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Abril - Mayo 2002

 

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Diálogos electrónicos
 

Por Alejandro Byrd
Número 26

I Imagen y realidad. La televisión es un vehículo de visiones, representaciones y modelos del mundo
Una de las características que hacen de la televisión el medio masivo de mayor penetración es precisamente la facilidad que tiene para hacer aparecer lo irreal como real. Sin embargo, esta suerte de seducción electrónica no trabaja sola; necesita un cómplice que, como en todo juego de seducción, crea que él es finalmente el seductor. Así, en un pacto no escrito pero practicado de manera cotidiana, pantalla y espectador acuerdan su mutua dependencia.

Tendemos a creer en lo que vemos desde que asociamos la verdad a la visión o, para decirlo en el lenguaje de la ciencia, la observación al conocimiento. De hecho pocos eventos humanos como el de la televisión ligan con tanto éxito a la fe con la ciencia, en los últimos tiempos tal vez el mapa del genoma humano. La imágenes están ahí y con ellas la verdad posible.
La mirada, a diferencia de la construcción lingüística, no experimenta un proceso de enseñanza- aprendizaje. Si los ojos funcionan más o menos bien, no nos preocupamos por el acto de ver, si no es así, damos soportes técnicos pero no culturales. La mejor graduación óptica es sólo eso. Paradójicamente, el consumo televisivo se mantiene en proporción inversa a la ausencia de diálogo.

Entre infancia y adolescencia transcurre también nuestra edad electrónica. La televisión sustituye los escasos o ausentes diálogos familiares, escolares y sociales. Eso provoca adicción en nuestros niños y jóvenes, es decir, no hablar. Al no hablar cerramos las puertas posibles e imposibles que acompañan al diálogo y lo sustituimos por esa ventana siempre abierta que nos atiende, nos conciente, nos educa y es testigo fiel y controlable de nuestro día a día. Para envidia de cualquier docente o padre de familia, un animoso conductor televisivo puede captar el máximo de atención de un auditorio en general disperso y poco atento en el salón de clases.

El mundo parece no existir fuera de éste marco electrónico. Todo lo que se necesita saber está ahí. Un libro, un periódico, se convierten en géneros incómodos y menores al lado del portento electrónico que nos dice lo que queremos oír. En tele, hasta las malas noticias se vuelven espectáculo. Las imágenes se recogen con la misma admiración e idolatría con que el artista del paleolítico representaba su mundo en las paredes de las cavernas, sólo que, a diferencia de aquel, los millones de consumidores televisivos no hacemos poesía, es decir, no producimos, reproducimos sin sentido crítico el mundo procesado por otros. La creación del mensaje televisivo es, al mismo tiempo, la destrucción del imaginario social y sus posibilidades.

II La televisión también es cultura
Establecida en las preferencias familiares y dominadora del patrón de conversación de niños, adolescentes y adultos, la televisión es la sustitución perfecta de la cultura de lo real directo por la de lo real mediado. Esta función vicaria le permite, incluso, disminuir el peso formativo de la escuela, o bien, hacer las veces de contra peso: ante las voces autoritarias de docentes y padres, las imágenes emotivas, amables, incluso trágicas, pero ajenas o, por lo menos, lejanas.

No se puede afirmar, a riesgo de ser injusto, que la pantalla chica se ha despreocupado u olvidado de nuestros niños y jóvenes. Por lo contrario, a los seriales clásicos que supieron entretenernos en ése tránsito complicado de infancia y adolescencia hacia la más complicada vida de adultos, se le ha agregado telenovelas especialmente dirigidas a sus emociones y anhelos. Es también una forma de garantizar el mercado cultural para el consumo de mañana, desde ayer y desde hoy.

III Los demonios ocultos de la televisión en las visiones apocalípticas de los setenta..y de ahora
No hay novedad. Desde hace tres décadas se han dirigido más vituperios que miradas críticas a la TV y a sus funciones sociales. Tampoco los discursos críticos, con más sabor a literatura oculta, han logrado abonar en el terreno de los hechos. Si bien se han documentado las buenas intenciones, éstas en general han obviado o, peor aún, descalificado al actor principal: el televidente. En este escenario de impugnaciones y omisiones, el público se dibuja como una masa amorfa, irracional y sólo guiado por un impulso obsesivo al consumo de todo, incluso de él mismo a través, por ejemplo, de la invasión a la privacidad de los otros, aparentemente ajenos pero tan próximos como el control remoto.

IV. Los psicodramas de la realidad y el fragmento televisivo
Se trata también de la distancia entre teoría y realidad o, si se quiere, de la realidad como psicodrama. ¿Para qué pensar en la vida cotidiana si en la pantalla están resueltos todos los dilemas de la existencia en cuestión de minutos? ¿Para qué el extra intelectual de pensar por cuenta propia?

Finalmente la realidad es más violenta. Cuando el escenario social no está diseñado para el bienestar y el marco institucional no alcanza para ofrecer un patrón de desarrollo armónico e integral, la violencia simbólica es mucho más peligrosa que la televisiva . Hablamos, pues, de dos líneas de descomposición de la sociedad civil: la de la negación individual y colectiva del diálogo, manifestada en la indiferencia del público como actor social y la de la audiencia pasiva y no creativa del televisor.

V. Los temas en televisión y el diálogo en Internet
En este carnaval de inconciencia la televisión no está sola. Además de la despreocupación general de la sociedad por el tema o del grito en el silencio de la academia, un poderoso aliado ha entrado a escena. La red de redes, también producto del oleaje tecnológico, ofrece la posibilidad de construir diálogos y frentes comunes, desde la perspectiva del usuario. Sin embargo la sociedad "punto com" sólo comprende el 2 ó 3% de la audiencia mientras que tenemos 250 televisiones por cada mil habitantes. Además, un millón y medio, del 70% global de nuestros niños y jóvenes, son analfabetos y ven televisión tres horas al día en promedio. Es probable, sin embargo, que éstas distintas formas de participar en la video cultura articulen sus lenguajes y abran posibilidades a favor o en contra de un proceso de cambio ante los hábitos de consumo electrónico. Es decir que, por un lado, televisión e Internet fortalezcan la interacción audiencia- medio y que el otrora actor pasivo enfrente con sentido y mesura los mensajes, o, por otro lado, que ambos medios uniformen un patrón de no respuesta y transporten las limitaciones de la TV a la red. La moneda está en el aire pero el lado que caiga no depende del aire o de la gravedad, ni siquiera de la alianza estratégica de los medios y los consumidores, sino de lo que hagamos para fortalecer el papel de la sociedad civil en la recuperación de funciones que se delegan día a día en otras instancias.

A manera de conclusiones:

  1. Los derechos de niños y jóvenes pueden ser con la televisión y no frente a ella.
  2. Una sociedad civil en descomposición se vuelve dependiente y una losa para el cambio y mejora de las instituciones.
  3. La familia es la principal agencia psíquica de la sociedad. Poco se puede hacer sin la intervención decisiva de la misma. Romper con esa imagen cotidiana de no hablar mientras se consume el programa favorito o de premiar el castigo de las tareas escolares con un dosis de televisión.
  4. La televisión no es un demonio a vencer ni el enemigo público por definición, pero si así lo fuera, se puede desconectar y darle la espalda para voltear a ver el complejo entramado social que llamamos realidad.

Dr. Alejandro Byrd
Catedrático del Departamento de Comunicación del ITESM Campus Estado de México, y de la ENEP Acatlán, México.