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el odio al cuerpo de las mujeres: criminalización de las que abortan

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Por Elsa Lever M.

 

Fecha de publicación: 23 de septiembre de 2012

 

“Dime cómo una sociedad trata el cuerpo de las mujeres
y te diré cuánto lo odia”

Antes que todo, ofrezco una disculpa por mi ausencia de este maravilloso espacio en Razón y Palabra durante estos meses, pero asuntos personales (mi ingreso al doctorado) y los sucesos político-social-electorales que se han suscitado y que han dado tanto de que hablar, en mi caso –y paradójicamente- me dejaron muda, sumida en fuertes procesos de reflexión. Por lo que tampoco esta ocasión los abordaré -sin que esto implique tomar distancia de ellos-  ya que hay más asuntos de que hablar y en los que hay un debate, desafortunadamente, interminable. Es el caso del Día por la Despenalización del Aborto en América Latina y el Caribe,  que es el 28 de septiembre.

El aborto, uno de los temas tabú más llevados y traídos a lo largo de la historia de la humanidad, ha implicado la disertación entre la filosofía, la medicina, el derecho, la sociología y la psicología, entre otros campos disciplinarios, que de no ser por la incidencia de la mirada feminista ya habría un consenso, absoluto y absolutista, del aborto como nihilismo, traumatismo, asesinato, maldad, consecuencia de enfermedad mental, etc.

Sin embargo, la realidad supera a la moralina y nos muestra los matices que existen entre los polos del bien y del mal, que nuestra manía dicotómica nos ha establecido como lo único. El aborto no es cuestión de mujeres buenas o mujeres malas, es cuestión de mujeres, y punto.

Y en esta larga lucha por despenalizar el aborto, por discriminalizar a las mujeres que abortan, abundan los esfuerzos de las feministas de todas las áreas científicas por aportar evidencias de esas realidades que el sistema no ceja en ignorar e invisibilizar. Datos duros de abortos, otro tanto de abortos clandestinos, de las muertes provocadas por los mismos, de ganancias millonarias en el mercado negro, indicadores demográficos, testimonios de mujeres que abortan, de personal médico que atiende, análisis de condiciones socio-económicas, análisis de situaciones educativas, familiares, religiosas, incluso de la incidencia de los medios de comunicación, y la educación sexual.

Pero ninguna realidad ha parecido ser suficiente, cuando sólo basta que el aparato “moral” levante el dedo para que la sociedad levante el suyo para señalar a las mujeres. Las mujeres y hombres de este país avanzan y retroceden conforme los convenza un sujeto que se dice emisario de un dios, representante de un cielo, ungido y vicario de una divinidad… Resultado: 18 estados de 32  castigan a las mujeres que abortan y el Distrito Federal es el único lugar del país donde es un derecho desde 2007.

Aunque la realidad ha mostrado lo absurdo de este prejuicio, se quiere seguir imponiendo sanciones legales basadas en “razonamientos” moralistas. El derecho y demás campos disciplinarios deben trabajar sobre lo que sucede, sobre la base de la vida cotidiana de las personas a las que se deben (es decir, un verdadero derecho positivo). Así como al idioma lo hacen quienes lo hablan (por ejemplo en junio de este año la Real Academia de la Lengua Española añadió a la palabra “matrimonio” la aclaración: “En determinadas legislaciones, unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses”), el derecho no puede cerrar los ojos a lo que está demandando la cotidianidad de la sociedad.

En el mismo Distrito Federal llevó sus años legalizar el derecho al aborto, y tuvo que pasar por el escrutinio de una sociedad altamente anestesiada por los prejuicios (esto sin pasar por alto una diversidad de factores).

Basta recordar cuando en julio y agosto de 1998 [1] se desataron las manifestaciones tanto a favor como en contra del aborto, suscitadas por la propuesta del entonces secretario de Salud, Juan Ramón de la Fuente, de debatir la despenalización del aborto, es decir de llevar a cabo una consulta nacional. Antes como ahora, la iglesia católica movió toda su maquinaria ideológica para  boicotear una propuesta (la de debatir) que tendía a ser aceptada por la mayoría. Sin embargo, a la luz de la distancia, sirvió por lo menos para poner el tema en la mente y las conversaciones de la población mexicana así como en la agenda de los medios y los partidos políticos.

O cuando en 1999 se instó a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal a que discutiera dos iniciativas de ley (UNAM y ONG) que planteaban la ampliación de causales como las que existían en Yucatán, el estado más avanzado en el tema en ese entonces.

Pero en este debate en realidad lo que se pone en juego es el objetivo de controlar el cuerpo de las mujeres y los derechos reproductivos. El cuerpo de las mujeres es un cuerpo expropiado por el Estado, la medicina y la iglesia; es el cuerpo visto, desde Foucault, como objeto de los procesos de disciplina y normalización. El acuerdo Estado-medicina-religión  no es más que “la labor minuciosa del poder disciplinario actuando sobre el cuerpo [al]  que se adhieren como tatuajes los efectos del poder en forma de prácticas y discursos que etiquetan diferencias y particularidades”. [2]

Todos son dueños del cuerpo de las mujeres, menos ellas. Los médicos acusan a las que abortan y las remiten a juicio, al linchamiento jurídico y social, no sin antes haber sido culpabilizadas por las buenas conciencias. ¿Qué se gana criminalizándolas, encarcelándolas? Conformarlas y habituarlas, someterlas, sujetarlas a su orden y control; asegurar que permanezcan dentro de las definiciones institucionalizadas de la realidad, no vaya a ser que otras quieran seguir el ejemplo.

La práctica del aborto la han vuelto delito, pecado, maldad, locura, porque amenaza la idea de maternidad, en esa concepción esencialista y de obligatoriedad construida también como mecanismo de control. Las mujeres que abortan amenazan el poder y el control del Estado, la ciencia y la iglesia sobre sus cuerpos y por eso hay que encarcelarlas, “curarlas” y excomulgarlas. 

El cuerpo de las mujeres ha sido construido culturalmente de tal manera que la visión del cuerpo material pone de manifiesto las concepciones de la sociedad que lo construyó. En cada sociedad y contexto cultural, explica Elsa Muñiz, “el cuerpo tiene un itinerario ya definido, para lo cual hay fórmulas y saberes desde los más sofisticados y científicos, elaborados por los intelectuales, hasta los más cotidianos y populares que pasan por los mitos y las tradiciones”. [3]

Y esto, desde otra óptica, no significa por sí un problema; el problema radica en que ese “itinerario ya definido” está permeado por un odio al cuerpo de las mujeres, que se manifiesta en la tortura, la exposición morbosa, la violencia corporal, la muerte materna, la violación sexual, el feminicidio, la violación sistemática de los derechos reproductivos, hasta en la deliberada agresión a los derechos humanos prefiriendo darle prerrogativas al cigoto antes que a las mujeres, y sí en cambio despojarlas de su libertad.

La despenalización del aborto es posible si la sociedad deja de guiarse por un Estado y una moral que sólo buscan el control del cuerpo de las mujeres, al que temen y odian. Sólo la conciencia que la sociedad tenga de ello, y su consecuente postura demandante de soluciones funcionales a sus prácticas reales y cotidianas podrá hacer la diferencia.

 

Notas:
[1] Ya en 1983 se había suscitado un choque de fuerzas entre Estado e Iglesia y que puede considerarse el enfrentamiento más directo en la discusión en torno del aborto (aunque éste haya sido planteado muchísimo tiempo antes), ya que por primera vez la Procuraduría General de la República, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal y el Instituto Nacional de Ciencias Penales se unieron a la demanda de la despenalización con el argumento central de que la falla de los métodos anticonceptivos debería reconocerse como causal. El comité Pro-Vida y los grupos conservadores de derecha obligaron al gobierno (PGR, PGJDF, INACIPE) a retirar del Congreso de la Unión la propuesta.                        

[2] Muñiz, Elsa.  “Cuerpo y corporalidad. Lecturas sobre el cuerpo” en Aguilar, Miguel A. y Anne Reid, Tratado de psicología social. Perspectivas socioculturales. Anthropos, Barcelona 2007. p. 84

[3] Ibidem, p.79

 

 

 

Elsa Lever M.

Directora de la revista electrónica www.mujeresnet.info, es licenciada en Periodismo por la UDF, con maestría en Comunicación por la UNAM, y diplomada en Género y en Feminismo por el PUEG-UNAM y el CEIICH-UNAM, respectivamente. Ha escrito para diversos medios, imparte conferencias y es docente.

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