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JUEGO DE OJOS

en defensa del molcajete

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Número 60

La columna de la semana pasada echó sal en una herida abierta. En decenas de correos, ciudadanos que han padecido la esquizofrenia nacional del molcajete y la licuadora compartieron episodios que van de la hilaridad a lo espeluznante (aunque uno de ellos, cuyo nombre, sospecho, es apócrifo, me hace una ominosa advertencia: “¡Nombrar a Bancomer y a Banamex no lo hace a usted necesariamente sujeto de crédito!” No importa. El compromiso de JdO es con la República y no con los bandole..., perdón, con los banqueros).

Pero en esta fiera lucha contra una lacra que nos mantiene presos en un “tercer mundo” mental, cometí una imperdonable injusticia que hoy debo reparar. Desde una torre de la UNAM, Jorge González resume el sentir de una mayoría: “Buena tu crónica de licuadora contra molcajete. No me gusta, sinencambio, que el lado pinche y retrasado se lo adjudiques al molcajete, del que las salsas lentamente preparadas salen como nunca saldrán de una rapidísima Osterizer. Yo, en mi sentido musical abomino literalmente las decibélicas licuadoras. Pero el problema no es de aparatos, sino de la mentalidad jodida y ¡”#$%& que hemos desarrollado como en vivero en estas otrora colonias. Antes eran los aztecas, luego los gachupines, luego los que sigan...”

Así que con ceniza en el pelo, vestiduras rasgadas y crujir de huesos, me humillo ante la negra piedra y pido el perdón de nuestros antepasados.
Dicho lo anterior, cito a mi cuata la Josefa: “Tienes toda la razón. Yo no entiendo por qué los empleados, burócratas, funcionarios de banca pública o privada, o de cualquier dependencia de los tres (?) poderes, se complican tanto la vida. Ni hablar (aquí nos tocó vivir como podamos, no siempre como queremos...). Coincido contigo respecto a otros países, pero tal vez la explicación con nuestros paisanos es que, además, son tan desconfiados y descreídos que no pueden tolerar la mínima libertad ni con ellos mismos. Ve nomás lo que está pasando con la famosa ley de ‘sin humo en todas partes’: nos creen retrasados mentales o adolescentes a todos (lee, por favor, las recientes declaraciones de uno de esos diputados de cuyo nombre prefiero no acordarme, que insiste en que NADIE debe fumar en ningún sitio (ni siquiera en su casa). De verdad no entiendo cómo está en esa chamba). Conste, yo ya no fumo, pero quiero respetar el derecho de los que sí lo hacen.

Mi personal odisea con Banamex está resultando más larga que la Cuaresma. Después de cinco días hábiles, el mega centro superheterodyno de cómputo liberó el número de cliente. Pero no se crea que de buen modo. Resulta que el mismo súper centro de cómputo tiene registrados dos domicilios míos, cosa verdaderamente inexplicable dado que los estados de cuenta llegan a uno sólo, el que está en mi credencial del IFE. Tuve que hipnotizar al “ejecutivo” (porque ya no se llaman “cajeros”) como Luke Skywalker mesmerizó al chambelán de Jabba the Hutt, para que aceptara que la segunda dirección es actualmente un asilo para banqueros pobres. Llevó a cabo las operaciones necesarias y me informó que en un plazo “de diez a quince días”, el sistema unificaría mis cuentas. ¡Bendito Dios! Pensé para mis adentros que con diez personajes así en el Programa Manhattan, Hiroshima y Nagasaki seguirían en pie. También tuve una visión del interior de la fortaleza computacional del banco y creí ver cientos y cientos de largas mesas en donde afanosos empleados manipulaban relucientes ábacos importados de China.

Con el número en mano corrí a la computadora más próxima y al abrir el portal de banca electrónica supe que desde el año pasado esa clave es insuficiente y ahora se requiere un “código bancanet”. A la hora de la comida volví a la sucursal. Hipnoticé de nuevo al ejecutivo. Confesó que “como a veces no es necesario” le quiso ahorrar al banco los aparatos bancanet. Me hizo firmar diez juegos de solicitudes. Copió de nuevo mis identificaciones y me proporcionó los dispositivos. Sin comer, regresé al ordenador. Varios formularios más tarde, la amigable banca electrónica desplegó un anuncio en donde a la letra dice que para realizar operaciones, debo solicitar un “password” en mi sucursal más cercana. Lo dicho, el “tercer mundo” de la mente.

Dejo para la siguiente entrega una batería de relatos más espeluznantes, entre ellos el de por qué el director general y el Consejo de Office Max pudieran reemplazar en un futuro a todos los integrantes del sistema de seguridad nacional mexicano. No se pierdan mis lectores esta entrega.

Adiós, Helmut.
El segundo hallazgo más grato después de mi llegada a Xalapa, fue descubrir a los vecinos con quienes compartiría mi vida durante los siguientes ocho años: Vicky y Helmut. Ella, una señora toda sonrisa y calor, llena de hijos y nietos a la manera de las gallinas culecas de mi tierra. El, un bávaro -que no alemán- con aspecto de duende pícaro y recuerdos que afloraban con la fresca infusión de malta que me convidaba en los luminosos atardeceres xalapeños en un jardín oloroso a flores. Hace quince años la vida los juntó inexplicablemente –como debe de ser. El se hizo xalapeño a su manera aunque el español nunca se le dio con facilidad. Ella, creo, adquirió un toque de matrona bávara, sin que su español tomara timbres teutones. El martes pasado mi amigo decidió quedarse para siempre entre nosotros y una bandera de Baviera ondeó sobre su última, apacible, sonrisa.

Descanse en paz Helmut Georg Stupe. Sin duda está ahora en un festín interminable de wiessebier und wienersnieschel –que no sé si asi se escriba, pero que muchas veces nos hizo felices.
Miguel Ángel Sanchez de Armas
Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla.

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