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2004

 

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Psique y Tánathos
 

Por Juan Carlos Zavala
Número 41

Psique se encantó con el agua, cuando calló de la barca de Natura, siendo aún una niña. Había nacido sin miedo y al caer en la vida no pudo temer. Sin pensarlo se sumergió y dio en cuenta que no podría vivir, salio a respirar y el mecánico movimiento de sus piernas la mantuvo a flote. Nadó hacia la orilla y sin salir del agua se sentó en la arena a ver el oleaje que la cubría. Vio la inmensidad del mar y se enamoró de su energía. Suavemente se levantó, la tierra corría por sus piernas arrastrada por el agua. Y se lanzó de nuevo a nadar.

La belleza palpitaba en Psique, su mirada azul como el mar, su cabello suave como el oleaje. Su piel se hizo una caricia del sol y sonreía con una cierta alegría contagiada de luz de luna y lluvia de estrellas. Psique era la belleza misma. Quiso dejar su destino en Poseidón y día tras día al amanecer saludaba los colores del cielo meciendo el agua con su cadencioso nadar.

Así, diosa, producto del bien, habría pasado toda su vida dedicada al placer del mar y al atardecer. Habría llenado toda su existencia en cantar a las estrellas, soñar a la luz de la luna y reír con los rayos del sol. Pero Zeus no quería dejar a la bella Psique en brazos de su hermano Poseidón y mandó a Tánathos a la playa donde Psique se disponía descansar.

Tánathos se detuvo en la playa, miro a Psique y se enamoró. Tánathos lloraba de ausencia y al ver a Psique algo en él quedó completo. Inflamado de amor dejó sus huellas en la playa, esperó a que Psique lo observara y antes de que ella llegara a la playa, Tánathos partió.

A Psique la figura de Tánathos la dejó sorprendida. No había visto en nadie tanta fuerza retenida. Psique vio en Tánathos la fuerza del mar, el aguerrido carácter de Marte y la ansiosa necesidad de Némesis.

Al amanecer Tánathos volvió, Psique aún dormía. Tánathos la vio como podría ver a la vida: hermosa. Su palpitante corazón lo hizo acercarse a ella que aún durmiendo se acurrucó en sus brazos. Amanecía y Psique abrió los ojos, la luz que comenzó a alumbrar la playa se posó en sus ojos. La mano de Tánathos acariciaba su cabello, sobre sus piernas fuertes; psique reposaba su cabeza. Tánathos encontró en Psique lo que nunca en nadie pudo ver: que no le temía. No había miedo en Psique y la besó, suavemente en la mejilla. Y por primera vez Psique se enamoró.
El amor de Psique compitió con la luz del sol, se reflejó en el mar y sin saber cómo Psique fue arrebatada de los brazos de Tánathos por Poseidón. El mismo Poseidón lanzó a Tánathos a la noche y Zeus lo permitió a cambio de que Poseidón dejara libre a Psique.

Comenzaba la tarde cuando Psique despertó en la orilla de la playa. Entonces comenzó a pensar en Tánathos, a vagar por la tierra, a sumergirse en el mar como si lo buscara y noche tras noche volvió a sentir en su interior algo, como si le advirtiera que Tánathos podría volver a ella.

De ese extraño amor de Psique por Tánathos nació el primer hombre. Hombre en quien despierta Psique pensando en Tánathos. El hombre que mira a todos lados, como si pudiera aparecer en el mismo viento que respira la imagen de su padre, pero sin saber que es precisamente producto del amor que Tánathos hizo nacer en la hermosa Psique.


Lic. Juan Carlos Zavala Olalde
Escuela Nacional de Antropología e Historia, México