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Por Lucas Zambrano
Número 41
Soy
un maldito nazi... ¿Qué me garantiza la informal libertad
de expresión?¿La que obtengo ad honorem,
la que considero a la hora del resumen historiográfico de
mi vida, o la que me permite el despropósito? No garantiza
nada la que disimulo en mi supuesta realidad reincidente, pero no
deja de hilarse, arácnida. Esa es la que no puede más.
O sea: necesita un respiro urgente, una salvación institucionalmente
amoral, emancipada y menos psicopáticamente reprimida. ¿Puedo
decir lo que quiero? Sí.
- “Uno es lo que hace”
– se dijo recordando – Claro, porque vivimos atados
a una dinámica incorruptible, el fucking tiempo, sin eso,
nada. Esta propiedad transitoria que por transitar dentro de un
límite, ser esclava y libre a la vez, te conduce a la desesperación.
Esta ultima década representa en escena una dialéctica
que al ser infinitamente contradictoria, por el poder de voluntad
en la invención y elección de las acciones, y, a
la vez, distraída por el alto grado de irresponsabilidad
en el lenguaje con respecto a este transcurrir sincrónico,
aquí y ahora o esta crisis paradigmática, no agrega
al nihilismo de la época. Somos post muertos de nuestro
propio horizonte. – Puán 418
Mi nombre es Daniel Humberto Prego
y vengo a contar la historia de mi crisis. Ese maldito asesino me
quitó las ganas de seguir yendo a terapia. Tratando de vender
algo que no conoce, tratando de moldear una imagen. Voy a intentar
otra cosa mejor: esta liberación depende de muchas cosas,
pero la verdad es que depende de ustedes, porque mis excusas están
tan diseminadas en la pluralidad de cualquier discurso, que necesito
el contrato, el vos y yo, el yo dual del individuo, que vendría
a ser un yo dual, la convención, amistades socialistas, consenso,
algo más horizontal. Porque todo es consenso y coerción.
Mi piel es coercitiva contra el deseo de querer romper esa barrera
y transformarme en lo inmaterial. Las “ficciones sociales”,
como bien las denominaba Pessoa, son cúmulos de fuerzas que
todo el tiempo estallan. Nuestras ciudades pasan a ser colosales
reactores nucleares y, la velocidad que logran, indomable a nivel
global. El mundo gira alrededor del Sol (con mayúscula, ignorancia
de la ceguera).
La existencia precede a mi esencia
y mi sufragio a todos los demás. Soy algo avaro, tal vez
egoísta en el buen sentido, el de la elección.
En fin, vivo en alguna calle tipo media de la capital: el universo
personificado, la garantía de las leyes físicas del
movimiento urbano. Todos se conocen por acá, ésta
zona del barrio, entre Pedro Goyena y Directorio y diez cuadras
a la redonda. Al lavadero japonés de la esquina lo saquearon
más de catorce veces, y que también fue involucrado
en el cacerolazo 2001; los vecinos que aparecieron en Crónica
TV por un litigio porque terminaron a los tiros generada en
la disputa de un loro; la vieja de enfrente que ya cuenta los días
que llevo adentro - van siete- la ultima vez que me vio, hechizó:
“¡Daniel, usted tiene que verle más seguido la
cara al sol, si no puede pasarle algo malo!”.
Es tan fácil olvidar la insignificante
y efímera cara de la gente. Sencillamente, como una brisa
que pasa por el medio de un calor veraniego, pegajoso y hostil,
pasan y se van. Un día más ¿para qué
intentar salir de esta casa? Sí, la gente me cae bien, no
soy un antisocial y suelo no quedarme callado en las reuniones.
A veces también soy efusivo. Pero esa sensación de
certeza me persigue, acosa sin tapujos y, sobre todo, es transparente,
indisimulable. Y me dice que al poder hacer lo que quiero puedo
no hacer nada. Limitándola al tema de las ficciones sociales
es la que dice que puedo odiarlos a todos. Tomo un discurso, lo
empleo y sobrevivo a la situación, a cualquiera. Por eso
estoy varado hace siete días en este estático nido.
- Qué tal nona, hoy me voy
para Parque Patricios. ¿vio que salgo por las tardes?
- Ay querido, un día de estos te me vas para Su lado y nadie
se entera más que por el olfato.
- Pero que me dice doña Faustina, nunca nadie se murió
por descansar un poco, aparte lo hago porque necesito un reposo
¿vió? es que lo de levantar packs de bebidas todo
el día te hace mal a toda la columna entera.
- ¿Tu madre vino ayer?
- ...
- ¿Me oís?
- Sí
- Pensé que le estaba hablando a las moscas otra vez, ya
no me hablan. Respondé entonces.
- Vino pero se tuvo que ir a la yoga, le hace un bien fenomenal.
Muy muy fácil, mimetizarse
es cuestión de segundos, ¿por qué no nazi también?
No por nada fui a la Universidad de Buenos Aires, una educación
fructífera, sin mencionar lo “heterogénea”.
Así, como hago desaparecer a la nona hechicera de enfrente,
tengo la habilidad de adoptar dos discursos sin pesares. Lógica
y razón, tal vez un poco de coherencia. La contradicción
no molesta.
Pero quiero explicar que para mi
es algo ineludible. O sea: hay conversaciones provenientes del peor
de los tedios. Generan todo un malestar espantoso. Desde hace rato
ya, son casi todas las charlas que mantengo. A veces me pasa con
gente que conozco, aledaños, amigos de amigos, y lo atribuyo
a que, bueno, son amigos de amigos y a mi no me interesan. Aunque
otras veces me pasa de ser el más animado frente a ellos,
muestro una gran sonrisa y los comentarios los hacen felices de
conocerme. Con los desconocidos casuales, me pasa lo mismo. Como
poco importan, ya que suelen ser fugaces como la mayonesa, puedo
mandarlos al más allá como la nona quiere hacer conmigo
(digo, inconscientemente me manda para el otro lado todo el tiempo).
Pero el más incómodo
de los malestares es cuando pasa con amigos o la familia. La contradicción
del afecto me neurotiza. Quiero que desaparezcan, quiero huir de
ese campo de concentración. Es todo muy violento, preferiría
morir en un hotelucho de Bangok, donde nadie supiera de nada. No
por el hecho de que no los disfrute, si no porque toda la estructura
institucional formaliza una amabilidad y retribución artificial,
muchas veces impostada otras tantas tergiversadas. Es como que no
puedo mandarlos a todos a la mierda, no es que lo quiera así,
pero no puedo justamente porque lo quiero así, no tengo esa
elección en mi poder porque la pierdo en lo otro. El libre
albedrío nos hace dioses, nos da el poder de elegir el infierno
¿no? Es inevitable, está ahí. Claro, hay una
enorme contradicción entre esa libre decisión y los
afectos (con afectos incluyo a todos los tipos y grados de sentimiento
que se pueda tener hacia cualquier persona debido a una por lo menos
leve motivación y hablo del otro, del que ya dejó
su huella para siempre). Porque políticamente, así
como a nivel físico y metafísico, existe una oscuridad
posada sobre la libertad. NO LA HAY, no está por ningún
lado. Y cuando me refiero e incluyo a este esclavismo en lo político,
no me dirijo en lo absoluto y únicamente a lo institucional
sino a la polis con que cada uno transforma, desfigura y malea la
vida, el estilo de vida en que nos movemos, la estética que
le buscamos, es decir, como le presentamos nuestra cara al ajeno
cercano. Ser uno y nosotros.
En estos planos no existe la verdad.
Hay una canalización de un absoluto que vendría a
ser lo que denominé sufragio individual.
- La manija dorada me pide que
la gire, la puerta patinada con azules y blancos me pide que la
empuje, la tapa del inodoro que la suba. Mis piernas que se flexionan.
Mi culo se apoya. Movimientos peristálticos. Un pucho aspira
por tercera vez. Obedezco, obedezco al papel y estiro hasta llegar
al suelo, lo levanto de una punta hasta que la otra apenas toca
el piso y voy doblando en mitades tres veces (muy personal el
asunto). La bermuda pide subir, la cadena subir, la manija girar
otra vez y la puerta ser tirada hacia dentro. ¿y yo? ¿qué
carajo hice todo este tiempo?¿qué hice durante todo
este movimiento inerte y vacío? Es como que casi ni lo
viví, no estuve ahí, mi cuerpo estaba ahí
pero mi mente fue dominada por el accionar ultra cotidiano. ¿Qué
carajo hacemos con todos estos cortísimos lugares temporales,
totalmente temporales, en donde nunca hacemos nada, o para ser
más específicos, donde no hacemos de la nada algo?
Caemos en una máquina rutinaria, totalmente “engranajeados”.
Pienso, sólo eso, una mera
cita de autoridad que ejemplifique que también estoy dominado
por lo que construí de mi.
Soy nazi porque mi contradicción
reside en no tomar de lleno, o sea públicamente, tal vez
en un papel, ya no blanco, como éste, ese albedrío.
¿Cago pero no disfruto? Hablo del total, hablo de una sesión
psicoanalítica histórico-global.
Mi pregunta es: ¿porqué
degenetizo a la gente? Hablando estrictamente de la palabra gen
como génesis ¿porqué les quito la
posibilidad de contestarme, de que ellos estén ahí?
La totalización de nuestro gen masacra la otredad.
Me explico mejor:
¿Quién puede considerarse
tan apto para denominarse perfecto? Básico, pero ¿porque
ocurre esto? Ninguna de las dos preguntas maravillan. Son más
bien algo redundantes entre sí, se contraponen, se contestan:
regenerarse, regenetizarse, regenerar la otredad, re- gen- erar-
te. Podríamos decir: constante deconstrucción de la
cosmovisión.
Pero volvamos a la libertad. Hablemos del deseo, de la desmaterialización
de mi cuerpo, de los nueve milímetros sobre la mesa. Hablemos
del aniquilamiento de este repugnante ser, dispuesto a todo por
desenmascarar la careta de la libertad. Quiero hablar de lo que
voy a hacer dentro de veinte minutos, y que por ahí son veinte
minutos porque quiero hablarles un rato más, o porque tengo
pánico a las despedidas, sobre todo a esta seamos realistas.
Yo no me voy, mi crisis se mantiene,
sigo saltando la rayuela, omito, divago. Pero se acabó, ya
pueden prescindir de mí, de esto. Gatillo la posibilidad.
Esta posibilidad de recomenzar, por así decirlo, de regenerar-me.
Esta pasividad me contrae los músculos, me hace temblar,
estoy tiritando en el piso del baño, junto al inodoro. Juguemos
a la rusa. ¡Pum! Y el engaño de esta mediocre libertad
me enjaula, me trastorna. ¡Pum! Y cuando pasado mañana
los vea a todos de vuelta les diré que tal me fue. ¡Pum!
Y la nona ¡que se vaya a la puta que lo parió! ¡Pum!
Y que la bala gangrene desde la sien hacia el resto de mi cuerpo,
que recorra hasta el ultimo instante de mi alter ego y destruya
la consistencia de la locura. ¡Pum! Y libre al fin, libre
como sólo se puede llamar libre a la libertad, me voy a acostar
a las siete y treinta y seis de la mañana.
Seis muertes, ¡pum! Elegiré
lo que tenga que elegir, perseguiré sin tapujos la claridad
de lo diurno. Traspapelemos todo esto y, tal vez, mañana
te diga que te extrañé.
Lic
Lucaz Zambrano
Escritor. Argentina |