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Por Edgar Gómez
Número 24
Historias de
vivos, de muertos y de sentimientos electrónicos
Hace algunos años, cuando vivía en Monterrey, estaba
en un negocio de fotografía esperando que uno de mis rollos
estuviera listo. El negocio, además de lo último en
fotografía y video, se dedicaba también a vender aparatos
electrónicos y discos. Estaba bobeando por uno de los muchos
aparatos que vendían cuando vi entrar a una señora
visiblemente triste acompañada de una mujer más joven
que adiviné como su hija. La señora, vestida totalmente
de negro, cargaba, como abrazando, la foto de un señor de
sombrero y manos de tierra, seguramente un campesino. Ella misma
parecía una mujer rural por la forma en la que veía
asombrada todo lo que había a su alrededor. Una señorita
le preguntó si podía ayudarla y la señora le
dijo: "Sí, quiero que me haga 10 copias de esta foto".
Mientras la señorita de la tienda hablaba de las maravillas
del nuevo formato digital que manejaba la tienda y ponía
la foto en un escáner, la señora de luto y de campo
observaba atenta la imagen que aparecía en el monitor que
tenía enfrente: "Puede hacerla más grande...
ponerle más color... que se vea sólo él".
Mientras la dependienta dejaba lista la foto para su impresión,
también digital, me acerqué a la señora y le
pregunté para qué eran las copias; ella me respondió:
"Mi marido se murió y quiero mandarle su foto a todos
mis hijos y nietos que están lejos para que no lo olviden".
Cada vez es más
cotidiano el encontrarnos con dispositivos tecnológicos que,
precisamente por cotidianos, pueden relacionarse incluso con las
más íntimas situaciones de nuestra vida. Seguramente,
en el ejemplo anterior la señora, de cuyo monedero comprado
en algún mercado de su pueblo sacó el dinero para
pagar sus impresiones digitales de la más alta calidad, no
podría decir cuál es la diferencia entre un sistema
digital y una impresión química, lo importante para
ella era el recuerdo de su marido y su perdurabilidad en el tiempo.
En recientes fechas
navideñas se hizo más evidente el uso recurrido de
tecnologías de la comunicación cuando los amigos y
familiares, en lugar de mandar tarjetas navideñas, llenan
los correos electrónicos con postales multimedia, correos
de voz con canciones desafinadas e incluso flores virtuales. Los
sentimientos electrónicos están a la orden del día.
En la "sociedad de la información", el romance,
el sexo, la amistad, la enemistad, e incluso la vida cotidiana,
están permeados de aditamentos tecnológicos que nos
sirven, ya no como extensiones del ser humano en términos
Mcluhanianos, sino como extensiones del corazón. No por nada
en el anuncio de una marca de computadoras se veía como a
un futuro abuelito le llegaba la foto de ultrasonido de su próximo
nieto por correo electrónico. La ternura on-line se estrena,
los sentimientos se convierten en bytes y el corazón no es
más que un nodo de esta red de amor posmoderno. En épocas
donde los tamagochis y los furzios (de los cuales, apunta Román
Gubern, para finales de 1999 se habían vendido 35 millones
de ejemplares) son los sucesores de los perritos y los amigos del
barrio o donde la realidad virtual nos propone trajes que nos permiten
tener sexo por Internet será cada vez más difícil
despojarnos de los aditamentos tecnológicos para hacer algo
tan simple como un café.
Esquizofrenias tecnológicas
Quizá parte de esta actitud cada vez más dependiente
del uso de sistemas tecnológico- cognitivos y tecnológico-sentimentales
(si es que puede haber realmente algo así) sea la respuesta
a la, cada vez más constante, falta de alternativas que se
presenta en la vida cotidiana para experimentar con seguridad y
establecer relaciones sociales asépticas, igualitarias y
a salvo. El uso constante y permanente de tecnologías, especialmente
de comunicación, y no sólo para interactuar con otras
personas, puede llegar a un punto en el que se experimente una "esquizofrenia
tecnológica", y apunto algunos ejemplos (aclarando que
casi todos han sido patrocinados por autores varios):
Sheryl Turkle, quizá la psicóloga
más importante en el estudio de los efectos de Internet en
las personas, cuenta la historia de un joven estudiante de computación
que, cansado de que la realidad no fuera tan controlable como la
vida en su computadora, cargaba todo el tiempo dispositivos como
cámaras de video, de fotografía y de audio para "grabar"
la realidad y manipularla después a su gusto, haciendo de
ello un proceso consciente. Sin embargo, otra mujer que pasaba la
mayoría del tiempo enfrente de su computadora comentaba que
cuando iba en su auto y estaba en un embotellamiento tenía
la firme intención de quitar autos con el mouse (para darse
cuenta tristemente que en las grandes ciudades ni la mejor computadora
puede hacer esto aún). Claro que el interiorizar las capacidades
tecnológicas y extrapolarlas a la cotidianeidad imprevisible,
cambiante y sorpresiva puede ser traumático para las personas
que creen que el mundo sí puede ser como en su serie favorita
o su página de Internet más visitada. Menciono también
a la "antigua" televisión; es muy recordado el
caso del televidente italiano que sobre cierta situación
comentaba no saber a ciencia cierta si lo había vivido o
visto en televisión.
Parece que necesitamos estar más
alerta a la relación entre lo virtual y lo real, no vaya
a ser que las predicciones estilo Matrix nos alcancen algún
día sin siquiera habernos dado cuenta de ello.
Mtro.
Edgar Gómez
Profesor-investigador en la la Facultad de
Letras y Comunicación de la Universidad
de Colima, México. Se ha dedicado a investigar la cibercultura
desde hace 5 años. Ha escrito textos sobre Comunicación
Internacional, Comunidades Virtuales y la Comunicación Mediada
por Computadora (CMC) en diversas publicaciones. Es colaborador del
laboratorio para la Cibersociedad y es coproductor de un programa
de radio de músicas del mundo |