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Octubre -Noviembre
2004

 

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Aracnofobia
 

Por Lucas Zambrano
Número 41

Soy un maldito nazi... ¿Qué me garantiza la informal libertad de expresión?¿La que obtengo ad honorem, la que considero a la hora del resumen historiográfico de mi vida, o la que me permite el despropósito? No garantiza nada la que disimulo en mi supuesta realidad reincidente, pero no deja de hilarse, arácnida. Esa es la que no puede más.
O sea: necesita un respiro urgente, una salvación institucionalmente amoral, emancipada y menos psicopáticamente reprimida. ¿Puedo decir lo que quiero? Sí.

- “Uno es lo que hace” – se dijo recordando – Claro, porque vivimos atados a una dinámica incorruptible, el fucking tiempo, sin eso, nada. Esta propiedad transitoria que por transitar dentro de un límite, ser esclava y libre a la vez, te conduce a la desesperación. Esta ultima década representa en escena una dialéctica que al ser infinitamente contradictoria, por el poder de voluntad en la invención y elección de las acciones, y, a la vez, distraída por el alto grado de irresponsabilidad en el lenguaje con respecto a este transcurrir sincrónico, aquí y ahora o esta crisis paradigmática, no agrega al nihilismo de la época. Somos post muertos de nuestro propio horizonte. – Puán 418

Mi nombre es Daniel Humberto Prego y vengo a contar la historia de mi crisis. Ese maldito asesino me quitó las ganas de seguir yendo a terapia. Tratando de vender algo que no conoce, tratando de moldear una imagen. Voy a intentar otra cosa mejor: esta liberación depende de muchas cosas, pero la verdad es que depende de ustedes, porque mis excusas están tan diseminadas en la pluralidad de cualquier discurso, que necesito el contrato, el vos y yo, el yo dual del individuo, que vendría a ser un yo dual, la convención, amistades socialistas, consenso, algo más horizontal. Porque todo es consenso y coerción. Mi piel es coercitiva contra el deseo de querer romper esa barrera y transformarme en lo inmaterial. Las “ficciones sociales”, como bien las denominaba Pessoa, son cúmulos de fuerzas que todo el tiempo estallan. Nuestras ciudades pasan a ser colosales reactores nucleares y, la velocidad que logran, indomable a nivel global. El mundo gira alrededor del Sol (con mayúscula, ignorancia de la ceguera).

La existencia precede a mi esencia y mi sufragio a todos los demás. Soy algo avaro, tal vez egoísta en el buen sentido, el de la elección. En fin, vivo en alguna calle tipo media de la capital: el universo personificado, la garantía de las leyes físicas del movimiento urbano. Todos se conocen por acá, ésta zona del barrio, entre Pedro Goyena y Directorio y diez cuadras a la redonda. Al lavadero japonés de la esquina lo saquearon más de catorce veces, y que también fue involucrado en el cacerolazo 2001; los vecinos que aparecieron en Crónica TV por un litigio porque terminaron a los tiros generada en la disputa de un loro; la vieja de enfrente que ya cuenta los días que llevo adentro - van siete- la ultima vez que me vio, hechizó: “¡Daniel, usted tiene que verle más seguido la cara al sol, si no puede pasarle algo malo!”.

Es tan fácil olvidar la insignificante y efímera cara de la gente. Sencillamente, como una brisa que pasa por el medio de un calor veraniego, pegajoso y hostil, pasan y se van. Un día más ¿para qué intentar salir de esta casa? Sí, la gente me cae bien, no soy un antisocial y suelo no quedarme callado en las reuniones. A veces también soy efusivo. Pero esa sensación de certeza me persigue, acosa sin tapujos y, sobre todo, es transparente, indisimulable. Y me dice que al poder hacer lo que quiero puedo no hacer nada. Limitándola al tema de las ficciones sociales es la que dice que puedo odiarlos a todos. Tomo un discurso, lo empleo y sobrevivo a la situación, a cualquiera. Por eso estoy varado hace siete días en este estático nido.

- Qué tal nona, hoy me voy para Parque Patricios. ¿vio que salgo por las tardes?
- Ay querido, un día de estos te me vas para Su lado y nadie se entera más que por el olfato.
- Pero que me dice doña Faustina, nunca nadie se murió por descansar un poco, aparte lo hago porque necesito un reposo ¿vió? es que lo de levantar packs de bebidas todo el día te hace mal a toda la columna entera.
- ¿Tu madre vino ayer?
- ...
- ¿Me oís?
- Sí
- Pensé que le estaba hablando a las moscas otra vez, ya no me hablan. Respondé entonces.
- Vino pero se tuvo que ir a la yoga, le hace un bien fenomenal.

Muy muy fácil, mimetizarse es cuestión de segundos, ¿por qué no nazi también? No por nada fui a la Universidad de Buenos Aires, una educación fructífera, sin mencionar lo “heterogénea”.
Así, como hago desaparecer a la nona hechicera de enfrente, tengo la habilidad de adoptar dos discursos sin pesares. Lógica y razón, tal vez un poco de coherencia. La contradicción no molesta.

Pero quiero explicar que para mi es algo ineludible. O sea: hay conversaciones provenientes del peor de los tedios. Generan todo un malestar espantoso. Desde hace rato ya, son casi todas las charlas que mantengo. A veces me pasa con gente que conozco, aledaños, amigos de amigos, y lo atribuyo a que, bueno, son amigos de amigos y a mi no me interesan. Aunque otras veces me pasa de ser el más animado frente a ellos, muestro una gran sonrisa y los comentarios los hacen felices de conocerme. Con los desconocidos casuales, me pasa lo mismo. Como poco importan, ya que suelen ser fugaces como la mayonesa, puedo mandarlos al más allá como la nona quiere hacer conmigo (digo, inconscientemente me manda para el otro lado todo el tiempo).

Pero el más incómodo de los malestares es cuando pasa con amigos o la familia. La contradicción del afecto me neurotiza. Quiero que desaparezcan, quiero huir de ese campo de concentración. Es todo muy violento, preferiría morir en un hotelucho de Bangok, donde nadie supiera de nada. No por el hecho de que no los disfrute, si no porque toda la estructura institucional formaliza una amabilidad y retribución artificial, muchas veces impostada otras tantas tergiversadas. Es como que no puedo mandarlos a todos a la mierda, no es que lo quiera así, pero no puedo justamente porque lo quiero así, no tengo esa elección en mi poder porque la pierdo en lo otro. El libre albedrío nos hace dioses, nos da el poder de elegir el infierno ¿no? Es inevitable, está ahí. Claro, hay una enorme contradicción entre esa libre decisión y los afectos (con afectos incluyo a todos los tipos y grados de sentimiento que se pueda tener hacia cualquier persona debido a una por lo menos leve motivación y hablo del otro, del que ya dejó su huella para siempre). Porque políticamente, así como a nivel físico y metafísico, existe una oscuridad posada sobre la libertad. NO LA HAY, no está por ningún lado. Y cuando me refiero e incluyo a este esclavismo en lo político, no me dirijo en lo absoluto y únicamente a lo institucional sino a la polis con que cada uno transforma, desfigura y malea la vida, el estilo de vida en que nos movemos, la estética que le buscamos, es decir, como le presentamos nuestra cara al ajeno cercano. Ser uno y nosotros.

En estos planos no existe la verdad. Hay una canalización de un absoluto que vendría a ser lo que denominé sufragio individual.

- La manija dorada me pide que la gire, la puerta patinada con azules y blancos me pide que la empuje, la tapa del inodoro que la suba. Mis piernas que se flexionan. Mi culo se apoya. Movimientos peristálticos. Un pucho aspira por tercera vez. Obedezco, obedezco al papel y estiro hasta llegar al suelo, lo levanto de una punta hasta que la otra apenas toca el piso y voy doblando en mitades tres veces (muy personal el asunto). La bermuda pide subir, la cadena subir, la manija girar otra vez y la puerta ser tirada hacia dentro. ¿y yo? ¿qué carajo hice todo este tiempo?¿qué hice durante todo este movimiento inerte y vacío? Es como que casi ni lo viví, no estuve ahí, mi cuerpo estaba ahí pero mi mente fue dominada por el accionar ultra cotidiano. ¿Qué carajo hacemos con todos estos cortísimos lugares temporales, totalmente temporales, en donde nunca hacemos nada, o para ser más específicos, donde no hacemos de la nada algo? Caemos en una máquina rutinaria, totalmente “engranajeados”.

Pienso, sólo eso, una mera cita de autoridad que ejemplifique que también estoy dominado por lo que construí de mi.

Soy nazi porque mi contradicción reside en no tomar de lleno, o sea públicamente, tal vez en un papel, ya no blanco, como éste, ese albedrío. ¿Cago pero no disfruto? Hablo del total, hablo de una sesión psicoanalítica histórico-global.

Mi pregunta es: ¿porqué degenetizo a la gente? Hablando estrictamente de la palabra gen como génesis ¿porqué les quito la posibilidad de contestarme, de que ellos estén ahí? La totalización de nuestro gen masacra la otredad. Me explico mejor:

¿Quién puede considerarse tan apto para denominarse perfecto? Básico, pero ¿porque ocurre esto? Ninguna de las dos preguntas maravillan. Son más bien algo redundantes entre sí, se contraponen, se contestan: regenerarse, regenetizarse, regenerar la otredad, re- gen- erar- te. Podríamos decir: constante deconstrucción de la cosmovisión.
Pero volvamos a la libertad. Hablemos del deseo, de la desmaterialización de mi cuerpo, de los nueve milímetros sobre la mesa. Hablemos del aniquilamiento de este repugnante ser, dispuesto a todo por desenmascarar la careta de la libertad. Quiero hablar de lo que voy a hacer dentro de veinte minutos, y que por ahí son veinte minutos porque quiero hablarles un rato más, o porque tengo pánico a las despedidas, sobre todo a esta seamos realistas.

Yo no me voy, mi crisis se mantiene, sigo saltando la rayuela, omito, divago. Pero se acabó, ya pueden prescindir de mí, de esto. Gatillo la posibilidad. Esta posibilidad de recomenzar, por así decirlo, de regenerar-me. Esta pasividad me contrae los músculos, me hace temblar, estoy tiritando en el piso del baño, junto al inodoro. Juguemos a la rusa. ¡Pum! Y el engaño de esta mediocre libertad me enjaula, me trastorna. ¡Pum! Y cuando pasado mañana los vea a todos de vuelta les diré que tal me fue. ¡Pum! Y la nona ¡que se vaya a la puta que lo parió! ¡Pum! Y que la bala gangrene desde la sien hacia el resto de mi cuerpo, que recorra hasta el ultimo instante de mi alter ego y destruya la consistencia de la locura. ¡Pum! Y libre al fin, libre como sólo se puede llamar libre a la libertad, me voy a acostar a las siete y treinta y seis de la mañana.

Seis muertes, ¡pum! Elegiré lo que tenga que elegir, perseguiré sin tapujos la claridad de lo diurno. Traspapelemos todo esto y, tal vez, mañana te diga que te extrañé.


Lic Lucaz Zambrano
Escritor. Argentina