Por Graciela Barabino
Número 33
Los
procesos que causan los mayores avances de la civilización
destruyen las sociedades en las cuales ocurren.
A. N. Whitehead, comunicólogo
estadounidense.
El once de septiembre del 2001,
la violencia y los medios masivos de comunicación cambiaron
la historia postmoderna. El mundo era uno antes del once de septiembre
y otro al día siguiente.
Las reglas del juego político
internacional habían dado un giro de ciento ochenta grados.
A partir de ese día, y gracias a la cobertura "mediática"
de los acontecimientos --repetidos al hartazgo por la pantalla chica--,
los ciudadanos del mundo entero aceptamos, anonadados y rebasados
por los hechos, un golpe de Estado planetario.
Las imágenes de los aviones
que se estrellaron contra las Torres Gemelas en Nueva York y la
explosión de la "supuesta" tercera aeronave en
el Pentágono (pues hay versiones de que se trató de
un misil), ejemplifican de manera estupenda -como un perfecto guión
cinematográfico-- la estrecha relación que tienen
la violencia y los medios de comunicación como binomio invencible
para crear inseguridad y miedo; esperanza y fe, entre la población.
Combinados son un estupendo instrumento de manipulación de
masas.
Además, con los avances tecnológicos
logran crear hasta realidades virtuales y pueden incitar al público
a emprender acciones cuyos verdaderos intereses están camuflados.
Pueden persuadir a los ciudadanos de lo que sea, hasta del absurdo
más grotesco.
Un magnífico ejemplo de esto
último fue la intentona golpista en Venezuela. Es el primer
golpe de Estado "mediático" en la historia.
El jueves (curiosamente también
un día once, pero de abril del 2002), los medios masivos
de comunicación de esa nación caribeña --especialmente
las dos televisoras locales privadas-- difundieron la apócrifa
noticia de la voluntaria dimisión del mandatario Hugo Chávez
"por el bien del país".
Toda esa información era
falsa, pero siguiendo el principio "goebbeliano" de que
una mentira repetidas cien veces se vuelve verdad, se llevó
a cabo el fallido experimento.
El ensayo fracasó gracias
a un soldado que custodiaba a Chávez durante su detención.
El dirigente le confesó que estaba arrestado, pero que no
había renunciado. Dicho militar mandó por fax esa
declaración escrita y firmada de puño y letra del
propio Chávez y el pueblo junto con gran parte del ejército
invadió las calles para apoyarlo.
El villano de esta fallida destitución
no fue el ejército ni los opositores de Chávez, fueron
los medios electrónicos de comunicación.
La insurrección 'mediática'
llevó a las televisoras a instigar a la violencia y debemos
hablar de lo que eso significa para el futuro de todas las democracias
-declaró el presidente venezolano una vez liberado--. Estamos
ante una conspiración abierta y descarada... Algo nunca
visto... Una ola de rumores y falsedades se daba a conocer al
mundo... Trajeron engañada a mucha gente diciendo que yo
estaba preso y que iban a tomar Miraflores [el palacio presidencial].
Y debo agradecer a los trabajadores y ciudadanos... que han resistido
esta campaña casi increíble... (La Jornada, lunes
15 de abril de 2002).
Con todo el poder de la imagen y
en medio de la confusa información, la CNN destinó
más de tres horas continuas de transmisión, en las
que intercaló el mensaje del mandatario venezolano con las
protestas en las calles aledañas al Palacio Miraflores, al
tiempo que sus corresponsales y conductores dieron por buenas las
versiones de los militares golpistas. CNN sintetizó de esta
forma la versión chavista de los sucesos: "La principal
dificultad son los medios de comunicación que han sido irresponsables;
los dueños de las televisoras han incitado al pueblo a la
violencia" (La Jornada, lunes 15 de abril de 2002).
Este incidente ilustra cómo
se crea el miedo y la inseguridad a través de la manipulación
de la violencia. Ahora echemos un vistazo a la confección
de lo opuesto: la fe y la esperanza en medio de la atrocidad.
El EZLN y el sub-comandante Marcos,
en México, habrían sido arrasados por las tropas castrenses
si no hubiera intervenido, a su favor, la prensa internacional.
Ésta los salvó al convertirlos en mártires
y héroes, en vez de temibles terroristas.
La remoción del gobernador
del estado mexicano de Guerrero, Rubén Figueroa, también
es obra "mediática". El periodista Ricardo Rocha
y la difusión de la filmación de la masacre campesina
en Aguas Blancas, desnudaron al, en otro tiempo, inamovible gobernante,
quien a pesar del amañado fallo jurídico a su favor,
tuvo que renunciar al cargo.
Estos son algunos ejemplos que demuestran
cómo la violencia y los medios masivos de comunicación
viven, a veces, en amasiato; otras, en legal matrimonio, pero ambos
son inseparables.
Gracias a la revolución informática
(la computadora y la Internet) se intenta gobernar el orbe. Sin
ella, sería una faena sencillamente imposible, pues además
crea el mecanismo que justifica la detentación del poder:
la socorrida "opinión pública", vital para
las democracias representativas postmodernas.
No obstante, estas democracias amenazan
con convertirse en flamantes "encuestocracias", debido
a la importancia que le dan los gobernantes a los así llamados
"polls" (sondeos de opinión pública).
Sin los medios masivos de comunicación
sería inútil el sondeo, las campañas políticas,
en fin, toda la parafernalia del año 2000, cuya finalidad
es vender: un candidato, una guerra o alguna enmienda a la Constitución.
La pantalla chica está diseñada
para mostrar imágenes más que para ahondar en la información,
donde la prensa escrita lleva la batuta pues es un medio por naturaleza
reflexivo: la lectura. La radio, a su vez, tiene el don de entretener
y hacer recapacitar por ser un medio que se transmite, por lo general,
en vivo y que no requiere toda la atención del radioescucha.
Sucede lo contrario en la televisión
cuyo auditorio es atraído por los imanes de las explosiones,
el fuego, las persecuciones, los balazos, es decir: escenas repletas
de violencia... Basta ver subir el "rating" de los noticieros
cuando cunden las notas brutales comparadas con las informaciones
de las largas arengas en el Senado y La Cámara de Diputados,
consideradas aburridas porque la imagen permanece fija en un interlocutor
y carece de dinamismo.
El medio televisivo es un medio
para la acción, no la reflexión. Está hecho
para optimizar el entretenimiento, o sea, para distraer y manipular,
no para pensar ni crecer...
En palabras del comunicólogo
norteamericano Marshall McLuhan: "Las sociedades siempre han
sido moldeadas por la naturaleza del medio con el que se comunican
los hombres, más que por el contenido de dicha comunicación.
"El Medio es el Mensaje" (Título de su célebre
libro).
Esto nos lleva a las siguientes
preguntas:
¿Es el público quien
pide violencia?, o ¿con qué finalidad la ofrecen los
medios masivos de comunicación?
¿Se ha intensificado el clima
de hostilidad?, o ¿es fiel reflejo de una descomposición
social debido al desempleo, la falta de dinero y los radicales cambios
políticos por los que atraviesa el país?
¿Siempre ha existido y lo
que ocurre es que se ha intensificado su cobertura?
Oferta, demanda o realidad. Los
tres elementos, sin duda, se entremezclan pero en el tema que aquí
trataré me concentraré en la oferta, como protagonista
estelar de la violencia, y por lo tanto en la manipulación
masiva a través de los medios de comunicación.
Comencemos con las raíces
del viejo dilema de la violencia televisiva: ¿actúa
como catalizador o como modelo? Es decir, la gente al ver una escena
de violencia en la televisión ¿desahoga, descarga
su inherente agresividad y si deseaba golpear o matar a alguien,
se tranquiliza? El presenciar dicha escena, digamos la de un asesinato
en la pantalla, ¿cataliza su impulso, lo neutraliza? O sucede
lo inverso: ¿la imagen le sirve de escuela, le enseña
a golpear y a matar?
Ésta es y ha sido la perenne
polémica educativa en torno a la violencia televisiva y está
fincada en la siguiente premisa: ¿es el ser humano violento
por naturaleza o no?
Si lo es, hay que satisfacer esa
demanda y usar los programas violentos como válvulas de escape.
Por el contrario, si el ser humano es pacífico por naturaleza
actúa como modelo para imitarse o instrumento de intimidación
para crear inseguridad y miedo.
Este es el caso que abordaré:
Para comenzar a desmenuzar el dilema
que no sólo es blanco y negro sino también gris, veamos
que es la agresividad y cómo se distingue de la violencia.
Agredir equivale a atacar o provocar
a un tercero física o verbalmente para satisfacer necesidades
primarias: territoriales, reproductivas, alimenticias o jerárquicas.
Al contrario, la violencia es actuar
de manera fuera del estado natural haciendo uso excesivo de la fuerza.
Los animales son agresivos, feroces (atacan y devoran), mas no violentos.
Usan la agresividad necesaria. La violencia la ejerce exclusivamente
el hombre. De ahí que todo acto de violencia sea agresivo
pero no toda agresión es violenta.
En su obra sobre la agresión
(1963) el etólogo y zoólogo austriaco Premio Nobel
de Fisiología y Medicina (1973), Konrad Lorenz, afirma que
la agresión es innata en el hombre mas no así la violencia.
Para probar su teoría, Lorenz adopta un modelo hidráulico,
es decir, hace una analogía de la motivación agresiva
como si se tratase de fluidos bajo presión. El nivel de agua
sube en un recipiente presionando por salir. Esta presión
crece hasta que la válvula de salida se abre y el nivel de
agua se vacía. En el caso del animal este nivel de agua o
sea esta presión sube cuando tiene apetito o se siente amenazado.
Al atacar o defenderse suelta la tensión sobre el objeto
que produce el estímulo y se libera de ella.
Si no hay objeto que produzca el
estímulo, el animal (gatitos, por ejemplo) explota de energía
listo para jugar. No es de sorprender que se lance sobre su sombra
o corretee en círculos tras de su propia cola, ante la ausencia
de un estímulo real exterior.
Sin embargo, este comportamiento
agresivo innato puede ser redirigido o desplazado. En el caso de
dos gallos frente a frente, hay ocasiones que uno de ellos en vez
de picotear a su rival, picotea el piso. La agresividad como advertencia
y no provocación encuentra salida, redirigida hacia otro
objeto: el piso, en vez del rival.
Dos gatos, por ejemplo, están
a punto de pelear y uno de ellos empieza a lamer su pelambre. Lo
que hace es desplazar su comportamiento al sentir un conflicto entre
dos estímulos: la agresión y el miedo. Ambos estímulos
se cancelan y ocurre un comportamiento irrelevante en ese momento:
lamerse el pelambre.
Lo mismo le sucede a la gente en
casos de pánico: desplazan el peligro al negarlo, siguiendo
la rutina como si nada ocurriese o redirigen su agresividad al romper
platos para evitar pegarle al amigo o familiar.
Existen cuatro tipos básicos
de agresión: jerárquica (para establecer predominio),
competitiva (territorial, alimenticia, amorosa), protectora (para
defensa propia, de la manada o las crías) y depredadora (supervivencia).
Lorenz afirma que el ser humano
es el único en matar intra-especie, o sea, miembros de su
propia especie y culpa a las armas de producir dichas muertes. Las
armas -apunta-- son herramientas que hacen posible la rápida
y eficiente eliminación del contrario. Si los hombres pelearan
entre ellos sin armas, pocos morirían pues carecemos de garras
afiladas y colmillos depredadores como los carnívoros. Es
difícil matar a alguien solamente con las manos.
Los mamíferos con garras
han desarrollado un poderoso sistema inhibitorio que les impide
matar a su propia especie. El lobo, por ejemplo, al perder la pelea
con su rival, le ofrece el cuello en señal de derrota y el
vencedor -pudiendo aniquilarlo de un mordisco- lo suelta y se aleja.
En el ser humano, dichos mecanismos
inhibitorios no se desarrollaron pues con un físico tan inofensivo
no era necesario crear ningún contrapeso. Empero, el invento
artificial de las armas, ajenas a nuestra naturaleza, nos dan un
poder de aniquilación incontrolable y sin precedentes.
Según Lorenz, esta es la
mortal combinación: somos una paloma con pico de halcón.
La culpa de las horrendas matanzas intra-especie la tienen, por
lo tanto, las armas: un palo, una piedra, una flecha, un rifle,
una metralleta, una bomba atómica.
En el otro extremo del espectro,
tenemos la perspectiva opuesta. La creencia de que la agresión
es un comportamiento aprendido a base de recompensa y castigo. Este
punto de vista basado en el condicionamiento asevera que la agresividad
no es innata sino aprendida. El hombre y el animal recurrirán
al comportamiento que más recompense sus necesidades y deseos.
Asimismo, esa conducta es mera imitación
(el padre pega al hijo y éste a su descendencia) pues se
transforma en valor cultural: el machismo, donde el comportamiento
violento es visto como virtud y provoca admiración, miedo
o respeto.
Los psicólogos que creen
(al igual que el "padre del conductismo" el doctor B.
F. Skinner) en el condicionamiento a ultranza, saben que la violencia
mostrada en las pantallas de televisión no actúa como
una catarsis sino como un aprendizaje y, por lo tanto, la exposición
a la violencia aumenta la agresividad del hombre, en vez de reducirla,
pues no es innata sino aprendida.
Así, los medios masivos de
comunicación son los que provocan la violencia de la sociedad
a través de películas que sirven como modelos.
En la lucha armada, por ejemplo,
para los guerrilleros no existen víctimas pues todos somos
responsables de mantener, aunque sea por obediencia, el injusto
'status quo'. La lógica del combatiente es: "nosotros
nos defendemos de la violencia inherente en un sistema que no nos
beneficia y como el sistema con su iniquidad es el que empezó
la violencia, a nosotros no nos quedó más alternativa
que combatirla".
Todos somos criminales potenciales,
no por nuestros actos sino porque el régimen puede convertirnos
en malhechores en cualquier momento. Y ahí es donde entran
en escena los medios masivos de comunicación al convertir
a un bando en héroes y al otro en villanos. En el primer
grupo se justifica el uso de la violencia como defensa; en el otro
se presenta como agresión.
El intelectual francés Laurent
Tailhade dijo en 1893: "Qué importan las víctimas
si el gesto es bello." Ese razonamiento fue el del sub-comandante
Marcos y el de la prensa internacional durante la toma de San Cristóbal
de las Casas, Chiapas, en México, el primero de enero de
1994.
"Hay que destruir para salvar,
hay que hacer la guerra para alcanzar la paz." Son los mitos
modernos que repiten incesantemente los medios masivos de comunicación
hasta convertirlos en realidad...
¿Por qué en los regímenes
totalitarios no existe el crimen? Porque el Estado posee el monopolio
de la violencia. En nuestro país ese fuero lo mantuvo el
PRI hasta hace poco.
En Estados Unidos, la criminalidad
es incontrolable pues los civiles en conjunto poseen más
armas que el mismísimo ejército norteamericano.
Si un cubano secuestra un avión
para huir a Miami es un héroe, un luchador por la libertad,
una víctima más del tirano de Fidel Castro, pero si
lo hace para liberar a sus compañeros presos, es un terrorista.
No se castiga la violencia ni el asesinato en sí, sino la
finalidad del homicidio.
Los criminales no temen el castigo,
la cárcel, perder una pierna o la vida, sino su imagen. Tampoco
los espanta el peligro, por el contrario, son adictos a la adrenalina
que éste produce. Lo que en verdad aborrecen es el ridículo.
Ven las alternativas de la violencia como imperdonable debilidad.
Ser violentos para ellos es una virtud. La violencia es un lenguaje
internacional rodeado de glamour que invita a la imitación.
En ocasiones, cuando la violencia
toca a nuestra puerta; cuando las víctimas son amigos y familiares,
las noticias de los medios masivos de comunicación se pueden
medir con la realidad, alérgica al mito. No obstante, en
la gran mayoría de los casos el mito prevalece.
De la misma manera que los medios
masivos de comunicación subliman la violencia --quizás
por el interés de vender armas, la industria más remunerativa
que existe-- también fabrican necesidades falsas cuya finalidad
es convertir el consumo en la última meta del ser, ilustrado
en forma humorística por la escritora Guadalupe Loaeza en
su libro Compro, luego existo, remedando el célebre
silogismo de Descartes, aplicado a la "filosofía hegemónica
de mercado" del siglo XXI.
Y no es para menos, pues aquellos
que vean cuatro horas de televisión diarias también
se exponen a 120 comerciales y anualmente a 43,000. Los programas
de televisión son el instrumento para bombardearnos la publicidad
que es la constante a toda hora. El sesenta y ochenta por ciento
del espacio de algunos periódicos y más del treinta
por ciento del tiempo televisivo está destinado a los anuncios.
Asimismo, como ya mencioné
antes, existen no sólo encuestas sobre la opinión
pública, sino opiniones sobre la opinión pública.
En vez de democracia estamos adentrándonos en la "encuestocracia".
Lo que piensa la gente es una cosa; lo que se publica de lo que
piensa la gente puede ser algo diferente. Más que manipular
las opiniones, los medios masivos de comunicación tienen
el poder de maquillar visiblemente dicha opinión: crear la
imagen, según su punto de vista.
Esto fue evidente en la cobertura
que se le dio a la guerra de Vietnam, por mencionar una. ¡Cómo
se cubrió en un principio comparado con los últimos
años del sanguinario conflicto bélico! Parecía
que se trataba de dos conflagraciones diferentes. Al inicio todo
era beneplácito. Un lustro después, esa aprobación
se convirtió en álgida crítica. Luego en protesta
y, por último, en confrontación.
Durante años hubo matanzas
en Vietnam y los estadounidenses sólo se enteraron de la
de My Lai como de un hecho aislado y no típico de la guerra.
Tampoco mencionaron los medios de comunicación nada referente
al nocivo químico desfoliador llamado "agente naranja"
--utilizado para deshojar la tupida selva asiática-- hasta
que, años más tarde, ese producto afectó la
salud de los propios excombatientes norteamericanos que estuvieron
en contacto con él.
Hay varias técnicas para
desacreditar una protesta al convertir a los manifestantes en locos,
extremistas, fanáticos, peligrosos e ignorar el motivo de
dicha demanda. Las marchas en la Ciudad de México son un
buen ejemplo: el diario La Jornada las califica de exitosas,
mientras que el periódico El Reforma se refiere a las mismas
desde la perspectiva del caos vial que provocaron.
Otro ejemplo es la leyenda de Francisco
Villa. Doroteo Arango es obra del periodista estadounidense John
Reed al servicio del cónsul gringo George Carothers, a quien
Villa a su vez hizo rico.
Es sabido que en 1914, el así
apodado Centauro del Norte, quien consideraba al cine como el mejor
medio para hacerse propaganda, aplazó el ataque final de
Ojinaga para ir a Ciudad Juárez a firmar, el 3 de enero,
un contrato con la Mutual Film Company. Recibió veinticinco
mil dólares para que la Mutual retratara sus batallas en
exclusiva y exhibiera sus películas... El contrato exigía
que Villa fuera vencedor y, a su vez, el debía simular contiendas
en caso que los operadores no lograran captar escenas de violencia.
Debido a que la primera película
de la toma de Ojinaga resultó fallida desde el punto de vista
técnico, la toma de Torreón tendría que salir
de lo mejor. Fue entonces cuando a Villa se le ocurrió mandar
uniformar a sus tropas para borrar la imagen de guerrillas improvisadas.
De esta manera nació su escolta personal, los célebres
"Dorados".
Se exigió también
que se comprometiera a pelear únicamente de día para
evitar la oscuridad. Villa llegó a Torreón agregando
a uno de los trenes los vagones de la prensa y el cine. La lucha
en Torreón fue encarnizada. Villa cumplió su palabra
de efectuar batallas sólo de día. Los camarógrafos
captaron así, por vez primera, los horrores de la guerra.
Sin embargo, después de once
días de sangrientos enfrentamientos, Villa se olvidó
de su contrato con la Mutual en cuanto se dio cuenta de que la victoria
podía convertirse en derrota. Atacó las veinticuatro
horas y estableció la censura...
También Obregón y
Carranza tuvieron a su lado camarógrafos norteamericanos,
pero exclusivamente para noticieros. Jamás con la elaboración
de Doroteo Arango.
La filmación de los combates
de la Revolución Mexicana ilustra la premisa de la oferta
de violencia pues, en aquella época, los ciudadanos nunca
antes habían visto escenas bélicas filmadas, por lo
tanto, no podía existir demanda.
En la Ciudad de México se
cometen cerca de tres mil delitos por cada cien mil habitantes,
mientras que en Nueva York son nueve mil, en Miami trece mil y en
París un sorprendente veintitrés mil. El año
en que el D.F. tuvo el más alto índice de delincuencia
fue 1995 cuando ascendió a un treinta y siete por ciento.
Lo que prevalece en México,
sin embargo, es la impunidad. De cada mil delitos se presentan ante
el juez 37 personas agraviadas, o sea, casi el cuatro por ciento.
En contraste con Argentina y EUA que tienen una aprehensión
del veinticinco por ciento, Brasil del dieciocho, los países
escandinavos del cincuenta por ciento, mientras que Japón
se lleva las palmas con un setenta por ciento de arrestos. (Criminalidad
y Mal Gobierno, Rafael Ruiz Harrell, 1998).
Si las estadísticas son engañosas
y manipulables en tiempos de paz, durante los conflictos bélicos
son dolosas.
Sabido es que la primera baja en
una guerra es siempre "la verdad". En palabras del ex-primer
ministro británico Winston Churchill : "La verdad, a
veces, es tan valiosa que debe ir acompañada por un guardaespaldas
de mentiras..."
En el Cono Sur, a Augusto Pinochet lo describían como el
gobierno chileno; mientras que al electo gobierno de Salvador Allende
como el régimen de Allende.
Después de más de
una década de dictadura pinochetista y miles de personas
desaparecidas, los medios masivos de comunicación, al hablar
de Chile, sólo aludían al orden en las calles y al
crecimiento económico sin precedentes de la industria. Se
omitió por completo toda información sobre torturas,
asesinatos en masa y escuadrones de la muerte. En caso de que se
les mencionara, se minimizaba el horror al presentarlos como una
especie de "mal necesario de la civilización".
El lenguaje bélico que utilizan
los soldados y que tergiversa la información es copiado fielmente
por la prensa. Una zona "pacificada", por ejemplo, es
una zona devastada donde se respira "la paz de los sepulcros".
Las áreas ocupadas por las tropas amigas son "territorios
liberados". Trillada frase, explotada al hartazgo, en las invasiones
de Panamá, Granada y Yugoslavia, entre otras.
"Panamá: Operación
Causa Justa" dejó a más de seis mil panameños
muertos y miles más sin hogar.
El satélite que nos puede
volar en pedazos a todos en la nueva guerra galáctica se
llama "Mantenedor de la paz..."
Y así se pueden enumerar
cientos de expresiones que conforman el engañoso lenguaje
de los medios masivos de comunicación cuya finalidad es desinformar
para manipular, al antojo del régimen en turno, la opinión
pública sobre la violencia como una necesidad básica
de la convivencia intra-especie.
Como copia calca de lo que ahora
sucede con el mandatario George Bush, la misma estrategia fue utilizada
después de la Segunda Guerra Mundial por el presidente Harry
S. Truman. Creó una atmósfera ficticia de crisis y
de expansionismo soviético para justificar las fábricas
de armas, frenar derechos obreros, reprimir posibles huelgas y acabar
así con los disconformes. En el caso de Bush, después
de las elecciones más fraudulentas del país vecino,
la disidencia alcanzó los niveles más alto de la historia
norteamericana, pues más de la mitad de la población
no estaba de acuerdo con su ascenso al poder que fue decidido por
sólo media docena de jueces quienes, a su vez, no son elegidos
sino designados.
Al igual que su homólogo
del siglo XXI, la doctrina Truman defendía al mundo libre
de los comunistas. Ahora Bush lo resguarda de los fanáticos
islámicos y de todo aquel que se oponga al libre comercio
como sola razón de nuestra existencia.
Es la misma táctica: el uso
racional de símbolos irracionales.
El enemigo es el culpable, no el
sistema.
También se proyecta la idea
de que si a nosotros nos va mal, al supuesto enemigo le va peor.
Las campañas de desinformación
tienen como finalidad crear un clima de alarma, de amenaza para
justificar políticas de gastos militares, intervención
y represión interna.
La verdad detrás de las mentiras
se descubre hasta décadas después y, a veces, nunca.
En 1981, cuando comenzó en
Polonia el movimiento del sindicato Solidaridad, encabezado por
Lech Walesa, el partido comunista impuso ley marcial en el país,
arrestó a Walesa y mató a una decena de personas.
Los medios masivos de comunicación
hicieron un escándalo que llevó a la liberación
del líder obrero y, dos años más tarde, a su
nominación para el Premio Nobel de la Paz.
No obstante, ese mismo día
de 1981, la noticia de que el gobierno turco en un acto de represión
masiva arrestó a cien mil personas y ejecutó a cinco
mil pasó inadvertida.
Sencillamente, la prensa cómplice
guardó silencio pues el régimen turco era amigo del
entonces mandatario norteamericano Ronald Reagan y, sobre todo,
no se trataba de un gobierno comunista, el villano favorito del
ex-actor californiano.
Como podemos comprobar, la manipulación
esta implícita no sólo en la presentación sino
en la selección misma de las noticias. El encabezado --telegráfico
editorial-- es la clave pues debe aparentar objetividad. En ocasiones,
balancear la información dando dos puntos de vista no es
suficiente porque dos enfoques no son todos los enfoques.
En la mayoría de los casos,
los verdaderos intereses detrás de los acontecimientos son
omitidos o disfrazados en los medios...
Y la historia siempre se repite...
En los sesenta, en vez de llamar
a los que se oponían a la guerra de Vietnam "movimiento
por la paz", lo titularon "disturbios civiles de los sesenta".
En el caso más reciente del Ejército Zapatista se
reproduce idéntica la manipulación: sus "peticiones"
se convierten en el lenguaje oficial de los medios en "demandas"
y el gobierno hace "ofertas".
Lenguaje amañado que intenta
maquillar la realidad.
Recordemos la matanza de Acteal:
En un principio, el gobierno chiapaneco
intentó desvirtuar los sucesos a través de una campaña
de "medios", donde las víctimas fueron presentadas
como figuras desafortunadas en una tragedia ordenada por "Dios"
o el destino. Nunca los gobernantes. Al fracasar en esa tentativa,
alteró las evidencias: inventó muertes con arma blanca
y destripamiento de mujeres encinta para fortalecer la cómoda
hipótesis de venganzas entre indígenas "primitivos
".
Felizmente, en esa ocasión,
los servicios periciales de la Procuraduría General de la
República (PGR) determinaron que los cuarenta y tres occisos
fueron baleados y dos habían muerto a golpes.
En el caso de la matanza de Aguasblancas
en Guerrero, el manejo de la información fue inédito
al dejar varias preguntas sin contestación: ¿por qué
se permitió la transmisión de esa masacre y no de
otras? ¿Quién la filmó y la proporcionó?
¿Fue esa grabación televisada una sorpresa para los
directivos de Televisa y una decisión aislada de Alejandro
Burillo y Ricardo Rocha? ¿Consultaron con la Secretaría
de Gobernación? ¿Fue, acaso, esa secretaría
la que dio el visto bueno? ¿Quién o quiénes
deseaban terminar con el nefasto caciquismo de Rubén Figueroa?
¡Cuántas interrogantes
sin respuesta!
Sin embargo, por primera vez en
la historia de México, los medios masivos de comunicación
derrocaron a un gobernador.
Otra técnica manipuladora
consiste en neutralizar la información, convertida en una
realidad gris sin atractivo alguno. Eso ocurrió con la invasión
de Granada, Panamá, el bombardeo a Yugoslavia y, hasta cierto
punto, el de Afganistán. En contraste con la publicitada
Guerra del Golfo o el increíble derribo de las Torres Gemelas
en Nueva York.
La Casa Blanca y luego Los Pinos
determinan lo que la prensa cubrirá y cómo. Para ilustrar
la afirmación, echemos un vistazo a las cifras:
Durante la administración
del presidente norteamericano Richard Nixon, el Pentágono
gastó ochenta millones de dólares para diseminar información
sobre su punto de vista del mundo. Contrató a cerca de tres
mil personas para relaciones públicas y filtraciones de prensa.
La CIA, a su vez, es dueña
del servicio de noticias más grande del planeta con un presupuesto
mayor que todos los servicios informativos juntos: es propietaria
de alrededor de doscientos servicios de noticias, periódicos,
revistas y editoriales. Eso da una idea del enorme control que ejercen
los servicios secretos de seguridad sobre los medios masivos de
comunicación.
Asimismo, habrá quienes argumenten
que la fascinación de los medios con la violencia puede verse
como la prensa en desempeño de su labor: aprovechar el tema
sensacionalista que es la vileza para subir el codiciado "rating".
En la pantalla chica, los razonamientos
no atraen la atención del televidente. Una sesión
de dos horas de la Cámara de Diputados es aburrida en televisión,
en comparación a la acción de un conflicto bélico
con bombas y gente matándose. Eso es más llamativo,
es decir, vendible.
La violencia sirve varios propósitos
y esto es obvio desde el once de septiembre.
Los medios masivos de comunicación,
más que los acontecimientos mismos, laboran sutilmente para
el gobierno al crear la idea de inseguridad, de amenaza pública.
Eso le resta poder a la ciudadanía que por miedo se lo cede
al Estado. Luego, se cancela la imagen de inseguridad para volverla
a resucitar cuando haga falta (es decir, cuando el gobierno se sienta
débil o vulnerable o necesite distraer a la población)
como un asunto nuevo y sensacional, en perfecta orquestación
con los discursos oficiales.
La idea es clamar y legitimar el
uso de la violencia al grado de convertirla en realidad, cuando
es inexistente.
Pese al sombrío escenario
que describo, hay esperanza pues en ocasiones la violencia provocada
se sale de la manos de sus propios protagonistas, quienes pierden
el control. Las aguas se revuelven tanto que llegan a beneficiar
a terceros imprevistos. Eso sucedió en la Segunda Guerra
Mundial, en la Independencia de India, en la Revolución China,
en la guerra de Vietnam, en Chiapas con el Ejército Zapatista,
en Venezuela con Hugo Chávez...
Siempre se sabe como comienza una
guerra, pero nunca cómo va a terminar.
Por fortuna, existe escape de esa
maquinaria de control mental que son los medios masivos de comunicación,
pues junto con la aparente estabilidad institucional nace su opuesto:
el fermento popular.
Con la manipulación de unos
cuantos también crece el escepticismo de las mayorías
y frente a la coerción del gobierno se planta la resistencia
de masas, como sucedió con el reciente y fallido golpe de
Estado en Venezuela.
La prensa no puede ignorar por completo
las realidades que afectan a millones de ciudadanos cotidianamente
y esperar ganarse la confianza del público.
Al igual que la gente, los medios
masivos de comunicación se resisten a la manipulación
total.
La realidad, de repente, se cuela
por debajo del maquillaje y convence más a las masas que
la propaganda o el clima tendencioso que se quiera crear...
Milagrosamente aún sobrevive
eso que llamamos "espíritu humano".
Referencias:
CHOMSKY, NOAM; Dieterich, Heinz,
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Graciela
Barabino
Reportera de las revistas Contenido y
Actual |