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Por Miguel
Martínez Huerta
No es vergonzoso
que el hombre sucumba bajo el dolor, pero sí es vergonzoso
sucumbir bajo el placer
¿A qué se debe, pues,
que sea glorioso para la razón sucumbir bajo el esfuerzo
del dolor, y que le parezca vergonzoso sucumbir bajo el esfuerzo
del placer? A que no es el dolor lo que nos tienta y nos atrae;
somos nosotros mismos los que lo elegimos voluntariamente y queremos
hacer que nos domine, de tal suerte que señoreamos la cosa,
y de ese modo el hombre sucumbe a sí mismo; en cambio en
el placer es el hombre el que sucumbe al placer (Pascal).
El propósito del presente artículo es exponer,
en primer lugar, una aproximación conceptual a la idea de
placer; en segundo lugar, reseñar la posición de algunos
pensadores antiguos y modernos sobre el tema; y, finalmente, terminar
con una reflexión personal sobre el problema que nos ocupa.
¿Qué es el placer? Esta palabra se usa de distintas
maneras, pero considerando su uso en el dominio popular, parece
conveniente definirlo así: el sentimiento de satisfacción
que de la esfera sensitiva se difunde a la psíquica y espiritual,
como respuesta del sujeto a la consecución de un bien. El
término "placer" no es unívoco sino que
es ciertamente un término ambiguo y equívoco.
Hay placeres superiores y placeres inferiores. Los placeres superiores,
que toman cada día mayor parte en la vida humana -placeres
estéticos, placer de razonar, de aprender y de comprender,
de investigar, etc.- requieren mucho menos de las condiciones exteriores,
y son mucho más accesibles a todos que los placeres netamente
materiales. Sobre el mismo aspecto se cuestiona Hume (1993, 169):
"¿qué comparación podrá haber entre
la satisfacción incalculable de la conversación, del
trato social y del estudio, incluso de la salud y de las comunes
bellezas naturales, pero, sobre todo, de la paz de reflexionar sobre
nuestra propia conducta; qué comparación podrá
haber, digo, entre estas cosas y los febriles y vacíos placeres
del lujo y el gasto?". Conocida es la expresión de Stuart
Mill (1974, 33) sobre el asunto: "Es mejor ser un hombre insatisfecho
que un cerdo satisfecho, es mejor ser Sócrates insatisfecho,
que un loco satisfecho".
Es verdad que el placer no es sinónimo de bien moral y felicidad:
"la satisfacción ilimitada de los deseos -señala
Fromm (1981, 22)- no produce bienestar, no es el camino de la felicidad
ni aun del placer máximo"; pero también es verdad
que no es posible la felicidad ni el bien sin el placer: "los
que ejercen una actividad con placer, alcanzan mayor discernimiento
y exactitud en cada uno de sus pormenores. Así, los que encuentran
gusto en la geometría acaban por ser geómetras y comprenden
mejor cada proposición de su ciencia; lo mismo los que aman
la música o la arquitectura o las demás artes, que
todos progresan en el trabajo que les es familiar, porque se complacen
en él" (cf. Aristóteles, 1981, 136).
Podemos encontrar en las páginas de la historia de la ética
unas posiciones que exaltan el placer juntamente con otras que lo
rechazan como valor moral.
Las morales del interés aceptan el principio fundamental
de que el hombre busca la felicidad a través del placer.
El hombre pretende ser feliz, pues la felicidad es el fin de la
actividad humana, y la felicidad reside en el placer.
a) Hedonismo.- "Aristipo, indigno discípulo de Sócrates,
pero digno antecesor de Epicuro -en palabras de Balmes (1986, 317)-,
fundó la escuela de Cirene, o cirenaica". Según
el filósofo griego, sentir el máximo placer corporal
constituye la meta de la vida, y la felicidad es la suma total de
los placeres gozados. Sin embargo, Aristipo defiende un cierto dominio,
y pretende no ser poseído sino poseer.
b) Epicureísmo.- Aunque para Epicuro el placer "puro"
era la meta más elevada, para él este placer significaba
"ausencia de dolor" (aponia) y tranquilidad del alma (ataraxia).
Enseña Epicuro: "Todo lo que hacemos persigue este fin:
la supresión del dolor y del miedo
Cuando no sentimos
ningún dolor no necesitamos ya del placer; y por eso decimos
que el placer es principio y fin de la vida feliz
Por consiguiente,
todo placer es bueno por su propia naturaleza, aunque no todo placer
es elegible; y, recíprocamente, todo dolor es malo, pero
no todo dolor es siempre rehuíble" (cf. Montes de Oca,
1980, 72). Para él es necesario calcular y medir los placeres
para que lo sean realmente. "Porque no son ni las borracheras,
ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de
las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las
mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón,
buscando sin cesar los motivos legítimos de elección
o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar
al alma la mayor inquietud" (cf. Verneaux, 1982, 96).
c) Utilitarismo.- El utilitarismo, "lleno de la cortesía
y del respeto típicamente ingleses, con atisbos de cordialidad
y dedicación social" (M. Villegas), sostiene como las
anteriores, que el fin de la vida es el placer o interés
personal. Con todo, acepta que el bien personal, si bien buscado
en forma inteligente, es inseparable del bienestar o interés
colectivo. La síntesis de esta escuela pudiera ser la siguiente
afirmación de Tomás Moro (1995, 99): "Prudente
es buscar el bien personal sin violar esas leyes; procurar además
el público es piadoso amor a los hombres, pero destruir el
bienestar ajeno para conseguir el propio es, sin duda, injusto.
Privarse, por el contrario, de alguna ventaja para favorecer a otro
es un deber de humanidad y liberalidad, y esa renuncia, por grande
que sea, resulta recompensada con el retorno de beneficios y la
conciencia misma del bien obrar y el recuerdo del afecto y agradecimiento
de los favorecidos infunden en el espíritu un placer superior
al que el cuerpo hubiese obtenido de las ventajas renunciadas".
Represen-tantes de esta escuela son Hobbes, Locke, Hume y Bentham,
seguidos por J. S. Mill, Spencer y Sidgwigk. Como ya se mencionó,
el utilitarismo añade al epicureísmo el valor de la
dimensión altruista que redunda en bien personal, pues la
felicidad personal redunda en la felicidad de los otros, y viceversa,
la felicidad de los otros en la propia felicidad. Escribe Mill (1974,
28): "El credo que acepta la Utilidad o Principio de la Mayor
Felicidad como fundamento de la moral, sostiene que las acciones
son justas en la proporción con que tienden a promover la
felicidad; e injustas en cuanto tienden a producir lo contrario
de la felicidad. Se entiende por felicidad el placer, y la ausencia
de dolor; por infelicidad, el dolor y la ausencia de placer".
Las morales racionales enseñan, en cambio, que el fin de
la vida está deter-minado, no por las tendencias que de hecho
manejan la actividad humana, o por las experiencias concernientes
a las mismas, sino por las normas o principios de la razón.
a) Platón.- En la línea del platonismo se exige una
ascesis y despojamiento radical de lo sensible, al ser el cuerpo
una cárcel que detiene presa al alma. Es de todos conocido
que, en el mundo cristiano, san Agustín es uno de los seguidores
más destacados, por no decir el más eximio, de este
pensamiento: "Discutía con mis amigos, Alipio y Nebridio,
sobre el grado supremo de los bienes y de los males y en mi corazón
se hubiese llevado la palma, Epicuro, de no haber creído
yo que después de la muerte subsiste la vida del alma con
la sanción de nuestros actos, cosa que Epicuro no se avino
a creer" (San Agustín, 1970, 95).
b) Aristóteles.- El fin de la vida moral es la felicidad,
que es un vivir de acuerdo a la razón. El placer así
entendido, tiene una función de compañía y
corona toda la actividad moral, pero no puede ser la meta de la
existencia. Al respecto escribe Aristóteles (1981, 5): "La
multitud y los más vulgares ponen el bien supremo en el placer,
y por esto aman la vida voluptuosa
muestran tener decididamente
alma de esclavos al elegir una vida de bestias
"
c) Estoicismo.- La escuela estoica es tan antigua como la epicúrea,
pero sus más grandes representantes pertenecen a la era cristiana:
Séneca, Epicteto y el emperador Marco Aurelio. En su tratado
filosófico De la vida bienaven-turada, Séneca (1992,
112) opone virtud y deleite con estas afirmaciones: "La virtud
es una cosa alta, excelsa, real e infatigable; el deleite es abatido,
servil, débil y caduco, cuya morada son los burdeles y bodegones.
A la virtud siempre hallarás en el templo, en los consejos,
y en los ejércitos defendiendo las murallas, llena de polvo,
encendida y con las manos llenas de callos. Hallarás al deleite
escondiéndose y buscando las tinieblas, ya en los baños,
ya en las estufas, y en los lugares donde se recela la venida del
juez
El deleite, cuando está dando más gusto,
entonces se acaba, y como tiene poca capacidad, hínchase
presto y causa fastidio, marchitándose al primer ímpetu,
sin que se pueda tener seguridad de lo que está en continuo
movimiento". En conclusión: "Tú abrazas
el deleite, yo le enfreno; tú le disfrutas, yo le gozo; tú
le tienes por sumo bien, yo ni aun le juzgo por bien; tú
haces todas las cosas en orden al deleite, yo ninguna" (cf.
Séneca, 1992, 114). En este escenario puede comprenderse
la siguiente ironía de Epicteto (1980, 64): "Epicuro
enseña que por ley natural no existe sociedad alguna entre
los hombres; que los dioses no se preocupan para nada de las cosas
humanas; que no hay otro bien que la voluptuosidad. Pero, insensato,
¿valía la pena de pasar tantas noches en vela para
escribir después libros cuajados de semejantes preceptos?
¿No hubiera sido mejor, siguiendo estas mismas teorías,
permanecer bien calentito en la cama y arrastrar la existencia de
un gusano, toda vez que ella es la única capaz de que los
que tal piensan se consideran dignos?".
d) Kant.- Kant no fundamenta su ética ni en las tendencias
naturales del hombre ni en la metafísica, puesto que ella
es universal y a priori. Es universal por originarse en la razón
y autónoma por el hecho de que la razón sólo
depende de sí misma y tiene en sí la autoridad de
imponer lo que debe ser; y la ética es a priori porque de
ninguna manera puede ser a posteriori o apoyada en la experiencia:
"el peor servicio que puede hacerse a la moralidad es quererla
deducir de ciertos ejemplos" (cf. Kant, 1983, 31). Los imperativos
de la razón no tienen en vista ningún resultado inmediato
fuera de la obediencia irrestricta al deber. "Las inclinaciones
solamente dificultan la ejecución de la máxima buena
opuesta; el mal auténtico, en cambio, consiste en que uno
no quiere resistir a aquellas inclinaciones cuando le incitan a
la transgresión, y esta intención es propiamente el
verdadero enemigo" (Kant, 1981, 210).
El juego, los viajes, los espectáculos, la diversión
en general, ofrecen una panorámica de que toda actividad
humana está rodeada de placer. Así, el placer es un
fin y un bien, pero no es ni el único fin ni el bien supremo.
El equilibrio humano es un valor que debemos siempre defender. No
se trata de calcular los placeres, de llevar una contabilidad y
perseguir una finalidad: "se trata de ser y de vivir, de sentirse
existir y vivir, de obrar como se es y como se vive, de no ser una
especie de mentira en acción, sino una verdad en acción"
(Guyau).
Bibliografía:
Aristóteles
(1981), Ética Nicomaquea. Política,
9a. ed., colección "Sepan cuantos
", México,
Porrúa.
Balmes, J. (1986), Filosofía elemental, 4a. ed., colección
"Sepan cuantos
", México, Porrúa.
Fromm, E. (1981), ¿Tener o ser?, 3a. reimp., México,
FCE.
Guyau, J. M. (1944), Esbozos de una moral sin obligación
ni sanción, Buenos Aires, Americalee.
Hume, D. (1993), Investigación sobre los principios de
la moral, Madrid, Alianza Editorial.
Kant, I. (1981), La religión dentro de los límites
de la mera razón, 2a. ed., Madrid, Alianza Editorial.
Kant, M. (1983), Fundamentación de la metafísica
de las costumbres. Crítica de la Razón Práctica.
La paz perpetua, 5a. ed., colección "Sepan cuantos
",
México, Porrúa.
Mill, J. S. (1974), El utilitarismo, 5a. ed., Buenos Aires,
Aguilar.
Montes de Oca, F. (1980), La filosofía en sus fuentes,
2a. ed., México, Porrúa.
Moro/ Campanella/ Bacon (1995), Utopías del Renacimiento,
11a. reimp., México, FCE.
Pascal, B. (1996), Pensamientos, Madrid, Planeta-DeAgostini.
San Agustín (1970), Confesiones, colección
"Sepan cuantos
", México, Porrúa.
Séneca (1992), Tratados filosóficos. Cartas,
5a. ed., colección "Sepan cuantos
", México,
Porrúa.
Verneaux, R. (1982), Textos de los grandes filósofos.
Edad Antigua, 5a. ed., Barcelona, Herder.
Mtro.
Miguel Martínez Huerta
Catedrático del Departamento de Humanidades
del ITESM Campus Estado de México |