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Por José
Manuel de Pablos
Número
46
Y
es Periodismo preguntar, porque los periodistas
están en un mirador excepcional, desde
donde pueden plantear cuestiones que no puede
siquiera pensar el pueblo llano, los lectores,
los fruidores de la información que les
va a servir el periodista. Y si las piensan sólo
se las podrán hacer a sí mismos,
a sus amigos, pero no a los poderosos que las
originan. Y servir no significa un acto de servicio,
sino una actividad fructificante para el ciudadano.
Si informar fuera lo mismo que fabricar churros
o diseñar alpargatas, el Periodismo se
escribiría en minúsculas, no sería
una acción con impacto en la ciudadanía.
Y digo ciudadanía y no súbditos,
porque ésa es una de las distinciones
entre el pueblo instruido e informado del colectivo
adocenado y capaz de guardar silencios silenciosos,
incapaz de hacerse las preguntas que por él
no hace el periodista, que por ello deja un poco
de ser tal y se transforma en vocero o correveidile.
Para ser esto último no hace falta estudios
ni capacitaciones significativas. Por eso tanto
interés empresarial en maltratar a los
periodistas preparados para el alto servicio
social que por ‘ley natural’ tienen
comprometidos con la sociedad a la que sirven,
en la que están insertos, como adelantados
(pacíficos) de la misma.
Muchas veces, la noticia
originada tiene esquinas oscuras y el periodista
no trata de desvelarlas, las deja pasar, mira
hacia otro lado. ¿Mira el periodista o
el periódico, la empresa editorial? No
es igual, pero para el lector es lo mismo: la
página que lee muestra misterios informativos
que lejos de investigarse (¡ay, el periodismo
de investigación!) se soslayan, se dejan
como respuestas en blanco, preguntas sin formular.
Son numerosas las ocasiones en que el texto periodístico
puede hacer preguntas de interés para
aclarar la noticia.
En los años
largos de la dictadura franquista que sufrió
el pueblo español, había un periódico
madrileño de tarde, Informaciones,
que solía publicar pequeños despieces
en medio de una nota mayor, donde se hacía
preguntas o daba pistas de lo que escondía
el texto informativo entre líneas. Siempre
colocaba ese pequeño texto con una letra
capitular, siempre la misma: una i. O sea, ponía
los puntos sobre las íes, sin llegar a
la categoría del artículo editorial.
Eran, no obstante, microeditoriales. El lector
podía encontrar varios en una misma edición,
más que el propio número de editoriales
serios y sesudos de todo diario que se precie.
Hoy hace falta que la
prensa ponga los puntos sobre las íes
en aquellos textos donde se intercala cinismo,
medias verdades, incoherencias, que puedan animar
al lector a creer en los media… A volver
a creer en ellos.
En agosto de
2005, en España ha sucedido algo que no
por original en todos sus extremos –un
ciudadano muerto a manos de policías en
una comisaría– no ha dejado de ser
una auténtica vergüenza para la civilización,
para la humanidad. La muerte de un detenido en
unas instalaciones de teóricos servidores
de la sociedad siempre es un escándalo,
que en la España de la democracia monarquista
y débil sucede de vez en cuando. Pero,
en esta ocasión tan singular, el ciudadano
que ya está enterrado no era un detenido,
sino una persona… que fue al cuartel de
la policía en busca de protección
y acabó sin respirar, sin vida, recibiendo
golpes y patadas como se ve en las películas
de Hollywood, ésas que tanto animan
a la cultura.
La golpiza que acabó
en muerte ha sido grabada por las cámaras
del perímetro de seguridad del cuartel
de la Guardia Civil de Roquetas (Almería),
que es cómo en la España surrealista
se denomina –civil– a un cuerpo que
es militar. ¡Surrealismo hispano sin límites!
Para mayor oprobio, el jefe de los golpeadores
le dio al ciudadano-no-detenido en un episodio
imposible de creer, con dos porras que no son
de reglamento: una, eléctrica; la otra,
extensible. Desconozco cómo son esas armas
tan sofisticadas, pero me imagino que serían
las empleadas por la policía española
antes de la democracia, por sus colegas del tiempo
de Pinochet, por aquellos alemanes de los años
40 que vestían de marrón y llevaban
una esvástica por alma.
Los periódicos
han informado con muchos detalles del siniestro
episodio protagonizado por compañeros
de aquel guardia que asaltó hace tan pocos
años el parlamento español pistola
en mano, en una página de la reciente
historia española que está por
escribir y de la que se ha vertido tanta ficción
colaboracionista.
En esa prensa tan escasa
de noticias en un mes de agosto no he encontrado
preguntas que trataran de saber porqué
razón en un cuartel de policía
de una democracia digamos que ‘homologada’
puede haber armas que están fuera de reglamento,
o sea, fuera de la ley. Cómo es posible
que en una instalación oficial se encuentre
armamento –esas dos porras de tortura son
armas ofensivas– sin que los máximos
responsables hayan evitado la mera presencia
de artilugios prohibidos. Digo preguntas, ya
no pedir responsabilidades a los jefes militares
que han tolerado la presencia de armas ilegítimas
en un centro oficial se seguridad. No he visto
preguntas que traten de aclarar si las porras
hoy prohibidas no se destruyeron o se eliminaron
cuando la democracia ordenó tal cosa.
No he encontrado preguntas. Sólo respuestas
que han tratado de tergiversar los hechos. Así,
por ejemplo, el jefe de ese cuerpo militar que
se llama civil no ha tenido el más mínimo
pudor de salir a los medios para afirmar que
el teniente protagonista principal del caso Almería
II tiene una hoja de servicios brillante. Se
le podía haber preguntado cómo
es posible que una persona que entra por su propio
pie en una comisaría para pedir protección
acabó muerto a golpes por sus ‘protectores’.
(Hubo otro caso semejante,
un primer Caso Almería: dos jóvenes
vascos asesinados por manos oficiales. En aquella
ocasión no pasó nada, como nada
sucederá ahora. El muerto al hoyo. Eran
vascos y pasaban por allí con tan mala
fortuna que otros vascos habían cometido
un acto terrorista en las vísperas y un
guardia civil celoso de su trabajo y en busca
de medallas acabó con ellos, pensando
que acababa con el terrorismo, haciendo terrorismo
él. Aquellos eran vascos; éste,
casado con una marroquí: los tres, ‘gente
rara...’.)
Ese teniente de ahora,
del que se cuentan en los papeles cosas que parecen
sacadas de una película del Lejano Oeste,
ha obstaculizado la investigación (lo
ha dicho el ministro del Interior) y, según
crónicas de prensa, en su primer informe
sobre la muerte del ciudadano que se equivocó
de puerta de auxilio ‘olvidó’
hablar de las armas prohibidas empleadas en la
golpiza que acabó en muerte grabada y
que algún día veremos en televisión
en alguno de esos ‘programas’ de
impacto: el suceso terrible, hecho espectáculo
televisual y pasado una y otra vez.
Tampoco vi el compromiso
del periódico preguntándole al
jefe de ese cuerpo armado cómo es que
decía tal cosa, en franca contradicción
con los hechos publicados, con el caso en manos
del juez. Bueno, así sucedía durante
la dictadura franquista: los policías
tiraban al aire y moría un obrero. No
decían toda la verdad: tiraban al aire…
de los pulmones del ciudadano que moría.
En esta ocasión,
ha sido un grupo político, el Partido
de los Verdes, quien ha pedido que cesen a ese
individuo que habla de una brillante hoja de
servicios cuando el muerto todavía está
en la capilla ardiente. Sin duda que es un peligro
su presencia en la dirección general de
un cuerpo armado que de la propaganda ha hecho
un blasón: los periodistas tópicos
hablan de la Guardia Civil y la califican como
‘benemérita. Incluso lo escriben
en mayúscula: ‘La Benemérita’.
Bien está que se denomine benemérita
a la Cruz Roja –digna de todo mérito–
o a la Media Luna Roja, aunque ésta sea
árabe, con perdón; que así
se nombre a una orden religiosa, de la religión
que sea, allá ellos, que se dedique a
cuidar enfermos terminales o a subnormales profundos
que no se valen por sí mismos, aunque
lo hagan para que sus almas vayan al ‘cielo’,
pero llamar de ese modo a un cuerpo policial
solo es muestra de dos cosas: del valor de la
propaganda vieja bien mantenida y de la existencia
de escribidores con el pensamiento averiado o
en el taller de mecánica, varados.
Antes, el Periodismo
era preguntar y usar pocos adjetivos, sin adulación
y sin entrega a la propaganda aceptada.
Dr.
José Manuel de Pablos Coello
Catedrático
de Periodismo, Universidad
de La Laguna, España. Director del
Laboratorio de Tecnologías de la Información
y Nuevos Análisis, LATINA.
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