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PRODUCCIONES COLOSALES Y UNA HISTORIA SENCILLA

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Por Walter Islas Barajas

 

Diversos cineastas de muchas partes del mundo, especialmente los que tienen acceso a enormes cantidades de dinero –y cuentan con la habilidad para conseguirlas– y batallones de colaboradores, gustan de llevar a la pantalla grande historias plagadas de efectos especiales, acción a manos llenas, una edición veloz y sorprendente y una musicalización potente/estridente que podría causar tinitis a más de un espectador.

En ese sentido se puede pensar, por ejemplo, en la fantástica obra de ciencia ficción Transformers 3: el lado oscuro de la luna, de Michael Bay (Estados Unidos, 2011) o en la exitosa serie de aventuras de un joven mago en Harry Potter y las reliquias de la muerte - parte 2, de David Yates (Reino Unido - Estados Unidos, 2011). Las dos películas, sumadas, en la última semana de julio han registrado en taquillas de salas estadounidenses poco más de 59 millones de dólares, de acuerdo con información de www.imdb.com.

Bay y Yates, al frente de sus respectivos proyectos audiovisuales, han conseguido productos que entretienen, que asombran, que mueven a millones de personas para que observen sus filmes y, por qué no decirlo, recreen mundos muy especiales. Mundos que, gracias a la animación por computadora y asombrosos efectos especiales, una producción colosal y las actuaciones de Shia LaBeouf, Rosie Huntington-Whiteley, Josh Duhamel y Patrick Dempsey en el primer caso,  y de Daniel Radcliffe, Emma Watson, Rupert Grint y Ralph Fiennes en el segundo, dejan complejas impresiones en los espectadores, llenas de violencia, conflicto y movimiento vertiginoso.

Esa complejidad, esa violencia y ese movimiento son elementos atractivos para los seres humanos. Son cosas que inquietan, que enganchan a historias de sofisticadas máquinas en conflicto y de magos bien-portados-con-su-cuota-de-buena-onda que luchan con magos oscuros y rencorosos. Sin embargo, a veces nos viene bien observar historias sencillas que reposan en clásicos de la literatura infantil occidental y que son realizadas con paciencia y sobriedad por expertos en animación a la antigua, casi podría decirse. Esto es: animación con base en dibujos realizados a mano.

Hayao Miyazaki, respetado director y guionista japonés e impulsor de Studio Ghibli, ha sido conocido fuera de su país gracias a El viaje de Chihiro (Japón, 2001) y El castillo vagabundo (Japón, 2004). Se trata de relatos protagonizados por seres fantásticos pero humanos a la vez, relatos con mensajes sin complicaciones y acción equilibrada entre luces y sombras; con personajes creados a base de trazos simples que, quizá por esa característica de estilo, logran permanecer en la memoria de quienes hemos visto ambas cintas.

El largometraje más reciente del creador nipón, El secreto de la sirenita (Japón, 2008) gusta por el mensaje que es capaz de dejarnos y por las formas de presentarlo. Un relato apacible en general, a pesar de sus enormes olas marinas que amenazan y cubren zonas de un puerto japonés. Un cuento basado en La Sirenita, de Hans Christian Andersen, que muestra la capacidad infantil y adulta de valorar la naturaleza y otras formas de vida diferentes a la humana.

Observar ese filme, producido por un compacto equipo de animadores que afilaron lápices y limpiaron pinceles, es acercarse a Ponyo, una sirena cuyo padre es un humano con resentimientos hacia su raza y cuya madre es la naturaleza; es aproximarse a un ser con poderes para mutar de pez a niña; a una pequeña capaz de correr sobre un mar embravecido; una chiquilla que queda encantada por el sabor del jamón y por la compasión, la amistad sin reparos y a toda prueba de Soske (Sosuke), un chavito de cinco años de edad cuyo padre se pasa los días en un barco y cuya madre trabaja en un asilo de ancianos. Soske o Sosuke es un niño que aprecia el mar, que puede navegar en un barco de vapor alimentado por una vela, sin temer por el gran nivel que ha alcanzado el agua en el sitio donde habita.

Como señala Claudia Puig, crítica de cine en USA TODAY (14-8-2009): “Miyazaki crea escenarios fascinantes y fluidos. Todo está en constante estado de transformación, y los espíritus mágicos infunden una atmósfera cotidiana. Ponyo es una aventura encantadora”. Por todo lo antes dicho, bien vale la pena mirar El secreto de la sirenita, una tableta de sencillez contra la tecnología abrumadora que predomina en el cine comercial estadounidense.

 

 

Walter Islas Barajas

Comunicólogo egresado del Tecnológico de Monterrey (ITESM), Campus Estado de México. Editor en el despacho Colofón, diseño y comunicación -especializado en diseño editorial y comunicación organizacional-. Ha colaborado como reseñista de álbumes de rock en El Financiero y como reseñista de álbumes de jazz en el suplemento El Ángel (de Reforma). Ha publicado el poemario Lloran los ríos (Ed. Praxis), y publicado un cuento en la antología Entre gozos y rebozos. Nostalgias del campo (Palabras y Plumas Editores).


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