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Diciembre 2001

 

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Filosofía, Cultura y Sociedad

La conciencia

 
Por Miguel Martínez Huerta
Número 24

No hay nadie, ni aun el peor bribón, que, si está habituado a usar de su razón, no sienta, al oír referencias de ejemplos notables de rectitud en los fines, de firmeza en seguir buenas máximas, de compasión y universal benevolencia (unidas estas virtudes a grandes sacrificios de provecho y bienestar), no sienta, digo, el deseo de tener también él esos buenos sentimientos. Pero no puede conseguirlo, a causa de sus inclinaciones y apetitos, y, sin embargo, desea verse libre de las tales inclinaciones, que a él mismo le pesan (Kant).

En ética no existen respuestas fijas y seguras para todo lo concerniente al universo moral. Los principios son generales y abstractos, y no responden necesariamente a los conflictos en que puede encontrarse el ser humano. Queda siempre un margen de ambigüedad: en él se juega el hombre su propia decisión. El propósito del presente escrito es mostrar que la verdadera fuente normativa de los actos humanos es la misma persona en su realidad concreta inmersa en su devenir.

El hombre es un ser moral porque debe construirse a sí mismo. Y la conciencia moral es la facultad por medio de la cual el hombre descubre este "deber ser", esta llamada a hacerse una persona, y es también la facultad por la que tiende activamente a llevarla a la práctica. En otras palabras: es preciso entender la conciencia moral como la facultad, como la capacidad a través de la cual el hombre puede llegar a conocer lo que es bueno y lo que es malo. Se trata, pues, de un juicio del entendimiento o razón que nos permite reconocer el valor moral de un acto concreto que pensamos realizar, estamos realizando o hemos realizado.

El juicio valorativo de la conciencia moral abarca tres niveles: antes del acto, durante su ejecución y después de ella.

Antes del acto, la conciencia actúa como consejero, por la apreciación que el entendimiento hace del valor moral de las varias alternativas que se le ofrecen. Así, por ejemplo, Marco Aurelio (1980, 108) se convierte en nuestra conciencia cuando nos pregunta: "¿Cómo te has portado hasta ahora con los dioses, con tus padres, hermanos, mujer, hijos, maestros, ayos, amigos, familiares, criados? ¿Observaste hasta ahora con todos ellos el precepto de "no hacer ni decir nada malo a nadie"?".

Durante la ejecución del acto, la conciencia se manifiesta dándonos el sentimiento de que somos agentes libres y responsables de nuestra acción. Al respecto escribe J. G. Fichte (1976, 112): "Esta voz interior de mi conciencia me dirá en cada situación de mi vida lo que debo hacer y lo que debo evitar; me acompañará, si la oigo atentamente, en todas las vicisitudes de mi vida, y ni me escatimará la recompensa si soy diligente".

Después del acto, la conciencia interviene como juez y ejecutor de una sentencia. La conciencia aplica en el acto su sentencia, representada por diversidad de sentimientos morales: satisfacción, tranquilidad, remordimiento, vergüenza, arrepentimiento, etc. "Por otra parte -escribe Hume (1993, 208)-, ¿quién no sufre una profunda mortificación al reflexionar en su propia insensatez y conducta disoluta, y no siente una punzada o compunción secreta cada vez que se le viene a la memoria alguna ocasión pasada en la cual se comportó estúpidamente o con torpes modales?".

Si la experiencia nos demuestra que todo hombre juzga de la moralidad de los actos, también ella nos dice que no todos juzgan de igual manera. No es raro que la falta de instrucción o ignorancia, los prejuicios de cierta forma de educación, las pasiones, el medio ambiente, el interés, etc., logren, si no anular los dictámenes de la conciencia, sí consiguen falsearlos y desvirtuarlos. De acuerdo con su manera de apreciar los actos morales, la conciencia puede ser (cf. Blázquez, 1999, 105): 1) conciencia antecedente (precede a la acción); 2) concomitante (acompaña a la acción); 3) consiguiente (posterior a la acción); 4) auténtica (cuando se actúa con honradez); 5) viciosa (se obra con malicia); 6) verdadera (se ajusta a la norma o principio de moralidad); 7) errónea (juzga como bueno algo que no lo es); 8) dudosa o vacilante (carece de seguridad y certeza en lo que se hace o pretende hacer); 9) cierta (juzga de la bondad o malicia de la acción con firmeza y seguridad); 10) laxa (poco exigente, exageradamente permisiva); 11) perpleja (ante dos normas o principios no sabe cuál de ellos elegir); 12) farisaica (moral de apariencias, hipócrita); 13) rigorista (tendencia a juzgar las acciones propias y ajenas con excesiva severidad); 14) escrupulosa (da vueltas a lo que va a hacer, temiendo siempre equivocarse).

Pregunta Epicteto (1980, 72): "Si tu razón, que es quien ordena todos tus actos, está desordenada, ¿quién la ordenará?". Porque estrictamente hablando no puede llamarse conciencia bien formada cuando con este nombre se encubre la arbitrariedad, el deseo del placer propio, la conveniencia, el agrado personal, o la superficialidad de opiniones carentes de todo esfuerzo de clarificación. La ética ofrece una serie de reglas y principios que ayudan al esclarecimiento de los problemas que pueden ofrecerse de acuerdo con las diferentes clases o estados de conciencia. Algunos de ellos son los siguientes:

1. Hay que obedecer a la conciencia cuando ciertamente manda o prohibe. Escribe Hortelano (1969, 131): "Ya San Pablo había insistido que lo que hacemos de acuerdo con la conciencia, es bueno, y lo que hacemos en contra de la conciencia es malo. Y en realidad esta doctrina del primado de la conciencia, como último criterio que decide nuestro quehacer, ha sido teóricamente y en principio la doctrina de la Iglesia en todos los tiempos. Santo Tomás, él mismo llegó a decir, que si uno en conciencia no estaba de acuerdo con la Autoridad eclesiástica, era preferible ser excomulgado a obrar en contra de la conciencia".
2. Nadie debe obrar si su conciencia no está moralmente cierta de que el acto es bueno (o indiferente).
3. En caso de perplejidad la conciencia debe optar por lo que se considere el mal menor. Si las razones se equilibran, puede tomarse cualquiera de las alternativas.
4. En caso de duda el remedio puede estar, en parte, en un consejero prudente. "Tampoco será ajeno que para resolvernos en los casos dudosos consultemos a los hombres doctos y experimentados, y veamos lo que les parece de cualesquiera género de obligaciones" (Cicerón, 1993, 40).
5. Una ley dudosa no obliga. De manera que puede seguirse una opinión sólidamente probable.
6. En la duda hay que declararse en favor de quien la sufre.
7. Un hecho no se presume, debe probarse.
8. Un acto se presume válido hasta prueba de lo contrario.
9. En la duda hay que presumir en favor del superior (o intérprete de la ley).
10. Hay obligación de procurarse, en cuanto sea posible, una conciencia verdadera, y normal o delicada.

Como hemos visto, la ética está al servicio de la madurez y de la sinceridad de la conciencia humana. Mejor dicho, debe comprometerse constantemente a la formación de la misma: debe ser como fermento de la educación en la reflexión, de tal forma que los hombres aprendan a tomar sus decisiones y a valorarlas rectamente. Igual que se educa la inteligencia con el fin de que el hombre progrese en su capacidad de razonamiento, se puede y debe educarse la conciencia moral.

Algunos medios para la educación de la conciencia pueden ser los siguientes:

1. El cumplimiento fiel de los deberes de cada día. "¿Qué cosa es el deber? -se pregunta Hegel (1975, 141)-. Para esta determinación no existe, primeramente, otra cosa que esto: realizar el Derecho y cuidar del bienestar, el propio bienestar particular y el bienestar como determinación universal, el bienestar de los otros".
2. Trazar un plan de vida como base para la tarea formativa. Al respecto vale la pena recordar las conocidas palabras de Benjamín Franklin conservadas en su Autobiografía (1989, 61): "siempre he creído que un hombre con ingenio puede ocasionar grandes cambios y poner en práctica grandes empresas en la humanidad, si antes construye un buen plan y deja a un lado todas las diversiones y empleos que puedan desviar su atención, y hace del cumplimiento de este plan su único estudio y su único negocio".
3. Una adecuada distribución del día. He aquí un programa así. Se titula Sólo por Hoy escrito por el Dr. Frank Crane: "Sólo por hoy, trataré de vivir únicamente este día, sin abordar a la vez todo el problema de la vida… Sólo por hoy, tendré un programa. Consignaré por escrito lo que espero hacer cada hora. Cabe que no siga exactamente el programa, pero lo tendré. Eliminaré dos plagas, la prisa y la indecisión".
4. Práctica del examen general de conciencia. "Hermosa costumbre la de hacer cada día un examen de todas nuestras acciones -señala Séneca (1992, 50)-. ¡Qué tranquila se nos queda el alma cuando ha recibido su parte de elogio o de censura, siendo censor ella misma que, contra sí misma, informa secretamente! Esa es mi regla: diariamente me cito a comparecer ante mi tribunal... No disfrazo, no adultero nada, no olvido cosa alguna. ¿Qué puedo temer del reconocimiento de mis faltas, cuando puedo decirme: no vuelvas a hacerlo, por esta vez te perdono?".
5. Lectura cuidadosa de buenos moralistas y vidas ejemplares. "Tener así -dice A. D. Sertillanges (1984, 78)- en los momentos de depresión intelectual o espiritual autores favoritos, páginas reconfortantes, tenerlos cerca de uno, siempre listos para inyectar su buena savia, constituye un recurso inmenso".
6. Sacrificio (renuncia) y ejercicio de la voluntad. Al hombre le precisa mantener viva la facultad del esfuerzo voluntario, sujetándola, diariamente, a un poco de ejercicio desinteresado. Esta clase de ejercicio es excelente para robustecer el carácter y templar la voluntad. "Practica -expresa James- un poco de heroísmo y ascetismo cada día, con el único fin de robustecer tu voluntad… de manera que cuando sobrevenga la tentación, no te encuentres sin energía y sin preparación para la lucha" (cf. Vargas, 1979, 306).
7. Respetar la naturaleza. Como enseña Baden Powell: "El hombre que ha crecido entre las grandes obras de la naturaleza cultiva la verdad, la independencia y la confianza en sí mismo, tiene impulsos de generosidad y de lealtad para sus amigos" (cf. Cuadrado, 1988, 48).
8. La frecuentación y trato de personas de buen criterio moral. La conversación o diálogo con un interlocutor visible (o invisible) también contribuye a la sana formación de la conciencia para una correcta vida moral. "¿Por qué no probar a Dios, usted que tiene un pecado en su vida? -pregunta Norman Vincent Peale (1983, 143)-. Es muy duro llevar el pecado y la culpabilidad en nuestra alma. El pecado no es una fantasía. No puede haber paz duradera o felicidad en la vida de un individuo al que siempre acompaña un pecado. Ningún hombre es lo bastante fuerte para borrar de su vida el penoso recuerdo y el aguijón de sus malas palabras u obras. Sin embargo, gracias a Dios, hay un Gran Médico que puede realizar esa cura. Me refiero al Médico de las Almas que, cuando coloca su mano sobre la vida de un paciente bien dispuesto, sabe limpiarle de modo infalible del oscuro veneno que ha infectado su mente y alma, y destruido la paz y felicidad de su vida. Lo ha hecho por muchos hombres y mujeres felices a través de los años. Y puede hacerlo por usted. ¿Por qué no probar con Dios?".

Ya para concluir podemos decir que consideramos hombre de conciencia: al que ha desarrollado el sentido de responsabilidad en relación con el prójimo y la familia, en la vida profesional, en las cuestiones sociales y civiles. Es decir, la persona, cuya conciencia es sensible y delicada, ha comprendido que no puede ser verdaderamente ella misma, si no ha logrado ser vigilante, abierta y disponible a los demás. "En el pasaje evangélico del Buen Samaritano, el sacerdote y el levita son el prototipo del hombre dotado de seudoconciencia. El que se atiene escrupulosamente a un complejo código de prescripciones es un hombre rutinario. Por el contrario, el Samaritano, que ve al hombre que ha sido maltratado por los ladrones y que está medio muerto, es el prototipo del hombre que tiene una conciencia sensible y obra en conformidad con ella. "Lo vio y se compadeció" (Lc. 10, 33)" (Häring).


Bibliografía:

Blázquez, F., et al. (1999), Diccionario de términos éticos, Navarra, Verbo Divino.
Cicerón (1993), Los oficios o los deberes. De la vejez. De la amistad, 8a. ed., colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Cuadrado, R. (1988), Celebraciones con jóvenes, 2a. ed., Madrid, Ediciones Paulinas.
Epicteto (1980), Manual y máximas, 2a., ed., colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Fichte, J. G. (1976), El destino del hombre, colección Austral, Madrid, Espasa-Calpe.
Franklin, B. (1989), Autobiografía y otros escritos, 2a. ed., colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Häring, B. (1969), "Responsabilidad moral y situaciones-límite", en Moral y hombre nuevo, Madrid, Perpetuo Socorro.
Hegel, G. F. (1975), Filosofía del derecho, colección Nuestros Clásicos, México, UNAM.
Hortelano, A. (1969), "Nuevos aspectos de la conciencia moral", en Moral y hombre nuevo, Madrid, Perpetuo Socorro.
Hume, D. (1993), Investigación sobre los principios de la moral, Madrid, Alianza Editorial.
Kant, M. (1983), Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Crítica de la Razón Práctica. La paz perpetua, 5a. ed., colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Marco Aurelio (1980), Soliloquios, 2a. ed., colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Martínez Huerta, M. (1989), Llega a ser lo que eres, México, Ediciones Don Bosco.
Séneca (1992), Tratados filosóficos. Cartas, 5a. ed., colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Sertillanges, A. D. (1984), La vida intelectual, colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Vargas Montoya, S. (1979), Tratado de psicología, 7a. ed., México, Porrúa.


Mtro. Miguel Martínez Huerta
Catedrático del Departamento de Humanidades del ITESM Campus Estado de México, México

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