Por Juan Carlos Zavala
Número 41
Psique
se encantó con el agua, cuando calló de la barca de
Natura, siendo aún una niña. Había nacido sin
miedo y al caer en la vida no pudo temer. Sin pensarlo se sumergió
y dio en cuenta que no podría vivir, salio a respirar y el
mecánico movimiento de sus piernas la mantuvo a flote. Nadó
hacia la orilla y sin salir del agua se sentó en la arena
a ver el oleaje que la cubría. Vio la inmensidad del mar
y se enamoró de su energía. Suavemente se levantó,
la tierra corría por sus piernas arrastrada por el agua.
Y se lanzó de nuevo a nadar.
La belleza palpitaba
en Psique, su mirada azul como el mar, su cabello suave como el
oleaje. Su piel se hizo una caricia del sol y sonreía con
una cierta alegría contagiada de luz de luna y lluvia de
estrellas. Psique era la belleza misma. Quiso dejar su destino en
Poseidón y día tras día al amanecer saludaba
los colores del cielo meciendo el agua con su cadencioso nadar.
Así, diosa,
producto del bien, habría pasado toda su vida dedicada al
placer del mar y al atardecer. Habría llenado toda su existencia
en cantar a las estrellas, soñar a la luz de la luna y reír
con los rayos del sol. Pero Zeus no quería dejar a la bella
Psique en brazos de su hermano Poseidón y mandó a
Tánathos a la playa donde Psique se disponía descansar.
Tánathos se
detuvo en la playa, miro a Psique y se enamoró. Tánathos
lloraba de ausencia y al ver a Psique algo en él quedó
completo. Inflamado de amor dejó sus huellas en la playa,
esperó a que Psique lo observara y antes de que ella llegara
a la playa, Tánathos partió.
A Psique la figura
de Tánathos la dejó sorprendida. No había visto
en nadie tanta fuerza retenida. Psique vio en Tánathos la
fuerza del mar, el aguerrido carácter de Marte y la ansiosa
necesidad de Némesis.
Al amanecer Tánathos
volvió, Psique aún dormía. Tánathos
la vio como podría ver a la vida: hermosa. Su palpitante
corazón lo hizo acercarse a ella que aún durmiendo
se acurrucó en sus brazos. Amanecía y Psique abrió
los ojos, la luz que comenzó a alumbrar la playa se posó
en sus ojos. La mano de Tánathos acariciaba su cabello, sobre
sus piernas fuertes; psique reposaba su cabeza. Tánathos
encontró en Psique lo que nunca en nadie pudo ver: que no
le temía. No había miedo en Psique y la besó,
suavemente en la mejilla. Y por primera vez Psique se enamoró.
El amor de Psique compitió con la luz del sol, se reflejó
en el mar y sin saber cómo Psique fue arrebatada de los brazos
de Tánathos por Poseidón. El mismo Poseidón
lanzó a Tánathos a la noche y Zeus lo permitió
a cambio de que Poseidón dejara libre a Psique.
Comenzaba la tarde
cuando Psique despertó en la orilla de la playa. Entonces
comenzó a pensar en Tánathos, a vagar por la tierra,
a sumergirse en el mar como si lo buscara y noche tras noche volvió
a sentir en su interior algo, como si le advirtiera que Tánathos
podría volver a ella.
De ese extraño
amor de Psique por Tánathos nació el primer hombre.
Hombre en quien despierta Psique pensando en Tánathos. El
hombre que mira a todos lados, como si pudiera aparecer en el mismo
viento que respira la imagen de su padre, pero sin saber que es
precisamente producto del amor que Tánathos hizo nacer en
la hermosa Psique.
Lic.
Juan Carlos Zavala Olalde
Escuela Nacional de Antropología e Historia,
México |