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Por Scott Robinson
Número
51
Me
atrevo a afirmar que existe un consenso en este
evento poco favorable referente a la operación
y eficacia del programa oficial de la Secretaría
de Comunicaciones y Transportes, conocido como
e-México. Este consenso no es el resultado
de una evaluación de terceros o desinteresados
en dicho programa que ha absorbido muchos recursos
del erario público, algo improbable en
el tenor de las políticas públicas
en este sexenio. Más bien, el consenso
postulado puede ser una confección de
impresiones sujetivas personales, clips breves
en noticiarios de Televisa, y notas de prensa
anunciando la siguiente ronda de inversiones
sin referencias detalladas a los resultados comprobables
logrados. Con más de 7500 sitios instalados,
según las gacetillas de la prensa, es
evidente que estamos ante un fenómeno
nacional de gran costo, de un modus operandi
cuestionable e impugnado, y donde la amplia base
de infraestructura instalada requiere de nuestra
atención analítica y consideración
para el futuro próximo.
Les sugiero
que el programa e-México es una metáfora
del tenor de las políticas públicas
del actual régimen en materia de la inclusión
digital —diseñado sin un modelo
de experimentación comparativo como mecanismo
de comprobación de configuraciones efectivas
en ambientes distintos, sin un monitoreo de su
eficacia, dirigido por funcionarios procedentes
de la iniciativa privada, donde prevalece el
tufo de vender equipos y servicios por delante
de ofrecer un servicio y contenidos al corte
de la población de usuarios jóvenes
en ambientes sociales sin privilegios. Y todo
ocurre en un contexto de políticas para
debilitar a las instancias reguladoras (COFETEL),
de estancamiento estabilizador en el crecimiento
de la cobertura digital y sin la voluntad de
sujetar los programas oficiales a evaluaciones
independientes. Una revisión del programa
e-México nos confronta con el tema de
una agenda para la inclusión digital del
próximo gobierno.
El programa
e-México requiere de una evaluación
minuciosa antes de proceder a su predecible y
próxima reconfiguración, al inicio
del nuevo sexenio presidencial. Dicha evaluación
debería realizarse no sólo de acuerdo
a los criterios tradicionales de costos de instalación
y operación contra los beneficios apreciables
para usuarios, sino también en función
de los objetivos expresados para justificar semejante
bolsa de inversión de recursos fiscales.
Puede ser una evaluación novedosa, en
el sentido de calcular los costos de las oportunidades
perdidas al no incorporar diversas sugerencias
ofrecidas por distintos sectores, al inicio del
programa en 2001. Por ejemplo, se ignoraron al
amplio universo de cibercafés instalados
en el país en aquel momento, y no hubo
incentivos salariales para los maestros y bibliotecarios
responsables o promotores de la capacitación
y uso cabal de la información disponible
en los nuevos centros instalados bajo su supuesta
responsabilidad. La baja velocidad de los servicios
de acceso vía satélite impidió
una conectividad adecuada, al nivel que algunos
cursos de capacitación de los mismos promotores
en campo se realizaron en el cibercafé
más cercano por la ausencia de una conectividad
aceptable para el empleo de los cursos disponibles.
En el rubro de los contenidos, a mi juicio destaca
la carencia de herramientas y materiales culturalmente
apropiados. Otro ejemplo: no hay páginas
WWW diseñadas para apoyar la preparación
de las y los alumnos de nivel medio superior,
inscritos en las preparatorias y bachilleratos,
con el interés, capacidad y la motivación
para seguir estudiando en el nivel universitario.
Se soslayó la oportunidad de ofrecerles
una preparación en línea para los
exámenes de opción múltiple
para la admisión universitaria que la
mayoría desconocen antes de presentarse
a este filtro devastador para muchos jóvenes
calificados. Esta población de procedencia
rural o de pequeñas ciudades, nunca tuvo
ni tiene acceso a la preparación adecuada
para presentar los exámenes de opción
múltiple que representan su puerta al
ingreso universitario. Tampoco hay instrumentos
para apoyar la toma de decisiones en materia
de opciones locales viables para estimular y
facilitar inversiones con remanentes de las remesas
enviadas desde el Norte. Son sólo pocos
ejemplos de oportunidades perdidas inherentes
al diseño del programa de e-México
donde la oferta de información fragmentada
hoy sustituye a una política que ofrece
instrumentos digitales para catalizar el conocimiento
en las poblaciones heterogéneas del México
contemporáneo.
Contradicciones
El programa eMéxico
se ubica dentro de una novedosa categoría
de las políticas públicas denominadas
“e-gobierno”. Es un fenómeno
con muchos actores e intereses diversos entre
sí: proveedores de equipos, software,
conectividad y servicios digitales, profetas
de los milagros en materia de mayor eficiencia
y transparencia en la entrega digital de servicios
para la ciudadanía, funcionarios oportunistas
responsables de programas del sexenio hábiles
en la apropiación del discurso respectivo
en boga, pero un ambiente restringido donde hay
pocas voces críticas del sector académico,
afuera de las universidades privadas con su preponderante
ética mercantil. Confieso una simpatía
por una política de inclusión digital
que rebasa la euforia de la novedad tecno e incorpora
un componente de e-gobierno en base a un proyecto
experimental, con un carácter de “open
source” (de códigos abiertos en
un sentido amplio) y comprometido a la ampliación
del dominio público en el país.
Una iniciativa de e-gobierno sí puede
ofrecer una oportunidad para mejorar algunas
funciones de la administración pública
y reducir costos, pero no lo considero óptimo
para reducir la pobreza y ampliar la participación
ciudadana, como predican algunos, por lo menos
no es factible con su diseño actual en
México. Los impedimentos son conocidos:
un nivel bajo de conectividad a la red, una infraestructura
raquítica en los municipios rurales y
dentro de las escuelas de educación media
superior, personal administrativo local sin incentivos,
y de lo más significativo, un liderazgo
nacional con un compromiso ambivalente ante la
ampliación del dominio público
y mayor equidad en la difusión de información
del y sobre el gobierno y los correspondientes
procesos de gobernabilidad. No debemos ignorar
las consignas de las elites para no compartir
información considerada estratégica
y reservada sobre sus intereses y proyectos del
poder. Aquí está el detalle. Como
consecuencia, el riesgo mayor sigue siendo: ¿cómo
implementar proyectos de e-gobierno en nuestro
ambiente político sin profundizar la aceleración
del actual capitalismo cognoscitivo y el modelo
complementario del consumismo digital dirigido?
La red de centros
comunitarios digitales y anexos del programa
eMéxico intentó instrumentar de
manera incompleta una modalidad de la figura
genérica del “telecentro”.
Después de casi diez años de experiencias
de carácter piloto con telecentros comunitarios
en México, la región latinoamericana
y en el mundo, hay un consenso a cuanto a las
dificultades para su cabal implementación:
tiene que haber un conjunto de herramientas de
software al alcance de los usuarios; es necesario
un modelo de negocio que conlleva a la oferta
sustentada de los servicios; se requiere de una
comunicación eficaz entre el organismo
coordinador y cada administración local;
la capacitación de los encargados locales,
normalmente mal remunerados y con alta rotación
de su personal es un factor omnipresente; y es
palpable la falta de un compromiso y una coordinación
para lograr el acceso universal a la red es palpable
a nivel de los Estados y sus gobiernos. En parte
estas lagunas genéricas, observables en
México y otros países de la región,
son el producto de un modelo de inclusión
digital diseñado tras bambalinas por la
iniciativa privada, como es el caso del programa
e-México. Hay poca evidencia que justifique
que este sector tenga un monopolio sobre los
mecanismos y contenidos del desarrollo cultural
y social al inicio del siglo XXI, menospreciando
la legitimidad y el peso del estado y la sabiduría
y compromiso social de las organizaciones civiles.
No hay duda, somos cómplices en una batalla
ideológica jamás vista a nivel
mundial.
Considero que
el programa de e-México en efecto logró
ampliar la brecha citada, por varias razones:
1) la inmensa mayoría de las instalaciones
no funcionan fuera de horarios oficiales; 2)
los portales, por elegantes que sean en el rubro
de su diseño (y costo), no responden a
las demandas de una población joven ávida
de empleos dignos y bien remunerados en su localidad;
3) más allá de la limitada capacitación
de los usuarios de los equipos, la capacitación
en el manejo de la información relevante
para las necesidades de la población usuaria
ha sido también limitada, y como consecuencia,
el uso efectivo del instrumento es limitado;
4) el acceso en los centros son gratuitos, y
los que funcionan de manera regular representan
una especie de competencia desigual con los cibercafés
locales; 5) en casos muy contados los gobiernos
municipales utilizan a los centros comunitarios
digitales como bases para coordinar la difusión
de información útil sobre los servicios
y cuestiones de la gobernabilidad local—dicho
en otro código: la “ compra”
de la figura del CCD por autoridades locales
es limitada; 6) se soslaya atender a una serie
de problemáticas en la emergente gestión
digital relevantes para poblaciones rurales pobres,
emigrantes y tradicionales, como por ejemplo,
la protección de los derechos de propiedad
intelectual y los conocimientos ancestrales,
el debate sobre alimentos genéticamente
modificados, los riesgos de la frontera norte
y los derechos y oportunidades en el Otro Lado,
tecnologías inalámbricas de bajo
costo disponibles en mercados metropolitanos,
etc.; 7) hay pocos vasos comunicantes entre los
responsables locales de los centros funcionales
y el impresionante universo de cibercafés
y sus operari@s abusad@s, tecno-competentes en
los pueblos y las zonas peri urbanas; 8) la calidad
hoy del sitio WWW del mismo programa de e-México,
con mucha información fuera de fecha,
indica la misteriosa merma de su importancia
en la gestión federal del sexenio y la
poca relevancia a problemas regionales y locales,
de probable interés para los usuarios.
En pocas palabras, considero al programa como
un elefante blanco que requiere una reconfiguración
drástica.
Una
propuesta
Un desafío
de la emergente economía de la información
y el conocimiento es cómo lograr la justicia
distributiva con una infraestructura de la conectividad
sesgada en un país hoy altamente urbanizado
con una mayoría de la población
en la economía informal y una buena proporción
complementando sus ingresos con las remesas de
familiares emigrantes. Surge la incógnita:
¿qué significa “conocimiento”
en este contexto del desarrollo truncado? ¿Cuáles
son las prioridades en el diseño de la
inversión de recursos fiscales enfocados
de tal manera para rebasar el modelo neoliberal
del crecimiento, donde los recursos digitales
acaparan un espacio creciente en el discurso
default del sector oficial y el privado, referente
al llamado “desarrollo”? Las políticas
oficiales de inclusión digital deben conciliarse
con la realidad social y económica del
país, y no sólo atender a las empresas
ávidas de ampliar sus mercados y amarrar,
en lo posible, usuarios dependientes de sus tecnologías
y licencias. Una posición más radical
abogaría por una reconfiguración
de todos los medios masivos de comunicación
en función de la convergencia digital
(tipo triple play) y los intereses de
una mayoría ahora fragmentada en el espacio
nacional, compartiendo necesidades comunes para
conviviendo en culturas regionales distintas.
Merece repetir una verdad convencional: las soluciones
sí tienen que ver con quienes despachen
en el Palacio del Gobernador respectivo, donde
el patrón del empleo hoy es, a veces,
el inverso del flujo de emigrantes al Norte.
Al observar el grado galopante de la digitalización
de funciones mercantiles y financieros, y de
algunas funciones públicas como el pago
de impuestos en línea, es evidente que
el golfo entre los ciudadanos conectados y los
que no es amplio y en crescendo. Pero
el Estado no actúa de manera sistemática
para aplicar las tecnologías digitales
emergentes a las necesidades de la enorme población
migrante y sus familiares en los pueblos y colonias
periféricas.
Una propuesta
más modesta para lograr la inclusión
digital en el corto plazo involucra, a mi modo
de ver, la “privatización”
del conjunto de las instalaciones del programa
e-México. Se trata de la entrega de los
Centros Comunitarios Digitales, en plan de concesión
o custodia, en primer lugar a organizaciones
civiles legítimas y responsables, y en
segundo lugar, vender los equipos aún
utilizables y a precios justos a los dueños
y operarios de los cibercafés locales.
Muchos de estos CCD’s tendrán que
cerrarse por inviables, y los equipos donados
a las escuelas cercanas. Sin duda, este proceso
será engorroso y minado por el clientelismo
reinante. El propósito central es ampliar
los puntos de acceso para la población
ahora desatendida, pero al tiempo ofrecer descuentos
a estudiantes con credencial vigente, una capacitación
en el empleo de las herramientas digitales y
la creación de contenidos locales, y además,
el diseño y la construcción de
una serie de herramientas para el apoyo a la
toma de decisiones (ATD), de corte genérico
y específico para intereses locales.
Esta opción
paradójicamente reforzaría la causa
de mayor equidad en el acceso para el público,
el cultivo de incentivos para los y las creativas
de los pueblos, la socialización de las
habilidades técnicas y de programación,
y la entrega de estas herramientas a los actores
que defienden, con matices, su identidad, conocimientos
y relativa autonomía local en un contexto
donde hoy, al parecer, el poder y la ley es negociable.
Significa también, en lo operativo, la
creación y mantenimiento de portales y/o
herramientas en línea para apoyar la toma
de decisiones en una amplia gama de temas y como
consecuencia, reducir el costo de las transacciones
para adquirir información pertinente a
las necesidades de ciudadanos y comunidades.
El nuevo calculador del costo de transacciones
de las remesas es un ejemplo idóneo de
innovaciones pertinentes. Es decir, se trata
de reconocer el valor de los recursos digitales
en varias dimensiones de nuestras vidas, públicas
y privadas, y apropiar su diseño y aplicación
en modos más equitativos para individuos
y comunidades.
Retos
mayores
Hay
que tener en cuenta que el uso efectivo de las
herramientas digitales y el apoyo a la toma de
decisiones con instrumentos públicos en
línea implica reducir la discrecionalidad
histórica de funcionarios y además,
las oportunidades de mercados nuevos y ganancias
para el sector privado. Es probable que esta
contradicción fundamental al interior
de la economía de la información
sea cada vez más palpable, al ampliar
los espacios contestatarios con las elites tradicionales,
públicas y privadas, reacias a sacrificar
o compartir privilegios, patentes y prebendas
diversas. Sin embargo, el Estado metiche en las
vida privada de sus ciudadanos tampoco es una
figura deseada, y la búsqueda de un equilibrio
en este rubro se mantendrá muy probable
como un proceso controvertido. ¿La conectividad
con contenidos y herramientas relevantes para
la ciudadanía es un bien público
o un simple producto comercial más? En
el sexenio por concluirse, me temo que sólo
se ha entendido el acceso como un activo mercantil
a favor de unos pocos.
Es notable
el progreso alcanzado en los últimos dos
lustros al modificar nuestra perspectiva crítica
hacia las que fueron al inicio meras novedosas
tecnologías de información y comunicación
hasta apreciar hoy con detalle su impacto complejo
y colectivo al nivel global y local. Estas tecnologías
hoy incluyen a la Internet, cableado e inalámbrico,
además de la telefonía celular.
Es un fenómeno estructural con muchos
matices para México, y los avances modestos
pueden ser nulificados por la continuidad del
modelo actual de servicios digitales inducidos
desde arriba, restringiendo la evolución
de herramientas colectivas, y celebrando la cosificación
de contenidos, casi siempre ajenos a los contextos
locales. El programa e-México, metáfora
de una política de inclusión digital
del Estado en este sexenio, es un triste ejemplo
de cómo no se debe de proceder. El tema
sin duda es un glifo mayor en el telón
de fondo de este evento , una prioridad para
la planeación del sexenio que viene, y
un reto para que las cúpulas de los partidos
y organizaciones civiles lo entiendan en todo
su complejidad.
Notas:
*
Ponencia presentada en el XVIII ENCUENTRO AMIC
en Morelia, Mich. el 31 mayo de 2006
1 Las declaraciones
a la prensa de dos personajes claves, su actual
y ex Director, atestiguan este hecho. Por ejemplo,
Javier Pérez Mazatán, Director
de eMéxico, dice que el nuevo gobierno
“deberá reevaluar el plan original
del proyecto de conexión de Internet de
eMéxico”. La oferta comercial de
Internet ha crecido, y reduce la necesidad de
abrir 40k centros nuevos…es necesario que
la siguiente gestión asigne recursos para
el mantenimiento de las redes satelitales…que
los 7500 centros en operación reciben
en promedio 5.7m visitantes mensuales. (Fuente:
Hoy en Telecom / REFORMA Negocios, Pág.
11, 22 mayo 06) En cambio, el Director Fundador,
Julio César Margáin, declara el
8 de mayo (Excelsior, Dinero, pág. 8):
“…de las tres caras del proyecto—contenidos,
sistemas y conectividad, e-México parece
estancado en la última, la más
fácil y secuestrable…”
2 Es importante
matizar esta criticar, distinguiendo al programa
más eficaz, a mi juicio, del smorgasbôrd
de portales, servicios y subprogramas bajo el
amplio paraguas de e-México: las plazas
comunitarias, administradas por una burocracia
in situ antes de la conformación del darling
de la primera mitad del sexenio.
3 Una confesión
pública de un capacitador de capacitadores
en una conferencia del Centro Digital de Telmex.
4 En el documento
Por un nuevo paradigma de política pública
para el conocimiento y la innovación en
México, la AMC enfatiza la necesidad de
que se incrementen los recursos de los tres niveles
de gobierno para el desarrollo de la ciencia
y la tecnología en el país; que
el gasto público en investigación
y desarrollo "nunca ha sido mayor a 0.46
por ciento del PIB"; existe rezago en la
formación de personas con postgrado, de
forma tal que, por ejemplo, mientras en 2003
en México se graduaron mil 443 doctores,
en Brasil fueron 7 mil 729; en España,
6 mil 436; en Corea del Sur, 7 mil 623, y en
Estados Unidos, 45 mil 75. 28 abril 2006
<
http://www.comunicacion.amc.edu.mx/comunicados
/presidente-de-la-amc-ve-etapa-incierta-para-la-ciencia/>
5 Una propuesta
casi utópica, en efecto, por la escasa
cantidad de tales organismos calificados y dispuestos
a asumir la tarea de transformar un sitio con
limitaciones técnicas en un telecentro
comunitario eficaz. Véase: <http://www.tele-centros.org>
6 Surge la
pregunta justificada: ¿Y qué pasará
con los Centros Comunitarios de Aprendizaje y
las Plazas Comunitarias? Considero a las CCA’s
como un negocio, y como tal, sin derecho a mayor
subsidio de lo ya otorgado hasta la fecha. Las
Plazas Comunitarias del INEA merecen una evaluación
rigurosa para juzgar la sustentabilidad de las
más efectivas en el servicio rendido.
7 Consulta:
<http://www.remesamex.gob.mx>
8 Véase
<http://allafrica.com/stories/200605240818.html>
para un caso experimental de m-gobierno, apoyo
a la gobernanza vía aparatos móviles.
9 “Framing
a Global Information Society Discourse”,
Parminder Jeet Singh y Anita Gurumurthy
<http://www.epw.org.in/showArticles.php?root=2006&
leaf=03&filename=9822&filetype=html>
Scott
S. Robinson
Antropología, Universidad
Autónoma Metropolitana-Iztapalapa,
México, DF, México. |