Por Gabriela Leveroni
Número 30
Cuando sale al aire algún
mensaje "serio" de alguna agencia o creativo, inmediatamente
se comienza a especular sobre lo correcto del lenguaje que se utiliza.
Los técnicos, suelen ser
aquellos que estudiaron el lenguaje en punto máximo y que
con lupa en mano se dedican a destrozar los ultrahumanos
esfuerzos de aquellos que escribimos publicidad. Si menciono el
término ultrahumano es porque ni yo misma sé
cómo a veces somos capaces de resumir el contenido de una
carpeta de 10 hojas en 50 palabras. ( esa síntesis mágica
que se aprende con los años de práctica y el segundero
corriendo a todo lo que da).
Pero a la hora de subir al ring,
generalmente somos los más abucheados, se nos tacha de distorsionar
el lenguaje, de utilizar anglicismos, de inventarnos palabras sin
métrica o con exceso de la misma. Lo que para los técnicos
es cacofónico, para nosotros es el remate más pegajoso.
En fin, de críticas "constructivas"
está lleno nuestro trabajo. Aunque siendo sinceros los rudos
ganamos mejor que los técnicos en las áreas laborales,
somos más relajados y solemos tener buen humor. No a cualquiera
le pagan por escribir rimas que no requieren de estudio lingüístico
y que tiene como objetivo robarle una sonrisa a un niño.
Los técnicos viven en la
realidad de Cervantes y Saramago, los rudos en la de ir al cine,
ver televisión y devorar cuanto anuncio capte nuestros sentidos.
Sin embargo, aquí vamos a encontrar la cereza del pastel
que los técnicos no quieren reconocer.
A los creativos se nos señala
como superficiales, incultos y volubles, pero los técnicos
no se han puesto a pensar que para ser creativo se necesita además
de ingenio, lenguaje y vocabulario, una cultura general ilimitada.
No importa que tengamos que vender, necesitamos recurrir a todos
nuestros conocimientos cósmicos para sacarlo adelante. Recordamos
clases de historia, cocina, viajes, libros, novelas, artículos
de ciencia, anécdotas, chismes y películas únicamente
para dar una idea del giro de nuestro anuncio.
Ser rudo es gratificante, finalmente
hacemos lo que queremos con el lenguaje y sale al aire bajo la máxima
de que "en publicidad todo se vale cuando lo justificas".
Por desgracia para los técnicos, catedráticos del
lenguaje y comisionados para vigilar el buen uso de la palabra,
se encuentran, viven y respiran en un mundo donde el libre mercado
es la espina dorsal de la economía.
No se demerita en ningún
momento la necesidad del conocimiento del lenguaje, ningún
creativo desprecia las clases recibidas de literatura, estilística
y periodismo, sin embargo, es con las bases del conocimiento puro
del lenguaje que nos atrevemos una y otra vez a romper reglas, a
inventar palabras y a deformar, a veces un poquito la percepción
de las conciencias de quienes gratamente reciben nuestros mensajes
publicitarios.
Finalmente, siempre se debe ganar
mínimo dos de tres caídas, y en el proceso del aprendizaje,
del uso correcto del idioma, hemos dejado tras de nosotros más
de una vez la cabellera.
(Por cierto, este texto lo revisó
un técnico para que no hubiera errores)
Lic.
Gabriela Leveroni
Jefe de Vinculación
de la Coordinación General de Comunicación Social del
Gobierno del Estado de Michoacán,
México |