|
Por Alberto
Ferreyra
Número 23
Jesús
Martín Barbero sostiene que "pertenecer a un barrio
significa para las clases populares la inserción en un ámbito
donde se es reconocido en cualquier circunstancia"2
(1989 : 47). En la Argentina de los primeros días del siglo
21, el empleo temporario y los dos dígitos de desocupación
siguen pisando firme. En estos tiempos, cuando sólo un optimista
empedernido o un pesimista pasado de tragos son capaces de decir
que en el corto plazo el país mejorará tanto que dejará
de ser una desventaja cumplir más de 40 años, la alternativa
de reconocerse en el barrio es conveniente.
"Frente a la provisionalidad y rotatividad del mercado de trabajo
que, especialmente en los tiempos de crisis económica, dificulta
la formación de lazos permanentes, es en el barrio donde
las clases populares establecen solidaridades duraderas y personalizadas.
Porque es en ese espacio donde quedar sin trabajo no implica perder
la identidad, ni la del parentesco, ni la étnica, ni la social",
considera Martín Barbero3
(1989 : 47).
Barrio y fútbol
Una mirada por tribunas populares
y plateas de estadios de fútbol permite notar la identificación
de las personas con los lugares donde viven. Poco parece importarles
la posibilidad de que sus individualidades pasen a la masividad
por obra y gracia de una cámara de televisión que
enfocara una bandera que rece, por ejemplo: "Jorge Luis Alves".
Son más los estandartes que tienen estampados nombres de
barrios o localidades que de hombres o mujeres. En las gradas ocupadas
por hinchas del club Los Andes han estado a la vista en los últimos
cinco años banderas con inscripciones como "Villa Albertina",
"Budge", "Transradio", "Bolívar",
"La Cortada", "Burzaco es de Los Andes", "Llavallol",
"Trelew con Los Andes", "Flores", "Congreso",
"Lomas de Zamora", "Fiorito". Son más
estos trapos -denominación dada por hinchas a las banderas-
que aquellos que señalan presencia humana, con o sin referencia
geográfica, entre los cuales se citan tres: "El Turco",
"Los Pibes de Bolívar" y "Bochi siempre presente".
Otras banderas que superan en cantidad a las que consignan nombres
o apodos de hinchas son las que refieren a grupos de música.
Algunas de ellas son la roja con letras blancas que dejan leer "Así
no hay amargura y se va el dolor. Los Piojos" y las albirrojas
de "Lomas Blues" sobre el rostro del cantante de reggae
Bob Marley, "Santa Marta", "Bersuit Vergarabat"
y "Llegando los Monos" (nombre de una canción de
la banda Sumo).
Es dable expresar que la recorrida visual por los pedazos de tela
que cuelgan de alambrados, rejas y barandas en las canchas donde
juega Los Andes -la idea se proyecta a otros clubes- da la razón
a Jesús Martín Barbero. Quien sabe que su nombre,
apellido, estudios y antecedentes laborales de poco le sirven al
buscar empleo encuentra su lugar en el mundo en un escalón
de un estadio en el cual su identidad es dada por una bandera que
no habla de él, sino de su barrio. Como si alguien llamado
José Gabriel Graciani fuera más José Gabriel
Graciani al estar en una cancha durante un partido, representado
por un trapo de "Budge", que cuando completa sus datos
personales, documento nacional de identidad (DNI) incluido, en un
formulario para trabajar como vendedor a comisión.
Dejar sentado en una bandera que se escucha al grupo Los Piojos
también le reporta más satisfacciones a la persona
que hay en el hincha de fútbol que hacer constar su propio
nombre.
No es extraño
Si se piensa en los diálogos
mantenidos con una chica a la que se consigue sacar a bailar en
un boliche, resulta comprensible que en una bandera del club querido
se escriba el barrio en vez de, por ejemplo, el número de
DNI. Es difícilmente imaginable -excepto en alguna narración
de Alejandro Dolina en su programa radial La Venganza Será
Terrible- un muchacho que a su compañera de baile le dijera
a modo de presentación: "Soy Darío Rubén
Sala, DNI. 24.876.543, clase '75, exceptuado de la conscripción".
Suele preferirse hablar de asuntos del orden de lugar de residencia,
signos del zodíaco, música preferida, viaje a Bariloche
el último año de secundaria.
Así en la confitería bailable como en la cancha, el
barrio puede ser considerado "como un mediador fundamental
entre el universo privado de la casa y el mundo público de
la ciudad"4 (1989 : 47).
La ligazón sentimental hacia el barrio se pone de manifiesto.
El vínculo afectivo con el equipo de fútbol, también.
Una conjunción está dada por los hinchas que
viven en Congreso, pero cantan sin dudar: "Yo soy del barrio
de Lomas" o "Nacimos acá en Lomas / acá
vamo'5 a morir".
La bandera testimonia que alguien de Congreso está
viendo a Los Andes. El cántico expresa que el dueño
de la divisa se complace en proclamarse un lomense de pura cepa.
No hace falta para ello ser melómano, confundir puntos cardinales,
no reconocer la diferencia entre Buenos Aires y sur del Gran Buenos
Aires. Sí es necesario fundir el valor asignado al suelo
donde está la cama en la que se duerme con la trascendencia
otorgada al Mil Rayitas, tal el apodo del club Los Andes, de Lomas
de Zamora.
Aunque algunos docentes de Geografía puedan fastidiarse,
en fútbol, decir Los Andes no equivale a cordón
montañoso situado en el extremo oeste de la República
Argentina, sino a Lomas, territorio del sur del Gran Buenos
Aires, más cerca del océano Atlántico que
del Pacífico.
Resulta entendible que escuchar o leer "Los Andes" a muchos
haga imaginar la camiseta con bastones verticales rojos y blancos,
las gambetas de uno de los hijos dilectos del club, Orlando Romero,
o un 2-2 frente a Douglas Haig en 1996, por el torneo superior de
ascenso Nacional B '95/96.
Al fin de cuentas, la cordillera de los Andes no les genera
a los bonaerenses, cordobeses -también entre ellos hay hinchas
Mil Rayitas- u otros provincianos demasiadas alegrías. El
equipo Los Andes, aun con ocho derrotas consecutivas y un descenso
en Primera por la temporada 2000/01, les ha dado a sus hinchas múltiples
satisfacciones. De ésas que hacen gritar como para que
el vecindario encuentre el loco al que se puede criticar con pruebas,
sin necesidad de inventarle un pasado o un presente.
Ser - estar
Los verbos "ser"
y "estar" se diferencian. Palabras más, palabras
menos, el primero sirve para lo que permanece en el tiempo. Cuando
alguien dice su nombre y alude a su estado anímico dice algo
así como "Soy Carlos Daniel Melgar. Hoy estoy
contento". Ni piensa en afirmar "Estoy Carlos
Daniel Melgar. Soy contento" pues su nombre lo acompaña
cada día, de lo cual surge como necesidad conjugar el verbo
"ser". El muchachito, que reside en la Argentina del siglo
21, es conciente de que la sensación de contento puede vivenciarla
de vez en cuando, por lo que al hablar de ella suele elegir el verbo
"estar".
Entre los hinchas, el uso de "ser" y "estar"
marca distancias. Los que van por ahí diciendo "Estoy
feliz porque mi equipo ganó" tienen su identidad
al resguardo semi-permanente del triunfo. Quienes afirman orgullosos
que son felices porque son de Los Andes (o de otro cuadro)
merecen el cielo futbolero. Los unos y los otros, imaginados
padres de familia, son distintos: los unos sacan la cara por sus
hijos cuando éstos tienen una nota buena en el boletín.
Los otros han elegido ser padres en todo momento.
Los unos son simpatizantes. Los otros son hinchas.
Los unos miran el diario para ver si están en condiciones
de alardear. Los otros acostumbran no recurrir al periódico
para enterarse de los resultados de su equipo.
Como las mujeres
Los sentimientos de
los hinchas por sus escuadras son similares a los de las mujeres
para las cuales "el barrio es el macrouniverso que ellas
rara vez dejan. Hacedoras y testigos privilegiados de su construcción
y su adelanto, las mujeres conocen la historia de cada una de sus
calles"6 (1989 : 48).
Es extraño que las referidas mujeres pobres abandonen el
barrio. Es impensable que los hinchas dejen de ser de un equipo.
Es común que ellas sepan algo más de las calles que
sus alturas e intersecciones. Es corriente que ellos conozcan detalles
de su club de los que no se entera ni el periodista acreditado más
afanoso en la búsqueda de información.
Las mujeres presentadas por Muñoz y vueltas a nombrar por
Martín Barbero toman al barrio como "el lugar que ellas
sienten como propio, e integran -a diferencia de la visión
más pragmática del hombre- las vidas de la gente a
ese paisaje urbano que han, de alguna manera, moldeado"7
(1989 : 49).
Los hinchas también escogen una determinada parte del todo.
Mientras las mujeres reparan en su barrio, no en la ciudad entera,
los adeptos a un club no cuentan con demasiadas horas para fijarse
en el fútbol todo dado que bastante tienen con su equipo.
Desde antes que la publicidad de una firma multinacional
ordenara vivir fútbol, soñar fútbol
y tomar la bebida cola de la empresa, Pablo Alabarces y María
Rodríguez (1996) advierten que los jóvenes, principalmente
los de sectores excluidos, desarrollan parte importante de sus relatos
de identidad en torno del fútbol. Los autores notan que,
en muchos casos, esta práctica deriva en la asunción
de conductas violentas (contra las fuerzas represivas representantes
del Estado, contra el otro -la identidad opositiva- o contra sí
mismos -el uso de drogas-) como única forma posible de la
visibilidad.
¿Se puede negar lo concluido por Alabarces y Rodríguez?
El pibe que sabe con precisión cuánto demora el viaje
de la cancha de Los Andes a la de Quilmes y que trabaja en la construcción
de lunes a viernes existe, con nombre y apellido, para los censos.
En restantes acercamientos del Estado, él es un mero indicador
estadístico de que no todos los jóvenes de 22
años han completado los estudios secundarios, ni cuentan
con un empleo calificado, ni ganan más de 650 pesos.
El pelilargo se hace visible gracias al fútbol. Y
su visibilidad es permanente. Él es de Los Andes,
al tiempo que está empleado. Seguirá siendo
Mil Rayitas aunque alguna vez le toque estar desocupado.
Poco importa que la figuración del silencioso chico
al que en el boliche algunas pibas creen integrante de un grupo
bailantero no sea en primera persona. Qué más
da si su nombre no se conoce. Interesa que está integrado
a Los Andes. Con eso es suficiente para resultar visible. O para
asumir que tal visibilidad es preferible a la que constituye
el formar parte de una tabla del Instituto Nacional de Estadísticas
y Censos (INDEC).
Arriba el ánimo
Juan Carlos Lorenzo forma
parte de la historia del fútbol argentino. Técnico
de la selección en los mundiales de Chile en 1962 e Inglaterra
'66, ha dejado una huella por sus campeonatos conquistados -al frente
de San Lorenzo y Boca, entre otros clubes- cuanto por sus frases.
Tras conducir al Boca vencedor del Metropolitano de 1976, dijo a
la revista deportiva El Gráfico que "el pueblo argentino
nos apoyó y nosotros le devolvimos el apoyo regalándoles
una felicidad que quizá ni un decreto de gobierno hubiera
podido darle".
La frase extraña en estos días en los cuales los gobiernos
nacional y provinciales dan más motivos para empeorar que
para mejorar anímicamente. Parecen la mayoría de los
clubes. Las diferencias engrandecidas entre ricos y pobres
a nivel macro-país-socioeconómico en la última
década han tenido correlato en el micro-país-futbolístico.
En los últimos 20 certámenes, desde la temporada '91/92,
hubo seis campeones: River, Newell's, Boca, Vélez, Independiente
y San Lorenzo. Los 10 torneos nacionales disputados recientemente
acentuaron la brecha entre quienes comen y los que se tienen
que conformar con poner la mesa: sólo cuatro cuadros
(River, Boca, San Lorenzo y Vélez) se han coronado.
De no mediar la alegría por ser de un equipo, poco
ofrece gran parte de los clubes argentinos a sus aficionados. Resignados
a ver que las deudas de sus instituciones apreciadas tienden a subir,
los hinchas se contentan con algún que otro éxito
resonante ante los que lideran las competiciones o frente a clásicos
rivales. Viven del algo es algo, lo cual equipara o supera
lo brindado en términos generales desde la presidencia y
las gobernaciones en el país.
Venga, compadre
Salida al recreo de clases
en las que los profesores de flexibilización laboral amonestan
por razones tales como posesión de hijos en edad escolar,
edad superior a 40 años o barrio de residencia, el fútbol
alimenta la ilusión de ser sin restricciones.
Lamentablemente, es ingenuo quien cree que la Argentina futbolera
habilita para ser de un club en cualquier lugar. En 1992, un riocuartense
asistió por primera vez a la Bombonera, acompañado
por su padre, a ver al Boca de ambos como local frente a Independiente
por el torneo Clausura '91/92. Antes del cotejo que terminó
2-1 para los boquenses gracias a un par de goles de Diego Latorre,
el pibe compró frente al estadio un gorrito de su equipo.
Después del juego, mientras bajaba los escalones de la segunda
bandeja de la popular que da espaldas a Casa Amarilla, escuchó
a un muchacho decirle: "El gorrito es mejor que ahora te
lo saques". Este hincha, avezado, conocía los riesgos
de caminar por la calle con un elemento identificatorio de un club.
La recomendación era adecuada: en 1994, una golpiza
de salvajes que al rato alentaron a Boca mató a Germán
Bértolo, quien había osado mostrar colores de Independiente
antes de la revancha entre ambos clubes por la final del torneo
sudamericano Supercopa '94, que consagró a los rojos de Avellaneda.
El convite sintetizado en la expresión "venga, compadre"
se hace entre hinchas de una misma divisa, a quienes no les interesa
si sus pares son casados, solteros, trabajan, estudian, viajan en
colectivo o hacen dedo a los camiones. Aceptar una invitación
de alguien del cuadro rival es distinto: comporta el riesgo
de ser enviado a la segunda parte del canto "Fulano, compadre
/..." y, lo que es mucho peor, padecer sanguinarias demostraciones
de violencia.
Tal lo indicado por Alabarces y Rodríguez (1996), el hecho
de que en alta medida los relatos de identidad de jóvenes
excluidos giren en derredor del fútbol deriva en más
de un caso en la asunción de conductas violentas, por ejemplo,
contra el otro -identidad opositiva.
Esta actitud hacia el otro conduce a un estilo de hincha que no
concibe la idea de desear únicamente las victorias de su
equipo. Quiere, con fervor, que pierdan sus enconados oponentes
y no se disgusta con que sus hinchas o sus barras reciban tundas
feroces.
El otro es el contrario en la guerra -quien piense en exageraciones,
tenga a bien recordar emboscadas, balazos, caños lanzados
de una tribuna a otra como si fueran bombitas de agua-, no la
parte complementaria de una competencia.
Esta noción de "nosotros sí, los otros no; vivamos
nosotros y que revienten los otros" no es pletórica
de solidaridad. Ni es única expresión de tal tipo
en la Argentina, donde un candidato que no pudo ser presidente en
1999 remató la idea de que el trabajo en el país debía
ser para los argentinos con esta frase, letra más, eventual
desmentida menos: "No me importa que me digan chauvinista".
Con esa sentencia por parte de un casi presidente de la Nación,
poco puede sorprender la visión y la audición de hinchas
de fútbol que saltan al grito de: "Cantemos todos que
La Boca está de luto / que son todos negros putos de Bolivia
y Paraguay".
Mario Margulis (1997) está en lo cierto: en la Argentina
es difícil ser creíbl a los hinchas para que los acompañen en los coros.
Los que no pagan la entrada tienden a instar a los hinchas -a fuerza
de insultos o de golpes- a entonar lo que la barra decide. Por ello,
personas que usan encendedores y fósforos apenas para encender
cigarrillos de tabaco no tienen más remedio -si quieren cantar-
que anunciar que van a prender fuego a los barrios de donde
son los equipos rivales. Hinchas que no se reconocen racistas, xenófobos
u homófobos, al son de la barra brava cantan que los rivales
"son todos negros putos de Bolivia y Paraguay".
Hombres y mujeres cuyos permitidos de fin de semana no van más
allá de una cerveza, en la tribuna sentencian: "A vos
te sigo, vos sos mi vida / siempre te voy a alentar / con marihuana,
con cocaína".
Cual maestro ante un alumnado de escuela primaria
estereotipados, el barra brava sabe que sus conducidos han
de repetir lo que él ordene vociferar. Si en el aula la reiteración
estudiantil de lo hablado por el docente acontece por el respeto
que su figura inspira, en la popular la iteración se produce
por el temor que el barra brava infunde.
La situación lleva a considerar atinado lo dicho por Renato
Ortiz a colación del concepto "multitud", que "presupone
la dilución de las individualidades"8
(1996 : 99) y "propicia un comportamiento irracional y emocional"9
(1996 : 99).
Ortiz afirma que "entre el gesto inicial del "conductor
de multitudes" y su repetición, casi automática,
por los participantes de una aglomeración, no existe ninguna
mediación de la conciencia. Las particularidades de cada
uno se encuentran anuladas por la coerción del todo"10
(1996 : 99, 100).
Está al alcance de la mano la alternativa de pensar a la
barra brava como el malvado Gargamel y de asemejar a los
hinchas a los inofensivos Pitufos. Las consecuencias de elegir
ese camino pueden ser similares a las de la mujer tras probar la
manzana.
Cabe pensar en la intimidación de los barrabravas
hacia los hinchas -porque existe- en la tribuna de un pequeño
club de ascenso. Ahora bien, en la popular visitante del
estadio Olímpico de Córdoba, de más de 100
metros de ancho, el hincha de Boca que cantaba a viva voz "Yo
soy del Abuelo / peronista / y bostero11"
no era sólo el cercano al sector ocupado por La Doce12,
también era el hincha próximo a los plateístas,
a 40 metros de la barra.
De franco
Sin experimentar presión
alguna de los bravos,
había quienes parecían regodearse señalando
su adhesión a El Abuelo, alias del fallecido José
Barritta, bajo cuyo liderazgo la barra xeneize protagonizó
varios incidentes con víctimas fatales.
Probablemente lo hacían porque, al calor de la multitud,
sus individualidades se habían diluido y sus conductas, virado
a la irracionalidad.
Tal vez cantaban que eran de El Abuelo porque sentían que
el partido de fútbol constituía una ocasión
cuasi inmejorable para dar rienda suelta a aquello que, llevado
a cabo en aulas, oficinas u otros lugares donde se cumplen obligaciones,
origina sumarios, despidos, amonestaciones u otros mecanismos punitivos.
La cancha es así una suerte de "pica por todos los
compañeros" del juego de las escondidas. Al sometido
a regímenes de "Sí, patrón / a",
"sí, profesor / a", el fútbol lo libera,
como el hábil escondido que pica por todos los compañeros
al no ser visto salva de contar al primer encontrado y condena a
volver a hacerlo a quien ya había salido a buscar a los demás.
En el juego infantil, uno de los participantes habilita a otro -el
que no se supo ocultar- a convencerse de que es dable persistir
en semejante imprudencia, sin lamentos posteriores.
En el fútbol, es el espacio tribunero el que posibilita a
sus ocupantes prácticas como insultar a figuras de autoridad
(la policía y el árbitro), sin que las consecuencias
sean las imaginables en caso de que los improperios se dirijan al
jefe en el trabajo o a la maestra en la escuela.
Río Cuarto, ciudad del sur de Córdoba, distante 600
kilómetros de Capital Federal, mostró durante más
de siete años, en la pared de un colegio primario y secundario,
este grafiti: "Hay que hacer lo más de lo menos permitido".
En ámbitos laborales y educativos se estila mirar
de reojo a quien dice frases racistas (como es norma reírse
cuando las argumentaciones del orden de "vos, que sos negro,
no te ahogarías pues por tu naturaleza flotarías"
son expresadas a manera de chiste). Frente a esta rutina, la
compañía multitudinaria en el estadio para afirmar
a los gritos que se odia a negros, bolivianos y paraguayos resulta
catártica, es la posibilidad de hacer lo menos permitido
sin sanciones.
Al que aun engripado va a su mal pago empleo, al que no escucha
únicamente voces alentadoras de graduados de su carrera y
al que ha perfeccionado sus óvalos de tanto trazarlos alrededor
de un aviso clasificado, la cancha les sienta bien, como
el lunar arriba del labio a la modelo Cindy Crawford. A ellos, que
deben ser centinelas de la cortesía y la corrección
para seguir en carrera en su educación formal, búsqueda
o mantenimiento de conchabo, el fútbol les promete y les
paga un franco semanal a las buenas costumbres.
Premio consuelo
"La gente radica tal vez su gran pasión en el fútbol,
yo soy un testimonio de eso. El descreimiento que uno tiene en que
este país pueda cambiarse por todos los ideales por los que
uno luchó y puso huevos durante toda una vida, vos te das
cuenta que hoy, gane quien gane, se vayan todos a la concha de su
madre, no se va a cambiar un carajo de toda esta vida. Entonces,
¿en qué volcás? Bueno, ojalá que San
Lorenzo salga campeón, es lo que te queda, y laburás
y que te vaya bien con tu familia, la puta que lo parió y
se terminó el mundo" (D. N., 33, empleado)13
(1999 : 96).
El entrevistado, hincha de
San Lorenzo, da cuenta de que el fútbol es un premio consuelo
para aquellos que otrora dedicaron altas dosis de esfuerzo a
causas valiosas. El hombre avala el planteo de Gilles Lipovetsky,
a cuyo juicio "cuidar la salud, preservar la situación
material, desprenderse de los "complejos" (comillas en
el original), esperar las vacaciones, vivir sin ideal, sin objetivo
trascendente resulta posible"14
(1994 : 51).
Hablar de ciertas cosas
Vaya fenómeno el
del fútbol en la Argentina. Algunos se empeñan
en presentarlo como un mero símil de número telefónico,
al hablar de "3-4-1-2", "4-3-2-1", "5-1-3-1"
en alusión a la cantidad de defensores, mediocampistas, enlaces
y delanteros de una formación.
Hay portadores de micrófonos (periodistas son otros)
que suponen que todo empieza y termina en la polémica
burda, procurada cuando se le pregunta al técnico de
Boca: "¿Sabe lo que dijo el entrenador de River?"
y luego se le pide al adiestrador de los millonarios una valoración
acerca de lo expresado por el conductor xeneize.
Mientras el registro táctico-telefónico y la
porfía en generar discusiones estériles de los protagonistas
copan la parada del rating, el fútbol deja mejores telas
por cortar, tales como:
- Es un deporte que da espacio a quienes no lo tienen -o lo cuentan
para mal- en otros ámbitos. Principalmente para los que viven
fuera de Capital Federal y Gran Buenos Aires, Ingeniero Budge, por
citar un lugar, suena a cuento de algún crimen cuya crónica
se ve en un noticiero. La bandera de Budge en la cancha de Los Andes
le permite al televidente del interior del país estimar que
Ingeniero Budge no es tan sólo un lugar donde unos matan
a otros.
- El hecho de que los hinchas prefieran inscribir sus sitios de
residencia a sus nombres personales en las banderas revela un sentimiento
cariñoso, que contempla una postergación por
el equipo. Que haya un Jorge Luis Alves hincha de Los Andes
no es para el club un mérito destacable. Sí lo es,
en términos de alcance de su convocatoria, un estandarte
que rece "Flores" o "Congreso" o "Trelew
con Los Andes". El hincha lo sabe. Como quiere al club,
prefiere verse no por medio de su nombre y su apellido, sino a
través del lugar donde vive.
- La mayoría de los que habitan suelo argentino anda
como por las calles con charcos: a los saltos. Es conciente
de que la inestabilidad del tiempo es leve comparada con la que
se vive a nivel laboral o la que sufren sus hijos, susceptibles
de cambio de escuela a medida que la cuota mensual se hace cada
vez más difícil de pagar. La misma mayoría
que camina por la Argentina conoce la repercusión de los
problemas económicos en la pareja. Y lamenta -un poco menos-
que la picada se venga en ídem una vez sumados los
costos del queso, el salame, los palitos, las papas fritas, el vermú
y los demás productos que la integran.
- En una inestabilidad general cuyos chaparrones perjudican más
que las lluvias a las telas que destiñen, los que viven en
la Argentina hallan en la identidad futbolística un descanso
frente a tanto cambio. Aun con vaivenes anímicos por
los resultados de la escuadra, son hinchas felices de un equipo
al que no dejan, por múltiples devaluaciones de la moneda
o cambios constitucionales que haya.
- Como para dar la razón a quienes garantizan que nunca
faltan encontrones cuando un pobre se divierte, los hinchas
tampoco se hallan decididamente tranquilos en el fútbol,
donde necesitan estar al tanto de amistades y enemistades entre
las barras bravas, a fin de saber si un partido es peligroso o muy
peligroso.
- Necesitados de la corrección en lo laboral y lo educacional
a la que suelen abrazar con el mismo entusiasmo que a los lavarropas,
los hombres que también son hinchas descubren en el fútbol
un lugar en el que no los miran como a degenerados si insultan
a las autoridades. Sienten que después de una clase tediosa
les dan un recreo.
- Sin necesidad de leer el suplemento económico de un diario,
los hinchas advierten que las diferencias entre ricos y pobres
han aumentado en todo ámbito, incluido el fútbol.
- La contrariedad por un presente difícil favorece
la orientación de millones de personas en la Argentina al
fútbol. Este deporte, de máxima popularidad en el
país, a pesar de sus endémicas violencia e inseguridad,
luce atractivo. Tanto o más de lo que le parecía el
seguramente peligroso bosque al oso que allí volvió,
cansado de estar en el circo, según la canción de
Moris.
Notas:
1
Ferreyra, A. Ponencia presentada en las IX Jornadas de Producción
e Investigación en Comunicación "Quién
es Quién" (29 y 30 de mayo de 2001), del Departamento
de Ciencias de la Comunicación y del Centro de Investigaciones
en Comunicación (CICOM), Universidad Nacional de Río
Cuarto.
2 Martín Barbero, J. Identidad,
Comunicación y Modernidad en América Latina, en Contratextos
Nro. 4, Universidad de Lima, 1989.
3 Ibídem.
4 Ibídem.
5 Se omite la "s" final
en pos de una reproducción fiel del modo de cantar de los
hinchas.
6 Muñoz, S. El sistema
de comunicación cotidiano de la mujer pobre, pag. 118, Cali,
1986, en Martín Barbero, J. Ídem.
7 Ibídem.
8 Ortiz, R. Otro Territorio.
Ensayos sobre el Mundo Contemporáneo. Universidad Nacional
de Quilmes, 1996.
9 Ibídem.
10 Ibídem.
11 El hincha de Boca se llama
bostero a sí mismo.
12 La Doce es la autodenominación
de la barra brava de Boca Juniors. El texto refiere al 0-0 entre
Talleres y Boca por la tercera fecha del torneo Apertura '92/93,
ganado por Boca.
13 En Ariccio A. y A. Ferreyra.
Hinchas: los que Juegan al Fútbol sin la Pelota. Trabajo
final de Licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Universidad
Nacional de Río Cuarto, 1999. Como una forma de resguardo
de la identidad del entrevistado, se consignan iniciales que no
son las de su nombre y su apellido.
14 Lipovetsky, G. La Era
del Vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo.
Anagrama, Barcelona, 1994.
Referencias
bibliográficas:
* Alabarces, P. y M. Rodríguez.
Cuestión de Pelotas. Fútbol/ Deporte/ Sociedad/
Cultura. Atuel, Buenos Aires, 1996.
* Lipovetsky, G. La Era del Vacío. Ensayos sobre el individualismo
contemporáneo. Anagrama, Barcelona, 1994.
* Margulis, M. "La Discriminación Social en la Ciudad
de Buenos Aires", en Margulis, M. y M. Urresti (comp.). La
Cultura Argentina de Fin de Siglo. Oficina de Publicaciones
del CBC. Universidad de Buenos Aires, 1997.
* Martín Barbero, J. "Identidad, Comunicación
y Modernidad en América Latina", en Contratextos
Nro. 4, Universidad de Lima, 1989.
* Muñoz, S. El sistema de comunicación cotidiano
de la mujer pobre, Cali, 1986, en Martín Barbero, J.
"Identidad, Comunicación y Modernidad en América
Latina", en Contratextos Nro. 4, Universidad de
Lima, 1989.
* Ortiz, R. Otro Territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo.
Universidad Nacional de Quilmes, 1996.
Otra fuente consultada
Revista El Gráfico.
Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1976.
Lic.
Alberto Ferreyra
Facultad de Ciencias Humanas. Depto. de Ciencias
de la Comunicación. Universidad Nacional de Río Cuarto,
Argentina. |