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Agosto
2005

 

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Filosofía, Cultura y Sociedad

De Médico, Filósofo o Loco Todos Tenemos un Poco

 

Por Enrique León
Número 46

“De médico, filósofo o loco todos tenemos un poco”, así versa la conseja popular, pero, ¿qué tan ético resulta apegarse a esta creencia?

Todos al ver a una persona con algún síntoma de malestar nos sentimos acongojados y deseamos ayudarle a tener una pronta recuperación, y en el afán de lograrlo, emprendemos una interminable tarea de reconocer sus síntomas, compararlos con lo que alguna vez nos pasó a nosotros o a algún ser cercano, y concluimos prescribiendo aquel medicamento maravillosos que nos curó y que lo venden en la farmacia sin mayor problema. Uno diría que esa es la manera en que deben funcionar las cosas y que nadie debería evitarlo. Además si a mí me resultó bueno en su momento, ¿por qué no compartirlo con quien lo necesita?

Si bien todos tenemos derecho a disfrutar de una salud excelente y por lo tanto también el derecho y la obligación de hacer todo cuanto podamos para lograrlo, debemos recordar que nuestra libertad termina donde inicia la libertad de los demás. No hay nada de malo en tomar todas las acciones necesarias para tener una buena salud, siempre y cuando éstas nunca sean en detrimento de los demás. ¿Cuál es la razón por la que digo lo anterior?

Hay muchas formas de alcanzar los objetivos planteados. La mejor es aquélla en la que se obtienen los resultados de manera armónica sin pisotear ni pasar por encima de los demás, sea voluntaria o involuntariamente.

Los actos del hombre pueden ser voluntarios o involuntarios. Los voluntarios se pueden juzgar y en ellos se puede encontrar alguna intencionalidad que los convierta en buenos o malos, mientras que los involuntarios no se han de catalogar de esa manera, ya que al no haber intencionalidad, se convierten en inocentes o libres de juicio. El problema lo podemos encontrar al tratar de argumentar ignorancia, ya sea a propósito o no. El simple hecho de darle la espalda a aquellos argumentos o nuevos conocimientos con tal de evadir nuevas responsabilidades puede dar un giro de 180° a lo que hacemos y convertir un acto neutro o bueno en malo. La ignorancia lo podría hacer neutro, pero la ignorancia a propósito lo convierte en negligencia, y ésta le hace malo inmediatamente, pues ignorar deliberadamente las posibles consecuencias por evitar la responsabilidad que lleva el acto le convierte en algo indeseable.

Los grandes avances de la medicina han logrado aumentar la expectativa de vida, pero paradójicamente el mismo avance ha propiciado nuevos problemas, y en muchas ocasiones esto resulta peor que lo que se pretendía resolver.

Antes de la aparición de la penicilina, las personas morían irremediablemente víctimas de infecciones que podían contraer, ya sea por heridas externas o por estar en contacto con quienes padecían algún mal contagioso.

En efecto, el uso de la penicilina como el precursor de los antibióticos fue muy benéfico y posteriormente, a través de la investigación, se han desarrollado nuevas generaciones de antibióticos más agresivas y poderosas para acabar con nuevas cepas bacterianas. Es importante puntualizar que la investigación no se limita a hacer antibióticos específicos para combatir bacterias de diversos tipos, sino también para tratar de exterminar a aquéllas que, por ya haber sido expuestas indiscriminada y negligentemente a un gran número de antibióticos, ya han desarrollado una resistencia tal que ahora hay enfermedades que pueden ser muy difíciles de curar, pues sus agentes patógenos se han vuelto casi indestructibles.

Hay que recordar que, aunque muchas enfermedades son provocadas por microorganismos tales como bacterias, virus, algunos parásitos y hongos (enfermedades infecciosas), también hay muchas otras causadas por agentes totalmente distintos, como mal funcionamiento de algún órgano o contaminantes, por ejemplo. Por otro lado, los antibióticos son sustancias que únicamente atacan a las bacterias, aunque desafortunadamente mucha gente los utiliza indiscriminadamente para intentar curar cualquier enfermedad.

Lo anterior nos ha llevado a generar una gran cantidad de bacterias resistentes a los antibióticos, y por más que la ciencia y la investigación siguen avanzando en este sentido, en ocasiones ya no hay medicamento que los acabe. Una verdadera paradoja, ¿no lo cree así el amable lector?

Cuando un médico receta un medicamento antibiótico lo debe hacer después de estar seguro del tipo de bacteria que quiere eliminar, y para ello es necesario realizar estudios clínicos al paciente, donde además de determinar si la causa real de la enfermedad es una bacteria, se identifica a qué antibióticos es sensible ésta (antibiograma). Pero si empezando por los médicos esto no se hace, peor resulta cuando quien recetó fue un lego bien intencionado.

Hans Jonas, en su libro “El principio de la responsabilidad” nos dice de manera apocalíptica: “Definitivamente desencadenado, Prometeo, al que la ciencia proporciona fuerzas nunca antes conocidas y la economía un infatigable impulso, está pidiendo una ética que evite mediante frenos voluntarios que su poder lleve a los hombres al desastre" (Jonas, 1995, p. 15).

Hay que entender que, como lo dice él, antaño las acciones del hombre no afectaban tanto la naturaleza. Sin embargo, conforme el dominio de las ciencias se ha hecho más patente, ahora existe una vulnerabilidad de la que el ser humano se debe responsabilizar. No podemos seguir haciendo cosas sin antes pensar con detenimiento en las posibles repercusiones. El saber moral, como lo denomina Jonas, es un deber urgente que no ha de permitir que expongamos a la naturaleza con inocentadas.

Basta de hacer las cosas a ciegas consciente o inconscientemente. Tomemos las riendas responsablemente de nuestros actos, y la próxima vez que escuchemos a alguien decir: “Seguramente tienes esto o lo otro, Tómate este medicamento”, pensemos detenidamente la importancia de lo que vamos a hacer y hagamos lo correcto. Seamos responsables. Pensemos en el mundo que estamos dejando, y procuremos no convertirnos insensatamente en ese médico, filósofo o loco del que todos tenemos un poco.


Referencias:

Hans, J. (1995). El principio de responsabilidad. Barcelona: Herder.

Para mayor infomación:
Levy, S.B. (1992). The Antibiotic Paradox: How Miracle Drugs Are Destroying the Miracle. New York, N.Y.: Plenum Press


Mtro. Enrique Agustín León Langridge
Profesor del departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del ITESM Campus Estado de México, México.

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