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El vértigo del pluralismo en la experiencia de salud
vivenciado en las nebulosas urbanas
 

Por Carmina Gaona Pisonero
Número 27

Las conexiones entre globalización, ciudad y experiencia de salud
Que la globalización no es meramente un fenómeno económico, es decir, una movilidad creciente de los factores de producción y de los productos, no es iniciar este artículo aportando nada nuevo; pero si que es un escenario obligado en el que debemos contextualizar los hechos y acontecimientos que pretendamos describir y analizar, en nuestro caso concreto la ciudad y la experiencia de salud. También cabe en estas primeras líneas, una breve puntualización teórica en relación al hecho de que la globalización, no es un concepto lanzado al espacio epistemológico, sino que está enraizado desde el sustrato de la realidad sociocultural, lo que implica una danza constante entre lo ideal y lo material, un continuum de imágenes creadas y significadas. De entre esas imágenes, sin ánimo de establecer jerarquías hirientes entre las mismas, cabe señalar una que se constituye como referente básico: la imagen que tenemos de la salud. La salud importa, nos preocupa y nos plantea múltiples interrogantes que van mucho más allá de la mera localización física o biológica de la enfermedad. Del mismo modo que Mircea Eliade muestra en sus trabajos, como lo sagrado no es un momento de la historia del conocimiento, sino un elemento estructural de la propia conciencia; paralelamente la salud y la enfermedad también son un elemento estructural de la propia conciencia, sin olvidar que el hombre en su vida lleva también la impronta de la cultura en cuyo seno se desarrolla.

Quisiéramos ir más allá, al considerar la enfermedad no meramente como un fenómeno físico al que deben atribuirse causas materiales, sino una realidad en la que tras tomar conciencia de ella, aprehendiéndola en una doble dimensión de percepción y representación, el hombre se descubre.

Hemos nombrado ya la globalización, la experiencia de salud, y nos faltaría un último término: el espacio urbano. En torno a estas tres conceptualizaciones, en concreto a la íntima relación entre ambas, girará nuestro discurso, si bien iniciaremos nuestro laberinto epistemológico constatando la relación entre salud y ciudad, así como mostraremos algunas de las metáforas que ha suscitado esta relación para ciertos teóricos sociales. La presentación de estas metáforas puede resultar un tanto fugaz, producto de los límites que supone un ensayo de unas pocas páginas. Una exhaustiva presentación de las distintas metáforas creadas e integradas en nuestros imaginarios socioculturales a lo lago de la historia, nos situaría en una tarea enciclopédica, inclusive si redujéramos el análisis al momento actual, pues no podemos olvidar, pese a la homogenización cultural y estructural preconizada por la globalización, que la práctica social constata como lo pertinente es hablar de una pluralidad de imágenes, creadas no sólo desde múltiples "sociedades nacionales", o "comunidades transnacionales", sino también desde la pluralidad de los actores sociales.

Cabe efectuar otra breve puntualización, para evidenciar como tanto la salud como la ciudad no exclusivamente comparten un contexto mundial común, la globalización; sino que además ese espacio es testigo y a la vez protagonista de las transformaciones de las mismas, hecho que intentaremos argumentar en la última parte del presente artículo.

Del mismo modo que no debemos de perder a la globalización como un referente, tampoco podemos obviar la multiplicidad y sucesivos escenarios en que ésta se desarrolla: los espacios urbanos, las ciudades o haciendo uso de las últimas ideaciones conceptuales, de la ciudad difusa o de las llamadas nebulosas urbanas. La ciudad difusa es considerada como la forma futura de la ciudad del siglo XXI, una ciudad sin límites, sin fronteras ni confines que precisamente por no tenerlos, deja de poder ser considerada ciudad en el sentido tradicional. Con unas características físicas también muy difuminadas que configuran una especie de continuo que llena la totalidad del territorio, estarían las "las nebulosas urbanas", término al que nos sumamos, pues integra este término un sentido del espacio urbano que va más allá de toda perspectiva geográfica, sociológica o histórica. El sentido de ese espacio nace de las necesidades de interacción que tienen los hombres, lo que nos aleja de todo posicionamiento teórico afín a una definición estática o descriptiva. Cuando referenciamos las nebulosas urbanas, estamos incidiendo en una concepción de la ciudad que trasciende el de mero escenario físico, para pasar a englobar y erigir en protagonista, a esa comunidad viva que posee tal movilidad que huye de toda permanencia. Una comunidad cuya principal característica es estar conectada a través de redes de comunicación masiva por las que circulan a gran velocidad experiencias macrourbanas e individuales. Recogiendo una reflexión de Néstor García Canclini "esta multiplicación de enlaces mediáticos adquiere un significado particular cuando se vincula con una historia de expansión demográfica y espacial, y con una compleja y diseminada oferta cultural propia de grandes ciudades". (García Canclini, 1999)

Tal vez recrear una imagen del espacio urbano en el siglo veintiuno, pase por incorporar otra idea a nuestra reflexión: la ciudad, como espacio de "innovación cultural", de creación de símbolos y de investigación científica, es decir, de los procesos estratégicamente decisivos en la era de la información. La realidad urbana es, por tanto, centro de poder político por la fuerza ideológica y económica que representa; es también el punto de conexión del sistema mundial de comunicación y de gestión estructurado en su entorno. Esta concepción trascendería una imagen de la ciudad como mero fenómeno físico, un modo de ocupar el espacio, sino también como lugares donde ocurren fenómenos expresivos. De alguna manera, el futuro de la humanidad se está jugando en ellas, los mensajes con los que vivir en sociedad, se gestan y transmiten en ellas.

Estas ideas expuestas son básicas para entender no sólo que la realidad urbana es una entidad heterogénea, sujeta al cambio y a la historia, a lo que intenten hacer los actores históricos que luchan en cada sociedad a lo largo de las distintas épocas1; pues en todos los tiempos y en todas las culturas, la configuración de las ciudades y la significación de la vida urbana ha sido un complicado proceso, no exento de conflicto e incluso en ocasiones, cargado de violencia que, permanentemente han tenido que estar abiertos a los intereses e intervenciones de los actores sociales. Pero lo que verdaderamente nos interesa es ver el papel de la cultura en esas nebulosas urbanas, ver cuáles son los centros, así como las diferentes estrategias desarrolladas en las mismas, que la gente, hombres y mujeres convierten en sus fuentes bastante duraderas de nueva cultura, de nuevos mensajes, de nuevas cosmovisiones, en resumen, de nuevos mensajes. De alguna manera defendemos el supuesto de que las ciudades mundiales que encajan en la historia cultural de nuestros días, determinan la vida cotidiana. En el caso que nos ocupa, ver los centros urbanos que se convierten en punta referencial creador y difusor de nuevas expresiones de la experiencia de salud. Requiere nuestro discurso, un alto en el camino para establecer qué entendemos por ciudad mundial2: "las ciudades mundiales son lugares en sí mismas, y también nudos en los sistemas de redes; su organización cultural implica relaciones locales a la vez que transnacionales. Hemos de combinar las diversas interpretaciones de las características internas de la vida urbana en las ciudades mundiales, con las que atañen a sus vínculos externos". (Hannerz, Ulf, 1998: 207).

Si bien defendemos la existencia de ciudades mundiales, o también llamadas ciudad global, creemos necesario hacer un inciso, pues muchas de las manifestaciones que defienden la idea de una "ciudad global", son hechas desde Estados Unidos y, no cuesta mucho darse cuenta de cómo en algunas ciudades europeas, muchas ciudades, como una especie de reserva india, muchas ciudades gozan de una gran popularidad precisamente a causa de su vejez y su belleza. Como si quisieran inyectarles dosis de tradición como antídoto contra la ciudad informacional por medio de las ciudades clásicas de la vieja Europa. Pero no existen ambas de forma opuesta, no hay dos tipos de ciudades, ni tres ni cuatro, sino compartiendo la tesis de Michel de Certeau(1990), de una concepción de la ciudad como un espacio propicio para las prácticas urbanas, de unas nebulosas urbanas unidas por unos mensajes comunes y una acción social.

La simbiosis ciudad-salud: el hombre ante la enfermedad, el ser humano en interacción con la ciudad , la salud y la ciudad; todos ellos son realidades que se entremezclan y construyen en un tiempo y en un espacio, del tal manera que hablar del destino de las enfermedades pasa por hablar del espacio urbano; el lugar donde se trabaja, se transita, se lucha, se enferma y se sana.

Algunas metáforas sobre salud y nebulosas urbanas, pasadas y presentes
No podemos negar que muchas veces insertar metáforas en nuestro discurso, nos ayuda a aproximarnos, sin llegar a relatarla, a esa explicación de las transformaciones y cambios socioeconómicos, políticos y culturales. Como recurso las metáforas no son sólo generosas por lo antes mencionado, sino también por la proliferación de las mismas, e incluso por las contradicciones existentes entre ellas. Un ejemplo de lo manifestado, es la oposición entre las dos metáforas imperantes: la ciudad como espacio de libertad o, la ciudad como desencadenante de los males de la modernidad.

Las imágenes que podríamos nombrar son múltiples en relación a la experiencia de salud y ciudad. Añadido a esta pluralidad de metáforas, está la variabilidad histórica de las mismas, ya que epidemiólogos y historiadores de la medicina, han dejado constancia de que el enfermar y el sanar, viene marcado por un pluralismo epocal. Cada siglo tiene un estilo patológico propio, como tiene un estilo literario, decorativo o monumental propio. No en vano, es imposible localizar un tiempo y espacio sin enfermedad. La prueba objetiva de que el hombre y la vida sin enfermedad deben quedar relegados a mitos, la hallamos en los múltiples documentos que nos han suministrado, tras un siglo de trabajos, los yacimientos fósiles analizados rigurosamente por la paelopatología. Sería un error pensar que el hombre paleolítico, tal vez porque se alimentaba de carne cruda, desconocía las caries y el raquitismo; o creer que estaba a salvo de la enfermedad. En contrapartida sus huesos estaban destrozados por el reuma.

En una historia de las enfermedades, vemos como la preeminencia no pertenece a ninguna civilización; cada una tiene sus males, sus peligros, están expuestas a las mismas muertes. Si bien como afirma Charles Nicolle (1930) si se puede decir que existe "un destino de las enfermedades": las enfermedades evolucionan, en primer lugar por medio de la dispersión de los gérmenes, pero el clima, la alimentación, el género de vida, el medio de vida, la polución, no carecen de influencia.

Insistimos en un estilo patológico de las civilizaciones, que por falta de tiempo no presentaremos su evolución y variación histórica, pero si queremos puntualizar como la reconstrucción de ese estilo patológico de las civilizaciones, se centraría no tanto en las enfermedades dominantes sino en el sentido que se confiere a la enfermedad, a la salud, a toda la globalidad que implica la experiencia de salud, en cada momento histórico y atendiendo a la diversidad cultural. Sumergimos ese pluralismo de los diferentes estilos patológicos, en la diversidad cultural, concepto este último que tanto nos gusta a los antropólogos y más cuando parece una término silenciado y arrinconado ante la primacía de conceptos tales como multiculturalismo, interculturalidad, a los que ha encaminado un concepto, una palabra: "la alteridad", que en su engendro en la realidad social, recrea todo un contexto sociocultural e, instaura y resignifica, discursos imperantes en las ciencias sociales.

Analicemos la pertinencia o no, de una de las metáforas nombradas: la ciudad como generadora de enfermedad. Con esta metáfora, no tan sólo constatamos una correlación entre salud y ciudad, sino también una de las metáforas de mayor presencia en las interpretaciones de teóricos tales como Melton (1987), Rabinow (1989); de autores europeos tales como Chevalier (1958), Delaporte (1985) y, Hohenber (1985) entre otros. Persiste en todos ellos la siguiente identificación: infraestructura de saneamiento urbano, enfermedad y vicio. Encontramos una interesante idea de ciudad unida a insalubridad en la obra del médico Felip Monlau (1808-1973) en relación a la vieja ciudad de Barcelona, pero extensible a otras grandes urbes europeas de la época:

"...Como dice muy bien Raynal, las ciudades son monstruos de la naturaleza. En las poblaciones sumamente numerosas el aire es infecto, las aguas corrompidas, el terreno distanciado y exhausto hasta largas distancias; la vida es en ellas necesariamente más corta. Las dulzuras de la abundancia son poco conocidas, y los horrores de la necesidad y de la miseria extremos. Allí se encuentra un foco perenne de enfermedades epidémicas y nerviosas; allí el asilo del crimen y de los vicios. La depravación se halla siempre en razón directa de aquellas enormes y funestos hacinamientos de hombres; y las pasiones que engendran les degradan tanto en su físico como en su moral, lastimando su salud a la par que corrompiendo su corazón" (Pere Felip Monlau, 1841:12)3.

Tras estas palabras lejos queda la famosa frase "stadt luft macht frei" (el aire de la ciudad libera), todavía presente sobre las puertas de las viejas casas de alguna ciudad europea allá por el 1250, perteneciente a la Hansa4. Esta idea surge en las ciudades hanseáticas, a raíz de la esperanza depositada en la economía, como vía posible para liberarse de la dependencia heredada que entrañaba el compromiso feudal. No sólo "el Dorado" se va a buscar en las ciudades europeas, imagen de un sueño liberalizador, sino que asociado a ellas está la posibilidad de alcanzar más logros, nuevos derechos individuales de propiedad que conduzcan hacia la libertad del individuo.

Como vemos, la correlación ciudad-salud no únicamente está plagada de metáforas negativas correlativas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Entre otras muchas imágenes cabe mencionar el mensaje esperanzador, aunque no se interprete así en una primera lectura, del novelista E.M. Forster, cuando en 1910 escribió Howards End. Su novela refleja la transformación extraordinariamente rápida experimentada por Londres durante la gran revolución urbana (1848-1945). Al igual que a muchas otras personas de su época, a Forster le pareció que la velocidad era el hecho central de la vida moderna. A su vez, el ritmo del cambio lo epitomiza la aparición de la nueva máquina: los automóviles, que instauran la velocidad en el espacio urbano, con los efectos que ésta desencadenará.

Forster describe el Londres eduardino como una ciudad muerta aunque latiendo con cambios frenéticos -si Londres es una ciudad de "ira y telegramas", dice, también, está llena de escenas de "estúpida insensibilidad". Forster pretende evocar la omnipresente, aunque oculta, apatía de los sentidos como resultado de la vida cotidiana de la ciudad, algo invisible para el turista que pasea, apatía que se da tanto entre la gente acaudalada y elegante como entre la masa de pobres inmersos en el flujo de la vida. La obra acaba con una idea sorprendente que causa provocación tanto en el 1910, como en el 2002, pero que además provoca optimismo y esperanza pues demuestra como una cultura viva trata la resistencia como una experiencia positiva: el cuerpo individual que ocupa, circula y vaga por la ciudad, sólo puede recobrar una existencia capaz de percibir por los sentidos si experimenta el desplazamiento y la dificultad.

No obstante encontramos otros autores, que aún haciendo la misma correlación que Forster, el individualismo unido a la rapidez, negativizan los efectos de la misma, en especial sobre el cuerpo moderno. Éste último pierde sus conexiones5 no con la realidad sino con los actores sociales de esa realidad; el individuo moderno se va desprendiendo de sus ataduras y conexiones socioculturales mientras se enriquece materialmente:

"La propiedad era el preludio del intercambio, al menos para aquellos que mejoraban su suerte en la vida. No obstante, Adam Smith sabía que quienes se beneficiaban de las virtudes de una economía circulante se veían obligados a romper con antiguas lealtades. Este móvil actor económico tendría además que aprender tareas especializadas e individualizadas: esta especie de homo economicus no tiene ataduras en la sociedad, se desplaza libremente por el mercado, o al menos empieza a desplazarse libremente por el mercado, por lo que disminuye su percepción sensorial del espacio, su interés por los lugares o por la gente (...) toda conexión visceral profunda con el entorno amenaza con atar al individuo" (Sennet, R., 1997: 274)


La experiencia de salud, un salto al precipicio
En la actualidad ese deseo de moverse con libertad, en el ciudadano móvil globalizado, ha alcanzado su triunfo sobre los estímulos sensoriales del espacio en el que se desplaza el cuerpo, pero a costa de un precio: la disminución de los sentimientos, privar al cuerpo de sensibilidad. Pongamos por ejemplo las ciudades modernas sometidas a las necesidades del tráfico y del movimiento individual rápido, ciudades llenas de espacios neutrales, ciudades sometidas al valor dominante de la circulación, pero que en el siglo XVIII los planificadores ilustrados las concibieron con arterias y venas libres, donde los habitantes de la ciudad, se detuviesen a saludarse, a olerse, incluso a criticarse, pero en última instancia a comunicarse.

Aparentemente esto entraría en contradicción con nuestro discurso, pues uno de los elementos definidores de esas nebulosas urbanas, es la desaparición de límites que permite la densidad de interacción y la aceleración del flujo de mensajes. No por casualidad Manuel Castells utiliza el concepto "ciudad informacional" o el de "espacio de flujos", para denominar la dinámica en que los usos territoriales pasan a depender de la circulación de capitales, imágenes, informaciones estratégicas y programas tecnológicos. Algunos autores como Antonio Mela sacan a la luz las acciones subyacentes en esa ciudad informacional, la aceleración de la tensión entre racionalización espacial y expresividad, caracterizada por ese aumento de circulación En definitiva una aceleración y mayor presencia de la velocidad de mensajes que incide en nuestro estado de salud, en las múltiples maneras de entender la salud, en la combinación de múltiples "medicinas" que nos conduzcan a una rápida curación.

La acción de capturar, racionalizar e interpretar los distintos mensajes del acelerado fluir comunicativo en que nos movemos, no sólo nos envuelve en un vértigo, sino que nos sitúa, haciendo uso de una última metáfora, al borde de un precipicio. Para buscar un ejemplo en la realidad sociocultural presente de dicho vértigo, es suficiente con ponerse en el lugar de un inmigrante senegalés, recién llegado a una de las distintas ciudades destino en España, como pueden ser Madrid, Barcelona, Almería, o Murcia, recién desembarcado no al precipicio, sino a "otro" precipicio comunicativo. La primera experimentación, es estar lanzado al espacio urbano, a esa nebulosa de mensajes; en milésimas de segundo se descubre que no es suficiente con desarrollar nuevas estrategias de supervivencia, sino que se requiere una veloz aprehensión, racionalización en primer orden, de una nueva manera de expresarse. En definitiva de experienciar a la máxima velocidad posible pues el tiempo apremia, y, la cultura humana una vez más dará muestra de que esto es posible, de que es capaz de vencer el vértigo que le suscita el habitar en las nuevas nebulosas urbanas, pues una cultura viva trata la resistencia como una experiencia positiva.


Notas:

1 Es obvio que este proceso no es puramente subjetivo con relación a los valores, los anhelos y los deseos, sino que se encuentra determinado por las fuerzas productivas, la relación con la naturaleza, el legado institucional y las relaciones sociales de producción.
2 "El concepto de ciudad mundial fue introducido hace diez años por el sociólogo norteamericano John Friedman (1986), a partir de las premisas de trabajos anteriores, como los de Castells (1972) y Haarvey (1973), que vinculaban los procesos de urbanización con el proceso histórico más amplio del capitalismo industrial. Para Friedmann (1986:69) ... Las teorías sobre la globalización, que están implícitas en la literatura sobre las ciudades mundiales, tienen un precedente en los trabajos pioneros de finales de los años sesenta y principios de los setenta, dedicados a la teoría de la sociedad postindustrial, como los de Bell (1973) y Touraine (1969), que propugnan la idea de que la sociedad industrial (no el capitalismo) ha sido históricamente suplantada en su lógica y en su estructura, a través de la revolución tecnológica, por una nueva estructura caracterizada por la informalidad, la flexibilidad y la globalidad". (Pujadas, Joan, 1997: 248)
3 Este texto está integrado en un famoso panfleto propagandístico catalán titulado Abajo las murallas, escrito por el médico Pere Felip Monlau en el 1841, desde una clara influencia de las tesis que imperaban en las corrientes higienistas del modernismo francés, conservado su manuscrito en los archivos del Institut d'Estudis Catalans (Barcelona).
4 La Hansa formó una cadena comercial entre ciudades que distribuía bienes por todo el norte de Europa. Fundada en 1161, operaba en el mar transportando mercancías desde Génova, Venecia, Londres y los Países Bajos a los puertos del norte de Alemania, desde donde penetraban en el interior. Así, por ejemplo París tenía su propio circuito comercial, que se extendía al este y al oeste a lo largo del Sena, y por el norte y el sur desde Flandes a Marsella.
5 Esta fue también la premonición del final de El mercader de Venecia: para moverse con libertad, no se pueden tener muchos sentimientos.


Bibliografía:

CASTELLS, Manuel (1998). La era de la información: economía, sociedad y cultura. Siglo XXI, Madrid.
CERTEAU, M. DE, (1990). L'invention du quotidien. 1. Arts de faire, Gallimard, París.
CHOMBART DE LAUWE, P.H., (1976). Hombres y ciudades. Labor, Barcelona.
DUCH, Lluís (2000). Llums i ombres de la ciutat. Publicacions de l'Abadia de Montserrat. Barcelona.
FORSTER, E.M. (1910). Howards End, Nueva York: Vintage Books, 1989; Londres.
GARCÍA CANCLINI, Néstor (1999). La globalización imaginada. Piados, Barcelona.
HANNERZ, Ulf (1998). Conexiones transnacionales: cultura, gente, lugares. Ediciones Cátedra, Madrid.
(1986). Exploración de la ciudad. Hacia una antropología urbana. Fondo de Cultura Económica. México.
SENDRAIL, Marcel (1983). Historia cultural de la enfermedad. Espasa-Calpe, Madrid.
SENNET, R. (1997). Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Alianza Editorial, Madrid.


Carmina Gaona Pisonero
Universidad Católica San Antonio de Mucia, España