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uso sexista del lenguaje: incorrección lingüística y social

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Por Elsa Lever M.

 

Publicada el 6 de febrero de 2012

 

“Al poner la ‘A’ estamos nombrando al mundo y transformándolo”

Recientemente regresé a las páginas de mi tesis de maestría (Pensar en voz alta. La participación de mujeres articulistas de opinión en las páginas editoriales del diario ‘El Universal’, FCPyS-UNAM, 2007) para retomar cierta información, y un material me volvió a llamar la atención, tanto que me ha dado pie a escribir sobre ello. Se trata de un recorte de periódico del año 1917 en el que destaca el sexismo en el lenguaje, algo típico de aquellos tiempos (“Hermila Galindo candidato a diputado al Congreso de la Unión”, El Universal, 20 de febrero de 1917, p. 3).

Hermilia Galindo Candidato a Diputado

Sin embargo, y desafortunadamente, esta situación parece no haber cambiado mucho en casi un  siglo transcurrido, pues sorprenden las formas de sexismo cada vez más obvias, pero también cada vez más usadas, acompañadas muchas veces de argumentos para justificarlas igual de arcaicas que la idea.

En definitiva, el sexismo en el lenguaje va más allá del uso del masculino para nombrar la mayoría de las palabras. Pero, sin duda, por ahí empieza. Es decir, se cae en sexismo cuando se hace uso en el lenguaje del sentido universal, del masculino plural para ambos sexos, de las mujeres como una categoría aparte y de la designación asimétrica. Asimismo, cuando se emplean determinadas frases que reducen o eliminan el papel de las mujeres en el lenguaje en la sociedad, a lo que se le llama “salto semántico” (un deslizamiento lingüístico –dice Álvaro García Meseguer-, un defecto sexista que consiste en el uso del genérico masculino que de pronto se convierte en masculino específico), y que constituye además una incorrección lingüística.

¿Qué importancia tiene esto, si es que la tiene?  De acuerdo con Sonia Santoro, en el libro Las palabras tienen sexo, la lengua no es neutra y refleja la relación de los sexos en la sociedad y la posición de la mujer en dicha relación, y el predominio de lo masculino en la sociedad quiere decir que lo masculino determina el uso de la lengua. Hemos mutilado nuestra lengua, que corresponde con la invisibilización que se ha hecho de las mujeres en la sociedad. Es obvio, pero necesario recordarlo, dice Victoria Sau, en el libro Hacia la construcción de un periodismo no sexista, que el ser humano no se ve a sí mismo ni al mundo de forma directa sino a través de las imágenes y palabras con las que dice dicho mundo.

Los argumentos que acusan de ridícula la exigencia de un lenguaje que nombre a las mujeres giran en torno de una  “corrección” y “economía” en el lenguaje y en el “sentido común”. Es decir, usar menos palabras, sin importar lo que se nombre y cómo se nombre. Me explico: para quienes están en contra del uso no sexista del lenguaje, el género masculino es inclusivo porque abarca a las mujeres (según), y el femenino es el ¡exclusivo!, ya que deja fuera a los hombres. Por lo tanto, nombrar en masculino es lo natural, lo correcto y de sentido común; y nombrar en femenino es antinatural, incorrecto, demente, excluyente y por lo tanto no debería existir.  

Sin duda el uso de un género inclusivo es necesario en una lengua, pero el hecho de que ésta no posea uno, no da derecho a designar al masculino como el “inclusivo”. Por ejemplo, ante la ausencia de ese género inclusivo, las personas están utilizando alternativas como el uso de la arroba (tod@s), la “x” (todxs), la “e” (todes), o de la diagonal para referirse a ambos (los/las). Asunto, por cierto, con lo que tampoco se está de acuerdo, pero que nos muestra esta situación emergente, esta falta de palabras con las cuales pronunciarnos.

También acusan el desdoblamiento de las palabras, acusando esto como poco práctico. La explicación de Teresa Meana Suárez (en Las palabras tienen sexo),  me parece de las más acertadas: “Decir niños y niñas o madres y padres no es una repetición, no es duplicar el lenguaje. Duplicar es hacer una copia igual a otra y éste no es el caso. La diferencia sexual está ya dada, no es la lengua quien la crea. Lo que debe hacer el lenguaje es nombrarla, simplemente nombrarla puesto que existe. No nombrar esta diferencia es no respetar el derecho a la existencia y a la representación de esa existencia en el lenguaje”.

Si para alguien no es correcto desdoblar todos los sustantivos, tampoco debería serlo el englobar todo en el masculino genérico. Alex Grijelmo en La seducción de las palabras, destaca los riesgos de ello: “El habla acaba representando nuestro entorno, supone la más fiel descripción de cada uno de nosotros, refleja también la realidad. Si la mujer desaparece de una parte crucial del lenguaje que empleamos, desaparecerá igualmente de la vida según la percibimos”.

Pero igual de importante que el lenguaje, es la acción. En el capítulo cuarto del manual editado por Cimac Hacia la construcción de un periodismo no sexista, se explica así: “Los estudios sobre lingüística y género concluyen que la lengua está sexistamente estructurada y que debido al no paralelismo de los géneros gramaticales (lo que se llama asimetría lingüística) se oculta y menosprecia a la mujer en el lenguaje. No obstante este reconocimiento, las feministas contemporáneas han llamado la atención respecto el verdadero problema que la ideología sexista impone por medio del lenguaje: la forma y el contexto en que se muestra la condición social de las mujeres. De ahí que la cuestión de fondo no sea, tan sólo, el abuso del género gramatical masculino y el ocultamiento de la mujer, sino la forma en que se presenta una noticia y su contexto”. De ahí que mencionara párrafos arriba que el sexismo no es sólo usar la “A” o la “O”.

El sexismo en el lenguaje es la manifestación de una cultura patriarcal que ha prevalecido por siglos, que ha tenido lo masculino como la medida de todas las cosas. Por lo tanto, no basta con usar la “A”, no es suficiente con desdoblar las palabras. Isabel Maya (en Las palabras tienen sexo) se pregunta, por ejemplo, “¿qué puede aportar decir compañeras y compañeros si las compañeras se siguen sintiendo las reinas del hogar y los compañeros como los naturalmente dotados para dirigir?”. Sin embargo, insisto, hacer un uso no sexista del lenguaje es trascendental, porque con ello damos la pauta para los cambios.

Por ejemplo, ante esta necesidad de nombrar la presencia de las mujeres en diversos ámbitos ya, la Real Academia de la Lengua Española ha tenido que admitir –pese a la resistencia y escozor que aún les causa – la feminización de muchos términos respecto a profesiones, cargos y oficios que sólo tenían género masculino, eso sí,  con la advertencia de que no aceptarán reglas generales. Sin embargo, suele suceder que, para contrarrestar estos avances,  a estas nuevas denominaciones de cargos y profesiones en femenino, se les otorgue un sentido de inferioridad.

Es decir, aun cuando se feminice el término, esta cultura patriarcal se encarga de que no sea lo mismo.  En el capítulo quinto de Hacia la construcción de un periodismo no sexista  se ofrecen varios ejemplos, entre ellos estos: Gobernante, “hombre que desempeña labores de mando”; gobernanta, “mujer encargada de la administración de una casa o institución”. Secretario, “hombre que desempeña un alto cargo”; secretaria, “mujer que se dedica a tareas subalternas”.

Claro está que esto no detendrá el cambio. La falta de uso o interés por usar todos los recursos del español nos lleva a plantear este tema del sexismo en el lenguaje cuantas veces se requiera. Podemos recurrir al uso de términos colectivos y abstractos para evitar el masculino englobador y sin violentar las normas gramaticales.

Nos queda claro que el masculino genérico ya no nos es suficiente ni satisfactorio. Hay una realidad que está sobrepasando a la lengua, debido precisamente a la cerrazón de las mentes de quienes aprueban y avalan o no la existencia y uso de las palabras. Concepción Ayala Castro dice (en el capítulo quinto de Hacia la construcción de un periodismo no sexista) que usar sistemáticamente el masculino genérico (singular o plural), además de ocultar a la mujer, puede crear ambigüedad y confusión en muchos mensajes, lo que va en contra del espíritu de todo discurso.

Por eso es que hay que usar todas esas otras formas, una y otra vez, para contribuir a su difusión y consolidación. Ya bien explica Ayala Castro que la consolidación de estos términos dependerá del comportamiento lingüístico de la comunidad hablante, puesto que la tendencia es la de crear aquellos términos que se necesitan  para comunicarse, “y si insistimos y fomentamos su uso, la academia acabará aceptándolos y entrarán a formar parte del léxico de nuestra lengua”.

La lengua, dicen, la hacen las y los hablantes. Mientras no exista ese género inclusivo idílico, será necesario, justo y congruente usar lo que nos da nuestra lengua: sustantivos que, ya tengan género gramatical femenino o masculino, nombran o se refieren simultáneamente a mujeres y hombres (genéricos, colectivos, abstractos, etc), así como nombrar en femenino cuantas veces haga falta, y evitar ya no la economía, sino la tacañería en el lenguaje, que además de empobrecerlo, lo pervierte y manipula. “Fácil” y “rápido” no deben ser características que estén por encima del derecho a que algo o alguien sean nombrados. Necesitamos, como explica Lydia Cacho, renovar el lenguaje para hacerlo socialmente incluyente para que, en lo real y en lo simbólico, toda la población se vea y se reconozca.

Sé que, en general, representa  un desafío constante el buscar nombrar sin discriminar a las mujeres ni reforzar estereotipos sexuales. Traemos aprendido el esquema sexista, pero eso no significa que sólo nos quede levantar los hombros y obviar la situación.

Es tiempo de un esfuerzo mental para encontrar las palabras correctas; de un compromiso para nombrar con justicia a mujeres y hombres. Como bien ha dicho Paulo Freire, en ese acto de decir la palabra, estamos pronunciando el mundo y transformándolo.

 

 

Elsa Lever M.

Directora de la revista electrónica www.mujeresnet.info, es licenciada en Periodismo por la UDF, con maestría en Comunicación por la UNAM, y diplomada en Género y en Feminismo por el PUEG-UNAM y el CEIICH-UNAM, respectivamente. Ha escrito para diversos medios, imparte conferencias y es docente.

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