos, ha generado una interesante tradición en el estudio de los procesos de subordinación (disempowerment) de las minorías hispanas y asiáticas en los Estados Unidos (Trueba y Delgado-Gaytán, 1991; Suarez-Orozco, 1995).
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(10)  El objetivo del Sistema Nacional de Información Cultural que desde 1990 aportó el Seminario de Estudios de la Cultura es precisamente compilar, generar y difundir lo más ampliamente posible información sobre cultura en México. Su diseño ha sido retomado por el SICLAC (Sistema de Información Cultural de Latinoamérica y el Caribe) como proyecto del Foro de Ministros de Educación y Cultura de América Latina, Cfr. Amozurrutia, 1994)
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(11)    En la primera fase este trabajo permitió conectarnos en una estructura de red a más de 140 investigadores en diez ciudades. Dos años después de haber recibido el ultimo apoyo económico oficial, nuestra red no sólo no se diluyó, sino que las comunidades locales de investigación han crecido en número y en el espacio. Actualmente estamos en conexión casi el doble de ciudades y cerca de 250 investigadores.
Regreso.

(12)  Programa Cultura, (Programa de Estudios sobre las Culturas Contemporáneas), Centro de Investigaciones Sociales, Universidad de Colima, 1985. Nuestro Programa se plantea desde su fundación, la creación de redes de investigadores en permenente formación, la creación de sistemas de información de escalas diferentes para monitorear los procesos culturales, un sistema de publicaciones en red (Estudios sobre las culturas contemporáneas) y un sistema de producción en medios (radio, video y recientemente internet), todos ellos nutridos por el sistema de investigación de áreas prioritarias.
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(13)   “Los tejedores de redes y las instituciones”. Entrevista con Jesús Galindo (Programa Cultura) por Gabriela Olivares del diario Zeta, Tijuana, 15 a 21 de marzo de 1996.
Regreso.

(14)  En uno de los más importantes centros de investigación del país, localizado fuera de la ciudad de México, se ha llegado al límite de prohibir la reuniones internas que no estén sancionadas por la institución.
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(15)   Como se ve, esto es precisamente el caldo de cultivo de los “reyes tuertos” que devoran presupuestos, concentran bibliografías, acumulan relaciones movilizantes, publican sin cesar, declaran en calidad de “expertos” frente a los medios, etc. Y así se convierten en los nuevos sacerdotes de la ciencia, por lo que ser citado en alguno de sus trabajos o declaraciones, abre la via a la punta del zicurat, y recíprocamente, citar sus trabajos u opiniones (aun cuando no vengan al caso o hayan sido dichas por otros mucho antes) se vuelve la condición de posibilidad de ser consagrado.
Regreso.

(16)  El concepto com lo usa Bourdieu, designa los espacios sociales (instituciones, agentes y prácticas) que la división social del trabajo ha especializado en la creación, preservación y difusión del sentido.  Ver Bourdieu, 1992 y Calhoun et al. 1993.
Regreso.

(17)   En las historias de familias, no aplica el criterio de representatividad estadística de la unidad familiar considerada. Nuestras familias no son representativas (ni pueden serlo) de la totalidad, pero aplicando un principio holográfico al procedimiento de construcción, nos proponemos elaborar la representación estructural de cada familia, lo que nos permite “leer” a través de estas historias, la totalidad de los procesos sociales y su eficacia en las estructuras cotidianas.
Regreso.

(18)  González, López-Romo, Chávez y Arana, La cultura en México (III). Perfiles y  públicos, (en preparación)
Regreso.

(19) El proyecto ha generado un número considerable de tesis, disertaciones, artículos, libros, publicaciones, monografías, nuevos proyectos académicos, videos sobre historias de familias y una serie nacional de video sobre los públicos del cine durante los primeros cien años de su presencia en México, en cada una de las comunidades de investigación.
Regreso.

(20)   La relación actual entre los lectores de periódicos con los públicos de la radio y la televisión en México es abismal: el 28% de los mexicanos lee diariamente los periódicos; uno de cada dos hogares está inscrito en algún videoclub y 9 de cada diez personas oye la radio y ve televisión ( González y Chávez, 1996: 113).
Regreso.
 
 

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