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Abril - Mayo
2004

 

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Visiones de una Caída.
Cine Yugoslavo de los Noventa
 

Por Abel Muños
Número 38

Hablar del cine yugoslavo de los noventa tiene la particularidad de referirse al cine de un país que dejó de serlo en ese tiempo. Para utilizar como referencia a Ivo Andrich (el más representativo de los escritores de esa antigua nación1), es —al menos— la filmografía de la caída de un puente.

Yugoslavia, como se puede inferir de su nombre, era principalmente un país de eslavos: serbios, croatas, bosnios, montenegrinos (que comparten una lengua), eslovenos y macedonios. Pero además gitanos, húngaros, albaneses y otros. Un verdadero crisol para el que se había inventado una megaidentidad como eslavos del sur por sus pueblos mayoritarios. Esa filiación por sobre lo étnico nunca estuvo sustentada sino a través de una fuerza que venía de Belgrado. Cuando Tito murió comenzaron las luchas y cuando el comunismo dejó de ser una fuerza real se desbocaron.

El arte, ahora exyugoslavo, reflejó tanto los odios, como la desesperanza o el deseo de paz. Y en celuloide dio una de sus expresiones más memorables2. Este recorrido pasará del cine a las interrelaciones étnicas e históricas de los Balcanes occidentales.

De puentes a túneles
La crónica de Un puente sobre el Drina de Ivo Andrich comienza con un “serbio” (cristiano ortodoxo de Bosnia) empalado. Castigo ejemplar para serbios y “turcos” (musulmanes bosnios) impuesto por los representantes del visir otomano. Para los serbios por intentar sabotear la gran obra pía que el máximo otomano ha decidido realizar en Visegrado; para los turcos por no ser duros con los esclavos serbios que deben servir a los otomanos y a Dios. Finalmente, el puente se tiende abriendo una ruta de Sarajevo hasta Estambul.

Ese monumento ve pasar a los otomanos, oleadas de guerrilleros serbios, a los austrohúngaros que rescataron el territorio de los turcos; ve las alianzas entre las religiones (las tres monoteístas) ante diversas desgracias; ve las nuevas luchas nacionales sudeslavas. La historia termina cuando un viejo musulmán muere de un ataque al corazón camino a su casa, durante una guerra entre Austria y los yugoslavos, justo después de que una explosión vuela la séptima columna del puente y destruye su tienda. Sin embargo tal vez el verdadero final es el primer capítulo: el puente sigue ahí —al menos en 1945, cuando la novela se publicó por primera vez.

Es como si terminara con Yugoslavia en pie. Como si Andrich decidiera guardar silencio, para acentuar la seguridad que tenía en el gran futuro que tenía su país.

La siguiente parte de la historia no es gloriosa y otro bosnio la cuenta con mayor desenfado. Emir Kusturica, en Underground, narra cómo un grupo de personas, terminada la Segunda Guerra y tras su participación activa en la formación de Yugoslavia, vive en túneles durante años. Un eminente político y excombatiente (Marko) las mantiene allí fabricando armas para una supuesta guerra interminable; de esta fábrica clandestina se enriquece. En este bajo tierra está gran parte de lo que el director calla con mucha intención.

Cuando algunos de los habitantes de los túneles deciden huir para combatir activamente en la guerra que ha durado (según ellos) tantos años, aparecen justo en la filmación de una película que, al mejor estilo de la historia oficial de cualquier país, tergiversa la historia haciendo enormes y absurdos a sus héroes (una especie de rambos combatiendo a los nazis en una película dentro de una película al mejor estilo de Hamlet). Los prófugos matan a un actor haciendo de nazi y descubren todo el engaño para quedar perdidos justo en medio de la guerra fratricida que desmembró a Yugoslavia. El escenario posterior son muertes, cruces rotas y sillas de ruedas ardiendo.
Pero la apuesta central de Kusturica es un loco. El antiguo encargado de un zoológico, que termina buscando Yugoslavia en un túnel donde camiones de cascos azules lo llevan a Alemania: a Europa. Allí este loco, desolado, comienza a buscar de nuevo su país. Aquí está el silencio de Kusturica. Justo antes de terminar su historia en el cielo, en un islote que no puede ser parte del mundo, donde todo es paz y reconciliación. Un sarcasmo a rajatabla y, tal vez, un segundo lamento del director.

Belgrado
La capital de ese expaís multinacional3 en el tiempo de los túneles con que termina Underground, está retratada en El polvorín de Dejan Dukovski y Goran Paskaljevich. Belgrado fue la capital del fin del mundo yugoslavo, comunista, del siglo XX, etc. Y es en esta ciudad donde se desarrollan la obra de teatro de Dukovski y su adaptación al cine, por parte del serbio Paskaljevich. ¿De qué manera se puede representar una ciudad múltiple y multiforme sino como un gran teatro?

La ciudad de Belgrado de El polvorín, es atestiguada por unos italianos en viaje de bodas que apenas entienden lo que sucede a su alrededor cuando suben a un autobús. Pero sobre todo es el lugar donde una familia bosnia con un hijo que quiere encontrar un mejor camino para sí que seguir los pasos su padre termina perseguido por los serbios, donde dos amigos se descubren sus más antiguos secretos terminan en una lucha sangrienta o el lugar al que regresa un migrante (con una fortuna amasada en Estados Unidos) a buscar al amor de su vida. De estas imágenes, puede tentarnos como familiar el bosnio perseguido por los serbios, aunque en realidad las otras son tan comunes que no retratan sólo a Yugoslavia. Y eso es Belgrado, una gran ciudad de tercer mundo, es decir una gran ciudad como todas las grandes ciudades: un mundo de realidades empalmadas entre el concreto. Esta obra de teatro y película se vale de pequeñas historias para abordar como “personaje principal” una ciudad. Paskaljevich, aprovecha la lógica teatral para darle un sabor especial a este filme y para presentar de una manera relativamente natural un recuadro barroco, donde resulta fácil extraviarse.

Círculos rotos
Si bien Belgrado fue la capital del fin de la Federación Yugoslava, fue en la periferia donde sucedieron los actos más llamativos de estas guerras balcánicas. Bosnia Herzegovina fue el centro de atención que llamó al mundo hacia la región.

Durante la guerra de Bosnia (1992-1995) los chetniks hicieron nuevos intentos por eliminar todo lo que no fuera serbio en ese país4. En esos intentos aislaron a todos los bosnios que pudieran ser soldados —incluyendo niños que pudieran cargar un arma— en las ciudades, mientras llevaban a las mujeres a campos de refugiados. En un Sarajevo de estos tiempos se desarrolla El círculo perfecto de Ademir Kenovich.

Un poeta incapaz de hacer más poesía que imaginarse colgado en cualquier árbol poste o edificio, Hamza, encuentra a dos niños en su departamento. Estos llegaron a Sarajevo después de que los chetniks hicieron una matanza en su aldea y escaparon. La familia de Hamza (su mujer y su hija) fue evacuada. La película pasa de una historia bastante común de un adulto ablandándose con niños, a un intento por hacer que los niños consigan salir del territorio bloqueado por los serbios para llegar a un campo de refugiados. Uno de los niños, Kerim, además de no poder hablar sólo puede dibujar círculos deformes. Al final muere baleado; Adis, su hermano, escapa después de matar a un soldado serbio. Hamza se queda en Sarajevo atrapado no solo en su laberinto adorniano5, sino en ese círculo informe.

Poco más vieja es Antes de la lluvia la película de Milcho Manchevski donde el director advierte constantemente por medio de graffiti y de gravados que “el círculo no es perfecto”. Lo que en primer lugar remite a la estructura de la película, pero sobre todo a Macedonia, periferia de la periferia balcánica. Un país del que no sabemos nada pero que sufrió también su separación de Yugoslavia.

Mucho antes de la guerra de Kosovo (1999), Manchevski aborda las relaciones problemáticas con los albaneses. Antes de que nadie se fijara en los albaneses de Yugoslavia, ya había problemas con ellos. Incluso algunos personajes destacadísimos, como Andrich compartían los prejuicios generalizados contra ese grupo (según lo que sostiene Claudio Magris).

Manchevski después de años en Estados Unidos visita su tierra natal, ahora un país, y lo que ve inspira esta obra. Él queda claramente representado por Aleksander: un fotógrafo que llega a Macedonia y muere allí en un conflicto interétnico, pero registra con su cámara acontecimientos posteriores a su muerte.

¿Qué es lo que fotografió? La muerte de Zamira, una joven albanesa que huye de su familia, se refugia en un convento ortodoxo y es protegida por Kiril, un joven novicio con votos de silencio. Después de que sus hermanos llegan al convento buscándola son los monjes quienes la descubren y mandan a Kiril con ella camino a Skopje. En la huida los albaneses los encuentran y, cuando Zamira intenta aprovechar la confusión para escapar, uno de sus hermanos la mata. Mientras agoniza a los pies del pope, le pide sin una palabra que no llore su muerte.

Aquí el otro círculo que no cierra. En realidad es el mismo en ambos casos. Tal vez cuando se pueda llorar una muerte se cierre y la poesía será viable de nuevo.

Paz sobre minas
De nuevo, es en la periferia más conocida donde cierra —hasta ahora— la historia de la exYugoslavia. Tierra de nadie sucede en los tiempos de los cascos azules intentando controlar la violencia entre bosnios y serbios. Danis Tanovich, una especie de autor total, más allá del humor corrosivo con que hace que cada casco azul francés pregunte a todos sus interlocutores Parlez-vous français? y termine invariablemente hablando en inglés, centra su propuesta es una alegoría sobre el destino, al menos inmediato, de su pueblo.

Durante un combate algunos bosnios y algunos serbios terminan dentro de una trinchera. Finalmente quedan sólo un serbio y dos bosnios, uno de ellos sobre una mina. Las tropas de la ONU, llegan a intentar resolver esta situación. La prensa los sigue, se entera de la situación exacta dentro de la trinchera y espera que los cascos azules no sólo saquen a los combatientes de allí sino que rescaten al soldado sobre la mina. Este artefacto resulta ser una de esas maravillas estadounidenses: efectivísimo para matar pero imposible de desactivar —casi, en sí misma, una metáfora del militarismo norteamericano. Una vez fuera de la trinchera, tanto el bosnio como el serbio mueren frente a las cámaras de televisión. Y, ante la imposibilidad de desactivar la mina, los militares de las fuerzas de paz, arman un operativo mediático en que rescatan un cadáver en vez del soldado bosnio que se queda abandonado en sobre un artefacto que reventará en cualquier momento.

Por lo pronto no se puede ir más lejos. La nuevas naciones yugoslavas están encontrado sus destinos (por ejemplo, Eslovenia se incorporará a la Unión Europea en breve). Mientras, sus artes seguirán valiéndose tanto de las luchas originarias como de nuevos temas —incluso habrá quien asegure que las guerras de los noventa serán un tema agotado—.
Probablemente Bosnia y Kosovo sigan en tensión constante durante mucho tiempo y Belgrado siga siendo una ciudad importantísima (más que Sarajevo o Zagreb) en el mundo eslavo del sur. Pero lo cierto es por ahora no se han vuelto a tender muchos puentes y, que el islote de Kusturica todavía no llega a buen puerto. Ya habrá tiempo.


Notas:

1 Andrich fue un entusiasta de la formación de la Nación Yugoslava y lo reflejó en sus obras capitales, como Un puente sobre el Drina. En particular al destacar a Bosnia, su tierra natal, como el vínculo entre todas las yugoslavias: un crisol de Oriente y Occidente y un símbolo, en su propia historia, de la historia de toda la unión.
2 Las cintas que son objeto de este trabajo fueron producidas entre 1994 y 2001 (posteriores a las independencias de 1992); aun así he decidido valerme de una imprecisión histórica como genérico: los años noventa. Lejos de ser exhaustiva, esta exposición se limita a unos pocos entre los títulos que tuvieron relevancia internacional.
3 Yugoslavia, como lo hace Rusia y como lo hizo Austria-Hungría, distinguía naciones y nacionalidades entre sus habitantes. Así los croatas, eslovenos y serbios eran naciones. En 1943 y en 1971 se reconocieron las naciones macedonia y bosnia (musulmanes de Bosnia y Herzegovina), respectivamente. Pero los albaneses o los húngaros eran nacionalidades.
4 Se ha llamado chetniks a los serbios que han intentado eliminar las influencias musulmanas y croata en Bosnia-Herzegovina y purificar Serbia. La palabra deriva de la expresión Chista Srbija: Serbia Pura. En 1941, bajo el dominio nazi, organizaron grandes matanzas en Bosnia; en 1992, opuestos a la independencia y azuzados desde Belgrado, fueron los primeros agresores.
5 La incapacidad del poeta para la poesía recuerda de algún modo, pero sobre todo amplía, la frase Adorno sobre el sinsentido de la poesía después de Auschwitz.


Referencias:

ANDRICH, Ivo. Un puente sobre el Drina, Ediciones Orbis, Barcelona, 2ª edición, 1985.
MAGRIS, Claudio. “El puente hundido de Ivo Andrich” en Utopía y desencanto. Historias esperanzas e ilusiones de la modernidad, Anagrama, Barcelona, 2001, páginas 254-258.
MAZOWER, Mark. Los Balcanes, Mondadori, Barcelona, 2001.

Antes de la lluvia
(Pred dozhdot, Macedonia, Francia, Gran Bretaña, 1994). Dirección: Milcho Manchevski. Guión: Milcho Manchevski. Música: Zlatko Orgjianski, Zoran Spasovski, Goran Trajkoski. Con Grégoire Colin (Kiril), Labina Mitevska (Zamira), Radé Sherbezhija (Aleksander) y Katrin Cartlidge (Anne).
El círculo perfecto (Savrsheni krug, Bosnia Herzegovina, Francia, 1996). Dirección: Ademir Kenovich. Guión: Ademir Kenovich, Abdulah Silan y Pjer Zalica. Música: Esad Arnautalich y Ranko Rihtman. Con Mustafa Nadarevich (Hamza), Almedin Veleta (Adis) y Almir Pogdorica (Kerim).
El polvorín (Bure baruta, Yugoslavia, Macedonia, Francia, Grecia, Turquía, 1994). Dirección: Goran Paskaljevich. Guión: Dejan Dukovski, Goran Paskaljevich, Filip David y Zoran Andrich. Música: Zoran Simjanovich.
Tierra de nadie (No Man’s Land, Bosnia Herzegovina, Eslovenia, Italia, Francia, Gran Bretaña, Bélgica, 2001). Dirección, guión y música: Danis Tanovich. Con Branko Djurich (Niki) y René Bitorajac (Chiki).
Underground. Érase una vez un país (Underground. Bila jednom jedna zemlja, Francia, Yugoslavia, Alemania, Hungría, 1995). Dirección: Emir Kusturica. Guión: Dusan Kovacevich y Emir Kusturica. Música: Goran Bregovich. Con Miki Manojlovich (Marko), Lazar Ristovski (Chrni/Petar Popara) y Mirjana Jokovich (Natalija).


Abel Muños Henonín
Licenciado en ciencias de la comunicación por la Universidad Iberoamericana, actualmente investigador en la cinética nacional. México.