Por Claudia Quintero
En la década de los ochenta,
México entró de lleno en los terrenos de la dependencia,
ahora convertida en norteamericanización, el término
más adecuado para definir al proceso experimentado por
los mexicanos dentro del nuevo orden de la economía, la
política y la cultura internacional, como ya lo han propuesto
varios autores latinoamericanos. Nuestro país sigue teniendo
una fuerte dependencia a la importación de productos norteamericanos,
sean estos bienes materiales o culturales.
El cine norteamericano por años
ha seducido con sus imágenes al espectador mexicano que
ve como algo natural que sus salas cinematográficas exhiban
mayoritariamente una cartelera gringa. Pero, ¿acaso existe
algo más allá del Norte?, varios jóvenes
mexicanos le llegaron a preguntar a Miguel Zaldívar cuando
éste los entrevistaba para conocer del impacto de las películas
estadounidenses en ellos. Miguel se preocupa, como buen asesor
pedagógico, del posible efecto que pueden llegar a tener
en los muchachos los mensajes que difunde el cine norteamericano
porque, después de todo, el cine es un medio infalible
para la propagación ideológica. Sus códigos
de enunciación convergen en una secuencia en la que se
venden en 24 cuadros por segundo sexo, pudor, lágrimas
y Coca-Cola.