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Enero 2002

 

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Comunicación y la Telaraña

Sentimientos y esquizofrenias tecnológicas

 
Por Edgar Gómez
Número 24

Historias de vivos, de muertos y de sentimientos electrónicos
Hace algunos años, cuando vivía en Monterrey, estaba en un negocio de fotografía esperando que uno de mis rollos estuviera listo. El negocio, además de lo último en fotografía y video, se dedicaba también a vender aparatos electrónicos y discos. Estaba bobeando por uno de los muchos aparatos que vendían cuando vi entrar a una señora visiblemente triste acompañada de una mujer más joven que adiviné como su hija. La señora, vestida totalmente de negro, cargaba, como abrazando, la foto de un señor de sombrero y manos de tierra, seguramente un campesino. Ella misma parecía una mujer rural por la forma en la que veía asombrada todo lo que había a su alrededor. Una señorita le preguntó si podía ayudarla y la señora le dijo: "Sí, quiero que me haga 10 copias de esta foto". Mientras la señorita de la tienda hablaba de las maravillas del nuevo formato digital que manejaba la tienda y ponía la foto en un escáner, la señora de luto y de campo observaba atenta la imagen que aparecía en el monitor que tenía enfrente: "Puede hacerla más grande... ponerle más color... que se vea sólo él". Mientras la dependienta dejaba lista la foto para su impresión, también digital, me acerqué a la señora y le pregunté para qué eran las copias; ella me respondió: "Mi marido se murió y quiero mandarle su foto a todos mis hijos y nietos que están lejos para que no lo olviden".

Cada vez es más cotidiano el encontrarnos con dispositivos tecnológicos que, precisamente por cotidianos, pueden relacionarse incluso con las más íntimas situaciones de nuestra vida. Seguramente, en el ejemplo anterior la señora, de cuyo monedero comprado en algún mercado de su pueblo sacó el dinero para pagar sus impresiones digitales de la más alta calidad, no podría decir cuál es la diferencia entre un sistema digital y una impresión química, lo importante para ella era el recuerdo de su marido y su perdurabilidad en el tiempo.

En recientes fechas navideñas se hizo más evidente el uso recurrido de tecnologías de la comunicación cuando los amigos y familiares, en lugar de mandar tarjetas navideñas, llenan los correos electrónicos con postales multimedia, correos de voz con canciones desafinadas e incluso flores virtuales. Los sentimientos electrónicos están a la orden del día. En la "sociedad de la información", el romance, el sexo, la amistad, la enemistad, e incluso la vida cotidiana, están permeados de aditamentos tecnológicos que nos sirven, ya no como extensiones del ser humano en términos Mcluhanianos, sino como extensiones del corazón. No por nada en el anuncio de una marca de computadoras se veía como a un futuro abuelito le llegaba la foto de ultrasonido de su próximo nieto por correo electrónico. La ternura on-line se estrena, los sentimientos se convierten en bytes y el corazón no es más que un nodo de esta red de amor posmoderno. En épocas donde los tamagochis y los furzios (de los cuales, apunta Román Gubern, para finales de 1999 se habían vendido 35 millones de ejemplares) son los sucesores de los perritos y los amigos del barrio o donde la realidad virtual nos propone trajes que nos permiten tener sexo por Internet será cada vez más difícil despojarnos de los aditamentos tecnológicos para hacer algo tan simple como un café.

Esquizofrenias tecnológicas
Quizá parte de esta actitud cada vez más dependiente del uso de sistemas tecnológico- cognitivos y tecnológico-sentimentales (si es que puede haber realmente algo así) sea la respuesta a la, cada vez más constante, falta de alternativas que se presenta en la vida cotidiana para experimentar con seguridad y establecer relaciones sociales asépticas, igualitarias y a salvo. El uso constante y permanente de tecnologías, especialmente de comunicación, y no sólo para interactuar con otras personas, puede llegar a un punto en el que se experimente una "esquizofrenia tecnológica", y apunto algunos ejemplos (aclarando que casi todos han sido patrocinados por autores varios):

Sheryl Turkle, quizá la psicóloga más importante en el estudio de los efectos de Internet en las personas, cuenta la historia de un joven estudiante de computación que, cansado de que la realidad no fuera tan controlable como la vida en su computadora, cargaba todo el tiempo dispositivos como cámaras de video, de fotografía y de audio para "grabar" la realidad y manipularla después a su gusto, haciendo de ello un proceso consciente. Sin embargo, otra mujer que pasaba la mayoría del tiempo enfrente de su computadora comentaba que cuando iba en su auto y estaba en un embotellamiento tenía la firme intención de quitar autos con el mouse (para darse cuenta tristemente que en las grandes ciudades ni la mejor computadora puede hacer esto aún). Claro que el interiorizar las capacidades tecnológicas y extrapolarlas a la cotidianeidad imprevisible, cambiante y sorpresiva puede ser traumático para las personas que creen que el mundo sí puede ser como en su serie favorita o su página de Internet más visitada. Menciono también a la "antigua" televisión; es muy recordado el caso del televidente italiano que sobre cierta situación comentaba no saber a ciencia cierta si lo había vivido o visto en televisión.

Parece que necesitamos estar más alerta a la relación entre lo virtual y lo real, no vaya a ser que las predicciones estilo Matrix nos alcancen algún día sin siquiera habernos dado cuenta de ello.


Mtro. Edgar Gómez
Profesor-investigador en la la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima, México. Se ha dedicado a investigar la cibercultura desde hace 5 años. Ha escrito textos sobre Comunicación Internacional, Comunidades Virtuales y la Comunicación Mediada por Computadora (CMC) en diversas publicaciones. Es colaborador del laboratorio para la Cibersociedad y es coproductor de un programa de radio de músicas del mundo

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