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CUENTOS CÍNICOS DE CARLOS BRACHO
Por Susana Arroyo-Furphy
He leído los Cuentos Cínicos, de Carlos Bracho; de Carlos Bracho he depurado sus cuentos. Y podría decir que los he leído cínicamente pues sólo con esa suerte de conspiración se puede leer algo que ha sido escrito con vehemencia, con una doble intencionalidad del que sabe y reconoce algo que se ha dejado al descubierto: lo indecible, lo inaudible, lo innombrable.
El constante juego de palabras, el justo adjetivo que descubre la belleza de lo casual, de lo cotidiano así como de lo onírico o lo que ha sido simplemente pensado o figurado, son algunas de las marcas de la prosa de Carlos Bracho.
El título del libro bien se antoja filosófico de acuerdo con la Escuela Cínica de la antigüedad griega. Sin embargo, a veces no se concatena al principio cínico: “El hombre con menos necesidades es más libre y más feliz”, ya que este hombre que nos es narrado, urge pasiones y es avezado en las lides amorosas. No obstante, es congruente con los sabios cínicos, pues desprecia las normas, las instituciones, las costumbres y todo lo que representa una atadura para el hombre, según reza la filosofía cínica. En su desprecio se desvelan los grandes secretos de una sociedad lerda, pasmosa, cansina; así como en su clamor, grito desesperado por el cambio, por la justa y pertinente claridad de una sociedad libre y feliz, fecunda, con el sello que la distingue como raza guerrera, sin corrupción, sin malos manejos en tanto la polis sea trazada como una sana y noble nación.
Es pues, un buen cínico el narrador-personaje, fundido en esta intensa imagen narratológica de la penetrante prosa de Bracho.
Me ha llamado la atención el alto nivel de sensualidad que se maneja en la inmensa mayoría de los relatos. Todos ellos distintos y distinguibles con la cualidad indiscutible de este autor que se sitúa como uno de los escritores mejor logrados en la actualidad en México y de habla hispana. Su transculturalidad se subyace a la hipersensualidad de los tiempos, movimientos, pasiones, persecuciones y siniestros embates que se dan en Rusia, en Francia, en México o en cualquier lugar del mundo. Su escritura, auténtica, veraz, impasible y conmovedora es una vorágine escindida en el marco de la búsqueda de la pasión y de la entrega triunfal.
Bracho es un autor múltiple, grandilocuente, como el del gran teatro que deslumbra y que alumbra el paso del que sordo sigue, ciego busca, tenaz, porfiado, descubre; del que intenta conseguir un ápice de luz y desnudo, sórdido, la encuentra.
Los Cuentos Cínicos son circulares. Hay una malévola camaradería entre ellos, además del desbordante placer sensual y erótico de los que se nutre cada uno de los hilos de las historias; placer sibarita, siempre refinado y elegante.
Si se lee un cuento sin leer los demás el lector ha quedado incompleto, puesto que en su obra, Bracho resuelve el silogismo: en uno de los cuentos hay proposiciones y argumentos que permiten descubrir el siguiente y con ese conocimiento tanto gramatical como semiótico el autor está capacitado para leer el siguiente, así sucesivamente, en una semiosis ilimitada hasta lograr el efecto de sentido global, tal como lo proponía Greimas. Es decir, los relatos, en conjunto, contienen el sentido que cada una de las partes ofrece, como si se tratara de una sinécdoque gigante.
En los Cuentos Cínicos se desarrolla una propia moral. El lector no pretende realizar sentencias o juzgar el lenguaje ni los acontecimientos planteados. El trabajo artesanal de Bracho se va convirtiendo –y no paulatinamente sino de golpe– en una propuesta literaria que va más allá de los límites del recato o la modestia. El siniestro personaje que es modelado por el narrador carece de pudor, mas no por ello de principios morales. No sabremos nunca si efectivamente existió o no, si son historias propias o robadas, imaginadas, soñadas; tampoco si existieron realmente pues nos sentencia al final del penúltimo cuento: “Farida” cuando el personaje, decepcionado, desengañado y expuesto a su dolor señala en la parte VIII del cuento:
Hoy Rusia ya no es Rusia, Irma no existe. El cuarto 2007 ha desaparecido. Temo que yo mismo nunca he estado en Rusia.
Jamás he salido de las cuatro paredes ante mi vista.
Nunca he ido a Samarkanda. Jamás he conocido a nadie como Irma…
La sensualidad ha llegado a su fin. El personaje se ha bifurcado y se ha convertido en un ser pusilánime, roto. Es entonces cuando de la pluma de Carlos Bracho brota un manantial de gran calidad literaria.
Bracho me conmueve porque me resulta irónico, perverso, siniestro, complejo, derrotista, infame, sagaz, locuaz, grosero, múltiple, inverosímil, diletante, altisonante, sensual, estruendoso… y porque además me hiere.
Dra. Susana Arroyo-Furphy
Honorary Researcher Consultant
The University of Queensland
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