Por Sandra Ramírez
Número 23
Vestida
de andrajos, aniquilada por la desesperación de salir de
un vacío pantanoso sin fin. Salpicada por la degradación,
cruel y rebelde.
Ciudad confusa y perpetua, virgen
de logros y progreso.
Ciudad que sólo logra la
estabilidad emocional por un mundo así, urbano y miserable;
que sólo logra acostumbrar a la capa negra de smog que a
diario nos cubre la cara.
Ciudad insensible, pobre y resignada,
con exagerada gente, desilusionada, que camina encorbada por el
peso de la desesperanza y cansada de hacerlo sobre las calles polvorientas,
gente taladrada de los huesos por la indiferencia.
Ciudad sin color, sola, en sus ojos
se refleja las reprimidas ganas de llorar, reprimidas desde hace
una eternidad.
Ciudad en donde se camina con tropezones
porque los pies pesan demasiado para levantarlos.
Ciudad con ¡tanta gente! Tan
igual y tan distinta, siempre reemplazándose, sin dejar de
mostrar su caminar, para que no haya duda que se camina con tristeza.
En el metro, siempre el misma calor,
el mismo olor, las mismas voces y las mismas carcajadas fugaces.
La misma gente esperando una cita bajo el reloj de cualquier estación
creyendo cambiar su rutinaria vida; la misma gente desesperada por
llegar, y la poca que nunca tiene prisa.
¿A dónde irá
con tanto descuido o tanta ansia? ¿Habrá comido?
Nunca terminan de pasar, unos cansados
otros sonrientes, pensando, recordando o durmiendo dentro de un
microbús.
Ciudad en la que no faltarán
siete pecados capitales.
Ciudad en la que nunca faltará
un niño jugando un partido de fútbol, en la que no
faltará una visita a Chapultepec.
¡Oh ciudad!...bendita ciudad.
Sandra
Ramírez
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