|
Por Ichi Terukina
Número
46
Introducción
La
investigación que estamos llevando a cabo
trata sobre el cine tomado como un lenguaje y
su origen fue un hecho casi accidental. Convencidos
de la necesidad de dominar los fundamentos básicos
del medio, antes de embarcarnos en la realización
de una película que volcara nuestras peculiaridades
culturales sobre la pantalla e inspirado en la
labor emprendida por José María
Arguedas para “domesticar” el idioma
español con el fin de expresar literariamente
el espíritu andino, pensamos que la búsqueda
de un cine realmente nacional, debe pasar necesariamente
por una exhaustiva exploración del medio
que finalmente ha de servir para mostrar las
peculiaridades y las múltiples facetas
de nuestra nación. Con este afán
nos sumergimos en los textos teóricos
que, a la sazón, teníamos a nuestro
alcance; pero sufrimos una gran decepción.
Fue suficiente comparar una decena de libros
que se ocupaban sobre los temas de nuestra preocupación,
para comprobar la absoluta fragilidad de los
conceptos elementales sobre los cuales se construían
las diversas teorías al uso. La comprobación
de esta deficiencia teórica y los requerimientos
exigidos para crear un lenguaje cinematográfico
propio y en concordancia con nuestra realidad,
nos convenció de la necesidad de embarcarnos
en investigar los fundamentos mismos del cine.
El obstáculo
inicial que se nos presentó para aprehender
las categorías elementales del lenguaje
cinematográfico radicó en la total
dispersión conceptual de las definiciones
básicas: el fotograma, el plano, el encuadre,
la toma, la imagen del cine, el montaje, etcétera;
descubrimos, con asombro, que cada teórico
poseía su propio sistema conceptual. Como
cotos cerrados, cada quien era dueño de
su propio sistema teórico y la confrontación
de éste con cualquier otra teoría,
necesariamente debía pasar por una paciente
labor de reducción lógica para
someterlo a una provechosa discusión entre
las teorías vigentes en la época;
sin esta reducción previa nos arriesgábamos
a enfrentar dos o más teorías que
se referían a objetos muy diferentes o
a campos de la cinematografía observados
desde intereses muy diversos. Sumada a la disparidad
terminológica en las traducciones de los
textos teóricos convertidos al español,
el panorama resultaba desolador1.
Nuestra primera
tarea estaba a la vista: ordenar coherentemente
la dispersión conceptual y terminológica
que se referían directamente a los elementos
básicos del lenguaje cinematográfico.
Labor que no resultó ser tan sencilla.
Por ejemplo, para muchos teóricos el concepto
plano abarca varios aspectos del fenómeno
cinematográfico: 1) el trozo de película
filmado ininterrumpidamente, 2) el fragmento
de película comprendido entre dos empalmes
en la edición, 3) la distancia aparente
entre la cámara y el objeto y 4) el campo
visual mostrado. La primera acepción pertenece
a la fase del rodaje, la segunda a la edición,
la tercera significación se refiere a
la escala de planos y la cuarta, entre otras
cosas, a los problemas de la composición
visual. Por otro lado, algunos términos
adyacentes al concepto plano como: toma, encuadre
y fotograma no se hallan vinculados de un modo
esencial, puesto que la existencia de estos términos
no justifican su necesidad, simplemente sirven
para cubrir los vacíos que el concepto
plano no logra responder. Finalmente, hasta ahora
todos se han limitado a describir el fenómeno
físico que da origen a la imagen cinematográfica,
pero ningún estudioso ha logrado explicar
teóricamente cómo se transforma
una serie de imágenes estáticas
(cinegramas o fotogramas) en una imagen dinámica
(toma o plano)2.
En síntesis,
podemos decir que al iniciar y, en general, en
todo el proceso de la investigación, debimos
enfrentar dos problemas básicos de orden
metodológico: 1) Las dificultades para
acercarnos hacia la materialidad de nuestro objeto
de estudio, 2) El caos y desorden conceptual.
Parecía
imprescindible, entonces, hallar un conjunto
de herramientas que nos sirviera para enfrentar
tales problemas. No obstante, tampoco fue sencillo
ubicar un método que satisficiera nuestras
expectativas; puesto que un rasgo común
de la mayoría de textos y manuales que
tratan sobre metodología, es la separación
radical entre el investigador y su objeto de
estudio. Por ejemplo, los manuales usualmente
le dedican un capítulo a una serie de
recomendaciones generales que los aspirantes
deben cumplir disciplinadamente o, en todo caso,
introducen algunas condiciones que el “usuario”
debe respetar minuciosamente en cada etapa de
la aplicación de la “herramienta”
descrita, y el grueso de la exposición
se ocupa en describir las peculiaridades de las
diversas “metodologías”. En
los textos “reflexivos”, en cambio,
básicamente llenan sus páginas
sobre la coherencia y eficacia de sus procedimientos,
las peculiaridades formales, la validez en la
aplicación de una disciplina a otra, la
universalidad de los diversos métodos,
etcétera. En ambos casos, predomina una
concepción mediadora entre la cosa y nosotros.
El objeto de estudio se sitúa entre las
formas del método aplicado en cada etapa
de la investigación y el investigador
; por lo tanto, los métodos, en general,
son considerados como entes que permanecen en
el exterior del objeto mismo de la investigación.
Esta “instancia mediadora” induce
al investigador a adecuar el objeto de estudio
a las formalidades del método; así,
el investigador, en lugar de someterse a las
exigencias de su objeto de estudio, obliga y
fuerza al objeto de estudio a calzar en la horma
de su método.
Luego de algunos
intentos infructuosos, coincidimos con el método
de Karl Marx denominado por él mismo:
“el método de elevarse de la abstracto
a lo concreto, enunciado en Elementos fundamentales
para la crítica de la economía
política (Grundrisse)” (MARX, 1976:
20-30) y magistralmente aplicado en El Capital.
Un método que implica una permanente confrontación
conceptual entre la materialidad del objeto de
estudio y el corpus teórico en
proceso de elaboración4,
hasta arribar a un concreto “pensado”;
es decir, un reflejo ideal sumamente enriquecido
de lo concreto real5.
Método que exige, además, tres
condiciones fundamentales: 1) que el investigador
se someta totalmente a su objeto de estudio,
2) los nexos y el desarrollo inmanente y necesario
de los conceptos y categorías y 3) la
ubicación objetiva y rigurosa del punto
de partida; todas las técnicas y herramientas
“metodológicas” utilizadas
por el investigador se subordinan a estos tres
imperativos. Ello no significa que el método
no sea riguroso, todo lo contrario, el cumplimiento
de estas tres condiciones exigen una disciplina
aun mayor que todos los métodos al uso.
Nuestra investigación
puede calificarse, entonces, como un modesto
intento de aplicar el método de El
Capital de Karl Marx, aplicación
modesta porque en lugar de plantearnos un objeto
de estudio a la par con la titánica tarea
que sólo un genio como Marx podía
asumir, nosotros intentamos, en miniatura, someter
el método de El Capital al cine
tomado como un objeto “lingüístico”.
Hecha esta confesión
podemos establecer algunas comparaciones entre
El Capital y nuestra investigación, siempre
salvando las distancias entre la enorme trascendencia
del trabajo de Marx y la insignificancia del
nuestro.
El Capital
se inicia con el estudio minucioso de la
mercancía, este punto de partida no es,
ni mucho menos, un inicio arbitrario; tampoco
se trata de una prerrogativa obtenida para ordenar
la exposición o una simple necesidad estilística
para ganar la atención del lector. La
mercancía es el único
punto de partida posible, es el concepto
que en su despliegue interno y necesario (a través
de la doble naturaleza de la mercancía
y del trabajo), nos va a mostrar la esencia del
capitalismo, porque en el concepto mercancía
se halla condensada todas las características
del sistema, desde la materialidad de la mercancía
misma como portadora de valor de uso y valor,
y su correspondencia con el trabajo concreto
y el trabajo abstracto, hasta las causas fundamentales
del antagonismo de clase; no en vano en el movimiento
ascendente de la mercancía como concepto,
van apareciendo con suma claridad la génesis
del dinero y con él el capital, a la par
de la condición enajenada del obrero que
está obligado a vender su fuerza de trabajo,
es decir, obligado a convertirse él mismo
en una mercancía; en otras palabras, en
el mismo concepto mercancía se
halla condensado todo el sistema capitalista
y en el desenvolvimiento de este concepto, que
Marx va desplegando paso a paso ante nuestros
propios ojos, vamos ascendiendo gradualmente
desde un concepto pobre y abstracto de la mercancía
hasta un concepto rico y multilateral del sistema
capitalista, que no es otra cosa más que
la mercancía desarrollada en múltiples
determinaciones. No hace falta, entonces, sacar
debajo de la manga una sola definición,
un solo concepto para explicar un fenómeno
o una ley de repentina aparición en medio
de todo el proceso de apropiación teórica
del capitalismo; en caso de que apareciera un
hecho fortuito en un determinado grado de concreción,
significaría que en algún momento
del proceso de la investigación no se
han agotado todos los análisis, entonces
será preciso tomar el camino de retorno
para comprobar el lugar donde hace falta profundizar
más en la materia, puesto que el método
de elevarse de lo abstracto a lo concreto exige
que, antes de pasar de un nivel de concreción
a otro, se agoten todas sus posibilidades de
análisis. En este camino de avances y
retornos, de lo abstracto a lo concreto y de
lo concreto a lo abstracto, se pone a prueba,
en todo momento, la validez del punto de partida;
así, cuando el investigador se halla en
un alto grado de concreción de su objeto
de estudio, el punto de partida habrá
soportado ya una gran cantidad de comprobaciones
teóricas y prácticas.
A continuación
intentaremos exponer los rasgos esenciales del
método, pero nos permitiremos la licencia
de detenernos sólo en aquellos puntos
que guiaron nuestra investigación y que
nos sirvieron de invaluables momentos de apoyo
teórico; sin embargo, creemos pertinente
acentuar un hecho que, según parece, muchos
estudiosos de El Capital no han sabido
aprovechar en beneficio de una exégesis
del método empleado en esta obra magna,
a saber: la lectura analítica y comparativa
entre El Capital y La Ciencia de
la Lógica de Hegel, que según
el propio Marx, refiriéndose al método
dialéctico creado por el filósofo
alemán, fue el primero que supo exponer
de un modo amplio y consciente las formas generales
del movimiento; la lectura paralela de los textos
aludidos, fue una tarea que, en escala muy reducida,
nos vimos obligados a realizar y que posteriormente
la hallamos refrendada en uno de los famosos
aforismos de los Cuadernos Filosóficos
de Lenin: “No se puede entender hasta el
fin El Capital de Marx, y en especial su primer
capítulo, sin haber estudiado y entendido
toda la Lógica de Hegel.
¡¡Por consiguiente, ninguno de los
marxistas ha entendido a Marx pasado medio siglo!!”
(LENIN, 1986: 159) (resaltado y signos admirativos
del autor).
El principio
materialista
Ante
la impenetrable maraña de conceptos, terminologías
y definiciones que hallamos en las teorías
clásicas del cine, comprendimos la necesidad
de enfrentarnos directamente a la causa misma
de nuestro desvelo. La tarea no fue fácil,
el espeso follaje teórico nos impidió
arribar directamente al corazón del cine;
además, una larga tradición idealista,
aliada con el agnosticismo, había logrado
construir una sólida muralla entre “nosotros
y la cosa misma”, al extremo de que, incluso
en el campo de las ciencias “exactas”,
algunos científicos todavía creen
que su objeto de estudio son los símbolos
de las cosas y no las cosas mismas y, por otro
lado, cuando los teóricos asumen como
axioma que “El objeto es un conjunto o
colección de sensaciones que se perciben
como una unidad” (Berkeley), creen que
la realidad de las cosas depende de su percepción;
en otras palabras, si el objeto es un conjunto
de sensaciones, significa que los objetos no
existen al margen de las sensaciones, ergo, el
objeto, en sí mismo, sólo existe
si alguien lo palpa, lo mira, etcétera;
caso contrario el objeto, como tal, no existe,
dado que, como sabemos, las sensaciones no son
propiedades de la cosas u objetos, sino del sujeto
o animal que percibe, que mira, que lo palpa,
etcétera. Aunque parezca increíble,
esta disparatada concepción tiene muchos
adeptos, más de los que pueda imaginarse.
Por ejemplo,
el destacado teórico cinematográfico
Jean Mitry asume esta posición en su
Estética y psicología del Cine
cuando afirma que: “[...] el objeto está
constituido por la suma de sensaciones múltiples
referidas a una misma estructura, a un mismo
‘conjunto. Es un grupo de sensaciones ‘objetivadas’
sobre un ser idéntico considerado como
sujeto o causa. Para retomar la expresión
de Bradley –continúa Mitry–
el objeto es el contenido ideal de un conjunto
de percepciones” (MITRY, 1978: Vol. I:
121); y en otro lado, explícitamente nos
dice: “Lo real percibido es la forma de
nuestra percepción, que está determinada,
es decir, ‘enmarcada y limitada’
por nuestro nivel sensorial. Percibir es construir
un mundo, tener conciencia de él, es dar
este mundo como objeto (…) Por tanto [sigue
afirmando Mitry], el objeto no engendra ningún
dato sensible, son los datos sensibles los que
engendran el objeto” (MITRY, 1978: Vol
I: 228).
Expongamos otro
ejemplo sencillo. Rudolph Arnheim, en un estudio
sobre la percepción visual, plantea la
existencia de unas "fuerzas perceptuales".
Una especie de "tirones visuales" que
experimenta el observador ante una figura excéntrica
o en una figura que mantenga un equilibrio precario.
Las figuras
que propone Arnheim para probar la existencia
real de ciertas fuerzas perceptuales son las
siguientes:
En
la figura de la izquierda el círculo se
halla en el centro del cuadrado; en la figura
de la derecha el círculo está descentrado.
En la primera se percibe o se “siente”
como una figura estable, por lo tanto, los “tirones
visuales” no se perciben con claridad;
en cambio, en la segunda figura percibimos como
si el círculo estuviera buscando su “centro”,
se “siente” como una figura inestable.
Luego de demostrar,
como efectivamente sucede, que el ojo del observador
de esta figura tiende "espontáneamente"
a hallar ciertos puntos de equilibrio, dentro
del cuadrado, en donde el círculo "parecerá
sólidamente asentado"; en otros puntos
"manifiesta un tirón en una dirección
definida" y, finalmente, "en otros
su situación parece confusa y vacilante".
El autor se pregunta si estas fuerzas perceptuales
son sólo figuras retóricas o reales.
Y ésta es su respuesta:
Suponemos que
son reales en ambos ámbitos de la existencia,
esto es, como fuerzas psicológicas y
físicas. Psicológicamente, los
tirones presentes en el disco existen en la
experiencia de toda persona que lo contemple.
Dado que esos tirones tienen un punto de aplicación,
una dirección y una intensidad, cumplen
las condiciones establecidas por los físicos
para las fuerzas físicas (Arnheim, 1979:
30-31).
La demostración
de la supuesta fisicalidad de estos tirones perceptuales
es ciento por ciento idealista, ya que Arnheim
supone que para admitir la existencia objetiva
de una fuerza basta con demostrar que se cumplan
"las condiciones establecidas por los físicos",
esto es: que tengan "un punto de aplicación,
una dirección y una intensidad".
Atención: Arnheim no
nos habla de las condiciones objetivas,
sino de las condiciones establecidas por los
físicos.
De modo que,
siguiendo con este razonamiento, el "científico"
Arnheim no sólo está capacitado
para mover un insignificante disco dentro de
un cuadrado, sino el universo entero. Sólo
basta enunciar un vector matemático rA
con un r tan grande que desplace completamente
el universo. Dado que dicho vector rA
posee, por definición, un punto de aplicación,
una dirección y una intensidad, "cumple
las condiciones establecidas por los físicos";
por lo tanto, la fuerza que posee este enunciado
matemático sería, según
Arnheim, una fuerza física real.
Proposiciones
"lógicas" de este tipo, abundan
en un sinnúmero de trabajos "científicos"
dentro de todos los campos de estudio.
De acuerdo con
este principio idealista no debe extrañarnos,
por ejemplo, que en una obra pictórica
donde se representa un paisaje, se reconozca
un tiempo objetivo por la simple evidencia de
que el recorrido de la mirada del espectador
dentro de esta representación, genera,
en la subjetividad del espectador, un sentimiento
de temporalidad o que la música es objetivamente
espacial por la sencilla razón de que
la percepción de los planos sonoros de
los instrumentos musicales nos remite inmediatamente
a un espacio ideal.
Estos son algunos
ejemplos del “rigor teórico”
al que el idealismo nos tiene acostumbrado, de
ahí la importancia de advertir las diversas
trampas “teóricas” que el
idealismo siembra en el complejo camino de la
investigación científica.
Luego de muchos
avances y retrocesos, llegamos a la conclusión
provisional (que hasta ahora mantenemos), que
el objeto fundamental de nuestra reflexión
teórica es el cinegrama: el minúsculo
e insignificante cuadro cinematográfico
individual “estático”, que
todos los espectadores ven, pero no lo perciben
como una unidad discreta del devenir cinematográfico.
A este minúsculo cuadro individual la
mayoría de teóricos y críticos
cinematográficos lo denominan fotograma,
aunque nosotros, por razones que no podemos explicar
ahora, lo llamamos cinegrama6.
Recordemos rápidamente
cómo es el funcionamiento básico
del fenómeno cinematográfico para
aproximarnos a la importancia teórica
que posee el análisis material de este
insignificante cuadro “estático”.
Al término
del visionado de una película, cuya duración
promedio se acerca a los 90 minutos, sin percatarnos
habrá pasado ante nuestra mirada, a razón
de 24 cuadros por cada segundo, aproximadamente
130 000 imágenes visuales estáticas.
Para tener una idea de la magnitud de este fenómeno,
equiparemos cada imagen visual estática
con una transparencia fotográfica o slide
que, por otro lado, comparten prácticamente
todo el equipamiento técnico (proyector
diascópico, écran, soporte
físico, oscuridad de la sala, etcétera),
salvo el tiempo de exposición de cada
cuadro ante el espectador (una diferencia sustancial,
como se verá más adelante). Eso
significa que, en términos físicos,
en una película de 90 minutos un espectador
observa una cantidad equivalente a 130 000 transparencias
fotográficas. La razón por la que
no se percibe el cambio de una imagen estática
a otra, se debe al fenómeno de la persistencia
retiniana; vale decir, a la breve fijación
de la imagen visual en la retina, aun después
de que su agente físico haya sido desplazado
fuera del alcance de la mirada. Como la veinticuatroava
parte de un segundo es una magnitud temporal
bastante más breve que el requerido para
que el fenómeno de la persistencia retiniana
culmine su proceso, antes de desvanecerse la
imagen visual precedente del fondo de la retina,
la siguiente imagen habrá ocupado ya el
lugar físico cedido por el anterior fotograma.
El argumento
empleado por los teóricos para desechar
el análisis del cuadro individual del
cine es bastante infantil: si el fotograma es
una imagen visual estática y el cine es
una imagen visual en movimiento, entonces no
vale la pena detenerse en él. Pero cuando
alguien inquiere “¿cómo es
que vemos una imagen cinematográfica en
movimiento?” Recurren inmediatamente al
desdichado fotograma: “por la rápida
sucesión de los fotogramas y el fenómeno
de la persistencia retiniana”, y después
nadie se acuerda del pobre fotograma; al extremo
de afirmar gratuitamente: “el cine es una
ilusión de movimiento”.
Si recordamos
el principio idealista según el cual el
objeto es un conjunto de sensaciones y, por tanto,
sólo existe aquello que es percibido,
entonces es fácil comprender por qué
los teóricos desdeñan la existencia
objetiva del fotograma, puesto que, por el hecho
de que el fotograma no se perciba como ente individual,
deducen inmediatamente que el fotograma no existe.
Sin embargo, todos aceptan de buena gana la existencia
de la toma, que no es más que… ¡un
conjunto de fotogramas!
Por otro lado,
la mayoría de los teóricos aceptan,
inconscientemente, el principio del tercero excluido
de la lógica formal, y razonan: si el
cine es una imagen en movimiento y el fotograma
es una imagen estática, entonces el fotograma
debe excluirse como objeto de análisis;
este razonamiento se refuerza por el hecho de
que la toma cinematográfica se percibe
como un movimiento continuo, en cambio el movimiento
del fotograma es discontinuo7.
Los estudiosos
del cine, en lugar de explicar la transformación
del carácter discontinuo del movimiento
del fotograma (movimiento cinegramático)
a un movimiento visual de naturaleza continua
(movimiento cinematográfico), se limitan,
simplemente, a describirla; de ahí que
el concepto fotograma se encuentre en
una relación puramente exterior respecto
del concepto toma.
Esta “ceguera”
teórica es explicable. Puesto que el idealismo,
cuando se enfrenta a la materia, toma la forma
de empirismo; por ejemplo, cuando un filósofo
como Merleau-Ponty sostiene que el realismo cinematográfico
es aún más exacto que el [realismo]
del mundo real, porque el cine no se piensa,
“se percibe” (STAM, 2001: 101), significa
que el más alto grado de realismo (término
que los filósofos idealistas, y particularmente
la fenomenología, tratan de mantenerlo
en la más absoluta ambigüedad) se
halla en la inmediatez de la percepción
de las cosas y no en el concepto de las cosas.
Considerar más real lo que se percibe,
que aquello que se piensa o conceptúa,
es quedarse en lo que Hegel denominó certeza
sensible, es conformarse con la verdad
más abstracta y pobre, en lugar de
trascenderla y penetrarla con el objeto de arribar
hacia una verdad más profunda y esencial
sobre la cosa percibida7.
Si Marx se hubiese detenido en la certeza sensible
ofrecida por la mercancía, se habría
dedicado a desarrollar un conocimiento pericial
de la misma, y no habría podido extraer
su concepto y, por consiguiente, jamás
habría podido descubrir las leyes fundamentales
del sistema capitalista. Por otro lado, la distinción
entre la verdad pobre y elemental de la certeza
sensible y la verdad que trasciende a la pura
percepción de las cosas, es fundamental
para entender la naturaleza del lenguaje cinematográfico;
dado que la “certeza” visual es la
más convincente entre todas las “certezas
sensibles”, y gracias a esta evidente “certeza”
se postula, sin cortapisas, que el cine es el
“arte más realista” de todos.
Enunciado profundamente falso que ha propiciado
más de una equivocación en el desarrollo
de la teoría cinematográfica.
De modo que
acercarse a la materialidad del cine o la materialidad
del objeto de estudio, no es simplemente descubrir
el objeto material que se halla en el centro
de la reflexión, sino que es preciso trascenderla
y elaborar su concepto, para profundizar
en el conocimiento de la cosa misma.
Sin embargo,
aquí surge otro problema, porque trascender
“la cosa misma” equivale a superar
la noción kantiana de “la cosa en
sí”, concepto central del agnosticismo
y que, además, demuestra la “exterioridad”
de la lógica formal. Ejemplificaremos
este problema con lo que sucedió en nuestra
experiencia en la investigación de la
materialidad del cinegrama.
Cuando, luego
de analizar y criticar muchas categorías
y conceptos fundamentales del “lenguaje
cinematográfico”: el plano, la toma,
el encuadre, los movimientos de cámara,
etcétera, finalmente creímos que
estábamos frente a frente con nuestro
verdadero objeto de análisis: el cinegrama.
Como era previsible, nos abocamos enteramente
a estudiarlo en todos sus aspectos. Luego de
establecer las relaciones básicas entre
los cuadros integrantes de una toma, decidimos
analizar la complexión física del
cinegrama. Obviamente que, desde nuestra época
de estudiante, sabíamos cual era conformación
física fundamental del soporte físico
de la fotografía : una película
elaborada con un compuesto sintético (triacetato
de celulosa, plásticos de poliéster,
etcétera) y que sobre una cara de su superficie
se sostiene una capa fotosensible provisto, casi
siempre, de aluros de plata suspendido en una
gelatina transparente; no obstante, insistimos
en profundizar más sobre este aspecto
del fotograma e iniciamos un estudio sistemático
de la física óptica y la naturaleza
de la luz con el objeto de comprender el comportamiento
de los granos fotográficos, de esta manera
iniciamos un camino sin retorno: descubrimos
que la cualidad de cada grano fotográfico
dependía del poder de resolución
y el ángulo de acutancia, y éstos
dependían, a su vez, de la naturaleza
de la luz, pero la complejidad de la luz nos
obligó a incursionar en la física
cuántica para averiguar el comportamiento
de los fotones, etcétera; por otro lado,
con la finalidad de analizar la conformación
de las imágenes fotográficas en
función de los granos, había que
emprender un análisis estadístico
para hallar un orden racional en la caótica
dispersión de los granos sobre la superficie
fotosensible del cuadro fotográfico; así,
según nuestro plan de trabajo, estaríamos
en condiciones de hallar, en el primer caso,
las propiedades del soporte físico que
permitan definir la cualidad de la imagen fotográfica
y, en el segundo caso, la conformación
iconográfica de las imágenes a
partir de un análisis estadístico
de la dispersión de los granos en función
de los grados de contrastes y cohesión
granular. En el medio del vértigo de esta
parte de la investigación, decidimos detenernos
por un instante y medir la distancia entre nuestro
objeto inicial de investigación (el cine)
y la proyección final (si es que hubiera)
del camino que habíamos tomado. La sorpresa
fue absoluta: nos habíamos alejado varios
años luz de nuestro punto inicial del
objeto central de la investigación; no
hubo más remedio que emprender el camino
de retorno e identificar el lugar de nuestra
desviación . Luego de un examen autocrítico,
comprendimos, de pronto, uno de los lados más
problemáticos del enunciado sobre la ininteligibilidad
de “la cosa en sí” de Kant
y la crítica correspondiente de Hegel
sobre el agnosticismo kantiano.
Para Hegel “la
cosa en sí” es “una abstracción
muy simple”. La afirmación de que
no sabemos lo que son las “cosas en sí”
parece sabia. La “cosa en sí”
es una abstracción de toda definición,
es decir, una nada, dado que “la cosa en
sí” inerte y aislada, es en sí
misma indefinible, porque las cosas se definen
en confrontación con las otras cosas y,
sobre todo en confrontación consigo mismo,
puesto que la “cosa en sí”,
al pasar de un estado a otro, es al mismo tiempo
“cosa para otros”; en esta confrontación,
se llega gradualmente al conocimiento más
profundo de las cosas, hasta dejar de ser una
“cosa en sí” y se transforma
en “cosa para nosotros”. Consiguientemente,
la cosa en sí “no es más
que una abstracción desprovista de verdad
y contenido”. (HEGEL, 1982: Vol. I:156)
No basta, entonces,
hallarse frente a frente con la materialidad
de su objeto de estudio y emprender una sucesión
infinita de, lo que Ilienkov denomina abstracciones
empíricas simples, opuesta a lo que el
mismo autor denomina abstracción teórica
(el concepto). (ILIENKOV, 1975: 63) Por esta
razón Marx, antes de iniciar el riguroso
despliegue conceptual de la mercancía,
separa aquello que no es pertinente en el proceso
de la investigación que nos llevará
a reproducir, en el pensamiento, la totalidad
del sistema capitalista como un concreto11.
El despliegue
dialéctico
Luego
de muchos tropiezos, comprendimos que sólo
podíamos acceder al contenido mismo del
cinegrama, analizando su materialidad
sin perder vista, ni por un segundo, “su
razón de ser”. Una serie de preguntas
muy elementales allanaron rápidamente
los caminos para aproximarnos a nuestro punto
de partida fundamental o, en otras palabras,
para ejercer sobre nuestro objeto de estudio
abstracciones teóricas que nos llevaran
directamente a las particularidades que definen
su concepto y no simplemente ejercer abstracciones
empíricas, sin una orientación
específica.
Examinemos brevemente
la principal pregunta que nos llevó, en
sucesivas aproximaciones, a determinar el concepto
cinegrama y cuya respuesta, a nuestro
modesto entender, estaría llamada a provocar
una pequeña revolución copernicana
en el campo de la teoría cinematográfica.
La pregunta
es la siguiente: ¿Cuál es la determinación
más general del cine, tomado como un lenguaje?
Luego de examinar
críticamente las definiciones más
generales que hallamos sobre el “lenguaje
cinematográfico”, concluimos que
de todos los enunciados teóricos al uso,
la más general y abstracta es: imagen
visual en movimiento. La estructura bimembre
de esta definición general esconde una
doble dirección que es necesario precisar
y que, además, está amarrada con
la pregunta misma.
En efecto, si
la definición más abstracta y general
del cine como lenguaje está dada por la
proposición imagen visual en movimiento,
¿qué parte del enunciado ejerce
una mayor determinación para aproximarnos
a lo particular del cine, el sujeto o el predicado?
Si descomponemos la proposición relacionándola
con la pregunta, obtenemos dos enunciados que
nos sitúa en dos campos diferentes cuya
resolución nos remite a dos puntos de
partida diferentes: 1) la imagen visual cinematográfica
y 2) el movimiento cinematográfico. Una
elemental deducción lógica nos
llevará a descartar rápidamente
el primer enunciado.
Si nos mantenemos
firmes en el principio de no perder de vista
la materialidad del cine y decimos, por ejemplo,
que lo fundamental en el cine es la imagen visual,
habría que determinar cuál es el
rasgo específico de la misma ¿cuál
es la diferencia fundamental de la imagen visual
cinematográfica respecto de otras formaciones
visuales similares, por ejemplo: la imagen fotográfica,
la imagen dibujada, la imagen pictórica,
la imagen electrónica, etcétera?
Solo nos queda una respuesta: el movimiento.
En cambio, cuando afirmamos que lo fundamental
del cine es el movimiento, podemos decir que
tal movimiento sucede independientemente de nuestra
conciencia, producto de una rápida sucesión
de imágenes, que pueden ser fotográficas,
pictóricas, dibujadas o electrónicas,
etcétera.
Aunque la mayoría
de los teóricos cinematográficos
suscriben totalmente que el rasgo fundamental
del cine es el movimiento, para ellos el punto
de partida esencial sigue siendo el sujeto de
la proposición, es decir: la imagen
visual. Ahora sabemos que no es pura casualidad
que el sujeto sea precisamente la imagen
visual y no el movimiento; de modo
que un simple intercambio entre el sujeto y el
predicado nos remite a una definición
menos abstracta del cine tomado como lenguaje,
a saber: el cine es movimiento de imágenes
visuales. A partir de esta proposición,
el centro del problema teórico fundamental
se traslada radicalmente de la imagen cinematográfica
al movimiento cinematográfico. Un cambio
que desde luego implica resolver, en primer lugar,
el problema del movimiento cinematográfico
y, sólo luego de su resolución
fundamental, explicar la naturaleza de la imagen
cinematográfica en función del
movimiento. Un traslado teórico que, además,
pone en duda desde definiciones generales cuyo
arraigo en la teoría cinematográfica
los convirtieron prácticamente en axiomas,
como por ejemplo: “el cine es una ilusión
del movimiento”, hasta inocentes definiciones
técnicas como: “el congelado
es la detención del fotograma”,
enunciados que al ser confrontados con la proposición
general: el cine es movimiento de imágenes
visuales, revelan inmediatamente su trivialidad.
Una vez desnudado
el problema esencial del cine, el perfil teórico
del concepto fundamental cinegrama se
nos presentó con absoluta claridad. Si
el cine es esencialmente un movimiento, había
que explicar cuál es la naturaleza de
este movimiento; o mejor dicho, había
que explicar la naturaleza de las transformaciones
de los diversos movimientos que ocurren dentro
del movimiento cinematográfico en general,
desde sus manifestaciones más simples
y abstractas (objeto de estudio de El Río
de la Imágenes: el movimiento de
los “fotogramas” o los movimientos
visuales intrínsecos que ocurren dentro
de la toma), hasta sus manifestaciones más
complejas y concretas: el cine como institución
social y reflejo de las confrontaciones ideológicas
de la sociedad, las peculiaridades estéticas
del cine y su relación dialéctica
con el arte cinematográfico, etcétera.
Así, el cinegrama como punto
de partida de nuestro objeto de estudio, halló
su campo natural de desarrollo conceptual. Superada
la etapa “empirista” de nuestro estudio
de la materialidad del cinegrama y la caída
abismal hacia la “incognoscibilidad“
de la cosa en sí, nos abocamos enteramente
a analizarla en sus nexos inherentes y necesarios
con los demás cinegramas. Sorprendentemente
nos hallamos ante un paisaje similar, siempre
en menor escala, al que seguramente podría
haber encontrado Marx al estudiar la mercancía;
a saber, la doble naturaleza del cinegrama: como
portadora de una imagen visual objetiva y como
una imagen visual puramente perceptual. Así,
hallamos que el soporte material del
cinegrama, dentro de la proyección cinematográfica,
se desdobla en sus dos aspectos fundamentales:
como soporte físico y como soporte
visual; y en la base de este desdoblamiento
físico y visual nos encontramos con la
comprobación práctica más
sencilla y gráfica del concepto de la
negatividad de la dialéctica, calificado
por Marx como el principio motor y engendrador
del movimiento. (MARX, 1966: 113)
Con el objeto
de aproximarnos al movimiento cinematográfico
más elemental o “el principio motor
y engendrador” del movimiento cinematográfico,
analicemos brevemente lo que ocurre cuando unimos,
a través de un mecanismo simple, dos figuras
diferentes, tal como sucede en el juguete óptico
denominado taumatropo.
El taumatropo
es un aparato que consta de un disco en cuyas
caras opuestas están grabadas un par de
figuras diferentes que, cuando el disco gira
rápidamente, el ojo percibe las dos figuras
como si fuera una figura única.
En
este dibujo el taumatropo está
representado en pleno funcionamiento, puesto
que cuando el disco deja de girar, en una cara
del disco se observará una jaula vacía
y en la superficie opuesta el ave, sin la jaula.
Ya sabemos que el espectador percibe ambas figuras
superpuestas por la rápida sucesión
de las figuras y que, debido a la persistencia
retiniana, no “ve” el cambio de las
figuras.
El pensamiento ordinario
concibe este proceso como un hecho dual, como
una simple yuxtaposición de dos figuras
diferentes. Sin embargo un examen más
atento nos revelará que este fenómeno
esconde una relación dialéctica
muy sencilla que, según adelantamos, ejemplifica
el concepto de negatividad como principio motor
del movimiento.
Salvo el rápido
cambio mecánico de las figuras, el espectador
no percibe un movimiento visual sensible en esta
yuxtaposición, frente a él se halla
una simple representación de una ave encerrada
dentro de una jaula, si sólo nos interesa
que el espectador observe una representación
de una ave encerrada en una jaula, nada nos impide
que la dibujemos directamente sobre una misma
superficie; de manera que lo que atrae al espectador
no es la representación en sí,
sino el modo como se integran las dos imágenes.
Analicemos brevemente la forma como se produce
esta integración visual .
Dado que el
taumatropo es una sucesión de
figuras, lo primero que hay que admitir es que
este fenómeno es un proceso que sucede
en el tiempo: primero está ante nuestra
mirada, por ejemplo, la imagen del ave y luego
la de la jaula, enseguida aparece nuevamente
el ave e inmediatamente después aparece,
por segunda vez, la jaula y así sucesivamente
hasta que el disco deje de girar. Descomponiendo
este proceso de continuo cambio de figuras podemos
simplificarlo en la siguiente cadena:
…AVE
– AVE+JAULA –
JAULA – JAULA+AVE
– AVE – AVE+JAULA
– JAULA…
La cadena está
constituida por una sucesión donde hemos
intercalado una figura única y una figura
par, constituida por las figuras precedente y
subsiguiente, que representa el instante de la
integración de las figuras. Además,
los dos sustantivos que representan a las figuras
grabadas, están escritas primero en negritas
y luego en cursivas, con el objeto de diferenciar
los dos momentos fundamentales de las imágenes
integradas, que a continuación explicaremos.
Traducida esta
sucesión de figuras en “presencias”
y “ausencias”, puede decirse que
los dos momentos básicos de las figuras
son: su presencia material objetiva
ante la mirada (representada en la cadena resaltada
con negritas) y su negación,
la ausencia material objetiva de la
figura cuando ésta es reemplazada por
la presencia objetiva de la otra figura (representada
en el esquema con letras en cursivas).
Si, según la ley de la impenetrabilidad
de la materia, dos cuerpos no pueden ocupar un
mismo espacio, cuando el espectador está
ante la presencia visual objetiva del
ave y la jaula, necesariamente significa la ausencia
física de una de ellas. De modo
que la estructura elemental de una integración
visual producida por el taumatropo es
la siguiente: la presencia física
y visual de uno de los componentes más
la ausencia física y la presencia visual
del otro componente; por ejemplo: en la integración
ave – jaula,
la figura del ave sólo está presente
de un modo puramente visual, despojada de su
soporte físico; en cambio, la
jaula está presente física
y visualmente. Por otro lado, en la integración
jaula – ave,
sucede exactamente lo contrario: la figura de
la jaula, para el espectador, sólo
existe visualmente, pero la conformación
de la figura ave, está
compuesta por su soporte físico y su respectivo
soporte visual.
Ahora bien,
como una imagen visual no puede ser percibida
si no está asentada sobre un soporte físico,
debemos concluir entonces que uno de los componentes
le “presta” su complexión
física al componente puramente
visual, mientras que el objeto ausente
le “presta” al objeto presente su
parte puramente visual. Sin embargo;
para que este “préstamo” recíproco
se haga efectivo debe cumplirse dos condiciones:
1) que las imágenes visuales sean diferentes,
puesto que en la integración visual de,
por ejemplo, dos jaulas idénticas no se
percibe efectivamente la integración,
que es la razón de ser del taumatropo
, y 2) que la forma de la superficie física
(o formato) sean idénticas, de otro modo,
el cambio constante del formato perturbaría
el sentido visual de la representación:
el ave dentro de la jaula.
La razón
por la que en un taumatropo no se perciba
sensiblemente el despliegue de un movimiento
visual, como en el cine, se debe al
constante retraimiento visual causado por las
apariciones sucesivas e intercaladas de dos imágenes
idénticas; lo que teóricamente
se explica de la siguiente manera: como los componentes
del taumatropo se truecan constantemente,
significa que el sentido de los “préstamos”
sucesivos entre ambos componentes siguen direcciones
opuestas, equilibradas y de la misma magnitud,
primero la figura ave se desprende de
su soporte físico y se impregna en el
soporte material de la jaula
y, posteriormente, la figura jaula se
desprende de su soporte físico y se impregna
en el soporte material del ave;
por lo tanto, la doble negación que se
manifiesta en la diferenciación entre
el soporte físico y el soporte
visual correspondiente a ambos componentes
del taumatropo, no puede originar aún
un movimiento visual desplegado como en el cine,
porque ambas negaciones se hallan en un mismo
nivel de negatividad dialéctica, por eso
la única manifestación sintética
posible es la simple integración de ambas
o, en otras palabras, el soporte visual se encuentra
todavía demasiado “atado”
a su soporte físico, puesto que
la separación del soporte visual de su
respectivo soporte físico es
retraída inmediatamente ante la aparición
casi inmediata del mismo soporte físico
del cual se había liberado. De modo que
de esta doble negación no puede surgir
un movimiento ascendente, sino un movimiento
que se retrae a sí mismo. De la misma
forma que de un par de fuerzas contrapuestas
en equilibrio absoluto no puede surgir más
que un movimiento constante, sin que una venza
a la otra; dos negaciones en equilibrio absoluto
no remite al desarrollo de un movimiento de orden
superior. Hace falta hallar la negatividad intrínseca
a esta doble negación para acceder teóricamente
a un movimiento de otro orden. Y esta negatividad
intrínseca se encuentra en una de las
condiciones indispensables para que la integración
de las dos figuras del taumatropo se
realice: la diferencia visual entre las figuras.
Intentaremos explicar
brevemente cómo se realiza esta nueva
negación que da origen al desarrollo del
movimiento cinematográfico.
Si en lugar
de alternar sucesivamente dos figuras agregamos
una tercera diferente a las dos anteriores y,
además, nos cuidamos de elegir tres figuras
de modo que en su sucesión nos muestre
un despliegue coherente, obtenemos el siguiente
esquema:
Si sólo
reemplazamos las figuras A y B con las figuras
del ave y la jaula del taumatropo, observaríamos
una figura integrada compuesta por dos esferas
estáticas:
Integración de las figura A y B
En
el esquema anterior se observa, entonces, un
punto negro situado en el extremo inferior izquierdo
del rectángulo y el otro casi en el centro
del mismo. Pero es suficiente que introduzcamos
una tercera figura C distinta
a A y B, para
percibir un movimiento con una dirección
y sentido determinado:
Integración de las figuras A – B
– C
El reemplazo
de la segunda aparición de la figura A
(según la lógica de la estructura
del taumatropo) por una tercera figura
C distinta a A,
no es simplemente un cambio o el agregado de
una figura más, sino el paso de una forma
de movimiento a otra de orden superior, puesto
que el desprendimiento del soporte físico
y el soporte visual de la figura A
ya no puede retraerse; al “prestarle”
su imagen a la figura B, éste
ya no podrá devolvérselo (como
sucede en el taumatropo), sino que debe
remitirlo a la figura siguiente, a la figura
C. Así, la figura C no
sólo se apropia del soporte visual
de B, sino de aquella figura
que, a su vez, le “prestó”
su soporte visual a B: el soporte visual
de A. Vemos, entonces, que la
riqueza visual de la figura C
no se limita al contenido visual individual que
tiene grabado en su soporte físico,
sino que es el producto o la “acumulación”
de los “préstamos visuales”
individuales que cada figura ha cedido a cambio
del “préstamo físico”
concedido por la figura subsiguiente. Por lo
tanto, el contenido visual de cada figura o cinegrama,
sólidamente unido a su soporte físico,
le pertenece y, a la vez, no le pertenece; podríamos
decir que el contenido visual de cada cinegrama
se halla compartido, a su vez, por todos los
cinegramas que conforman una toma, especialmente
entre los cuadros inmediatamente contiguos.
Ahora bien,
es obvio que si luego de la figura C
le sucede la figura A, todo
este despliegue del contenido visual “acumulado”
en C se desvanece; y no simplemente
porque a alguien se le ocurrió incorporar
nuevamente la figura A con su
soporte físico y su soporte visual correspondiente,
sino porque en este nivel de concreción,
la negatividad dialéctica debe cumplirse
para todas las figuras que componen la toma cinematográfica;
de modo que a la figura B le corresponde
una figura D diferente a B,
lo propio ocurre con C, que
debe generar una figura E distinta
a las figura C, y así
sucesivamente, en una progresión definida
sólo por la duración de la toma
cinematográfica que los contiene . De
modo que el esquema del movimiento visual cinematográfico
elemental adquiere la siguiente forma:
A – AB
– B – BC
– C – CD
– D – DE
– E…
El despliegue
de esta dialéctica de la negatividad de
las figuras nos muestra teóricamente el
tránsito desde el insignificante “cuadro”
individual hasta el complejo e intrincado sistema
de los cinegramas que constituyen la
toma cinematográfica.
Así,
el verdadero concepto de fotograma o,
como nosotros lo denominamos, cinegrama
no se reduce al examen físico e individual
del cuadro “estático”, es
preciso relacionarlo dialécticamente con
sus pares e identificar los momentos esenciales
donde se producen los saltos cualitativos, con
la finalidad de formular teóricamente
las leyes que rigen su dinámica interna
o, como diría Hegel: su automovimiento.
Hasta aquí
nuestro intento de describir brevemente la pequeña
y azarosa aventura que nos permitió acercarnos
teóricamente al escurridizo concepto cinegrama;
una labor que, sin perder de vista las características
propias de su materialidad, nos parece que hemos
logrado extraer la naturaleza “fluida”
del insignificante cuadro “estático”
mostrado en su aspecto puramente físico.
Si nuestro punto de partida es correcto, nos
queda la tarea de desplegar este concepto fundamental
en sus múltiples determinaciones y confiamos
que, hacia el final del camino, logremos componer
un cuadro bastante completo del universo del
cine como lenguaje.
Como es de suponer,
el curso del río que estamos
explorando apenas se ha iniciado, aún
no hemos terminado de identificar las aguas subterráneas
y los lagos que la alimentan, nada sabemos de
su caudal ni las causas profundas de los estiajes
y las crecidas; pero todos saciamos nuestra sed
en él. Importa poco si nos dicen que más
arriba lo contaminan con relave o que arrojan
toda clase de desperdicios sobre su cauce. Claro,
esto es inevitable mientras no experimentemos
lo puro y cristalino de nuestros puquios o la
transparencia de los pocos ríos alimentados
por manantiales de otras latitudes. De otro modo
¿cómo tomar conciencia de la turbidez
del agua que diariamente bebemos?
Notas:
*
Ésta es una versión ampliada de
la ponencia presentada el I Coloquio Interdisciplinario
2005, organizado por el Instituto de Ciencias
y Humanidades, Perú
1
En medio de este paisaje caótico, nos
encontramos con otro problema conceptual de mayor
envergadura y que, hasta hoy, atraviesa al conjunto
de la teoría cinematográfica, y
a la teoría de las artes en general: la
falta de distinción entre los conceptos
arte y estética y la
relación dialéctica que ambos guardan.
Con toda razón Juan Acha afirma que “[...]
si en verdad queremos entender con profundidad
el fenómeno sociocultural del arte y el
de nuestra vida sensitiva, debemos separar lo
estético de lo artístico, viéndolo
bien el hombre siempre los diferenció
de facto. Por ejemplo, antes de H. Baumgarten
(1750) [continúa Acha] la filosofía
ocupábase de la belleza y demás
categorías estéticas de la naturaleza
y de la realidad cultural, con excepción
de las obras de arte; fue Baumgarten quien introdujo
el nombre de Estética e hizo de ésta
una disciplina dedicada a la belleza y también
a las artes, entonces consideradas bellas para
diferenciarlas de las útiles. Aparecen
las Bellas Artes; iníciase así
la promiscuidad conceptual que aún hoy
vivimos…” (ACHA, 1991: 17). Obviamente,
la teoría cinematográfica, como
hija de las teorías estéticas de
Occidente, no podía resarcirse de la promiscuidad
conceptual predominante en la mayoría
de las producciones estético-filosóficas
registradas en Occidente a partir del Renacimiento
hasta mediados del siglo XVIII, “[...]
época en que comienza a ser definido teoréticamente
[un concepto particular de arte]. Al definirlo
[afirma Juan Acha] se pretende hacerlo retroactivo
a un pasado de 40 000 años y extenderlo
abusivamente a todas las culturas habidas y por
haber. En concreto, Europa universalizó
su concepto de arte, lo que implicó prestigiarlo
como el mejor y, consecuentemente, al que todos
deben brindar tributo. Así, facilitó
su imposición al resto del mundo como
el único concepto válido. No importó
en absoluto la extrañeza del concepto
en otras partes y épocas, ni tampoco preocuparon
los cambios radicales que se efectuaron en un
siglo a otro en el mismo Occidente.” (ACHA,
1991:35) Este problema, por razones de espacio,
no podemos tocarlo, ni siquiera tangencialmente,
en este trabajo. Afortunadamente, en Perú,
Balmes Lozano ha iniciado una importante y necesaria
labor teórica de distinción entre
ambos conceptos dentro el campo de la cinematografía,
adelantando un paso más respecto de los
planteamientos del maestro Juan Acha, dado que,
entre otras cosas, intenta identificar la tenue
línea que separa el cine de oficio o estético
(donde prevalece la espectacularidad y la atracción
puramente sensorial) y el cine artístico
(donde el realizador se sirve de este medio para
expresar sus propias ideas y sentimientos). (Lozano,
2004; Butaca Sanmarquina, 2002-2003).
2
La terminología puesta entre paréntesis
depende del marco conceptual de cada teórico
o estudioso del tema.
3 Cuando la
filosofía kantiana establece una relación
entre “tres términos”: nosotros,
pensamiento y cosas; concibe el pensamiento como
si estuviera “en el medio”, entre
las cosas y nosotros, como si el pensamiento
nos “separara en lugar de unirnos”;
concepción que refuerza (tal vez deberíamos
decir concuerda con), el agnosticismo de esta
filosofía. Según Hegel, esta opinión
es refutable con la “sencilla observación”
de que “precisamente dichas cosas, que
tendrían que estar situadas en un más
allá en la extremidad opuesta a la que
nos hallamos nosotros y el pensamiento a ellas
referido, no son en sí mismas sino objetos
del pensamiento. (HEGEL, 1982: Vol. I: 47.)
4 Vale decir,
una constante crítica al corpus teórico
establecido y un proceso gradual de construcción
de los conceptos elaborados en permanente confrontación
con su objeto de estudio, a partir del desarrollo
del concepto inicial y fundamental que abarca
totalmente a la materia estudiada. Para profundizar
sobre las relaciones entre lo lógico y
lo histórico, y la interacción
entre los métodos inductivos y deductivos
en el método de elevarse de lo abstracto
a lo concreto, puede acudirse al magnífico
trabajo de E. Ilienkov Elevarse de lo abstracto
a lo concreto. (1975: 22–79).
5 En una reflexión
posterior, luego de constatar las cualidades
del método de Marx, nos convencimos de
que tarde o temprano debíamos aproximarnos
a la dialéctica de Hegel y Marx. Considerando
que la dialéctica es la única forma
del pensamiento que se ocupa rigurosamente del
movimiento, ¿qué duda cabe que
el cine como lenguaje debía ser estudiado
dialécticamente?
6 Aun cuando
privilegiemos el término “cinegrama”
por ser nuestro concepto central y punto de partida
de la investigación que estamos llevando
a cabo, en esta exposición utilizaremos
el término “fotograma” como
sinónimo de “cinegrama”, dado
que la mayoría de críticos y teóricos
reconocen con el término “fotogramas”
a los cuadros individuales y “estáticos”
que pasan rápidamente ante la mirada del
espectador.
7 Al inicio
de su Ciencia de la Lógica, Hegel
afirma el propósito de exponer el reino
del pensamiento en su propia actividad inmanente
o, lo que es lo mismo, en su desarrollo necesario;
y no como la lógica precedente que él
califica como formas sólo adheridas al
contenido, como huesos sin vida arrojados en
desorden, por ello exige que la materia de la
lógica sean formas con contenido, formas
de contenido vivo. Según Hegel, la lógica
no es la ciencia de las formas exteriores del
pensamiento, sino de las leyes del desarrollo
de todas las cosas materiales, naturales y espirituales,
es decir, del desarrollo de todo el contenido
concreto del mundo y de su cognición,
el resultado, la suma total, la conclusión
de la historia del conocimiento del mundo. La
vieja lógica formal es exactamente como
un pasatiempo infantil, que forma cuadros con
pedacitos sueltos (Hegel, 1982: Vol I: 57-58).
Y sobre el principio del tercero excluido, Hegel
nos demuestra la banalidad de este principio:
Algo es A o no es A; no hay tercero.
Si esto implica que todo es un término
de una oposición, que todo tiene
su determinación positiva y negativa,
entonces está bien. Pero si se entiende,
como usualmente se interpreta, que de todos los
predicados corresponde bien uno dado o bien su
no ser, entonces esto es una trivialidad.
El espíritu… ¿dulce o no
dulce? ¿verde o no verde?. La definición
debe conducir a lo determinado, pero en esta
trivialidad no conduce a nada. Y continúa,
“[...] se dice que no hay tercero. Hay
un tercero en esta propia tesis. El propio A
es el tercero, pues A puede ser a la vez +A y
–A, por consiguiente, el algo mismo es
en sí el tercer término que debía
ser excluido”. (HEGEL 1982, Vol II: 71-72)
8 “El
contenido concreto de la certeza sensible hace
que ésta se manifieste de un modo inmediato
como el conocimiento más rico e incluso
como un conocimiento de riqueza infinita a la
que no es posible encontrar límite si
vamos más allá en el espacio y
en el tiempo en que se despliega, como si tomásemos
un fragmento de esta plenitud y penetrásemos
en él mediante la división. Este
conocimiento se manifiesta, además, como
el más verdadero, pues aún no ha
dejado a un lado nada del objeto, sino que lo
tiene ante sí en toda su plenitud. Pero,
de hecho, esta certeza se muestra ante sí
misma como la verdad más abstracta y más
pobre. Lo único que enuncia como la verdad
de lo que sabe es esto: que es; y su verdad contiene
solamente el ser de la cosa”. (HEGEL, 1978:
63).
9 No olvidemos
que el soporte físico de la fotografía
y del cine-fotográfico poseen la misma
complexión física.
10 Desviación
que, por otra parte, parece ser muy común
en los avatares de un trabajo de investigación.
Ruggero Pierantoni, un especialista en el estudio
de los aspectos biofísicos de la comunicación
de los animales, nos cuenta: “Desde hace
ya tres años exploro un universo de estructura
microscópica contenido en un cubo de quince
milésimas de milímetro de lado.
Nunca terminaré de conocerlo. La tarea
permanecerá incompleta y ningún
mapa de este inmenso espacio será trazado
nunca. Este trozo de materia, infinitamente denso,
es una parte infinitesimal de la retina de una
tortuga. Muerta hace ya tanto tiempo, que su
memoria sólo la guarda el protocolo del
laboratorio. Una delgada caja de inocente plástico
contiene toda esta astilla histológica.
En la caja hay grabados cincuenta pequeños
rombos, cada uno de los cuales contiene un pequeño
disco de cobre. Cincuenta pequeños discos.
Cada pequeño disco presenta tres cortes.
Son ciento cincuenta cortes. Los ciento cincuenta
cortes llevan partes de retina de un cuarto de
milímetro de lado sostenidas por una lámina
extremadamente delgada de plástico transparente.
Cada uno lleva diez partes. La caja contiene
mil quinientas parte, cada una de ellas menor
que un centimilésimo de milímetro.
En este punto me perdí. El tiempo necesario
para describir y comprender es siempre mayor
que el tiempo para pensar y aumenta con la complejidad
de la cultura.
Nos contentamos, entonces, con fragmentos, resplandores,
sorpresas, imprevistas seducciones. Renunciamientos
definitivos”. (1984: 9).
11 En el
primer párrafo correspondiente al Capítulo
I, La Mercancía, Marx afirma:
“La riqueza de las sociedades en que impera
el régimen capitalista de producción
se nos aparece como un “inmenso arsenal
de mercancías” y la mercancía
como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación
arranca del análisis de la mercancía.
La mercancía es, en primer término,
un objeto externo, una cosa apta para satisfacer
necesidades humanas, de cualquier clase que ellas
sean. El carácter de estas necesidades,
el que broten por ejemplo del estómago
o de la fantasía, no interesa en lo más
mínimo para estos efectos. Ni interesa
tampoco, desde este punto de vista, cómo
ese objeto satisface las necesidades humanas…
Todo objeto útil, el hierro, el papel,
etc., puede considerarse desde dos puntos de
vista: atendiendo a su calidad o a su cantidad.
Cada objeto de éstos representa un conjunto
de las más diversas propiedades y puede
emplearse, por tanto, en los más diversos
aspectos…
La utilidad de un objeto lo convierte en valor
de uso. Pero esta utilidad de los objetos no
flota en el aire. Es algo que está condicionado
por las cualidades materiales de la mercancía
y que no puede existir sin ellas. Lo que constituye
un valor de uso o un bien es, por tanto, la materialidad
de la mercancía misma, el hierro, el trigo,
el diamante, etc. Y este carácter de la
mercancía no depende de que la apropiación
de sus cualidades útiles cueste al hombre
mucho o poco trabajo… Los valores de uso
forman el contenido material de las riqueza,
cualquiera que sea la forma social de ésta.
En el tipo de sociedad que nos proponemos estudiar,
los valores de uso son, además, el soporte
material del valor de cambio”. (1975:3-4)
[subrayados del autor]
12 Un análisis
completo de esta relación dialéctica
puede encontrarse en Cinegramas I, Estudio
preliminar de la toma cinematográfica
(Terukina,1996).
13
Creemos que es pertinente informar al lector
que en nuestro último trabajo, El
Río de las Imágenes, no hemos
tocado este nivel de concreción; dado
que entre el análisis de la relación
simple entre dos cinegramas y el análisis
del contenido visual de la toma cinematográfica
existen muchas mediaciones previas que deben
ser explicadas detalladamente antes de abordar
la dialéctica del contenido y la forma
en el cine, paso previo para ingresar al último
escalón de la teoría cinematográfica.
Referencias:
LACHA, Juan.
Introducción a la Teoría de
los Diseños. México: Editorial
Trillas, 1991.
ARNHEIM, Arte y Percepción Visual,
Psicología del ojo creador. Madrid:
Alianza Editorial, 1979.
Butaca Sanmarquina, nos.12, 14, 18 y
19, Lima: 2003-2004.
HEGEL, Ciencia de la Lógica. Vol.
I. Ediciones Solar, Buenos Aires: 1982.
HEGEL, Fenomenología del Espíritu.
México: Fondo de Cultura Económica,
1978.
ILIENKOV, E. En: El Capital, Teoría,
estructura y método. México:
Ediciones de Cultura Popular, 1975.
LENIN. Obras Completas. Tomo 29, Moscú:
Editorial Progreso, 1986.
LOZANO, Balmes. Cuestiones de Arte y Estética
en el cine. Separata, Lima, 2004.
MARX, Karl. El Capital. México:
Fondo de Cultura Económica, 1975.
MARX, Karl. Elementos fundamentales para
la crítica de la economía política
(Grundrisse). México: Siglo Veintiuno
Editores, 1976.
MARX, Karl. Escritos Económicos Varios.
México: Editorial Grijalbo, 1966.
MIRTRY, Jean. Estética y psicología
del Cine. Vol. I. Madrid: Siglo Veintiuno
Editores, 1978,
PIERANTONI, Ruggero. El Ojo y la Idea, Fisiología
e historia de la visión. Barcelona:
Ediciones Paidós Ibérica, 1984.
STAM, Robert. Teorías del Cine, Una
introducción. Barcelona: Ediciones
Paidós Ibérica, 2001.
TERUKINA, Ichi. Cinegramas I, Estudio preliminar
de la toma cinematográfica. Lima:
Ediciones Briznas, 1996.
Ichi
Terukina
Cineasta, docente cinematográfico y filmólogo.
Actualmente se desempeña como profesor
principal de la Escuela de
Cine de Lima (Perú) y docente regular
en el Instituto Charles Chaplin,
además es miembro del Comité Editorial
de la revista Butaca sanmarquina y colaborador
de las actividades cinematográficas que
realiza la Asociación Peruano Japonesa
(APJ), Perú. |