Por Fernando
Mendoza
Número 37
En menos de tres semanas la televisión mexicana
– Televisa, para ser precisos - ha difundido tres videos que atrapan
in fraganti a políticos. Primero fue el niño verde (“me
chamaquearon”, fue su respuesta inercial, asumiendo su plena chamaquez.
En el español de México chamaquear es sinónimo de pendejear). Luego,
en la primer semana de marzo, tocó turno al secretario de finanzas
del Distrito Federal y dos días después a René Bejarano, líder de
la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y brazo operador de
Andrés Manuel López Obrador. Los medios repitieron con insistencia
y regocijo la imágenes del Vip Salvador Ponce apostando en Las Vegas
y las de Bejarano tratando de acomodar gruesas fajas de dólares
en un maletín desbordado por $450 000 dólares. El mensaje mediático
ha sido casi unísono: adiós a la pureza de López Obrador; adiós
a sus aspiraciones presidenciales. El episodio promete durar más
que en los casos del niño verde y de Vamos México. Corren las apuestas.
Imagen
sigue matando a texto. Un día antes de la difusión de los videos
Proceso (1426) publicó un artículo sobre el enriquecimiento
sospechoso de la familia de Marta Sahagún en Zamora, Mich. Esta
información no resonó en medios electrónicos ni en la misma prensa.
El spinning
operó en otra dirección. Hay evidencias de corrupción en el reportaje
de Proceso, pero la mirada pública se desvió hacia los perredistas
en un montaje donde el PRI, el PAN y Los Pinos se bañan en pureza.
“La herida está supurando y pronto el cuerpo sanará”, afirmó el
Presidente Vicente Fox - quien desde el 5 de febrero arrastra un
discurso sobre la ética y la política- como si la revelación sobre
los perredistas redimiese al sistema de cualquier otro acto de corrupción
pasado (Pemexgate, Amigos de Fox, Vamos México) presente o futuro.
¿Cuánto tiempo durará esta línea discursiva?
Pongo
a consideración del lector un espejo reflexivo:
“Si
en el gobierno federal supieron de la existencia de esos materiales
y en lugar de recurrir a las instancias legales para que investigaran
y castigaran a los funcionarios corruptos del gobierno de López
Obrador, autorizaron su uso político para denostar a sus opositores,
estaríamos ante una forma de hacer política que nada tiene que
ver con el discurso ético del foxismo y se acerca más a las prácticas
sucias de la Stasi, la policía política que aterrorizaba a los
disidentes en la Alemania Oriental.
Sin
duda la democracia pasa por combatir a fondo la corrupción y castigar
a funcionarios, personajes públicos, empresarios y demás actores
sociales que incurran en delitos. Pero si en vez de castigar esa
corrupción por las vías legales el gobierno recurre a las filtraciones,
al desprestigio mediático y a la denostación pública como estrategia
para amedrentar a opositores y críticos, el riesgo es el enrarecimiento
de la vida pública y el desatar una guerra sucia en la política
que sólo fomenta la confrontación y exacerba los ánimos. Y en
ese ambiente enrarecido, la línea que nos separa de la violencia
política se vuelve cada vez más fina, y peligrosa” (Salvador García
Soto ¿Quién destapó la cloaca? Serpientes y escaleras. El Independiente,
4 de marzo).
La corrupción
que denuncian los videos es real y grave, pero el asunto, sin negar
el componente moral, es político. Los videos reemplazan a las instituciones
y la filtración a la justicia. El Presidente Fox actúa como líder
de una facción y desmorona la posibilidad de avanzar la política.
La república se aleja. La opinión pública se envuelve en el chisme
y el espectáculo, formas predominantes de nuestra cultura de información
(Jesús Galindo dixit).
La transición
política está taponeada por el 2006.
Fernando Mendoza Vázquez |