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Por Bettina Martino
Número 22
Introducción
La
intersección de los fenómenos de declive de las instituciones
tradicionales de la democracia, crisis de representación
y mediatización de la política ha dado lugar a la
construcción de una gran cantidad de denominaciones, que
parecen haber sustituido a la expresión "democracia
representativa". En dichas alocuciones -que detallaremos más
adelante- la característica central de esta forma de gobierno
ha dejado de ser el instituto de la representación y aparece
como prioritario algún aspecto ligado a la massmediatización
de la política. Este fenómeno ha sido descripto, en
general, como la adecuación de esta última (sus tiempos,
espacios, escenarios, lenguaje, etc.) a la lógica de los
medios de comunicación (características tecnocomunicativas,
formas de organización productiva, tipo de mensajes, etc.).
Aunque la televisión sea el medio privilegiado de análisis,
la massmediatización se refiere también a otros medios
masivos (radio, prensa) e incluye a las CMC (comunicaciones mediadas
por computadora).
En
estas nuevas designaciones, el concepto de democracia ha pasado
a ser uno de esos "lugares comunes que se discuten cada vez
menos" (J.Nun, 2001) y por esta misma falla, el peso ha comenzado
a recaer sobre los calificativos que se le agregan, lo cual resulta
en una sobrevaluación del poder de la tv, la radio, los periódicos
e Internet en las transformaciones negativas de esta forma de gobierno.
La prevalencia del epíteto ligado a la comunicación,
aun cuando el uso de ciertas expresiones sea metafórico,
evoca desmedidamente la cuestión de los medios y eclipsa
la discusión obligada acerca de las condiciones económicas
y sociales que hacen posible a los individuos ejercer de manera
efectiva los derechos que la democracia asegura desde el punto de
vista formal.
Este vuelco hacia el problema de los medios de comunicación
se refleja en el surgimiento de dos órdenes en la denominación,
que bien podrían correlacionarse con las posiciones de apocalípticos
e integrados respecto de la cultura de masas descripta por U. Eco,
pero esta vez, en relación con la política mediatizada.
Por una parte, se acuñan designaciones que intentan representar
un estado de la democracia en el que predomina la adecuación
de la política a la lógica de los medios masivos,
con lo que ésta se ve drásticamente reducida a imágenes
e informaciones superficiales para un público disperso y
pasivo. Encontramos aquí "democracia mediática",
"democracia de audiencias", "democracia de públicos",
"democracia sin público", "democracia espectáculo",
"videocracia", "democracia televisiva"; por
otra, surgen conceptos que se refieren al uso de las tecnologías
para superar la representación y ejercer una participación
directa en la toma de decisiones a través de la emisión
de una opinión o la elección de una alternativa mediante
el voto electrónico u otras formas interactivas. Caben aquí
"cyberdemocracia", "democracia electrónica",
"teledemocracia", entre otros.
En
el presente trabajo, nos interesa particularmente el impulso dado
y la confianza puesta en el desarrollo de una democracia electrónica.
El argumento opuesto más corriente a esta propuesta señala
la imposibilidad de acceso igualitario a las tecnologías
de la información y la comunicación, especialmente
Internet, así como la desigualdad en las condiciones sociales
y culturales de base que hacen posible la participación.
En palabras del comunicólogo Sergio Caletti "...resultan
tan miopes las posturas que niegan el impacto que esta nueva dimensión
de la vida social pueda tener en el desarrollo de los procesos políticos
contemporáneos, como limitadas las discusiones de moda respecto
de la brecha entre infopobres e inforicos, o como ilusorias las
apuestas mecánicas a la profundización automática
de la democracia". Y agrega: "Más bien cabe pensar
que la entera complejidad de los procesos político-sociales,
sus asimetrías, sus luchas, sus incertidumbres, habrán
de hacerse de ahora en más también presentes en esa
instancia de la vida social, una instancia que traerá consigo
todo lo que conocemos al tiempo que abrirá paulatinamente
dispositivos a través de los cuales los propios vectores
del agenciamiento social pueden producir una fenoménica nueva".
(Caletti, 1999) En este sentido, es dable pensar en una ampliación
(tal vez, profundización) de la participación a través
de estas tecnologías en el marco de una democracia representativa.
Las
proposiciones en torno de la teledemocracia nos conducen a pensar
acerca de la proliferación de la idea de prescindencia de
la mediación política, del abandono de la representación
y el aumento del "directismo", en el marco de un profundo
descrédito de la política. Ingrid Sarti, para dar
cuenta del problema, señala que en parte de la literatura
referida a la relación entre medios de comunicación
y democracia es posible encontrar un "abordaje rigurosamente
utópico y negador de la política que apuesta a una
virtual democracia electrónica". Y añade que
"la concepción de una democracia electrónica
es parte de una postura ética en relación a las cualidades
de la representación, que, desde los años ochenta,
acompaña el descrédito de los partidos políticos
y de los proyectos colectivos. Corre paralela al avance tecnológico
de las comunicaciones y al elogio del inmediatismo en la participación
política".(Sarti, 2000)
Nos
proponemos en este artículo realizar algunas reflexiones
sobre la aparición de numerosos defensores de la democracia
electrónica, sobre la relación que esta encuentra
con un estado de la cultura que le es propicia -la posmodernidad-
y las características del individualismo contemporáneo
que la fomentan. No es la intención agotar aquí todas
las aristas del tema. Sí, al menos, hacer visibles algunas
causas y problemas del impulso del directismo en la democracia.
1. Qué es la democracia electrónica
La
teledemocracia (también llamada democracia electrónica,
ciberdemocracia, tecnopolítica, política vía
satélite o "insta-polling") consiste en la posibilidad
de los ciudadanos de sufragar permanentemente las grandes decisiones
políticas. La idea acerca de esta modalidad participativa
comenzó a ser motivo de discusión en los años
60, "cuando los investigadores empezaron a descubrir el potencial
cívico de la nueva tecnología electrónica"
(Gil Galindo). Sin embargo, cobra mayor relevancia y se convierte
en una "fiebre" cuando las tecnologías comienzan
a proliferar incorporándose en el ámbito cotidiano
de las personas y, especialmente, cuando los cambios culturales
empiezan a promover un individualismo no atado a lo colectivo, vuelto
además al ámbito de lo privado y propenso a desarrollar
desde el hogar actividades que antes realizaba fuera de él
(alquiler de películas, compra de productos, contratación
de servicios, etc.)
La
característica de la tecnología que alienta a la ciberdemocracia
es la interactividad, pues otras tecnologías de la comunicación,
como la televisión -ámbito privilegiado de la comunicación
política-, son vistas como un elemento distanciador más
en la relación entre gobernantes y gobernados. Esta particularidad,
además, diferenciaría un consumo pasivo -el de la
TV, fundamentalmente- de uno activo -Internet-. Asimismo, algunos
de sus defensores llaman la atención sobre una suerte de
"transparencia" y horizontalidad de la red que no es tal
en otros medios.
Para no incurrir en una generalización sin matices señalaremos
que esta perspectiva adquiere distinto significado si se considera
a las tecnologías como un complemento para la deliberación
en el marco de la democracia representativa o si se suponen como
reemplazo de la instancia de representación para dar lugar
a una democracia directa. En el primer caso, la orientación
es hacia una participación a nivel local sobre cuestiones
caras a los habitantes de una comunidad. Se asegura de esta manera
la posibilidad de acceso a la tecnología (mediante la organización
de centros en escuelas o entidades barriales) y el conocimiento
(o la posibilidad de conocimiento a futuro) de los actores intervinientes
así como de los representantes políticos, de manera
de augurar mayor fiabilidad a la información circulante.
Si bien la modalidad se comienza a hacer presente en la red desde
los años 80, el uso de Internet a estos efectos no es el
que presenta un mayor porcentaje. Aún así, no son
desdeñables estas experiencias, en las cuales la metodología
principal parece ser la intervención a través de opiniones
sobre distintos tópicos y la agrupación con otros
ciudadanos en virtud de sus propios intereses o la opinión
sobre proyectos que se encuentran en el congreso, las legislaturas
o los concejos municipales.
En
el segundo caso la participación mediante Internet utiliza
como un "a priori" la intención y la capacidad
de los individuos de involucrarse en las cuestiones públicas
desde su ámbito privado. Así, por ejemplo, Newt Gingrich
(representante de la nueva derecha americana) afirma que mediante
la apertura de un servidor llamado THOMAS (The House Open Multimedia
Access System), que llevará a Internet toda la actividad
del Congreso, "será más difícil hacer
pasar proyectos de ley que beneficien solamente los intereses particulares"
y que la difusión de "informaciones en tiempo real dará
a toda la gente, y no sólo a los lobbystas bien pagos, el
acceso a las mismas fuentes".(N. Gingrich citado en Almeida
Santos, 2000). Asistimos aquí a la opción por un modelo
de funcionamiento democrático suplantador en parte o en su
totalidad, en la versión más extrema, del instituto
de la representación y, aunque este reemplazo nos remita
en principio a una cuestión "procedimental", involucra
aspectos más profundos. La democracia electrónica
sería, en esta segunda versión, una solución
posible a los problemas de la escasa participación, el acceso
a la información, la toma de decisiones políticas
guiadas por intereses mezquinos de los representantes, la compatibilización
entre una cultura individualista que repliega a los individuos en
sus hogares y la posibilidad de estar involucrado en las cuestiones
públicas sin necesidad de abandonar la comodidad del hogar,
la superación del "ciudadano niño" que requiere
que otros tomen decisiones por él, entre otros aspectos.
Un ejemplo de este punto de vista se encuentra en el partido español
Democracia Directa Activa.
1.1. Puntos vulnerables de la ciberdemocracia
La
mejor referencia respecto de los beneficios de estas tecnologías
son algunas de las experiencias cuyas páginas vale la pena
visitar (Democraciawb, Cybervote, Agora, Democraciadirecta.com,
Cibercomunidaes.net). Sin embargo, existen algunos puntos que deberíamos
pensar para no incurrir en una defensa superficial, no razonada,
del incremento del directismo.
En
primer lugar, el mayor acceso a la información no implica,
necesariamente, que la democracia se refuerce: más información
no se traduce necesariamente en mayor y mejor democracia, aunque
aquella -como lo señalan la mayoría de los teóricos
de la democracia, Dahl, Sartori, Bobbio- aparezca como una condición
indispensable del funcionamiento de esta forma de gobierno. "Overnewsed"
but "underinformed", señalan algunos. Hoy la información
-especialmente la información en internet- compite con un
cúmulo de comunicaciones fáciles, relajadas, cómodas,
que no requieren el esfuerzo señalado por Ignacio Ramonet
con su frase: "informarse fatiga". Daniel Bougnoux pone
esta situación en otras palabras: "Preferimos en general
el espectáculo, aunque sea horrible..., de una guerra a un
curso de historia-geografía o de economía: un pequeño
sudanés esquelético espanta -pero molesta menos, sin
embargo, que explicar el intercambio desigual y el interés
de las grandes potencias. La imagen zoom sobre los efectos sin demorarse
en el travelling o en la panorámica sobre las causas, que
quedan fuera del campo". Y agrega: "...se puede dudar
de que nos sumerjamos en 'las infos' a la vuelta del trabajo para
aumentar nuestros conocimientos o nuestra conciencia crítica...Nadie
ignora las informaciones, pero nadie está obligado a comprenderlas.
'Conmoverse instantáneamente por todo, para no ocuparse durablemente
de nada' (Amin Maalouf): la masa en nosotros y fuera de nosotros...se
comprueba afectada, excitada, pero en el fondo poco involucrada".
Consumimos informaciones en dosis "homeopáticas".
La disponibilidad de la información no es directamente proporcional
a la disponibilidad de los individuos para involucrarse en las cuestiones
que aquélla trata.
En
segundo lugar, la participación política electrónica
podría empobrecer la calidad de la democracia si se reduce
al voto electrónico. La deliberación constituye una
dimensión clave de la democracia. Ésta última
se funda en una constatación de incertidumbre y por tanto
en la existencia de una pluralidad de respuestas posibles a los
diversos problemas de la sociedad, pluralidad que se manifiesta
en los procesos deliberativos, respecto de los cuales los medios
han demostrado poca utilidad hasta el momento. Esto es, precisamente,
lo que diferencia al campo de lo político de la gestión,
la cual supone la existencia de una solución única
que optimice las restricciones (Fitoussi y Rosanvallon, 1997). La
idea del voto electrónico parece acercarse más bien
a esta última. Asimismo, dosis crecientes de participación
directa tampoco implican un mejora en la calidad de la democracia
o llevan a suponer la toma de mejores decisiones. G. Sartori señala
que: "...los referendos están aumentando y se convocan
cada vez más a menudo, e incluso el gobierno de los sondeos
acaba siendo, de hecho, una acción directa, un directismo,
una presión desde abajo que interfiere profundamente en el
problem solving, en la solución de los problemas. Esta representará
una mayor democracia. Pero para serlo realmente, a cada incremento
de demo-poder debería corresponderle un incremento de demo-saber".
La democracia como gobierno de opinión, señala además
el politólogo italiano, está amenazada si esta opinión
es cada vez más heterodirigida, idea que desmiente la relación
más participación/mejor calidad de la democracia.
Tercero,
la democracia no implica sólo intercambio de opiniones sino
también decisiones. La participación del ciudadano
sobre un sinnúmero de cuestiones demandaría un tiempo
importante de su vida. Es un argumento bastante simple, pero cabe
tenerlo en cuenta si su contracara resulta en el ofrecimiento de
dos opciones (si o no) frente a un problema, con lo cual las cuestiones
públicas se presentarían en forma simplificada y maniquea.
La sociedad es compleja, los problemas también lo son y las
soluciones presentan, por ello, idénticas características.
La versión maniquea de la realidad ya es un tópico
en la crítica a la televisión y no hay nada particular
en Internet que haga pensar que esta misma dificultad no se presente.
Existen,
en cuarto lugar, objeciones en cuanto a la fiabilidad de la información
y la posibilidad de vigilancia de nuestras preferencias y esto no
constituye un tema menor. Existen factores aún no controlables
en la red, como los virus (piénsese por ejemplo, en el virus
I love you), que podrían "torcer" una voluntad
tan claramente expresada como aquella que deviene de cada uno en
forma individual. Los problemas de seguridad no se relacionan sólo
con virus; en el último tiempo asistimos a la versión
electrónica de las "cadenas" de correspondencia
que tienen por objetivo la apropiación de direcciones de
correo electrónicas para armar listas de correo que luego
son vendidas. Una alternativa a este problemmos considerado al principio de este texto la cuestión
de la desigualdad como el argumento más generalizado, cabe
una reflexión sobre este punto. Al respecto, Almeida Santos
se pregunta si la participación electrónica no representa
un aggiornamento del viejo elitismo iluminista conjuntamente con
un populismo, que se expresa en el pregón de la participación
directa extendida para todos, a la vez que se trata de un acceso
que implica más saber y más medios que la participación
política tradicional, y por tanto, más exclusión.
Esto especialmente si la participación virtual se presenta
"como se pretende, no sólo como medio de expresión
electiva, sino también bajo la forma de ejercicio continuo
de control y de participación" en los procesos de decisión.
Asimismo, nos alerta sobre la transformación de los ideales
políticos en un constante refrendar proyectos concretos.
Estaríamos frente a un "permanente testeo de la opinión
pública como método privilegiado de instrucción
de los procesos de decisión. O sea, la democracia como un
inmenso hipermercado de consenso electrónico: simple espacio
de distribución de bienes políticos de consumo rápido,
producidos no se sabe bien dónde, mas seguramente a precios
de saldo y accesibles a todos." (Almeida Santos, 2000)
2. La cultura posmoderna, ausencia de mediación y participación
directa
La
idea de la participación directa encuentra en la crisis de
la modernidad y el surgimiento de la cultura posmoderna su base
de desarrollo, especialmente por la ruptura que ésta implica
con los proyectos colectivos y por el crecimiento de un individualismo
que implica, además, el incremento de la dimensión
de responsabilidad de cada uno.
Frente
a la crisis de la modernidad, José Joaquín Brunner
señala tres posiciones que mencionamos a muy grandes rasgos.
La
primera es la neoconservadora: asentada fundamentalmente en las
afirmaciones de Daniel Bell respecto de la existencia de tensiones
y contradicciones entre los tres ámbitos principales de la
sociedad -economía, política y cultura-, siendo ésta
última la que habría difundido "una exaltación
hedonista del yo, junto con un rechazo total de los valores burgueses".
La erosión de los pilares de sostén de la sociedad
norteamericana (la ética protestante y el temperamento puritano)
se habría producido por el mismo desarrollo del mercado capitalista
(especialmente la institución del crédito y el consumo
masivo, con el consiguiente debilitamiento de la cultura de la austeridad
y el ahorro y la ponderación del esfuerzo personal). En esta
perspectiva, la salida posible está en un "back to basics".
La
segunda se apoya en la crítica del postmodernismo: caracteriza
a la postmodernidad como "deconstrucción" y rechaza
la "tiranía de las totalidades" . Este 'deshacerserse'
expresa el rechazo del sujeto y la razón totalizante conjuntamente
con la atención por los fragmentos, el fin de los grandes
relatos y el surgimiento de racionalidades locales. En esta vertiente,
el proyecto de la modernidad ha llegado a su fin.
La
tercera sostiene que el proyecto de la modernidad no ha acabado
y apunta a un rescate y una reforma de la propia modernidad, su
proyecto y su práctica.
Pongamos
nuestra atención en la segunda vertiente, la cual parece
funcionar como el contexto ideal para promover la ausencia de mediaciones.
Frente a la crisis de la modernidad, el primer momento posmoderno
fue vivido como emancipación de los rígidos moldes
de la modernidad. "La versión celebratoria resulta comprensible:
tras varios siglos de disciplinamiento y de metodicidad, se arribaba
por fin a un nuevo talante, que permitía todo aquello que
antes se había cercenado" (Follari, 1998).
Una
de las manifestaciones de esta versión celebratoria fue el
festejo del declive de la historia unitaria y progresiva, la pérdida
de fundamentos absolutos, la ligazón a un proyecto colectivo,
la definición de un sentido único de la existencia
del hombre y, fundamentalmente, el fin de los grandes relatos. En
el plano de lo político, podemos enmarcar dentro de tal crisis
a las categorías de nación y clase. La Nación
-y específicamente, la idea de identidad nacional- como elemento
de cohesión que genera identidad colectiva y sentido de pertenencia,
comenzó a hacer visible sus propias contradicciones internas:
la primera, respecto de la posibilidad de que la complejidad social
pudiera ser reducida a una sola voluntad colectiva; la segunda,
en cuanto a que la representatividad política, siendo un
aspecto parcial de la totalidad social, pudiera representar a la
sociedad en su conjunto, como un todo unificado. Por otra parte,
la referencia al concepto de Clase, remitía directamente
a los actores contenidos en la tradicional distinción dominantes-dominados.
Todo conflicto o toda contradicción responderían a
una sola lógica: la inherente a la lucha de clases. Hoy,
ningún grupo social parece portador de intereses generales;
no existe apelación a principios globales de legitimidad;
el recurso a la historia se ha debilitado, en tanto ya no creemos
en la sucesión de una sola forma histórica sino en
la pluralidad de vías de desarrollo. Este quiebre de la idea
de identidad nacional y de la oposición entre una clase dominante
y otra dominada, reflejaría -en cierto modo- la existencia
de vastos sectores sociales hasta el momento no contenidos o negados
en estas categorías y una reducción de los conflictos
a universos opuestos diametralmente. Desde esta perspectiva, la
crisis de lo político no se refiere, como superficialmente
a veces se expresa, al plano de la administración de la cosa
pública, sino fundamentalmente al plano de la definición
de una identidad social compartida por el conjunto.
Desde
la posición "proposmoderna", estas rupturas fueron
vistas con agrado. Sin embargo, las promesas inciales de la posmodernidad
fueron trayendo consecuencias paradójicas: "en nombre
de la mayor tolerancia, se producía un vacío de normatividad,
dejando espacio compensatorio a fanatismos racistas...; el dibujo
de jóvenes sin ideales duros se parecía demasiado
al de aquellos sin ideales a secas;...del abandono del fanatismo
ideológico/político se pasó al abandono de
toda preocupación por lo colectivo..." (Follari, 1998).
Los referentes perdidos no encontraron reemplazo y la fragmentación
inicial se convirtió en una fatal descomposición y
desintegración de la sociedad. El festejo posmoderno fue
llegando a su fin.
El
estado de la situación al cual hoy asistimos no es mera crisis
de las organizaciones sino un fenómeno más profundo
de "desinstitucionalización", en el sentido fuerte
de pérdida de pautas supraindividuales de regulación
de la vida social sin que exista para éstas un reemplazo.
Y esto repercute fuertemente en los sujetos sociales.
3. Del individuo hedonista al individuo negativo
La
cuestión del individualismo no resulta menor si consideramos
que toda propuesta de recomposición o transformación
de la democracia que tenemos (incluso, la alternativa que propone
el impulso de la democracia electrónica) deberá considerar
al sujeto de su praxis. Y la situación actual de tal sujeto
no es tan simple.
El
proceso de individualización de la sociedad moderna registra
diversos momentos. Si el individuo moderno reclamaba por sus propios
derechos, lo hacía siempre en el marco de reglas colectivas.
La cultura posmoderna, en cambio, inaugura un perfil inédito
de los individuos en sus relaciones con él mismo, con su
cuerpo, con el "otro", con el mundo y el tiempo. Es un
individualismo propio de un capitalismo permisivo y hedonista, avalado
por la sociedad de consumo. Se trata de un individualismo "puro",
desprovisto de los clásicos valores sociales y morales. (Lipovetsky,
1992).
Sobre
esta base del individuo hedonista de la era posmoderna en los 60,
la ideología neoliberal (que encuentra un buen sustento en
la cultura posmoderna) suma otra variante de impulso al proceso:
el individuo conquistador, que domina en los años 80. Éste
se encuentra guiado por el modelo empresarial y está destinado
a triunfar en el mercado, bajo la creencia de que cada uno, según
su capacidad, puede competir con igualdad de oportunidades, e incluso
que el éxito de algunos podría "derramar"
prosperidad sobre otros (evocando una vieja fórmula liberal).
Montado sobre la crisis de la política, funciona bajo el
lema: "de lo que la política no se encarga, lo económico
se ocupa". Las características del individualismo hedonista
sumadas a las de un individualismo guiado por el modelo empresarial
resultan en el estado individual "ideal" para rechazar
los relevos colectivos y hacerse cargo de la propia existencia en
todos los aspectos de la vida, incluso en cuanto a la definición
de las decisiones políticas que lo afectarán.
Pero
hacia fines de la década, se empiezan a hacer notar las consecuencias
de este modelo: el culto de la performance no genera empleo, más
bien genera excluidos de la cultura del éxito. (A. Ehrenberg)
Y así como el festejo de la posmodernidad llega a su fin,
pues "al final de la deconstrucción todo queda deconstruido",
sin alternativa futura ni reemplazo, también la celebración
de este individuo hedonista/conquistador culmina.
La
autonomía propulsada por el modelo empresarial se incrementa
en un sentido negativo con la crisis de lo político y la
incertidumbre generada por las consecuencias nefastas de la ruptura
de toda referencia colectiva y lazo de solidaridad. Este se expresa
en la figura del individualismo negativo. En él encarnan
las transformaciones en las relaciones individual/colectivo. Durante
un largo tiempo la referencia a lo colectivo fue un medio fundamental
para la satisfacción de las necesidades individuales. Hoy
el porvenir parece cada vez menos ligado a un destino común,
es incierto. La pertenencia a un grupo ya no está allí
para dar sentido y se producen trastornos identitarios en espacios
que antes eran referentes protectores (la familia, el trabajo, etc.).
En términos de Ehrenberg: "el número de mecanismos
sociales que favorecían automatismos de comportamiento o
de actitudes ha disminuido ampliamente en provecho de normas que
incitan a la decisión personal...".
Al contrario de lo que parece a simple vista, el individualismo
negativo no es el sucesor del individualismo conquistador. Por el
contrario, ambos aspectos del individualismo son "dos elementos
indisociables en la afirmación de sí mismo" (Fitoussi
y Rosanvallon, 1997). Vale la pena una cita clarificadora: "La
libertad ya no debe solamente conquistarse. Paradójicamente,
se convierte en un pesado imperativo. 'Sea autónomo', 'sea
responsable': en lo sucesivo, estos llamamientos son órdenes
y terminan por hundirnos en lo que los psicólogos llamaron
un double bind, una forma de vínculo contradictorio con las
personas y las cosas. Al mismo tiempo, la individualización-emancipación
se acompaña con una individualización-fragilización.
Todo se hace más indeterminado y cada uno debe organizar
su vida de manera más precaria y solitaria." (Fitoussi
y Rosanvallon, 1997).
Sobre
esta base resulta sumamente difícil pensar en la construcción
de una democracia directa. El aumento de la "norma de autonomía"
repliega al individuo en su propia vida por obligación, no
por elección. El individuo ideal de la democracia electrónica
confronta con el individuo negativo de esta nueva fase de la posmodernidad.
El individuo interesado, con acceso a la tecnología, informado,
dedicado a la deliberación se contrapone con otro en el que
las cuestiones más fundamentales de su vida han quedado a
su cargo y que por más que busca, no encuentra en sus pares
puntos de referencia.
Conclusión
"Para
afrontar positivamente el porvenir, en primer lugar hay que descifrar
mejor el mundo que nos rodea", dicen Fitoussi y Rosanvallon.
La complejidad de la sociedad en las últimas décadas
nos enfrente al fenómeno de su opacidad. Surgen allí
algunas preguntas: ¿cómo representará la política
a quien no puede conocer?, ¿cómo contribuirá
a dar forma a la sociedad si no puede captarla con claridad?, ¿cómo
proponer alternativas basadas en la participación de los
ciudadanos si no es posible dar cuenta de los obstáculos
que impone la incertidumbre y la vulnerabilidad en que se encuentra
la mayor parte de la población?
La
reflexión sobre las nuevas denominaciones dadas a la democracia,
lo que ellas implican y el sujeto social de la praxis política
que construyen no resulta vana. Si coincidimos en la posibilidad
de un nuevo formato representativo deberíamos mirar más
allá de los medios. En Argentina, por ejemplo, existe un
extenso tejido asociativo que consta de aproximadamente cincuenta
mil ONGs en funcionamiento, que actúan como sustitución
provisoria de las instituciones tradicionales actualmente en crisis.
El
análisis de la relación entre medios de comunicación
y democracia no puede tomar sólo los aspectos ligados a los
primeros sin hacer una evaluación crítica de aquellos
que van de la mano con lo segundo. Esto implica considerar desde
una perspectiva de conjunto, además de la influencia de los
medios de comunicación, otros factores como la corrupción,
la impunidad, la falta de justicia, la situación declinante
de vastos sectores sociales (la formación de nuevos pobres
y la profundización de la pobreza), las políticas
de ajuste neoliberales en América Latina, la formación
de élites políticas cada vez más separadas
de los gobernados, el incumplimiento de las promesas de los programas
propuestos por los partidos en las elecciones, entre otros. Así,
podremos salir de la idea remanida de la pobreza de la democracia
por la influencia mediática. La construcción de la
democracia que queremos no viene dada sólo por quienes actúan
en el ejercicio de la política o por la participación
de los ciudadanos, sino también por la elaboración
categorías de análisis que expresen con la mayor claridad
posible nuestra situación actual.
Notas
y referencias bibliográficas:
-Almeida
Santos (2000), "Ciberdemocracia, ou gaiola electrónica?".
Intervención en el Seminario de E-Politics, Mes de Mayo.
-Ehrenberg, A. (1995), L'individu incertain. Paris, Calmann-Lévy.
-Fitoussi, J-P. y Rosanvallon, P. (1997), La nueva era de las desigualdades,
Buenos Aires, Manantial.
-Follari, R. (1998), "Inflexión posmoderna y calamidad
neoliberal: fin de fiesta". En Cultura y Globalización,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.
-Caletti, Sergio (2000), "Videopolítica, esa región
tan oscura. Notas para repensar la relación política/medios".
En: Constelaciones de la Comunicación, Año I, Nº
1, Buenos Aires, Fundación Walter Benjamín.
-Gil Galindo, Víctor. Ver: www.mty.itesm.mx/dcic/hipertextos/01/ens-monog/gil.html
-Lipovetsky, G. (1992), La era del vacío. Ensayos sobre el
individualismo contemporáneo, Barcelona, Anagrama.
-Nun, José (2001), Democracia ¿Gobierno del pueblo
o gobierno de los políticos?, Argentina, Fondo de Cultura
Económica
-Sarti, Ingrid. Ver: www.clacso.org
Lic
Bettina Martino
Investigadora y docente de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de
Cuyo, Mendoza, Argentina |