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Por Alejandro Byrd
Número 26
I Imagen y realidad. La televisión
es un vehículo de visiones, representaciones y modelos del
mundo
Una de las características
que hacen de la televisión el medio masivo de mayor penetración
es precisamente la facilidad que tiene para hacer aparecer lo irreal
como real. Sin embargo, esta suerte de seducción electrónica
no trabaja sola; necesita un cómplice que, como en todo juego
de seducción, crea que él es finalmente el seductor.
Así, en un pacto no escrito pero practicado de manera cotidiana,
pantalla y espectador acuerdan su mutua dependencia.
Tendemos a creer en lo que vemos
desde que asociamos la verdad a la visión o, para decirlo
en el lenguaje de la ciencia, la observación al conocimiento.
De hecho pocos eventos humanos como el de la televisión ligan
con tanto éxito a la fe con la ciencia, en los últimos
tiempos tal vez el mapa del genoma humano. La imágenes están
ahí y con ellas la verdad posible.
La mirada, a diferencia de la construcción lingüística,
no experimenta un proceso de enseñanza- aprendizaje. Si los
ojos funcionan más o menos bien, no nos preocupamos por el
acto de ver, si no es así, damos soportes técnicos
pero no culturales. La mejor graduación óptica es
sólo eso. Paradójicamente, el consumo televisivo se
mantiene en proporción inversa a la ausencia de diálogo.
Entre infancia y adolescencia transcurre
también nuestra edad electrónica. La televisión
sustituye los escasos o ausentes diálogos familiares, escolares
y sociales. Eso provoca adicción en nuestros niños
y jóvenes, es decir, no hablar. Al no hablar cerramos las
puertas posibles e imposibles que acompañan al diálogo
y lo sustituimos por esa ventana siempre abierta que nos atiende,
nos conciente, nos educa y es testigo fiel y controlable de nuestro
día a día. Para envidia de cualquier docente o padre
de familia, un animoso conductor televisivo puede captar el máximo
de atención de un auditorio en general disperso y poco atento
en el salón de clases.
El mundo parece no existir fuera
de éste marco electrónico. Todo lo que se necesita
saber está ahí. Un libro, un periódico, se
convierten en géneros incómodos y menores al lado
del portento electrónico que nos dice lo que queremos oír.
En tele, hasta las malas noticias se vuelven espectáculo.
Las imágenes se recogen con la misma admiración e
idolatría con que el artista del paleolítico representaba
su mundo en las paredes de las cavernas, sólo que, a diferencia
de aquel, los millones de consumidores televisivos no hacemos poesía,
es decir, no producimos, reproducimos sin sentido crítico
el mundo procesado por otros. La creación del mensaje televisivo
es, al mismo tiempo, la destrucción del imaginario social
y sus posibilidades.
II La televisión también
es cultura
Establecida en las preferencias familiares y dominadora del patrón
de conversación de niños, adolescentes y adultos,
la televisión es la sustitución perfecta de la cultura
de lo real directo por la de lo real mediado. Esta función
vicaria le permite, incluso, disminuir el peso formativo de la escuela,
o bien, hacer las veces de contra peso: ante las voces autoritarias
de docentes y padres, las imágenes emotivas, amables, incluso
trágicas, pero ajenas o, por lo menos, lejanas.
No se puede afirmar, a riesgo de
ser injusto, que la pantalla chica se ha despreocupado u olvidado
de nuestros niños y jóvenes. Por lo contrario, a los
seriales clásicos que supieron entretenernos en ése
tránsito complicado de infancia y adolescencia hacia la más
complicada vida de adultos, se le ha agregado telenovelas especialmente
dirigidas a sus emociones y anhelos. Es también una forma
de garantizar el mercado cultural para el consumo de mañana,
desde ayer y desde hoy.
III Los demonios ocultos de la
televisión en las visiones apocalípticas de los setenta..y
de ahora
No hay novedad. Desde hace tres décadas se han dirigido más
vituperios que miradas críticas a la TV y a sus funciones
sociales. Tampoco los discursos críticos, con más
sabor a literatura oculta, han logrado abonar en el terreno de los
hechos. Si bien se han documentado las buenas intenciones, éstas
en general han obviado o, peor aún, descalificado al actor
principal: el televidente. En este escenario de impugnaciones y
omisiones, el público se dibuja como una masa amorfa, irracional
y sólo guiado por un impulso obsesivo al consumo de todo,
incluso de él mismo a través, por ejemplo, de la invasión
a la privacidad de los otros, aparentemente ajenos pero tan próximos
como el control remoto.
IV. Los psicodramas de la realidad
y el fragmento televisivo
Se trata también de la distancia entre teoría y realidad
o, si se quiere, de la realidad como psicodrama. ¿Para qué
pensar en la vida cotidiana si en la pantalla están resueltos
todos los dilemas de la existencia en cuestión de minutos?
¿Para qué el extra intelectual de pensar por cuenta
propia?
Finalmente la realidad es más
violenta. Cuando el escenario social no está diseñado
para el bienestar y el marco institucional no alcanza para ofrecer
un patrón de desarrollo armónico e integral, la violencia
simbólica es mucho más peligrosa que la televisiva
. Hablamos, pues, de dos líneas de descomposición
de la sociedad civil: la de la negación individual y colectiva
del diálogo, manifestada en la indiferencia del público
como actor social y la de la audiencia pasiva y no creativa del
televisor.
V. Los temas en televisión
y el diálogo en Internet
En este carnaval de inconciencia la televisión no está
sola. Además de la despreocupación general de la sociedad
por el tema o del grito en el silencio de la academia, un poderoso
aliado ha entrado a escena. La red de redes, también producto
del oleaje tecnológico, ofrece la posibilidad de construir
diálogos y frentes comunes, desde la perspectiva del usuario.
Sin embargo la sociedad "punto com" sólo comprende
el 2 ó 3% de la audiencia mientras que tenemos 250 televisiones
por cada mil habitantes. Además, un millón y medio,
del 70% global de nuestros niños y jóvenes, son analfabetos
y ven televisión tres horas al día en promedio. Es
probable, sin embargo, que éstas distintas formas de participar
en la video cultura articulen sus lenguajes y abran posibilidades
a favor o en contra de un proceso de cambio ante los hábitos
de consumo electrónico. Es decir que, por un lado, televisión
e Internet fortalezcan la interacción audiencia- medio y
que el otrora actor pasivo enfrente con sentido y mesura los mensajes,
o, por otro lado, que ambos medios uniformen un patrón de
no respuesta y transporten las limitaciones de la TV a la red. La
moneda está en el aire pero el lado que caiga no depende
del aire o de la gravedad, ni siquiera de la alianza estratégica
de los medios y los consumidores, sino de lo que hagamos para fortalecer
el papel de la sociedad civil en la recuperación de funciones
que se delegan día a día en otras instancias.
A manera de conclusiones:
- Los derechos de niños
y jóvenes pueden ser con la televisión y no frente
a ella.
- Una sociedad civil en descomposición
se vuelve dependiente y una losa para el cambio y mejora de las
instituciones.
- La familia es la principal agencia
psíquica de la sociedad. Poco se puede hacer sin la intervención
decisiva de la misma. Romper con esa imagen cotidiana de no hablar
mientras se consume el programa favorito o de premiar el castigo
de las tareas escolares con un dosis de televisión.
- La televisión no es un
demonio a vencer ni el enemigo público por definición,
pero si así lo fuera, se puede desconectar y darle la espalda
para voltear a ver el complejo entramado social que llamamos realidad.
Dr.
Alejandro Byrd
Catedrático del Departamento de Comunicación
del ITESM Campus Estado de México,
y de la ENEP Acatlán,
México. |