Razón y Palabra

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Número 16, Año 4, Noviembre 1999- Enero 2000


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Terceros Textos

Por Alejandro Briglia

El cuarto estaba casi vacío, tenia pocos muebles y un cuadrito colgaba al lado de una puerta, frente a esa puerta había una hermosa y enorme ventana abierta de par en par que daba a un soleado jardín, una pequeña mesa y dos sillas que estaban junto a la ventana me hacían imaginar que pronto dos personas sentadas en esa hermosa esquina charlarían .Yo me senté cómodo, y esperé mirando hacia la puerta, sabia que alguien muy pronto iba a entrar. No pasó mucho tiempo cuando la puerta se abrió y entró en el cuarto un anciano muy simpático, nada me dijo, ni él ni yo nos sorprendimos al vernos, ambos sabíamos que ese encuentro iba a suceder ese día. El anciano se sentó y miró hacia la ventana, yo miré sus ojos tratando de ver en que dirección miraba y cuando quise ver lo que el veía dirigió la vista hacia mi y me preguntó ves lo mismo que yo, yo respondí: no sé, pues no estoy seguro que es lo que usted miró, él me respondió que tal vez hallamos visto lo mismo, pero cada uno a su
forma, las cosas son de una forma determinada, pero nunca será igual la forma en que cada uno las vea. Yo no supe bien que decirle, y aunque creo que tenia razón me molestó su forma de presentarse. Yo le pregunté si podía saber su nombre, y él me contestó si serviría de algo saber su nombre; mas aun me molesté y le dije que por que mejor no hablábamos mas claro y sin tanta vuelta, el me pidió disculpas y me dijo que no era su intención hacerme enojar, pero que con decirnos los nombres no íbamos a conocernos ni a comunicarnos mejor. Otra vez pensé que tenia razón, aunque me seguía molestando ese tipo de conversación, me daba la sensación que nunca lo iba a entender. El siguió sin hablarme y yo que tan cómodo me había sentado al principio, de pronto me sentía mas incómodo que nunca. El anciano se levantó, me miró con esa simpatía y me propuso pasear por el jardin, yo me levanté y le dije que con gusto. Salimos al jardín y realmente me sentí bien, el anciano me preguntó si me gustaban las manzanas, ya que en el jardín habían por lo menos tres manzaneros los cuales estaban repletos de rojas manzanas, yo le dije que si y con movimientos muy lentos estiró los brazos y arrancó dos manzanas, las limpió con el saco que tenia puesto y me dio una, nos sentamos sobre el pasto y me dijo que ese árbol de manzanas era tan o mas viejo que él, y sin embargo podía aun dar frutas tan hermosas y ricas, el se preguntaba si un anciano como él podía dar también como el árbol frutas tan ricas y satisfacer a otras personas, y agregó, claro que no me gustaría que me arranquen mis frutos así como se arrancan de un arbol. Yo le dije que por supuesto un anciano podía dar frutos tan ricos para otras personas así,  como el arbol, él dijo: si ya lo sé, con la diferencia que yo puedo dar mis frutos a quienes yo quiero, no tiene esta ventaja el pobre árbol que cualquiera le arranca sus frutos. Seguia sin darme cuenta adonde quería llegar el anciano con esas conversaciones, pero sin dudas lo que decía era verdad y ya no me molestaba tanto su forma de ser, de algún modo me estaba acostumbrando a ese misterioso ser. Mientras seguía comiendo la manzana que él me dió, senti que comía algo tan valioso como el mismo oro, me sentí hasta culpable por haberle arrancado una manzana al arbol, senti que todo lo que él me decía eran también frutos que valían mucho, y me sentí querido por que a mi me los contaba, no cualquiera, dijo él, podria arrancarle sus frutos. Seguimos caminando hacia un pequeño galpón que estaba detrás de unos pinos, entramos en el galpón y todo era tan antiguo y sucio que parecía abandonado hace 30 años. Habian ahí viejas herramientas de trabajo y muchos muebles antiguos y rotos, yo le dije
al anciano que me gustaría saber de ¿quién serian todas esas cosas? el me respondió si me serviría de algo saber a ¿quien pertenecían todas esas cosas, supongamos que te dijera que esas cosas pertenecían a Juan Rivero... ¿tendrían esas cosas mas valor? yo le respondí: por supuesto que no tendrían mas valor! el dijo: y si ¿Juan Rivero hubiese sido un personaje conocido mundialmente? ¿tendrían entonces mas valor? no me quedó otra que responderle: bueno... ah? sí? tendrían tal vez mas valor. De pronto yo solo me di cuenta que el anciano tenia razón, las cosas del galpón tomaban valor no por lo que eran en si, sino de acuerdo a quien habían pertenecido. El anciano me dijo, puedo ahora decirte mi nombre, si es que aun te interesa, y como
veras hemos podido conversar y conocernos, saborear frutos de un árbol sin saber nuestros nombres; mi nombre es... momento! le dije, realmente ahora no me interesa. Sin darme cuenta habían pasado unas cuantas horas, ya estaba oscureciendo y nos dirigimos entonces hacia ese cuarto. Cuando entramos al cuarto tuve la sensación que todo era solo un sueño, sin embargo era todo tan real !,le hablé al anciano, que se había sentado a la mesa, y le dije que todo esto me parecía un sueño y que yo creía que en cualquier momento iba a despertarme, él anciano se sonrió y me preguntó :si todo esto fuese un sueño seria para vos un lindo o un feo sueño? yo le dije que ambas cosas, ya que lo estaba pasando muy bien, habia aprendido algunas cosas y él era una agradable persona, pero por otro lado el me había hecho sentir un tanto ignorante con respecto a la vida, casi sentía que cada cosa que yo pensaba no era correcta. El anciano me dijo que de ninguna manera pensara eso, que él no era un sabio ni nada por el estilo, él solo me había dicho su forma de ver las cosas y eran muy diferentes a como yo las veia. El anciano dijo que seria hermoso que mucha gente se reúna y observando un determinado objeto, que cada uno diga qué ve, como lo ve y de que color lo ve, de esa forma tal vez cada persona aprendería de los otros algo nuevo o diferente. Si, es muy hermoso eso, pero yo no creo que usted haya aprendido algo de mi! el anciano tomó mi mano y me dijo: todo lo que hoy de mi escuchaste yo tampoco lo sabia, pero determinadas cosas que yo dije o hice le hicieron al anciano encontrar esas respuestas, y dijo que de mi tenia aun mucho que oír y aprender. Esto me decía que el anciano por medio de mi se inspiraba. Era como que él fuera un pintor de la vida, yo posaba para él y el se inspiraba en mi y pintaba una obra de arte, y esa obra de arte era el fruto entre dos personas. Toda esta idea se la comenté al anciano, y entonces él se preguntó que pensaría y sentiría otra gente observando nuestra obra de arte, entonces nacerían nuevas y distintas opiniones, y cada una de esas opiniones tendrían su valor sin ser ninguna la verdad absoluta.

Alejandro Briglia


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