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2003

 

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A Propósito de Prólogos
 

Por Hilde Sotomayor
Número 33

A propósito de prólogos
El prólogo de un libro tiene por lo menos tres principales y luminosas funciones: Dar lustre o acreditar a un nuevo autor, dar lustre o acreditar al prologista y dar lustre o acreditar al libro en sí. El prólogo ofrece un pequeño escenario donde puedan brillar -hasta donde sea humanamente posible-- estas tres componentes o protagonistas. Con frecuencia quedarán en la sombra o brillarán por su ausencia, una cuarta función --al parecer totalmente secundaria-- la de orientar al posible comprador e impulsarlo a su lectura.

Influyen muchos factores al escoger un prologista. Ocasionalmente si el escritor es novato y se encuentra inmerso en la incertidumbre, atrapado en bajo y alta autoestima intermitentes; escribirá su propio prólogo. Si el autor es novato pero audaz y ambicioso, buscará una pluma ya reconocida de alguien quien con su sola firma aumentará "ipso facto" el valor del libro en cuestión.

Generalmente -haciendo acopio de su audacia-- dará a leer su preciado texto a un Ya Famoso del mundo de las letras con la tímida petición de que le conceda el incuestionable honor -el favor-- de un prólogo, extendida por su talentosa pluma. Tartamudeando dirá que sin duda el "Ya Famoso" ha sido su suprema inspiración para llevar a cabo éste: su primero y humilde esfuerzo literario.... y que por supuesto ya ha leído absolutamente TODA su obra literaria. A continuación vendrá una espera intolerable por larga y dolorosa. ¿Cómo --y ¿cuándo?-- reaccionará el "Ya Famoso"? ¿Aceptará? ¿Engalanará mi libro con su firma? ¿Hablará bien de mí y de mi talento? Y... ya soñando... ¿Su prólogo me lanzará a la fama? ¿Aumentará la venta del libro? Y -sobretodo-- ¿intimidará u orientará a los críticos?

Para el Ya Famoso la petición desde luego halaga pero a la vez puede incomodar en extremo. No hay la misma libertad de la que goza el crítico. No es posible expresar ninguna opinión en detrimento del libro. Detractar en el curso de un prólogo simplemente no procede. También puede resultar incomoda la necesidad de leer en su totalidad a dicha obra. ¿Cuántos libros de los consagrados tiene ya a medio leer apilados sobre su escritorio? Francamente el tiempo no le sobra. También, como el nuevo autor es aún desconocido, no queda claro si es bueno o no: si será aceptado o no por los críticos, por el público, y por los editores; y de allí si será bueno o malo elogiar la obra. De seguro, el Ya Famoso se pregunta si no se quemará al apoyarlo. O, en caso contrario, si no estará perdiendo una gran y poco frecuente oportunidad de ser él quien ha descubierto, reconocido, y propulsado a un nuevo genio de las letras.

Ante la duda optará por el fácil recurso de la ambigüedad en sus conceptos, por pequeñas dosis de erudición, y por el tan socorrido recurso de aprovechar ese espacio para hablar de sí mismo -de su propio estilo, de su propio logro literario y de sus ya lejanos inicios en el difícil mundo de las letras--. De seguro acabará con un cálido pero reservado elogio del autor, de su buen esfuerzo y de su texto.

Con suaves y paternales palmaditas de tinta dirá que el autor "promete". Aquí prometer no empobrece ni al novato y mucho menos al Ya Famoso. Al contrario -le dará un aura de generosidad que lo libra a la vez de todo compromiso--.

Pero la cosa cambia cuando se trata de proveer de prólogo al libro de un escritor ya reconocido. Aquí no hay dudas, ni se requiere de expresiones ambiguas. Al prologar la obra nueva de un consagrado es válido recurrir al talento propio. Por principio la tarea constituye más que un halago, un honor. Y gracias a tal honor el prologista puede dar rienda suelta y lucir su buen manejo de la palabra y su propia educación literaria. Cumplidos estos aspectos, cumplida la grata tarea --si aún queda espacio disponible-- siempre son buenas las anécdotas personales de cómo, cuando, donde y porqué se conoció al autor. Así se prolonga el prólogo, se amplia el escenario y se podrá hablar bien de uno mismo sin mostrarse vanidoso.

Ya vemos cómo, con ciertos trucos literarios, el prologista promueve al autor y a la vez a sí mismo.

Ahora bien, promover al libro en sí, puede resultar un poco más difícil. Resulta vedada la posibilidad de " dar a conocer" el objeto. No se permite contar de antemano ni condensar lo que cuenta el libro. Sólo puede elogiar sus cualidades, o aludir a algún aspecto novedoso que tenga SIN concretar nada... SIN mención directa. Aquí cabe lucir su propia cultura de literato: Análisis de estilo, ponderación del contexto y en su caso del mensaje, ubicación histórica o geográfica incluyendo comparaciones con literatura clásica y/o letras contemporáneas, clasificación dentro de corrientes mundiales ya existentes o anuncios del nacimiento de una posible nueva corriente literaria.

Y también existe el caso del autor no novato, pero aún en ciernes, quien para su próximo libro suele verse en problemas. Por la premura de publicar otra obra, recurre no al Famoso, sino a cualquier amigo --que por compromiso de la amistad-- cumplirá gustoso y rápidamente con el encargo. Entregará un texto sucinto y elogioso, hablará poco de sí mismo por aquello de El Tiempo es Oro, y hablará bien de uno por aquello de que la amistad, es la amistad. Además, el autor y amigo: ¡ya se lo ganó!

No cabe duda que hay prólogos que mueven hasta las lágrimas. Algunas veces al lector pero siempre al autor ya que resultan más elogiosos que lo soñado o --tristemente-- resultan menos elogiosos de lo deseado.

Los autores nos sentimos artistas. Somos seres hipersensibles en eterna búsqueda de la admiración ajena. De allí aprovechamos cualquier oportunidad de lucirnos aún al riesgo de la crítica ajena.

Dicho lo cual, para concluir, sin necesidad de más palabras presentaré cinco prólogos. Los cinco son favoritos míos (por razones que pronto usted adivinará).

Sabemos que para muestra basta un botón. Por tanto ofrezco como un buen cierre a todos los conceptos anteriores los cinco botones siguientes:

Muestra I
Pépsico y unos cuantos cuentos más... (Páginas 5 y 6)
SI USTED PRACTICA el ocioso, feo e inútil vicio de reducir la vida y sus múltiples y a veces maravillosas manifestaciones a simples palabras, este librito de cuentos podría llamarse así: un libro "circunstancial".

Resulta que después de más de cuatro décadas de plácida domesticidad al lado de mi esposo, me sobrevinieron algunas circunstancias desgastantes (achaques, golpes de la vida y demás) entre ellas quizá la menos importante: un inexorable aumento de edad que, después de ocho lustros había llegado a niveles alarmantes y que, de alguna manera, contribuyó a despertar en mi ánimo un impulso creador algo tardío. Desde entonces, sin inhibiciones, sin pudor, sin modestia, en lugar de contemplar, incursiono.

Apunto, pinto piedras, coso, opino, leo y escucho de una manera nueva; una manera que yo pretendo sea original. Laboro bajo la tiranía del ahora o nunca... y vivo buscando un campo propicio para dejar en el espacio y en el tiempo que me tocan, algunas huellas mías.

Espero que mi urgencia compense de alguna manera una molesta y franca mengua de energía y me permita aún algo de productividad.

Así es que -sin más- y como se dice ahora: ¡Órale! Aquí están mis cuentos.


Muestra II
La Vida en Salsa... Agridulce (Página 7)
Introducción
Si alcanzamos la sabiduría suficiente para ignorar los sinsabores de la vida, si aprendemos que de la existencia lo dulce atenúa lo agrio y lo agrio realza lo dulce quizá logremos hacer de la vida un buen guiso, vaya, hasta sabroso y en cantidad suficiente para --con suerte-- compartirlo. Al ofrecer al lector estos cuentos comparto un poco de mi vida. Mi deseo es que nutren en algo nuestra existencia, nuestro paso por este escabroso y a veces desgastante mundo... tantas veces bondadoso, tantas veces cruel.

Muestra III
La Vida en Salsa... Agridulce (Solapas)
Los cuentos de Hilde Sotomayor
Francamente la lectura de los cuentos de Hilde me han llenado de pesares: Viví como un vecino suyo, en casas adjuntas durante más de dos décadas, sin percatarme de su aguda capacidad de ver en la vida, y en nosotros, el detalle chusco, el instante peculiar que normalmente pasa desapercibido. Cuantas veces no habré, simplemente, hecho el ridículo... Para ella, escéptica contumaz, según ahora veo, la vida tiene otros ángulos frecuentemente tragicómicos, que atesora para plasmarlos oportunamente en sus cuentos. ¿O no nos vemos retratados en algunos de ellos? A saber que tantas otras escenas dramáticas le habremos inspirado ingenuamente, y las tenga en su talega para atizárnoslas oportunamente.

Hoy le envidio también la enorme riqueza de su paleta idiomática, capaz de ir dando la pincelada. Y eso, --qué rabia--, que su lengua original no es el español. ¿Qué pasará cuando, lógicamente, se lance a escribir en su inglés universal, si ahora nos pasma tomando prestada nuestra lengua? Para mí es una desgracia percatarme que estoy aquí desde hace cien años y no puedo como ella, que a penas lleva un puñado entre nosotros.

Pero por otro lado puedo afirmar que he gozado con el desenlace inesperado y la ironía suprema de estos "retratos", que no son otra cosa, que hoy ella hace de nosotros, los mexicanos, a los que tiene el privilegio de analizar. Suele afirmarse de ella que, después de tantos años, es más mexicana que nosotros. Mentira, es justamente desde ese pedestal transcultural que Hilde ha podido atalayarnos para hoy entregarnos sus cuentos como un espejo.

Germán List Arzubide
(Premio Nacional de Arte 1997 Literatura)

Muestra IV
Cuento, Relato y Alegato (Páginas 7 y 8)
Introducción
¿Por qué escribir?
En general se escribe para compartir lo más valioso de nosotros mismos; nuestro sentir y pensar. Así investimos de algún significado nuestra existencia. Por supuesto, hay tantos motivos particulares para escribir, como personas ponen en ristre un modesto bolígrafo.

Es posible detectar dentro del género humano dos grandes categorías de escritores: los de talento que escriben por pura inspiración y los sin talento que escriben por pura ilusión. De los primeros, no hay nada que decir. A ellos, las palabras simplemente les hacen los mandados. Las manejan a su antojo, y casi siempre con excelente resultado. Escriben por necesidad, porque nacieron para eso. Como vuela un pájaro, como nada un pez, como crece la hierba. Está en su naturaleza.

Sobre los demás --los que escriben sin ton, ni son ni don--, cabe hacer algunas reflexiones. Mientras los primeros escriben por grandezas, éstos lo hacen por poquedades, por fruslerías como: aspirar a ser un poquito más de lo que son; aspirar a una tajadita de inmortalidad; vivir un poco más allá de nuestra cotidianidad; miedo a no hacer ni ser nada; creer que nuestra verdad es universal, y de allí digno de compartirse.

Hay quienes escriben con el propósito de ser útiles. Son quienes realmente tienen algo que decir. También hay quienes escriben por puro placer. Gozan con acumular palabras y atestar los conceptos con ellas. No falta quien escribe con el solo afán de cosechar aplausos, y final, y desgraciadamente hay quienes escriben por necios.

Antes de caer en lo último, mi modesto bolígrafo y yo hacemos mutis.

Hildegard Albrecht Vda. de Sotomayor

Muestra V
Cuento, Relato y Alegato (Páginas 9,10,11,12,13)
Prólogo
¿Por qué escribir? pregunta Hildegard Albrecht y ella misma responde "Por necesidad, porque nacieron para eso. Como vuela un pájaro, como nada un pez, como crece la hierba. Está en su naturaleza".

Después de Pépsico y unos cuantos cuentos más, 1992 y de La Vida en Salsa... Agridulce, 1998, se adentra Albrecht por este Cuento, Relato y Alegato con seguridad, como el pájaro adulto que puede volar sin temor a grandes alturas o como el pez, que conociendo la laguna, se aventura a mayor profundidad.

Ha consolidado un estilo que le es propio, sobrio, escueto. En su pluma la narración transcurre con simple elegancia, sin innecesarios recovecos literarios, sin reflexiones que abunden en lo que, finalmente pertenece al ámbito de las impresiones del lector, como si tendiera un sedal cuyo anzuelo tragamos distraídos, inadvertidos de la fuerza con que habrá de atraparnos. Me atrevería a hablar de un estilo minimalista cuya belleza depende de la economía de elementos que lo componen.

Más allá de la forma, resulta necesario adentrarnos en el contenido. Cuando un escritor empieza a escribir, o al menos a publicar, llegado ya a la plena madurez, surge espontáneamente la pregunta: ¿por qué ahora y no antes? Como es el caso de Albrecht y de otros muchos escritores, se podría responder "porque antes estaba ocupada viviendo". Ese vivir representa el tiempo para experimentar, para acumular vivencias, emociones e ir construyendo un acervo que, llegadas la paz... y la soledad podrán ser devueltas a la vida en forma de historias.

Ninguna duda cabe de que el mundo de la mujer, al menos hasta el fin del siglo recién pasado, ha estado centrado más en lo micro que en lo macro.

Me lleva esto a recordar a una pareja de pie frente a la inmensidad del gran cañón: "¿Has visto algo más imponente?" dice él, ella distraída le muestra una pequeña flor que acaba de alzar del suelo: "Sí... ¿has visto algo más perfecto?". Le responde.

Es con esa visión que Hildegard escoge sus temas. Rescata, como quien recoge pequeñas flores, la historia de una mujer que compraba "liendres" con la esperanza de recibir una caricia materna; la historia triste de un hombre exitoso; la clásica confusión que nos embarga cuando alguien nos saluda amablemente y no podemos identificar ese rostro; la forma en que un grupo de mujeres interpreta los chillidos de una ardilla de acuerdo con las propias carencias. Cuenta la historia y la deja allí para que cada uno de nosotros rescate lo que pueda. No dice cómo muchos seres humanos arriesgan su propia integridad y autoestima para obtener un poco de amor, pero el asunto está allí. No dice cómo hemos dado por buenos los factores del éxito impuestos por nuestra sociedad, para encontrar al fin que no hemos obtenido el único éxito posible, la felicidad; pero está allí. No dice tampoco, cómo muchas veces tenemos miedo de ofender, de no complacer y preferimos vivir una situación incómoda por no decir, "perdón, pero creo que no nos conocemos" y también eso está allí en el cuento. Tampoco habla explícitamente de los fantasmas que pueden atormentar a un grupo de "despreocupadas amigas", pero allí están, arquetipos de las mujeres de hoy. Sólo me pregunto: ¿La ardillita dejó de gritar porque ella sí solucionó su vida, o porque se la comió el gato?
Historias mínimas que muestran situaciones de importancia psicológicas y social, coleccionista de anécdotas de apariencia intrascendente que son un tributo a la inteligencia y la sensibilidad del lector.

En la segunda parte "...Relato", encontramos otras historias, otros personajes, otras situaciones que reiteran la finura con que esta coleccionista de retazos cotidianos nos comparte en forma clara y amena su vivencias hasta llevarnos a su "...Alegato" que culmina con su "Breve manual para el rescate y ejercicio del machismo mexicano". Reclamo que podrían compartir un buen número de mujeres que en nuestro gran territorio continúan viviendo bajo el lema de "...sigo siendo el Rey". Sin embargo, querida Hildegard, me remito a la breve historia "A veces" para recordarle como doña Cristina que "yo creo que el hombre es básicamente bueno... a veces...".

María Gabriela Dumay
Cuernavaca, febrero del 2002

A manera de colofón -que espero no me pisen-- sólo diré que, como todas las actividades humanas, la de escribir y por ende la de escribir prólogos, abarca toda la gama de sentimientos desde los más negros y viles hasta los más puros y nobles.

¿Quién de nosotros no cobija en algún lugar recóndito de su alma de artista el deseo (no siempre articulado) de que algún día alguien nos solicite un prólogo para dar lustre con nuestro sólo nombre e ipso facto a un nuevo, valioso, o hasta invalorable esfuerzo literario? -Novato o no. Famoso o no. Al fin, para lucir dotes supuestos o reales, lo mismo da.


Hilde Sotomayor
Sociedad de Escritores de Morelos