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Agosto
2005

 

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Miramedia

Periodismo es Preguntar

 

Por José Manuel de Pablos
Número 46

Y es Periodismo preguntar, porque los periodistas están en un mirador excepcional, desde donde pueden plantear cuestiones que no puede siquiera pensar el pueblo llano, los lectores, los fruidores de la información que les va a servir el periodista. Y si las piensan sólo se las podrán hacer a sí mismos, a sus amigos, pero no a los poderosos que las originan. Y servir no significa un acto de servicio, sino una actividad fructificante para el ciudadano. Si informar fuera lo mismo que fabricar churros o diseñar alpargatas, el Periodismo se escribiría en minúsculas, no sería una acción con impacto en la ciudadanía. Y digo ciudadanía y no súbditos, porque ésa es una de las distinciones entre el pueblo instruido e informado del colectivo adocenado y capaz de guardar silencios silenciosos, incapaz de hacerse las preguntas que por él no hace el periodista, que por ello deja un poco de ser tal y se transforma en vocero o correveidile. Para ser esto último no hace falta estudios ni capacitaciones significativas. Por eso tanto interés empresarial en maltratar a los periodistas preparados para el alto servicio social que por ‘ley natural’ tienen comprometidos con la sociedad a la que sirven, en la que están insertos, como adelantados (pacíficos) de la misma.

Muchas veces, la noticia originada tiene esquinas oscuras y el periodista no trata de desvelarlas, las deja pasar, mira hacia otro lado. ¿Mira el periodista o el periódico, la empresa editorial? No es igual, pero para el lector es lo mismo: la página que lee muestra misterios informativos que lejos de investigarse (¡ay, el periodismo de investigación!) se soslayan, se dejan como respuestas en blanco, preguntas sin formular. Son numerosas las ocasiones en que el texto periodístico puede hacer preguntas de interés para aclarar la noticia.

En los años largos de la dictadura franquista que sufrió el pueblo español, había un periódico madrileño de tarde, Informaciones, que solía publicar pequeños despieces en medio de una nota mayor, donde se hacía preguntas o daba pistas de lo que escondía el texto informativo entre líneas. Siempre colocaba ese pequeño texto con una letra capitular, siempre la misma: una i. O sea, ponía los puntos sobre las íes, sin llegar a la categoría del artículo editorial. Eran, no obstante, microeditoriales. El lector podía encontrar varios en una misma edición, más que el propio número de editoriales serios y sesudos de todo diario que se precie.

Hoy hace falta que la prensa ponga los puntos sobre las íes en aquellos textos donde se intercala cinismo, medias verdades, incoherencias, que puedan animar al lector a creer en los media… A volver a creer en ellos.

En agosto de 2005, en España ha sucedido algo que no por original en todos sus extremos –un ciudadano muerto a manos de policías en una comisaría– no ha dejado de ser una auténtica vergüenza para la civilización, para la humanidad. La muerte de un detenido en unas instalaciones de teóricos servidores de la sociedad siempre es un escándalo, que en la España de la democracia monarquista y débil sucede de vez en cuando. Pero, en esta ocasión tan singular, el ciudadano que ya está enterrado no era un detenido, sino una persona… que fue al cuartel de la policía en busca de protección y acabó sin respirar, sin vida, recibiendo golpes y patadas como se ve en las películas de Hollywood, ésas que tanto animan a la cultura.

La golpiza que acabó en muerte ha sido grabada por las cámaras del perímetro de seguridad del cuartel de la Guardia Civil de Roquetas (Almería), que es cómo en la España surrealista se denomina –civil– a un cuerpo que es militar. ¡Surrealismo hispano sin límites! Para mayor oprobio, el jefe de los golpeadores le dio al ciudadano-no-detenido en un episodio imposible de creer, con dos porras que no son de reglamento: una, eléctrica; la otra, extensible. Desconozco cómo son esas armas tan sofisticadas, pero me imagino que serían las empleadas por la policía española antes de la democracia, por sus colegas del tiempo de Pinochet, por aquellos alemanes de los años 40 que vestían de marrón y llevaban una esvástica por alma.

Los periódicos han informado con muchos detalles del siniestro episodio protagonizado por compañeros de aquel guardia que asaltó hace tan pocos años el parlamento español pistola en mano, en una página de la reciente historia española que está por escribir y de la que se ha vertido tanta ficción colaboracionista.

En esa prensa tan escasa de noticias en un mes de agosto no he encontrado preguntas que trataran de saber porqué razón en un cuartel de policía de una democracia digamos que ‘homologada’ puede haber armas que están fuera de reglamento, o sea, fuera de la ley. Cómo es posible que en una instalación oficial se encuentre armamento –esas dos porras de tortura son armas ofensivas– sin que los máximos responsables hayan evitado la mera presencia de artilugios prohibidos. Digo preguntas, ya no pedir responsabilidades a los jefes militares que han tolerado la presencia de armas ilegítimas en un centro oficial se seguridad. No he visto preguntas que traten de aclarar si las porras hoy prohibidas no se destruyeron o se eliminaron cuando la democracia ordenó tal cosa. No he encontrado preguntas. Sólo respuestas que han tratado de tergiversar los hechos. Así, por ejemplo, el jefe de ese cuerpo militar que se llama civil no ha tenido el más mínimo pudor de salir a los medios para afirmar que el teniente protagonista principal del caso Almería II tiene una hoja de servicios brillante. Se le podía haber preguntado cómo es posible que una persona que entra por su propio pie en una comisaría para pedir protección acabó muerto a golpes por sus ‘protectores’.

(Hubo otro caso semejante, un primer Caso Almería: dos jóvenes vascos asesinados por manos oficiales. En aquella ocasión no pasó nada, como nada sucederá ahora. El muerto al hoyo. Eran vascos y pasaban por allí con tan mala fortuna que otros vascos habían cometido un acto terrorista en las vísperas y un guardia civil celoso de su trabajo y en busca de medallas acabó con ellos, pensando que acababa con el terrorismo, haciendo terrorismo él. Aquellos eran vascos; éste, casado con una marroquí: los tres, ‘gente rara...’.)

Ese teniente de ahora, del que se cuentan en los papeles cosas que parecen sacadas de una película del Lejano Oeste, ha obstaculizado la investigación (lo ha dicho el ministro del Interior) y, según crónicas de prensa, en su primer informe sobre la muerte del ciudadano que se equivocó de puerta de auxilio ‘olvidó’ hablar de las armas prohibidas empleadas en la golpiza que acabó en muerte grabada y que algún día veremos en televisión en alguno de esos ‘programas’ de impacto: el suceso terrible, hecho espectáculo televisual y pasado una y otra vez.

Tampoco vi el compromiso del periódico preguntándole al jefe de ese cuerpo armado cómo es que decía tal cosa, en franca contradicción con los hechos publicados, con el caso en manos del juez. Bueno, así sucedía durante la dictadura franquista: los policías tiraban al aire y moría un obrero. No decían toda la verdad: tiraban al aire… de los pulmones del ciudadano que moría.

En esta ocasión, ha sido un grupo político, el Partido de los Verdes, quien ha pedido que cesen a ese individuo que habla de una brillante hoja de servicios cuando el muerto todavía está en la capilla ardiente. Sin duda que es un peligro su presencia en la dirección general de un cuerpo armado que de la propaganda ha hecho un blasón: los periodistas tópicos hablan de la Guardia Civil y la califican como ‘benemérita. Incluso lo escriben en mayúscula: ‘La Benemérita’. Bien está que se denomine benemérita a la Cruz Roja –digna de todo mérito– o a la Media Luna Roja, aunque ésta sea árabe, con perdón; que así se nombre a una orden religiosa, de la religión que sea, allá ellos, que se dedique a cuidar enfermos terminales o a subnormales profundos que no se valen por sí mismos, aunque lo hagan para que sus almas vayan al ‘cielo’, pero llamar de ese modo a un cuerpo policial solo es muestra de dos cosas: del valor de la propaganda vieja bien mantenida y de la existencia de escribidores con el pensamiento averiado o en el taller de mecánica, varados.

Antes, el Periodismo era preguntar y usar pocos adjetivos, sin adulación y sin entrega a la propaganda aceptada.


Dr. José Manuel de Pablos Coello
Catedrático de Periodismo, Universidad de La Laguna, España. Director del Laboratorio de Tecnologías de la Información y Nuevos Análisis, LATINA.

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