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Por Alberto Constante
Número
46
"Alguien
construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
de tristes ojos y de piel cetrina;
lo lleva el tiempo como lleva el río
una hoja en el agua que declina"
Jorge Luis Borges
En
1841, en la Universidad de Copenhague, Kierkegaard
defendía su tesis doctoral llamada El
concepto de ironía. En este trabajo
estrictamente académico, Kierkegaard se
apropiaba de la tradición clásica
de la filosofía para poner de relieve
el problema de su comienzo y la posibilidad de
fundamentación de la moral. La estrategia
argumentativa adoptada consistió en mostrar
cómo el método socrático
de la ironía había sido el dispositivo
fundamental para asumir las contribuciones de
la filosofía al desarrollo de la cultura
occidental.
Lo importante
de este texto era que ahí se encontraban
prefigurados los temas centrales que abordaría
el itinerario del pensamiento kierkegaardiano
como fueron: la nada, el papel de lo cómico,
la esencia de la religión, el temple de
la angustia, y los 3 estadios del hombre, entre
otros. Luego, una muy larga y extensa urgencia
confesional que con sólo nombrarla empobrece
el comentario externo. Sus famosos seudónimos,
los dramatis personae, su voluntad de
asistematismo, las mil máscaras detrás
de las que se escondía el fervor por lo
sagrado recrean el enorme entramado de reflejos
de sí mismo que construyó a lo
largo de su vida. Pero el objetivo no fue nunca
la autobiografía. Todos los disfraces
y máscaras adoptados por Kierkegaard lo
que producen es la diseminación, la dispersión,
la disgregación, en suma, la abolición
del autor, tal y como hubiera detectado posteriormente
Foucault.
Antes que una
biografía lo que contiene el Diario,
sus seudónimos, sus oraciones, ese denso
bosque de conceptos, de imágenes y de
fábulas, sólo tienen como finalidad
poner en alerta, despertar las conciencias, señalar,
distinguir que un auténtico pensador debe
dejarse conmover por lo que ve y ha de estar
impulsado por una auténtica pasión
vital. La categoría (el individuo) y el
problema (cómo llegar a ser cristiano),
constituyen el esqueleto de la “tríada”
kierkegaardianas que va de una posición
estética a una ética; y de la ética
a la religión. La estética modula
la ética; desde la ética, un “salto
de fe”, el salto “hacia lo absurdo”.
Porque para
Kierkegaard la vida no es otra cosa que la oscilación
de un péndulo vital que mantiene abiertas,
como él dice: “Las heridas de la
posibilidad” que evita las heladas certezas
de lo dogmático y la inercia de lo canónico.
Lo que siempre prima es la relación íntima
con la verdad, y todo lo demás queda de
lado, pues lo único que realmente conmueve
al pensador es aquello que habita dolorosamente
en su interior.
¿Qué
hizo de Kierkegaard un hombre diferente? Una
respuesta última a lo que hace de Kierkegaard
un hombre distinto a los demás es difícil
de encontrar. Hay un texto de su Diario,
escrito en torno a 1843, dice así: "después
de mi muerte, ninguno encontrará entre
mis "papeles" (y este es mi consuelo)
ni una sola explicación de aquello que
verdaderamente ha llenado mi vida". No tenemos
la clave hermenéutica de toda su obra,
sólo tenemos, como él mismo dijo:
“migajas filosóficas” para
intentar desentrañar el misterio de la
existencia kierkegaardiana.
Por lo pronto
podemos decir que Kierkegaard no tiene un sistema.
Es más, uno de los blancos preferidos
de sus dardos dialécticos será
precisamente la filosofía entendida como
sistema, como saber conclusivo y definitivo1.
Nuestro autor presenta un pensamiento ligado
íntimamente a su parábola existencial.
Pero sea o no sea reductible a sistema, el pensamiento
de Kierkegaard revela una unidad de intención
fundamental. Esta intención es expresa
y en torno a ella hay que agrupar todas las ideas
y desde ella comprenderlas. La unidad que así
se produce es o aspira a ser un sistema vital
o existencial, por ello llega a decir: “lo
que realmente necesito es tener clara conciencia
de lo que debo hacer, no de lo que debo conocer”.
Para Kierkegaard
la vida es apremiante, porque es única;
inaplazable porque es insustituible y no puede
ser vivida provisionalmente: vivimos para existir
en definitiva y siempre definitivamente, es decir,
cada una de nuestras acciones son siempre y de
manera inexorable, definitiva. Pero lo paradójico
del pensar surge cuando descubrimos que lo que
mueve al pensar es aquello que lo fractura: la
existencia misma. El caballero de la fe, como
San Agustín, invierte el orden de prioridades
del Discurso del Método. Para
Descartes lo primero es la verdad objetiva, mientras
que la existencia individual es secundaria y
puede organizarse sobre unas verdades que, por
ser subjetivas y no depender de la verdad suprema
pueden adoptarse provisionalmente. Para K lo
primero es la existencia individual y luego la
verdad. Primero importa vivir y luego saber pues,
¿cómo puede tomarse de prestado
la verdad más personal de todas, aquella
en que fundamos nuestra propia existencia? ¿De
qué nos serviría descubrir la llamada
verdad objetiva, analizar los sistemas filosóficos
para mostrar sus incongruencias, y presentar
una teoría propia, que fuera como un mundo
que se exhibe a los demás, pero en el
cual yo no viviera?
Y añade
empleando un símil parecido al que se
encuentra al principio del Discurso:
“Me encontraría como el hombre que
ha alquilado una casa y ha juntado todos los
muebles y enseres domésticos, pero no
ha encontrado todavía a la amada con quien
compartir las alegrías y las penas de
su vida”.
Hay dos verdades
o dos tipos de verdad. Pero Kierkegaard que así
piensa, no logra jamás reunirlas en unidad
ni se lo propone sino que más bien ahonda
su diferencia deliberadamente. No desecha el
conocimiento porque proclame la supremacía
de la vida pues como el dice: “todo acto
va precedido de una cierta comprensión;
pero lo que importa es comprenderme a mí
mismo; la cosa es encontrar una verdad que sea
cierta para mí, encontrar una
idea por la cual pueda yo vivir y morir...
No niego, es cierto, que hay que reconocer un
cierto imperativo del entendimiento y que por
medio de él pueda uno obrar sobre los
hombres; pero este entendimiento debe ser incorporado
a mi vida y esto es lo que yo ahora reconozco
como lo más importante”.
Se trata de
poner en presencia otra pasión de la que
ha de estar impregnado el buscador de la verdad
y de la que han sido incapaces tanto los viejos
escépticos como los modernos pensadores
abstractos. Con esta pasión la existencia
toma un nuevo sentido. El individuo se convierte
en el único capaz de posibilitar en la
más profunda interioridad la repetición
del encuentro del sujeto con la realidad. Nace
así una autocomprensión del hombre
singular que encierra un vigor excepcional y
que rompe las barreras de la modernidad.
El resumen de
esto sería que hay que conocerse a sí
mismo, antes que conocer nada más. Semejante
conocimiento de sí mismo (como el de la
máxima socrática) se presenta como
algo que pretende superar la máxima socrática,
por lo mismo que es sólo intermediario
para llegar a una idea en que se cifra el sentido
de la vida y la muerte, y que esa idea es la
de una realidad que trasciende a esa vida y a
esa muerte.
En el Concepto
de la Angustia, nos dice: “El contenido
más concreto que la conciencia puede tener
es la conciencia de sí mismo, del individuo
mismo, naturalmente; no es la conciencia pura
del yo, sino la conciencia del propio yo”.
Lo que Kierkegaard aspira es a comprender a través
de esta conciencia por medio del análisis
existencial “Lo que Dios quiere que yo
haga”.
El problema
capital de la existencia para Kierkegaard es
cómo ser un buen cristiano. Este es un
problema que el individuo tiene que resolver
y que vivir a solas consigo mismo. Y así
como no quiere Kierkegaard hacer una filosofía
especulativa porque no le interesa el problema
de una concepción del mundo o de un yo
puro, también desdeña por lo mismo
la solución que ofrece del problema religioso
la tradición histórica, representada
por las escrituras y los testimonios de la Iglesia:
“Toda vida humana tiene un fondo religioso.
Si se niega esto, todo es confusión; quedan
destruidos los conceptos de individuo, de especie,
de inmortalidad”
Lo que habría
que ver es que el problema religioso es un problema
subjetivo, el fondo religioso de la existencia
no le crea vínculos históricos:
cada hombre está a solas y al proclamarlo
así, K representa en su forma más
aguda y patética la rebelión
del individuo. El método socrático
como una acentuación de la individualidad.
La individualidad extrema que la conciencia moral
implica, no es ella quien la crea sino que trata
más bien de superarla y remediarla.
Sócrates
intenta crear el vínculo de unión
entre los hombres ya que lo que se está
disolviendo es el tradicional vínculo
de la ley. A la inmortalidad no llega la conciencia
socrática y ésta es su soledad:
llegan Platón y San Agustín y quiere
llegar K y ésta es otra clase de soledad:
la soledad en vida.
Porque para
K, el yo se afirma mediante el yo, la libertad
se ejercita mediante la libertad2.
El yo libre se escoge a sí mismo delante
de Dios, arrepintiéndose de sus culpas,
librándose así de la esclavitud
de la vida inmersa en lo inmediato. Se arrepiente
del tiempo perdido anterior a la elección
de sí mismo. Es una elección absoluta,
porque el yo se escoge a sí mismo fundamentado
en el Absoluto3.
El resultado de la elección absoluta de
sí mismo, a través de la desesperación
y el arrepentimiento, es el reencuentro del yo
personal, que en la vida estética no aparecía,
porque el esteta vivía fuera de sí.
Un yo personal libre y por tanto responsable
del uso que hace de su existencia4.
Quizá
por ello puede decir “Quien no quiere hundirse
en la miseria de la finitud ha de lanzarse necesariamente,
y en el sentido más profundo, sobre la
infinitud”. Por este lanzamiento podrá
llegar el sujeto a lo que llama K “la paradoja”
y que siempre se ha llamado “misterio”:
el misterio de la encarnación, el Logos
encarnado, la paradoja de la temporalidad de
lo eterno.
Los medios de
apropiarse de esta paradoja son existenciales,
no son teóricos. Por definición,
la inteligencia tiene que repeler el misterio;
y así nosotros tenemos que repeler la
inteligencia: “Era la inteligencia, y no
otra cosa, lo que tenía que repelerse”.
Al hacerlo K, nos ofrece un nuevo sentido de
la verdad, a la vez que un nuevo sentido de la
individualidad.
Por este sentido
de la individualidad, más que por la tenacidad
de la crítica, se contrapone K a Hegel.
En el Caballero de la fe el individuo rompe con
la historia, se desconecta de la tradición,
se desvincula de las cosas, porque la existencia
que se quiere entre las cosas y que se quiere
inmersa en el proceso histórico es una
existencia inadvertida, que no ha nacido a la
verdad de sí misma; ésta es la
existencia que Heidegger llamará inauténtica
e impropia cuando la describa bajo la influencia
del pensador danés. No importan las relaciones
del hombre con lo que no es él, o sea
que importan sólo negativamente, y hay
que atender a ellas en cuanto que nos distraen
del menester principal: la relación de
cada uno consigo mismo, en busca de la verdad.
Pero la verdad
para nuestro pensador siempre es subjetiva5.
La verdad verdadera para K nunca responde a una
pregunta planteada por la realidad objetiva.
Esta pregunta siempre es un qué y lo que
importa es el cómo. No importa el objeto
de la afirmación sino el sujeto, el modo
en como la afirmación se hace. El mundo
es algo a lo que pertenezco de manera epidérmica
y dolorosa. De ahí el carácter
ético de la verdad auténtica. Para
el amor de Regina Olsen no existe la verdad desinteresada.
El filósofo de la soledad radical aprendió
la lección socrático-platónica:
la verdad separada del bien no es verdadera.
Pero el imperativo ético del pensamiento
kierkegaardiano lo interpreta de tal modo que
arruina al pensamiento mismo, en la medida en
que acentúa la exigencia ética.
La clave de la vida ética no es algo intelectual
sino práctico, de vida vivida: "el
individuo ético se conoce a sí
mismo, pero este conocimiento no es una mera
contemplación, porque conociéndose,
el individuo se determina en orden a su propia
necesidad: se trata de un descubrirse a sí
mismo, que es precisamente una acción,
y éste es el motivo por el que he preferido
utilizar la expresión escógete
a ti mismo en lugar de conócete a ti mismo"6.
Con el autor
de Migajas filosóficas llegamos
al individualismo radical, a la verdad subjetiva;
la soledad de la fe. Pero al individualismo es
relativamente fácil llegar, tan fácil
como es urgente salir de él. El individuo
ético no es un Robinson Crusoe, no vive
aislado del resto de la humanidad: escogiéndose
a sí mismo absolutamente, "se posee
a sí mismo como una tarea a realizar activamente,
gracias a la cual se sirve de su determinada
personalidad, para tomar las riendas de su situación
en la vida"7.
Los deberes del individuo se llevan a cabo en
el ámbito social, es decir, inmerso en
una situación existencial concreta.
Lo importante
es ahora rescatar de algún modo todo contacto
que se intentara romper con lo demás.
Por ello, Kierkegaard, después de tales
insistencias en la subjetividad se ve forzado
a introducir tantas correcciones al individualismo,
que lo reaproximan necesariamente a Hegel e implanta
nociones específicas del historicismo.
El imperativo ético de la existencia anunciaba
ya la aparición de lo universal; por otra
parte, el análisis existencial de la angustia
iba a conducir a la definición del pecado
original, y en conexión con este concepto
tenía que plantearse el problema de la
humanidad considerada como comunidad unitaria,
o como condición humana y el de su historia.
En Temor
y Temblor afirma la universalidad de lo
ético, de la misma forma que Hegel “Lo
ético en sí es universal, se aplica
a cada uno; y lo mismo se expresa desde otro
punto de vista diciendo que se aplica a cada
instante...Considerando inmediatamente como físico
y psíquico, lo particular individual es
lo particular que tiene su Telos en lo universal,
y su tarea es expresarse constantemente en ello,
abolir su particularidad para hacerse universal.
El individuo peca en cuanto quiere afirmar su
particularidad por encima y en contra de lo universal,
y sólo reconociéndolo así
puede reconciliarse nuevamente con lo universal”8.
Por ello, puede
afirmar K que el individuo sólo es valioso
-éticamente- cuando se somete a lo universal;
pero, en tanto que realza su valor, esta sumisión
exalta nuevamente su individualidad. El hombre
para K. tiene dos historias, una es la historia
real y otra la del pecado, en ellas se funda
la peculiar relación dialéctica
que hay entre el individuo y la especie. En este
sentido se dice que el individuo y la especie
tienen historia. Pero la transmisión de
la pecaminosidad como cualidad esencial de la
historia, no es una verdadera historia. Por otra
parte, si la historia humana en conjunto no afecta
la singularidad individual de cada hombre en
el curso del proceso, tampoco cabe hablar de
una historia individual sino de una biografía,
que no es lo mismo.
La historia
de la especie progresa para K hacia adelante,
mientras que la del individuo comienza continuamente
de nuevo. Las determinaciones del avance histórico
en la especie son cuantitativas; en el individuo,
en tanto que participa en la historia, son cualitativas.
Por ello, podemos decir que el pecado se transforma
en potencia de individuación, y en tanto
que pecado original, cada hombre tiene que aparecer
desde el inicio de la especie como un ser ya
individualizado.
El mundo histórico
para K. tiene un eje en torno al cual se ordena
la continuidad de la especie. En esta continuidad,
cada nuevo individuo representa una novedad cualitativa,
y no una mera adición cuantitativa a la
serie del pasado. Ningún hombre es una
repetición. El ángel es él
mismo pero no tiene historia; el animal es tan
específico que carece de individualidad.
El hombre sólo es individuo y a la vez
tiene historia, pero su historicidad le viene
del pecado. Por esto dice K, en una fórmula
que recuerda a otras de Heidegger, que el individuo
existe ya en el momento de su ingreso en la historia:
en el momento de su primer pecado.
El pecado mismo
no se hereda con el ser, ni mediante la participación
esencial de la especie. El carácter esencial
y a la vez histórico de la individualidad
humana es la pecaminosidad. De todo esto resulta
una idea del hombre compleja: el hombre tiene
un ser dinámico y a la vez inmutable;
su carácter individual es originario y
no se altera por causa de los cambios históricos;
sin embargo sufre transformaciones internas importantes
en su propia historia personal.
Es decir, el
nacimiento del hombre es indudablemente un ingreso
en el ser, pero no en el ser propiamente humano,
el cual es histórico; el pecado es como
otro nacimiento y representa el ingreso en la
historia. Viene finalmente lo que K llama “el
nuevo nacimiento”: el cual es el ingreso
en la verdad y por el cual el hombre acrece y
cambia de cualidad. Tenemos así que nace
como miembro de la especie, cuya pertenencia
es cuantitativa. Y renace: siendo ya, se hace
propiamente humano o sea histórico, por
obra del pecado. Esta es verdaderamente su segunda
naturaleza, el hombre por la verdad ingresa a
la universalidad de la moral y restablece su
individualidad.
Para K., el
ser le es dado al hombre como pura posibilidad
de hacerse. Para el pensador danés la
objetividad abstracta no corresponde a la subjetividad
existencial concreta. Cuanto más propendemos
a permanecer en la esfera abstracta más
se disuelve en ella nuestra existencia. Por esto,
el saber objetivo no es una preocupación
ni problema para el hombre. El problema es decidirse.
La verdad radica en la creencia del sujeto que
asido por la angustia y la pena del pecado, se
enfrenta al riesgo tremendo de la incertidumbre
objetiva. Y este es el único medio puede
producirse lo impensable: que la verdad advenga
al ser en el tiempo. Esto es una paradoja, un
absurdo. Pero el absurdo es precisamente, por
su repulsión objetiva, la medida de la
intensidad de la fe interior. Y más rotundamente,
K, añade: “El absurdo es el objeto
de la fe”.
El movimiento
de la fe es un movimiento infinito. Este movimiento
es doble: la resignación absoluta por
un lado, y el salto por otro. Antes de llegar
a la fe, el individuo debe resignarse infinitamente
a perder todo lo finito, para ganar a Dios; consiste
en aceptar el dolor de esta vida para alcanzar
la vida eterna: "la resignación infinita
es el último estadio anterior a la fe,
de manera que quien no haya alcanzado este estadio,
no tiene fe propiamente hablando; es, sobre todo,
mediante la resignación infinita como
me queda claro el valor eterno que poseo, y sólo
entonces se aferra la existencia de uno a la
fuerza de la fe"9.
El caballero
de la resignación debe tener mucha fortaleza
para renunciar a todo lo finito. Pero para convertirse
en un caballero de la fe es necesario, además,
que realice un segundo movimiento: "él
hace exactamente lo mismo que cualquier otro
caballero; hace una renuncia absoluta del amor,
que es todo el contenido de su vida, y se reconcilia
con el dolor; pero después de esto tiene
lugar el prodigio, porque efectúa el movimiento
más maravilloso de todos diciendo: yo,
a pesar de todo, creo que conseguiré tenerla
en virtud del absurdo, en virtud de que para
Dios todo es posible"10.
Tener fe es creer en el absurdo; "la fe
es la paradoja de la existencia". Mediante
la resignación infinita yo renuncio a
todo: "este movimiento lo realizo por mí
mismo y lo que obtengo es el mismo yo en su conciencia
eterna, en la bienaventurada espera con mi amor
de una esencia eterna. Con la fe yo no renuncio
a nada, sino que obtengo todo"11.
La fe es una
pasión: el movimiento de la infinitud.
La relación absoluta del individuo con
el Absoluto no se realiza a través de
una mediación reflexiva: "todo movimiento
de infinitud sucede con pasión y ninguna
reflexión puede suscitarlo. Este es el
salto continuo que explica el movimiento en la
existencia, mientras que la mediación
es una quimera que debe explicarlo todo en Hegel
y al mismo tiempo es lo único que él
no intentó explicar"12.
Temor y
temblor no es una obra fácil y está
muy relacionada con las vicisitudes sentimentales
de Kierkegaard13.
Según el Kierkegaard de este periodo,
parece que la ganancia de la fe ("con la
fe yo lo obtengo todo") es una ganancia
para esta vida, en la que se me restituye la
finitud a la que uno había renunciado
(52). Será sobre todo en La enfermedad
mortal y en el Ejercicio del Cristianismo
donde desarrollará más definitivamente
la concepción que tenía de la fe.
Sea como fuere, los elementos que se han esbozado
hasta ahora serán profundizados por Kierkegaard
en el futuro: el contenido de la fe es la paradoja,
la manera psicológica de acercarse a la
fe es la pasión infinita, la fe es el
lugar en el que se verifica la relación
absoluta del individuo con el Absoluto, es decir
del individuo con Dios.
Notas:
*
Conferencia impartida el 28 de abril de 2005
en el Tec de Monterrey Campus Estado de México,
en el ciclo de conferencias: "La Pasión
por la Existencia: 150 Aniversario de la Muerte
de Sören Kierkegaard".
1
"Más
vale morir ahorcado, que contraer matrimonio
con el sistema y emparentarse con el mundo entero",
en S. Kierkegaard, "Postillas conclusiva,
non scientifica alle "Briciole di filosofia",
II, c. 5, Appendice, en Kierkegaard, Opere,
Turín, 1989, p. 402
2
Cfr. C. Fabro,
“La fondazione...”, en Riflessioni
sulla libertà, op. cit., p. 223.
Cfr. Del mismo autor, Introduzione al Diario
di Kierkegaard, 3ª edición,
Morcelliana, Brescia 1980, p. 32.
3
Cfr., S. Kierkegaard,
Aut-Aut, op. cit., pp. 99-100, "mediante
esta elección yo no escojo propiamente
entre el bien y el mal, sino que elijo el bien:
pero al elegir el bien escojo eo ipso la elección
entre el bien y el mal. La elección primera
está irremediablemente presente en cada
una de las elecciones siguientes".
4
Cfr. Ibídem,
p. 148. "de hecho, nos dice K, apenas la
personalidad se ha encontrado a sí misma
en la desesperación, se escoge absolutamente
a sí misma, se arrepiente de sí
misma, entonces se posee a sí misma como
una tarea a realizar personalmente bajo una responsabilidad
eterna y así el sentido del deber se absolutiza.
Pero como él no se ha creado a sí
mismo, sino que se ha escogido, el deber es la
expresión exacta de su absoluta dependencia
y de su absoluta libertad, identificándose
mutuamente".
5
La definición
de la verdad es una descripción de la
fe: "sin riesgo no existe la fe. La fe es
precisamente la contradicción entre la
pasión infinita de la interioridad y la
incertidumbre objetiva. Si fuera capaz de llegar
a Dios objetivamente, entonces no creería;
pero gracias a que no puedo, debo creer. Y si
quiero conservarme en la fe, deberé siempre
procurar mantenerme en la incertidumbre objetiva,
no perder de vista que me encuentro en la incertidumbre
objetiva "a 70.000 pies de profundidad"
y aún así, creer" S. Kierkegaard,
Apostillas conclusiva, op. cit., p. 313
6
Ibídem.,
pp. 151-152. Hay un texto importante de Kierkegaard,
donde critica el intelectualismo griego: "En
el fondo, toda la doctrina pagana concluye (en
contraste con la que astutamente se confunde
con el cristianismo) que el saber (el conocimiento)
es virtud. Esta proposición ya la presentó
Sócrates, y después todos los socráticos.
La doctrina cristiana es lo contrario: es la
virtud el saber. De aquí la expresión
"hacer la verdad". Por lo tanto permanece
siempre una dificultad con el cristianismo, la
de establecer una fuerza en virtud del espíritu
que es indiferente respecto al saber, de tal
manera que alguien podría ser perfecto
aunque fuera completamente ignorante" (IV
C 86).
7
Sören Kierkegaard,
Aut-Aut, od. cit., p. 157
8
Sören Kierkegaard,
Temor y temblor, ed. cit., p. 87.
9
Ibídem,
p. 60
10
Ibídem,
p. 61
11
Ídem.
12
Ibídem,
p. 58
13
El movimiento
doble de resignación y de fe podría
tener que ver con la renuncia que hizo de Regina
Olsen y la esperanza de volver a poseerla.
Dr.
Alberto Constante
Filósofo. Catedrático de la Universidad
Nacional Autónoma de México
y del ITESM Campus Ciudad
de México, México |