Razón y Palabra Bienvenidos a Razón y Palabra.
Primera Revista Electrónica especializada en Comunicación
Sobre la Revista Contribuciones Directorio Buzón Motor de búsqueda


Abril - Mayo
2004

 

Número actual
 
Números anteriores
 
Editorial
 
Sitios de Interés
 
Novedades Editoriales
 
Ediciones especiales



Proyecto Internet


Carr. Lago de Guadalupe Km. 3.5,
Atizapán de Zaragoza
Estado de México.

Tels. (52)(55) 58645613
Fax. (52)(55) 58645613

Ser o No Ser: ¿Eso es la Clonación?
 

Por Jorge Barello
Número 38

Ser o no ser uno mismo no parece una cuestión menor. Podría pensarse que en los tiempos que corren (nunca mejor empleado el verbo correr) ya nada logra sorprender a los integrantes del rebaño humano. Eterno náufrago sobreviviente del ciberespacio y palpador incansable de la realidad virtual, el hombre posmoderno impresiona ser víctima de una anestesia general de los sentidos.

Sin embargo, aun inmersos en esa desenfrenada aceleración de la historia, algunas noticias logran -o al menos deberían- hacer parpadear la conciencia de la especie humana para no caer en la tentación de transformarse en un investigador omnipresente que se afana en descubrir las huellas digitales de Dios. Porque, no es desatinado pensar que el conocimiento del genoma humano podría enfrentarnos al dilema de ser o no ser.

Es que, a medida que nos internamos en la llamada era de la genética, se despliega un abanico infinito de posibilidades tan seductoras como amenazantes: desde la modificación de alimentos y el desarrollo de nuevos fármacos, hasta la duplicación de material hereditario para prescindir de donantes de órganos. Finalmente, todo puede terminar en la tan atrapante como omnipotente clonación humana: ni más ni menos que el duplicado genético de una persona cuya subjetividad se ve seriamente amenazada, porque identificado el genoma humano, los humanos podrían perder su identidad. Más allá de lo posible o probable que resulte esta presunta conquista científica, existe un apremiante riesgo potencial: podría descubrirse la parte más secreta de la intimidad de las personas.

Esta vertiginosa evolución del conocimiento científico tiene, entre quienes lo apoyan, un nutrido grupo de afiliados. Se trata, en muchos casos, de destacados personajes en las más diversas disciplinas cuya opinión merece -al menos en primera instancia- ser considerada.

Así por ejemplo, el biólogo molecular Lee Silver de la Universidad de Princeton, sostiene que la salud, la esperanza de vida, la apariencia física y hasta la personalidad de los seres humanos podrían modificarse a través de la manipulación genética. Por su parte James Watson, quien hace cincuenta años obtuvo el premio Nobel por describir la estructura del ADN, sostiene que "no hay nada de malo" en la hipótesis de mejorar a los seres humanos a través de intervenir sobre sus genes.

Desde el vértice de una mirada diferente, el economista Lester Thurow se pregunta casi irónicamente "a qué padres no les gustaría incrementar en 30 puntos el coeficiente intelectual de sus hijos".

Frente a semejantes planteos, se multiplican los interrogantes: ¿qué estará escondiendo este aparente progreso que apunta a mejorar al hombre como tal?, ¿estamos asistiendo a una metamorfosis de la definición de persona?, el hombre-sujeto ¿se estará transformando en hombre-objeto?

Es verdad que en muchos países ya existe la selección genética. Hay parejas que interrumpen el embarazo frente al diagnóstico de una malformación congénita en el feto, o cuando el sexo del futuro bebé no coincide con sus expectativas. Estas conductas o actitudes, dependen indudablemente de la relación que cada uno establece con los valores, algo tan sencillo como preguntarse a sí mismo qué está bien y qué está mal.

Todo parece demostrar que existe un conflicto entre moral y ciencia. Casi imperceptiblemente son superados los tenues límites entre la intención de eliminar la enfermedad y prolongar la vida, con aquel deseo subliminal de diseñar un individuo ideal y de creer que la eternidad y la inmortalidad son posibles.

El filósofo argentino Santiago Kovadloff sostiene que el proyecto apunta finalmente a que las personas tengan un duplicado de repuesto que -frente a la decadencia- sustituya la versión envejecida por un nuevo clon. Kovadloff compara aquello magistralmente descripto por Stevenson con la hipótesis del doble antagónico (Dr. Jekill y Mr. Hide), con la intención actual del hombre posmoderno que proyecta encontrar el doble idéntico; es decir, una nueva versión del original pero que lamentablemente no cumple con el criterio de individualidad. Quizás resulte premonitorio recordar el final de aquella historia cuando el científico pierde el control de su propio producto y debe pagar con su vida el trágico experimento.

La filosofía aparece entonces tan empeñada en encontrar respuestas como en hilvanar preguntas frente a la duda existencial de ser o no ser planteada por la clonación. Opiniones antagónicas y controvertidas abonaron el camino por el que transitó una discusión cuyo punto más alto fue, seguramente, el intenso debate que protagonizaron Jürgen Habermas y Peter Sloterdijk. “La filosofía debe tomar conciencia del ingreso a la era de la antropotecnia”, declaró Sloterdijk, a lo que agregó que "la falla en la democracia social deja ahora a la ingeniería genética como el único medio para que la humanidad mejore su suerte".
Habermas no tardó en responderle a su colega alemán catalogando su visión de fascista, para reclamar luego la necesidad de “ejercer una actitud restrictiva sobre la intervención en el genoma humano", y aconsejar finalmente la participación estatal para regular este asunto.

En su libro "El futuro de la naturaleza humana" Habermas aborda estas tormentosas cuestiones y se pregunta con especial preocupación cómo transformarán las personas la visión de si mismas frente a la clonación. Por otra parte, cuestiona la legitimidad del derecho paterno para actuar sobre alguna característica genética de sus futuros hijos, y finalmente se plantea si un adolescente podría exigirle explicaciones a sus padres por el arsenal genético que recibió para enfrentar la vida.

Sólo por un momento imaginemos la habitual rebeldía adolescente, ahora esmaltada de nuevos reclamos y reproches policromáticos por la herencia genética que intencionalmente le fuera asignada. Aunque, no puede descartarse que la selección permita a los padres reducir al máximo el espíritu demandante de sus hijos, es decir modular a gusto la personalidad rebelde de la descendencia. Frente a un panorama tan estructurado, es imposible no preguntarse quién tendría la culpa de los errores cometidos y quién se animará a juzgar con total libertad a una persona clonada que al parecer no sería plenamente dueña de sus actos, deseos y sentimientos.

La esencia de la subjetividad descansa precisamente en las diferencias que distinguen a los hombres, en la magia infinita de la diversidad, en ser “un poco improbables” como aconsejaba Oscar Wilde. "Todo entre los mortales tiene el valor de lo irrepetible y azaroso", pensaba Borges, y allí parece habitar el secreto que tiñe de pasión inédita cada segmento de vida.
El genoma humano concentra y protege el núcleo exclusivo de la individualidad. La historia está entonces seriamente amenazada y huérfana de futuro si todos sus protagonistas pueden programarse. Con sólo imaginar la posibilidad de clonarse indefinidamente, se dispara la pregunta: ¿cuántas vidas habrá para cumplir un sueño? Un interrogante que convierte la ciencia-ficción en ficción-ciencia.

La cotidianidad -con rutina y sorpresas incluidas- es intensa e impredecible por lo inédita. La ciencia investiga y descubre, pero no debería diseñar el futuro, fotocopiar literalmente a las personas ni cancelar la posibilidad de ser únicas y con ello abortar el encanto de recordar, añorar y extrañarse.

En su "Diálogo de la Sabiduría", Sócrates sueña con un mundo pensado y organizado desde la ciencia, pero no vacila en preguntarle a su interlocutor Critias: "¿Tú crees qué seríamos más felices?"

Posiblemente allí radique parte del dilema: ¿será posible clonar la felicidad? Desde nuestra perspectiva parece una utopía, y ojalá lo sea. Porque finalmente todo lo humano se incuba en el deseo, una bellísima palabra que cristaliza lo alcanzable sin garantizarlo.

Es posible festejar los avances de la ciencia sin dejar de honrar la individualidad como seres racionales y afectivos. Es necesario respetar la virtud de ser únicos e irrepetibles. Es imperioso preguntarse eternamente si el progreso científico puede justificarlo todo.

Frente a la tentación de alcanzar la inmortalidad, es preferible seguir entonando el clásico "oid mortales".

Frente a la posibilidad de duplicarse indefinidamente para que el clon de un nuevo clon intente imitar a una copia, quizás es mejor que Malena siga cantando el tango como ninguna.

Frente a la incertidumbre de no saber quien será el autor de cada autobiografía, seguramente es preferible que Neruda continúe confesando que ha vivido.

Frente al deslumbramiento de transmitirles a los hijos caracteres, habilidades y capacidades en una fría probeta, es más humano seguirles transmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción.

Es que por sobre todo, y abusando nuevamente de Serrat, resulta mucho más humano seguir criando locos bajitos y no multiplicando cuerdos clonaditos.


Dr. Jorge Barello
Periodista médico, Argentina.